miércoles, 3 de abril de 2024

6.3 Plantar semillas de bondad


"Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será la palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo" (Is 55,10-11).
*
Hemos repetido ya en temas o discursos anteriores que todos queremos ser felices, que la búsqueda de la felicidad es un rasgo común a todo ser humano. Compartimos con todos el anhelo de felicidad, e intuimos que ese anhelo está íntimamente ligado al amor bondadoso y a la práctica del mismo.

"Obras son amores y no buenas razones”, dice un conocido refrán que viene a sentenciar que una vida feliz se ha sustentar sobre los pilares de una buena práctica amorosa. Y si admitimos que “quien siembra viento cosecha tempestades” y si aceptamos que “donde no hay amor pon amor y sacarás amor” (San Juan de la Cruz), está claro que el crecimiento del amor y la bondad dependen de la siembra. Las acciones virtuosas producen bienestar, las que se inspiran en motivaciones egoístas o en estados aflictivos como la ira, el orgullo o la envidia conducen al malestar y al sufrimiento.

Si todo lo que hacemos influye para bien o para mal en nosotros y en el mundo la conclusión para el tema del amor que nos ocupa es clara: todas nuestras acciones deberían ser positivas, estar motivadas por un deseo de felicidad y de bienestar para todos. Todo aquello que hagamos va a marcar el futuro de nuestra vida y, por supuesto,  el futuro mismo de nuestra sociedad.

Un crecimiento lento pero imparable

Una obra buena es algo maravilloso, pero es sólo una semilla, algo pequeño, es el comienzo de la vida, un inicio pequeñito del que se espera que llegue a crecer, a florecer y a fructificar. Lo sembrado  no va a hacerse un árbol grande de un día para otro. Todo tiene su ritmo, y cuando quieres forzar el ritmo de la realidad no aceptándo su dinámica natural  no consigues nada bueno, sólo impaciencia. Acepta esto. «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega» (Mc 4,26-29). Esta parábola ilustra lo que pretendo decir.

Aunque todas las acciones buenas tienen efectos buenos no siempre se produce ese efecto tan pronto como uno quiere, espera o imagina. En la “cultura de la rapidación” queremos resultados ¡ya!, y eso genera impaciencia y en la mayoría de los casos abandono de la tarea de sembrar el bien porque no se ven los frutos inmediatos.

La vida no va a  cambiar radicalmente de un día para otro porque dediques un tiempo al silencio y a la meditación. Los tiempos de Dios no son nuestros tiempos; sus planes no son los nuestros (cf Is 55,8).  Cuando pretendemos marcar las horas y los tiempos para alcanzar unos objetivos imaginarios, y normalmente egoístas, caemos en la mentalidad mundana fiada a su pretendido poder y a sus cálculos interesados.  

“Se parece el Reino de los cielos a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas” (Mt 13,31-32). La semilla del Reino, semilla de amor y bondad, es normalmente lenta, y además  humilde, pequeña como un grano de mostaza. Discreto, constante y paciente es el devenir del Reino de Dios.


Renunciar al crecimiento espectacular

Todos hemos conocido personas, grupos, instituciones, que han disfrutado un tiempo de crecimiento espectacular. Son muchos los que se admiran de ellos, cantan sus grandezas, quedan deslumbrados por su éxito. ¡Cuántas cosas en tan poco tiempo! En poco tiempo han crecido en expansión, en grandes y vistosas obras, y sobre todo en fortuna, prestigio y poder. Todos alaban su suerte y la suerte de ver tanto en tan poco tiempo.

No obstante, sabemos que lo que crece tan rápido suele carecer de la madurez que se aprende y adquiere en el caminar día a día. Porque el primer paso que ha de dar la semilla del Reino que se planta ha de ser muy distinto al de la explosión espectacular: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo” (Jn 12,23); el primer paso es morir, desaparecer, sin este anonadamiento lento y oscuro, sin esta noche, no es posible una cosecha digna de Dios. Cuando el ego se niega a pudrirse en el surco de la humildad lo que genera  no son preciosos granos sino cizaña mentirosa; parece trigo, pero no lo es.

Para crecer lo primero es menguar, soltar, desaparecer: “Quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros” (Mc 10,29-31). No es que debamos renunciar a hacer grandes cosas sino que conviene comenzar a construir desde lo oculto y aparentemente insignificante, desde la humildad, para que se vea que la cosa es de Dios y no de los hombres.

Cultivar el propio huerto

Se ha de comenzar cultivando en terreno pequeño. ¿Qué te parece empezar por cultivarte tú mismo? En vez de conquistar el mundo ¿por qué no te dedicas a conquistarte a ti procurando cambios internos, plantando semillas de bondad dentro de ti, identificando y arrancando cizañas que han arraigado en tu alma y permitiendo que el Reino florezca en tu interior?. Es muy importante esto, porque si esperas de golpe grandes éxitos, si tienes expectativas poco realistas acerca del cambio que debería producirse en tu persona y a tu alrededor con, por eujemplo, tus treinta minutos de silencio y meditación, caes en las redes del mundo, es decir, te vas a dar por vencido en tu propósito al ver que tus expectativas no se cumplen. ¿Por qué te decepcionas? Porque en esos objetivos que esperas alcanzar se esconde el deseo mundano de sobresalir y de lograr satisfacción por tus meritos. 

Primero quita la viga de tu ojo; luego podrás ayudar a otros a quitar las motas que  pudieran tener en los suyos (cf Mt 7,3-5). El amor bien entendido comienza por uno mismo, decimos. Algo de esto pretendo decir. No dejarte llevar ni por la mundanidad espiritual que busca imponer al mundo sus criterios espiritualistas con deseo de dominio, poder y gloria propios, ni por la espiritualidad mundana que se mueve en los parámetros de la moda espiritual aspirando a extrañas experiencias místicas que satisfagan la ambición espiritual. No busques premios por tu virtud, la virtud genuina es ella misma el premio.


Sembrar discretas semillas de bondad

¡Qué hermosa es la parábola del sembrador! Puedes contemplar en ella a Cristo sembrando la Palabra que arraiga en la tierra de la humanidad (cf Mt 13,3-23).Es una parábola que invita a la escucha y también a la acción, a ser sembradores de las semillas del Reino, sembradores de pequeños granos de paz, de justicia, de compasión, ternura, bondad...

Y la siembra se ha de hacer con discreción y concreción, es decir, sin artificios espectaculares y con gestos concretos. Aprovecharé para hablar bien de las bondades del prójimo, para estar más atento a mi cónyuge o mis hijos, para sonreír a quien me parece antipático, para defender siempre lo justo en debates y situaciones de desigualdad;  estaré pendiente de quien necesite de mí un gesto o una palabra de aliento, ... pequeñas semillas que con el tiempo arraigan con fuerza y se hacen árboles grandes.

Deja de esperar una cosecha o un cambio grandioso o milagroso y ponte a trabajar en tu pequeño huerto. Los milagros, más que esperarse, se hacen. Es nefasta la actitud que tiende a estar pasivamente a la espera de que algo o alguien cambie el mundo exterior. La esperanza cristiana no es un futurible sino el motor presente que no defrauda cuando se pone en marcha haciendo frente a las dificultades (cf Rom 5,2-5).

Te lo repito: procura sembrar el bien a tu alrededor. Realiza obras buenas en calidad y en cantidad; sé más amable, más cuidadoso, más atento con quienes pasan a tu lado. Y no lo hagas por interés, para conseguir algo concreto, no ames para alcanzar objetivos que satisfagan tu ego, sino por el convencimiento interno de que la siembra de semillas de bondad es esencial a tu “ser humano”. Ser virtuoso es la mejor opción de vida. ¿Qué otro sentido tiene vivir sino darte y regalarte en gratuidad? El amor y la bondad son la mejor opción, “porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí (por el Reino de la compasión, la bondad y de la paz, por Jesús) , la encontrará”. (Mt 16,25).

Al hacer lo que debes sin vanagloriarte por ello te libras de caer en las cadenas de la mundanidad. No consideres que realizas algo grandioso viviendo en la virtud; cuando practicas la bondad y el amor no haces nada extraordinario. ¿Has oído hablar de algún santo que presuma de sus obras? No. Se ven a sí mismos en la palabra evangélica: "Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer"  (Lc 17,10). Así las “semillas de bondad” que sembramos han de ser puras, libres de intereses, de gratuidad total. Es la semilla del Reino; ¿acaso se buscó Jesús a sí mismo en sus obras? No. buscó sólo la gloria del Padre.

Concluyendo 

Pregúntate:  ¿por qué y para qué haces las cosas?; ¿qué recompensa esperas al procurar una vida virtuosa?; ¿hasta qué punto “hacer el bien” es para ti una opción y no un imperativo? ¿aún no has comprendido que la virtud lleva implícito el premio?.  Poner amor en el mundo no debería ser para ti un mandamiento sino una necesidad. 

Confía en que ninguna obra buena cae en saco roto. Como reza el texto que encabeza este post, la "palabra" (Cristo, el amor) que se planta en la historia, las "semillas blancas", siempre fructifican. La semilla, dice Dios, "no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo". El deseo y el encargo de Dios, no el tuyo. Tarde o temprano las obras de bondad y amor acaban  dando semillas nuevas que alegran al sembrador y dan pan a quienes lo necesitan. 

Dedica tiempo, pues, a plantar éstas semillas en tu vida cotidiana. Es una decisión importante y una gran obra. A veces nos preguntamos qué podemos hacer para mejorar el mundo, y la respuesta es bien simple: siembra "paz y bien" en tu entorno ; es lo más eficaz que puedes  hacer en favor de la paz, la justicia y el desarrollo del mundo. El bien y la paz, más que un deseo es una realidad al alcance de tu mano; sólo tienes que creer en el poder de las "semillas blancas".

Así continúa en el libro de Isaías  el texto que abría este post: 
"Saldréis con alegría, os llevarán seguros; montes y colinas romperán a cantar ante vosotros, aplaudirán los árboles del campo. En vez de espinos, crecerá el ciprés; en vez de ortigas, el arrayán; serán el renombre del Señor y monumento perpetuo imperecedero" (Is 55,12-13).

Alegría, cantos, aplausos, flores y frutos, primavera... son la cosecha de las semillas de amor y bondad que siembras. 

Abril 2024

Casto Acedo