Beneficios de a adversidad
Señalamos algunos beneficios que puede producir en nosotros la adversidad:
a) La cruz (adversidad) purifica
Primeramente purifica el orgullo. Quien vive en cruz o adversidad experimenta la propia debilidad, la impotencia que se siente al abordar dificultades que no se esperaban, con lo cual se aprende que lejos de controlar todo la persona está expuesta a imprevistos que no domina ni controla. Esto es una excelente oportunidad par una buena cura de humildad. Por el hecho de encontrar problemas a solventar se aprende a no ir por la vida avasallando.
Y purifica también en sentido espiritual profundo. No somos seres independientes sino en relación. La cruz asumida es una forma de cargar con los sufrimientos del mundo del cual formamos parte. Dice san Pablo: “ Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). La adversidad es “penitencial”, en el sentido de que es mortificación, porque da muerte a los apegos, purifica el corazón.
b) La cruz (adversidad) enseña.
La adversidad enseña despejando las claves de la vida. ¿Os imagináis un niño que no encuentre nunca dificultades? ¿Qué habría sido de nosotros si no nos hubieran entrenado para tener la resiliencia necesaria ante situaciones adversas? La cruz como adversidad es maestra de vida.
La adversidad educa y hace crecer en la paciencia y en la tolerancia; nos enseña que el mundo exterior y nuestro mismo interior está siempre en cambio, por la adversidad experimentamos y “sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo”. (Rom 8, 22-23).
Todo eso aprendemos, además de las enseñanzas particulares que podemos extraer de cada adversidad concreta, de cada pelea, de cada choque. Sufriendo se aprende, como Jesús, que “aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer” (Hb 8), aprendió a escuchar sin resistencias ególatras la voz del Padre en el Espíritu. La adversidad nos hace más fuertes y más sabios.
c) La cruz (adversidad) nos conecta
Cuando experimentamos el dolor y el sufrimiento éstos nos ayudan a conocer y traer a la memoria los sufrimientos que están viviendo muchas personas; sufren como nosotros, y en un grado mayor que el nuestro. El malestar propio, pues, nos conecta con la experiencia de tantos otros que también sufren. Contemplando su sufrimiento junto al nuestro nos identificamos con ellos y se despierta en nosotros la compasión.
Jesús crucificado, nos dice la Escritura, conecta con los sufrimientos de toda la humanidad, y con sus causas (el pecado), y esa conexión no es indiferente sino eficaz. Jesús, en su sufrimiento, oró por toda la humanidad “llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuimos curados” (1 Pe 2,24). Así pues, nuestra oración y nuestra mortificación en la adversidad nos conecta con los que sufren de un modo también eficaz; cuando yo cargo con el problema de mi hermano y lo descargo de algunos sufrimientos mi amor conecta con él; él puede decir que “mis heridas (sufrimientos, trabajos por él) le sanan”, y yo puedo decir que sus heridas también me sanan a mi, porque el amor que desarrollo atendiéndole es medicina para mi alma. En la adversidad, en la cruz, en el amor compasivo, conectamos con el prójimo y con Dios-crucificado.
d) La cruz (adversidad) nos inspira a hacer grandes cambios
Los grandes avances no se dan de modo lineal ascendente; son más bien el fruto de acciones que siguen el esquema de "acción-error-corrección", "intento-fracaso-corregir-vuelta a intentar". El fracaso, bien mirado, invita a hacer cambios; sobre todo cuando lo que hacemos está inspirado por el deseo de avanzar en la vida espiritual y, más en concreto, en la experiencia de la caridad o compasión sin límites.
Si la actitud frente a la adversidad es buena, si va acompañada de sabiduría, entonces el malestar y el sufrimiento pueden producir cambios importantes en quien la afronta con decisión. El sufrimiento propio pide cambios mentales, ya que la mayoría de ellos son el producto de una mente excesivamente centrada en los bienes materiales. La consideración social (buena reputación), el apego a los bienes materiales (ambición económica) y los pactos con el diablo (acedia, divisiones, tibieza espiritual) suelen ser la causa última de nuestros sufrimientos. Tomar conciencia de esos sufrimientos inútiles y gratuitos nos ayuda a hacer cambios en nuestra vida.
Conclusión
Tomar la cruz, o sea, vivir la compasión y trabajar por erradicar el sufrimiento, no deberíamos considerarlo como un sacrificio personal sino más bien como un medio hábil para crecer y madurar en el camino. No queremos ni buscamos sufrir para ganar algún tipo de mérito. El sufrimiento en sí mismo no es santo, no es sagrado, ni puro ni bueno. Sólo la sabiduría o inteligencia espiritual lo puede encarar y encauzarlo correctamente en beneficio propio y para bien del prójimo.
"El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y
me. siga", dice Jesús. (Mt 17,24). Es importante tener una percepción del sufrimiento como un reto espiritual insoslayable. Si es de difícil o imposible solución, si no podemos incidir sobre las causas del sufrimiento para erradicarlo, evitemos huir y escapar de la situación dándole la espalda. Abraza la cruz; Dios no te abandona en ella. Lo correcto es seguir trabajando esa dificultad, ese problema, esa adversidad, de manera que nos fortalezca a nosotros y, si podemos, a los demás. A la oscuridad de la noche siempre le sigue la aurora; sólo hay que poner esperanza.
Concluimos el tema con un aforismo un tanto equívoco: “Aunque las personas puedan tolerar solo un poco de felicidad, sí pueden soportar mucha adversidad”. Parece que lo correcto es al revés, lo más lógico es que las personas pueden aguantar un poquito de adversidad y toda la felicidad que se les eches. Sin embargo, en el contexto del tema que estamos trabajando es al revés. Si la frase la aplicamos al desarrollo espiritual podemos entender que un poquito de felicidad tiene mucha probabilidad de distraer a las personas de la práctica de la meditación; sin embargo, la adversidad tiene menos probabilidad de distraer, maravillar, encantar o extasiar la mente.
Las personas inmaduras, infantiles en su desarrollo personal, evitan a toda costa la dificultad. Les da miedo la cruz. Quienes maduran un poco no sólo la toleran sino que la aprovechan como combustible para crecer, aprender, transformar y madurar. Y quienes han logrado una madurez encomiable invitan a meterse y a afrontar las situaciones más adversas y difíciles.
Nuestro avance espiritual se ralentiza porque no reconocemos y rechazamos las oportunidades de dar un paso más adelante. Si queremos avanzar sin límites hemos de procurar salir del banquito, del cojín y de la salita de oración; ir más allá del paseo meditativo donde ves el sol radiante, el arco iris o una mariposa que te inspira ternura y cuidados. La práctica de la compasión va a exigir de ti que te entrenes en sobrellevar con paciencia cada momento y cada situación, especialmente cuando hay personas que te dan un codazo, te ponen la zancadilla o te pegan donde más te duele. En estos momentos adversos, devenidos cruz para el entender de los cristianos, es donde se debe practicar la paciencia, la tolerancia, la bondad, la compasión, el perdón y la misericordia.
Octubre 2024
Casto Acedo