Altruismo (amor) divino
“Dios, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. (1 Tm 2,3). Es importante este “todos”, porque pone de manifiesto que Dios, y en su caso Jesús, no pone límites al alcance de sus bendiciones.
Cuando se cambió en la misa la fórmula litúrgica de la consagración, que hasta entonces hablaba de “sangre derramada por todos los hombres” a "sangre derramada por muchos”, se abrió un debate no poco importante. Al decir que la sangre se entrega “por todos” deja claro Jesús que su Pascua de muerte y resurrección no beneficia sólo a un grupo determinado, aunque numeroso, de individuos. Su intención fue de sanación universal.
Jesús quiere la salvación de todos. La expresión “por muchos”, parece reducir el campo de acción. Aunque no es así, porque mantiene abierta la inclusión de cada persona individualmente sin dejar de reflejar también el hecho de que la salvación no se cumple de forma mecánica, sin la voluntad o participación de quién la acoge; tiene que haber una decisión. Tú puedes decidir si incluirte entre los salvados o mantenerte al margen.
Según se mire, sea desde la voluntad de Dios o desde la aceptación de la misma por parte de la persona, ambas expresiones se complementan. La voluntad humana puede situarse en la cercanía o en la lejanía de la de Dios; puede aceptar o rechazar el don de su amor, pero lo que no se puede poner en duda es la voluntad divina que quiere que “todos” encuentren la felicidad. La vida de Jesús, al decir de muchos teólogos, fue pro-existencia, un vivir puesto al servicio de la vida y la felicidad de todos los hombres. No murió Jesús para favorecer exclusivamente a sus discípulos.
Dios quiere que la creación entera se beneficie de sus dones. Esto es el altruismo universal, o más acertadamente la fraternidad universal del Dios Padre de Jesús que este texto evangélico da a entender de modo excelente:
“Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publícanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” ( Mt 5 44-48).
Dios "no hace acepción de personas” (Hch 10,34; cf Lc 20,21; Rm 2,11;Col 3,25). Desde la perfección del amor de Dios que no excluye a nadie puedes comprender que tus acciones también has de ofrecerlas y dedicarlas para bienestar de “todos los hombres y demás criaturas” y a “beneficio de todos los seres”. Y "todos" quiere decir "todos".
Obrar amando a todos, sin excepción ni acepción, es un acierto, porque permite que esa acción que dedicas perdure en el tiempo y en el espacio. “Visitar a un amigo enfermo”, por ejemplo, es ciertamente algo que hiciste, y si el enfermo y sus allegados se alegraron de tu visita, cumpliste con tu misión; pero el espíritu de amor que pusiste en esa acción sigue presente en el mundo y lo está cambiando para bien. Una obra virtuosa no genera sólo un bien particularista puntual sino que beneficia a todos los seres y genera un cambio global.
El amor, abono para la paz
Ten en cuenta que las acciones buenas son un abono para la paz, el bienestar y la felicidad de la humanidad. Aunque no sean recibidas por aquellos a quienes las dirigimos -por ejemplo, si hago un regalo una persona y lo rechaza, o si pido perdón a alguien que no acepta ese perdón-, el acto de altruismo queda ahí y no pierde su valor.
Un regalo beneficia a quien lo quiera recibir, es cierto, pero además, si quien regala lo hace con una generosidad altruista, movida por el amor fraterno que no tiene interés alguno, el regalo también beneficia a quien lo hace; y su primera ganancia es que, aunque se rechace su acción o regalo, él nunca sufrirá por ello porque no hizo su obra para que le agradezcan nada.
El mejor premio para quien quiere crecer en vida espiritual es precisamente el no-premio, porque le entrena para vivir desde dentro en libertad y no pendiente y dependiente de los elogios que le pudieran venir de fuera. El altruismo genuino supera la adversidad de no verse correspondido; y en esta falta de recompensa se fortalece. ¿No es esta la victoria de Cristo en la cruz?
”Cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. (Rom 5, 6-7).
En este texto de expone muy bellamente cómo el altruismo o fraternidad universal, vivido en absoluta gratuidad hacia todos, lleva consigo una gran fuerza y eficacia. Es la entrega totalmente altruista de Jesús la que salva al mundo, un gran regalo de Dios. Y para responder y "completar lo que falta a la pasión de Cristo" (la expresión es de san Pablo, Col 1,24) cuenta Dios con nuestras obras de generosidad gratuita, las que no desisten en el amor a pesar del rechazo, y que redimen a aquellos a quienes se dirigen, pero sobre todo a quienes las practican. Es este un buen motivo, desde la espiritualidad cristiana, para “hacer el bien sin mirar a quien” y sin esperar nada a cambio. Altruismo en estado puro, fraternidad universal sin fisuras.
La bondad del arrepentimiento
Lo dicho sobre la persistencia y efectividad de las acciones hemos de considerarlo tanto en caso de que sean buenas como cuando sean malas. Las malas obras, como las buenas, tampoco son acciones cerradas y terminales sino que ambas permanecerán en el tiempo si no haces lo necesario para que su fuerza negativa se desvanezca.
¿Qué hacer? Para paliar el efecto negativo de tus malas acciones lo primero que debes hacer es repasar mentalmente lo ocurrido tomando conciencia de lo torpemente que obraste, por ejemplo contra otra persona. Debes, además, no rehuir sino aceptar y mirar de frente ese pecado, no solamente como un acto puntual (robo, infidelidad, insulto, bofetada, difamación, etc.) sino teniendo en cuenta también la globalidad de condicionantes, momentos, circunstancias y decisiones que te llevaron a él. Asumir esto te ayudará a erradicar el mal.
Observar y ser consciente de todo lo que envuelve a una mala acción, reconocer los elementos que dieron lugar al huracán, al caos, a la tormenta perfecta que surgió en aquel momento causando gran daño, no quita responsabilidad al hecho, pero ayuda a valorarlo desde el grado de consciencia habido en el momento. Y se abre con ello el paso para llegar a un arrepentimiento que será más perfecto si se asume en su justa medida la culpabilidad y se toma la decisión de cambiar en adelante los resortes que llevaron a la mala acción a fin de evitar que vuelva a repetirse.
Para alguien que no es creyente, en los casos de malas acciones viene bien un sincero reconocimiento del error y hacer un voto o promesa de reparación y de cambio que facilite la corrección; podrá así eliminar el sentimiento de culpabilidad. Si soy cristiano católico no vendrá mal, además, recurrir al sacramento de la penitencia reconociendo con humildad ante Jesús cómo la idolatría del ego me ha llevado al mal; el perdón de Dios recibido con fe y la diligencia en la reparación del daño producido por el pecado sanan la herida y dan pie a una renovación espiritual de gran hondura, porque Dios "sana a los que tienen quebrantado el corazón y venda sus heridas" (Sal 147,3). En ambos casos, creyente o no, el arrepentimiento, el deseo de cambio y las buenas obras, terminarán por limpiar el corazón dejando al pecado en el olvido.
Saldar deudas es encontrar la paz
Recuerdo la antigua traducción litúrgica del padrenuestro que decía “perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Una deuda es “lo que se debe a alguien”; y ¿qué es lo que debemos a nivel espiritual? Pues debemos amor, aceptación, dedicación a la justicia, etc. Aunque más "que debemos" deberíamos decir “nos debemos”.
Si queremos vivir una felicidad sostenible en el tiempo no podemos eludir el hecho de que ésta sólo puede venirnos de la paz, de la ausencia de lo negativo en nosotros. Es decir, cuando estamos libres de deudas económicas, o libres de deudas sociales, o de deudas de tipo personal, cuando no nos come la conciencia por haber hecho algo malo, entonces podemos tener paz y quietud. Por tanto, hemos de hacer todo lo posible para sanar las deudas pendientes. Y vale la pena porque es una forma de desarrollar una felicidad sostenible.
Decimos de Jesús que “Él pagó por nosotros” (Col 1,14; 1 Pe 1,18-19). Pues bien, también nosotros podemos y debemos pagar lo que debemos, o sea, amor, fraternidad sin límites, bondad, generosidad; esta es una forma de desarrollar felicidad que no vendrá de la obsesión por cobrarnos todo lo que creemos que nos debe la vida, como hace el mundo, sino pagando (amando) lo que debemos como imágenes de Cristo que somos; respondiendo sabiamente a las exigencias de nuestra naturaleza buena.
Este amor que nuestro ser divino nos exige no quedará sin premio. Cuando me dejo llevar por el Espíritu Santo y dejo a un lado los caprichos de mi ego embarcándome en las duras tareas del evangelio, no quedo sin recompensa; vacío de intereses y deseos que no sean Dios comenzaré a sentirme lleno de su Espíritu, y podré decir con san Juan de la Cruz: ¡Oh mano blanda! / ¡Oh toque delicado / que a vida eterna sane! / y toda deuda paga. (Llama de amor viva).
Solemos huir de las sequedades y sufrimientos, de las noches oscuras, sin embargo,
"conviénele al alma mucho estar con grande paciencia y constancia en todas las tribulaciones y trabajos que la pusiere Dios de fuera y de dentro, espirituales y corporales, mayores y menores, tomándolo todo como de su mano para su bien y remedio, y no huyendo de ellos, pues son sanidad para ella, tomando en esto el consejo del Sabio (Ecle. 10, 4), que dice: Si el espíritu del que tiene la potestad descendiere sobre tí, no desampares tu lugar (esto es, el lugar y puesto de tu probación, que es aquel trabajo que te envía); porque la curación hará cesar grandes pecados, esto es, cortarte ha las raíces de tus pecados e imperfecciones, que son los hábitos malos, porque el combate de los trabajos y aprietos y tentaciones apaga los hábitos malos e imperfectos del alma y la purifica y fortalece" (San Juan de la Cruz, Ll B 2,30).
Para el mundo la felicidad es placer hedonista, estimulación, excitación, algo que viene de fuera. Sin embargo para quien es espiritual y no está atado al mundo la felicidad viene de la paz y tranquilidad interior fruto de una vida que se hace don, que “paga la deuda” no sólo de sí, si es que tiene algo negativo que purgar, sino también la de aquellos por los que intercede. Con mi entrega curo el daño de mis pecados, y puedo sanar también el mal que hacen los hermanos, porque “yo soy ellos” y “ellos son yo”; esto significa fraternidad y verdadero altruismo.
Ser altruista o hermano al modo de Jesús lleva consigo unirse a Él “pagando por todos”. ¿Qué es un santo sino una persona que ha asumido que no sólo es responsable del mal que provoca sino, en cierto modo, se sabe también responable del provocado por otros? Quien se sabe parte de un todo no puede ver una guerra, una injusticia, una enfermedad, una miseria humana, etc. y decir "no lo he visto", “yo no he sido”, “yo no tengo culpa de nada de eso”. ¿Dónde está aquí la fraternidad como cualidad y el altruismo como tarea?
Eres un beneficiario del pago de otros. Muchos restañan los daños que tú produces. Cristo pagó por ti y por todos (Rm 5,8), vivió dándolo todo, perdonando, asumiendo tus deudas. Y eso no fue para él motivo de insatisfacción, al contario, dio paz y sentido a su vida. Tienes en Él un espejo y un camino.
Resumiendo: toda tu actividad debe estar sellada con un sentimiento de fraternidad universal y una intención altruista. Si no desarrollas esta actitud lo que haces queda un poco en el limbo. Y mirado desde el otro lado, una simple actitud negativa puede destruir y anular para el futuro lo que hiciste de positivo. Así que ya sabes: si todo lo que haces va nimbado por una donación pura, un "hacer por el bien de todos", nunca pierdes el premio; de momento todo lo que das de ti va a crear en ti mismo más virtud, más fuerza; recibes, como dice Jesús, "el ciento por uno" (Mc 10,29), y a la larga toda la creación saldrá beneficiada.
Noviembre 2023
Casto Acedo
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