jueves, 13 de junio de 2024

Contra ira, paciencia (II)

Segunda entrega relacionada con el tema de la Ira. En ella se expone esencialemente la virtud de la paciencia. En un próximo tema nos acercaremos al amor bondadoso universal como antídoto privilegiado para erradicar el odio que respira la ira.

"El labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía" (San 5,7).
¿Qué es la paciencia?

La paciencia libera de la hostilidad y sostiene la paz. Pero ¿cómo definirla? Se trata de algo interno, un estado mental que te permite permanecer sereno aun cuando las circunstancias sean desfavorables, como en momentos en que se sufre una agresión por parte de otros o cuando se viven frustraciones o fracasos en la vida.

Ahora bien, hay que distinguir la paciencia de la “pasividad”. La paciencia es un estado espiritual, interno. Hay una tolerancia ciega que se da desde la pasividad física; por ejemplo: no responder con agresividad cuando ser recibe un insulto; esta no-respuesta puede venir motivada por timidez o por cobardía, o por considerar que quien agrede tiene cierta autoridad. Es la pasividad de quien se siente derrotado; no está siendo tolerante ni paciente, simplemente se da por vencido; esto no es paciencia. la paciencia es la paz que se mantiene incluso en la tormenta.

El avance en la vida espiritual necesita de la virtud de la paciencia evangélica, que no se altera en su marcha a causa de las dificultades que le salen al camino. Es la paciencia de Dios "que no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión" (2 Pe 3,9), y la paciencia de Job, que en la adversidad no entra en ira contra Dios: “Desnudo salí del vientre de mi madre. Sin nada volveré al sepulcro. Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Bendito sea Dios” (Job 1,21).

La virtud de la paciencia requiere la humildad necesaria para aceptar que el mundo es como es y no necesariamente como nos gustaría que sea. 

Enemigo importante de la paciencia es la rigidez o cerrazón mental que nos inclina a ser duros en nuestras exigencias y expectativas respecto a nuestro entorno. Rechazamos que los hijos sean como son, que los mayores chocheen, que aquellos de quienes esperamos atenciones se muestren indiferentes e incluso despreciativos hacia nosotros; nos enfurece que llegue tarde el autobús, que alguien entorpezca el paso de nuestro vehículo, que al llegar al trabajo no encontremos la herramienta que necesitamos, etc. Ahí surge la frustración que va acumulando energía negativa, minando el alma, para acabar explotando por cualquier nimiedad. Normalmente el detonante suele ser algo pequeño, como que en el frutero hay una manzana pocha con un gusanito impertinente; te das cuenta, la coges y la arrojas con ira en el cubo de la basura. Luego alguien dice: ¡cómo te pones así por una manzana pocha!

No es la manzana y su simpático gusano quienes han llevado al ataque de ira sino un estado interno que ha ido envenenando el ánimo en una secuencia que podemos resumir así:
*expectativa rígida (cerrazón a que las cosas no sucedan tal como yo espero), 
*realidad que no coincide (¿tan difícil es aceptar que no todo ha de coincidir con lo que tú quieres?),
 *y rechazo (enfado, ira). 

En realidad, la ira comienza como una obsesión, la obsesión con algo que exigimos que sea de una manera concreta; más que una preferencia es una exigencia de que la realidad tiene que funcionar así, como requiere mi obsesión. Si se cruza en mi vida algo que no quiero, si algo impide lo que quiero, si no tengo los bienes, el estatus o la consideración que ambiciono, me invade la infelicidad y cualquier nimiedad detona la ira acumulada en mi interior.


¿Cómo desarrollar paciencia?

Teniendo claro el origen de la ira, ¿cómo podemos mejorar nuestra paciencia? Unos consejos.

Para lograr paciencia lo primero a cambiar no está fuera sino dentro. Y conviene comenzar trabajando la aceptación, cualidad que nos llevará a un estado de paz que trasciende las circunstancias.

1. Aceptación de uno mismo.  Muchos de los conflictos que tenemos con otras personas son los efectos de sentirnos frustrados con nosotros mismos. No nos gustamos, y proyectamos esos dis-gustos en los demás y en el entorno. No acepto ser lo que soy (por ejemplo: homosexual, pobre, torpe, poco agraciado físicamente, insignificante, etc.) y reacciono no aceptando a otros que tienen lo que yo deseo (salir del armario, riquezas, inteligencia, belleza, fama, etc); y así, ¿por envidia?,  vierto mi odio y agresividad contra aquellos que han conseguido lo que yo no poseo o no soy capaz de conseguir.

Deberíamos empezar conociendo y reconociendo lo bueno y lo malo, lo feo y lo bonito de nosotros mismos y aceptarlo. Dice santa Teresa que "esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar, ... Es el pan con que todos los manjares se han de comer, por delicados que sean, en este camino de oración” (Vida 13,15). Hay que sacar un poco ce conocimiento de sí en cada sesión de oración; y este conociminto propio es básico para orar con provecho y cultivar la virtud de la humildad, hermana mayor de la paciencia. La aceptación no es otra cosa que "andar en verdad", palabras con las que santa Teresa define la humildad (6ª Moradas, 10,7).

Para vencer la ira se ha de comenzar por ser o aceptarse uno mismo, ser transparentes y honestos asumiendo nuestras cualidades y nuestros defectos; y así, sabiendo que nos somos muy diferentes a los demás, nos entrenamos para aceptarlos también a ellos.

2. Aceptar el presente sabiendo que “el presente es perfecto en lo que es”; o lo que es lo mismo: aceptar la realidad tal como es. No quiero decir con esto que no deben mejorarse las cosas, sino que hay que comenzar por aceptar la realidad actual, que tiene mucho de bueno (bienestar, instituciones benéficas, loables, personas admirables por su bondad, etc) y otro tanto de perverso (corrupción política y económica, grupos terroristas, manipulación mediática, individualismo, etc), y he de aceptar que las cosas al presente están funcionando de esta manera; puede que no coinciden con mi ideal, pero son así.



Aceptar el presente, no significa que hay que dejar que todo siga tal como está. Como buscador de la verdad espiritual en muchos casos la situación puede contar con tu bendición, pero habrá otras situaciones que generan en ti indignación; esperamos que sea “santa indignación”, como la que mostró Jesús al ver en su presente las mercancías y los mercaderes negociando en el templo (cf Mt 21,12-13). La aceptación del presente no es una invitación a la derrota (¡no se puede hacer nada!) sino una invitación a estar involucrado, a participar mejorando el desarrollo de las cosas.

Aceptar es hallar el equilibrio perfecto, ese que no cae en la pasividad derrotado por los obstáculos y dificultades que ofrece la realidad, pero tampoco vive en el estrés o ansiedad provocados por lo que no va bien. El axioma del sabio dice: “Si un problema tiene solución, no hace falta que te preocupes, y si no tiene solución, preocuparse no sirve de nada”. Siendo pragmáticos deberíamos aceptar la lógica de que la realidad es como es, y en esa realidad también entran nuestras opciones de movernos en ella.

A veces caemos en el error de querer negociar con la realidad pretendiendo que cambie a nuestro favor para aceptarla. La realidad no va a cambiar “porque sí”. La práctica de la paciencia no consiste en meter un zapato en una jaula y sentarse a esperar a que cante; cambiará el mundo si sacamos el zapato (pasividad) y metemos el jilguero (actividad);  entonces tiene sentido la esperanza del cambio. Para ello:

*Hay que comenzar teniendo la habilidad de tolerar el golpe, el shock que produce la realidad cuando ésta no es agradable.

*Luego hay que saber aceptar que la contaminación de ira ambiental es debida en parte también a la basura que yo mismo vierto en el manantial de las aguas puras; y a mi aportación a la contaminación se suma la acción de los demás, que como yo viven embarrados por los apegos, las envidias o el odio, que nos hacen vivir en confusión. No basta aceptar que yo sea pecador, también en quienes me rodean hay pecado. Por eso hay que realizar proyectos comunes de pacificación (paciencia).

*Debo aceptar que no todos van por donde yo quiero ir; y reconocer que si otros me dañan no lo hacen por malicia sino por la ignorancia propia de la condición pecadora común;  saber esto  me facilita perdonar al prójimo antes incluso de que me haga daño. ¿Por qué exigirle al prójimo que sea perfecto cuando sé por mi paropia experiencia de pecador que no lo es? Pensar que los otros son perfectos y no van a hacer nada malo no es realista, y es garantía de que habrá ira.

*Hay que poner claridad mental y emocional para reconocer lo que es (la realidad) y “reprogramar” nuestros deseos y expectativas. No me enfado porque el otro me insulta, que sería como enfadarme con el cactus por el pincho que se me clava en el trasero; en el cactus no hay mala intención (en el hermano tampoco, sino ignorancia); el daño no lo produce quien me insulta sino la ignorancia que padece quien me insulta, el demonio que le posee y que choca con mis propios demonios. Por tanto, perdona al prójimo antes incluso de que diga o haga algo contra ti. Entonces estarás cultivando la paciencia y desactivando la ira.


3. Tener paciencia para adquirir paciencia, es decir: entrenarme paulatinamente en esta virtud. Los cambios radicales no son aconsejables, es mejor ir dando pasos que nos permitan ir bien encaminados hacia el objetivo último de eliminar cualquier vestigio de ira. Lo mejor es ir poquito a poco, siendo realistas. ¿Cómo entrenarme?

*Programando tiempos, es decir, proponiéndome unos retos. “Voy a ser paciente esta mañana, todo este día, esta semana...” con todas las personas con las que me encuentre; las escucharé, las aceptaré tal como son, les perdonaré sus inoportunidades o impertinencias, etc.

*Delimitando lugares. Delimito mi ejercicio de paciencia a lugares concretos, como pueden ser mi zona de trabajo, en la comida, cuando estoy al teléfono, con la familia, al hacer deporte, etc. Hay lugares donde uno se siente más invitado a verter sus frustraciones sobre el esposo o esposa, los hijos, las personas subalternas en el trabajo, en la asistencia a espectáculos o prácticas deportivas. Son zonas circunstanciales o situaciones en las que merece la pena trabajar la paciencia.

*Atendiendo a personas. ¿Quién no conoce personas que con sólo estar ante ellas te sacan de tus casillas? Aquí tienes un buen campo de entrenamiento. No responder airadamente, no mirar con rencor o desprecio, o incluso evitar no pensar en nada que suponga rechazo a esa persona. Ejercitarte en verla trascendiendo lo superficial (sus manías, sus ideas políticas, sus insufribles patrones de comportamiento,...), mirarla tomando conciencia de que no es ella sino sus aflicciones (soledad, tristeza, fracasos, frustraciones, ignorancia, etc.) las que la hacen ser agresiva o egoísta.

*Atendiendo a hechos o circunstancias. Ser paciente con diferentes tipos de cosas. Tomar, por ejemplo, la decisión de ser paciente y tolerante con determinado tipo de habladurías, con un concreto modo de conducir el automóvil que me exaspera o con unos modos de vestir que me causan desagrado, etc. No emitir juicios de condena verbales ni mentales sobre la forma de ser de los jóvenes, sobre la orientación sexual de las personas o sobre la filosofía de colectivos concretos (partidos políticos, asociaciones, religiones, etc).

*


En fin, espero que este tema te ayude a conocerte más y mejor en tus reacciones y te mueva a sanar tu corazón erradicando cualquier atisbo de ira. 

No olvides que el cambio debe comenzar en tu interioridad y ser progresivo, y que tal vez no logres nunca la perfección de la paciencia. Pero no por ello debes desanimarte. De todos modos no olvides que tus accesos de ira nunca son  un bien, por mucho que me justifique con aquello de "¡qué agusto me he quedado!". Es un gusto traicionero que engorda el ego y lo hincha para una explosión mayor y más dañina. No odies, porque no es bueno. Una persona que odia y agrede no es una persona feliz. Dice Jesús: “Bienaventurados los mansos (pacíficos) porque ellos heredarán la tierra” (Mt 5,4), que es como decir: felices los que cultivan la virtud de la paciencia.

Recuerda también que la mediación en silencio y quietud es una escuela de paciencia. A fin de cuenta lo que buscas es entrar en lo más íntimo de tí mismo, en el centro de tu ser para hallar a Dios y descansar en Él libre de todo lo que desde el exterior te puede sacar de quicio. Meditar alimenta la paciencia que te lleva a vivir disfrutando cada instante del presente de  tu vida.

Junio 2024
C. A.