martes, 29 de abril de 2025

La ley del "karma"

“Caín ofreció al Señor dones de los frutos del suelo; también Abel ofreció las primicias y la grasa de sus ovejas. El Señor se fijó en Abel y en su ofrenda, pero no se fijó en Caín ni en su ofrenda; Caín se enfureció y andaba abatido. El Señor dijo a Caín: «¿Por qué te enfureces y andas abatido? ¿No estarías animado si obraras bien?; pero, si no obras bien, el pecado acecha a la puerta y te codicia, aunque tú podrás dominarlo" (Gn 4,3-7)

Abel, ofreciendo a Dios sus mejores dones, gozó el buen karma de la felicidad; en cambio, Caín, a causa de sus malas obras se atrajo hacia sí la desdicha de un mal karma

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1. Karma y cristianismo

Comenzamos nuestra reflexión con una historia que sirva de introducción al  tema que nos ocupa.

Un hombre que gustaba de vivir en distintos lugares llegó un día a un pequeño pueblo. Al ver a un anciano sabio sentado junto al camino, se acercó y le preguntó
—Buenos días, señor. ¿Cómo es la gente de este pueblo?
El sabio, con una sonrisa serena, le respondió:
—Antes de contestarte, dime... ¿cómo era la gente del lugar de donde vienes?
El viajero frunció el ceño y dijo:
—¡Eran egoístas, maleducados y desagradables! Por eso me fui de allí.
El sabio asintió con calma y respondió:
—Lo siento, pero me temo que aquí encontrarás lo mismo.
El viajero se marchó con cara de decepción.

Un rato después, otro viajero llegó al mismo pueblo y le hizo la misma pregunta al sabio:
—Buenas tardes, señor. ¿Cómo es la gente de este pueblo?
El sabio repitió su pregunta:
—Dime tú primero, ¿cómo era la gente de donde vienes?
El viajero sonrió:
—Eran buenas personas, amables, generosas. Me costó mucho despedirme de ellos.
Entonces el sabio respondió con una sonrisa:
—Me alegra decirte que aquí encontrarás lo mismo.

La historia es un buen resumen de lo que, sin muchos matices, podemos aprender  acerca del “karma”, concepto que se ha hecho famoso entre nosotros al hilo de las enseñanzas budistas, pero cuyo contenido prácticamente forma parte de la sabiduría de todas las culturas.

En el budismo, el karma (del sánscrito karman, que significa “acción”) se refiere a la ley de causa y efecto moral. Esta doctrina sostiene que toda acción (buena o mala), ya sea física, verbal o mental, tiene siempre unas consecuencias. Ahora bien, estas consecuencias no son debidas a un castigo o a una recompensa externa, sino a un proceso natural. Algo que también se recoge en la Biblia y en la enseñanza de muchos sabios occidentales: lo que siembras, eso cosechas (Gal 6,8). Si haces el bien, cultivarás bienestar; si haces el mal tendrás sufrimiento. “Puesto que siembran viento, cosecharán tempestades”, dice el profeta Oseas (8,7) sobre quienes actúan contra a ley de la bondad.

En el karma budista, como en la Biblia, lo que cuenta no es la acción en sí misma, sino la intención que está detrás de la acción. La maldad o bondad que se expanden no son el resultado de las acciones, sino de las intenciones del corazón.  Como dice Jesús: "Lo que sale de dentro del hombre, eso es lo que daña y hace impuro al hombre». (Mc 7,20). Y cuando del corazón sale el bien la persona se beneficia de lo sembrado. Recordamos aquí el aforismo de san Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.

Tanto en el budismo como en las enseñanzas bíblicas, la ley del premio-castigo o karma no es de efectos inmediatos. Puede que el beneficio de la bondad se recoja más tarde en el tiempo, o incluso en la otra vida en el caso de la biblia o en la transmigración del alma a un ser más honorable en las enseñanzas de budismo e hinduismo. Pero es también considerado como lógico y normal que ya en el presente quien obra el bien se beneficie de sus acciones, y quien obre el mal se perjudique a sí mismo.


El budismo sostiene que se puede transformar el karma y sus efectos (destino) con consciencia y esfuerzo; y los cristianos también sabemos que con nuestras acciones podemos dar un giro a nuestra vida, tanto en el tiempo presente como en el futuro: “En verdad os digo que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna”. (Mc 10, 29-30). Eso sí, los beneficios de lo que llamamos karma cristiano no se consideran un derecho de quien obra el bien sino un don que se espera recibir apoyados en las promesas de Dios. 

La Biblia no absolutiza el esfuerzo y las acciones concretas como garantes de la felicidad temporal y eterna; la satisfacción no la da el cumpliento de la ley virtuosa sino el mismo Dios; es su gracia la que provee. La fe que creemos no casa con el pelagianismo, doctrina que sostiene que cada cual puede y debe alcanzar la salvación y vivir en santidad recurriendo sólo a su propio esfuerzo. Se necesita la gracia de Dios para alcanzar la rectitud y su consecuente felicidad: “sin mí no podéis hacer nada”, dice Jesús (Jn 5,5).


Llegados aquí hay que decir que se da una cierta coincidencia entre la doctrina budista del karma y la enseñanza bíblica del premio a la virtud; dice la Biblia que “la cosecha del malvado resulta engañosa y quien siembra honradez tiene paga segura”. (Prov 11,18); “recibirán en este tiempo, cien veces más” (Mc 10,30, ya citado) y en la conclusión de las bienaventuranzas se dice de quienes las vivan que “su recompensa será grande en el cielo” (Mt 5,12). Pero, hay que matizar, el budismo está  teñido de pelagianismo; según sus enseñanzas ninguna fuerza sobrenatural va a venir en tu ayuda; no hay Dios que premie; eres tú quien debe decidir y obrar sin contar con nadie.

Si no hay Dios que me ayude, ¿qué sentido tienen para el budismo la oración y las devociones? Quien sigue el budismo no es teísta; la oración no es por tanto un diálogo con Dios; ésta tiene como finalidad expresar aspiraciones (compasión, sabiduría, desapego), recordar enseñanzas, generar méritos (energía espiritual) para el bienestar de todos los seres, y para fomentar la concentración y la meditación. Es decir, para el budismo la oración no es un acto de súplica a un ser que está en el exterior sino un ejercicio de transformación interior. Para el cristiano, sin dejar de ser también un ejercicio que repercute en la transformación interior, la oración es ante todo un modo de estar consciente ante Dios, abandonándose a Él, invocándole, dándole gracias o pidiéndole ayuda para una vida virtuosa. La doctrina de la no-dualidad budista hace inconcebible la oración como diálogo y encuentro entre dos; porque para el budismo no hay un “Otro” con quien relacionarse; y tampoco un "yo" que necesite relación. Tengamos esto en cuenta a la hora de discernir nuestros tiempos de oración y meditación.

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Recuerda la historia que se cita al principio de esta entrada. Tal como tú vivas así te va a venir la vida. No busques fuera culpables de tu felicidad o desdicha; mejor piensa qué es lo que estás sembrando, cuáles son tus deseos e intenciones al obrar o al hablar. Purifica tu corazáon y esfuérzate por seguir lo que te dicta el buen espíritu. Rígete por el principio de ética universal que recoge el Nuevo Testamento: “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella” (Mt 7,12).

Como cristiano estás llamado a trabajar para ti un “karma bueno”; para ello tienes las enseñanzas evangélicas (el dharma para los budistas), la comunidad (en el budismo la shanga), y al único Maestro y Señor Jesucristo (para el budismo Buda, el iluminado). A Jesús lo puedes encontrar en la Palabra (“Tu palabra me da vida”. Sal 119), en la Iglesia (“Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” Mt 17,20), en los Sacramentos (“Lo reconocieron al partir el pan”. Lc 24,26), la creación ( “Lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación” Rm 1,20) y el prójimo ("Lo que hicisteis a cada uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis" Mt 25,40). Todas estas son mediaciones para dejar que fluya por tus venas la gracia de un buen karma.

Hacer posible la fraternidad universal no está totalmente en tus manos, aunque sí está el facilitarla. El hombre propone con sus actos y palabras y Dios dispone con sus dones;  san Agustín dijo: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, siempre respetará tu libertad para escoger el camino del buen karma, y si confías en Él, lo pides con humildad y procuras practicar la virtud, el mismo Dios te ayudará a alcanzarlo gozando tus méritos sin que caigas en la soberbia pelagiana de creer que lo que logras es obra tuya.


2. Evitar el karma nocivo 

Lo dicho hasta ahora nos ayuda a pensar la "ley del karma" desde una perspectiva cristiana. En un tema anterior ya tratamos de como cultivar un buen karma (Plantar semillas de bondad). En este breve apartado sólo vamos a exponer la otra cara: como evitar el karma malo. 

Sabemos que obrando el bien cultivamos el karma bueno. Ahora bien, ¿qué debemos evitar para no generar un  “karma nocivo”? (decimos nocivo y no negativo porque hay cosas y situaciones que son incómodas y producen malestar, pero no por ello son negativas; hay situaciones que en su momento no gustan pero que a la larga pueden generar mucho bien a la persona). Apuntamo dos principios importantes del que se derivan consejos que ayudan a evitar el mal karma:

1º. Ten en cuenta que un acto voluntario inspirado por un estado aflictivo, como pueden ser la ira o la avaricia, producirá necesariamente consecuencias dañinas.

* Y entre estas consecuencias está la de poderme condicionar para actuar de manera similar en el futuro; una mala acción generara hábitos nada buenos que tendemos a repetir cuando se vuelven a dar circunstancias similares; y estas repeticiones aumentan la posibilidad de  seguir haciendo el mal en el futuro. Conviene revisar nuestros patrones de comportamiento inconscientes y rutinarios, porque pueden estar alimentando consecuencias deplorables. 

*Es importante saber también que la práctica del mal atrae a personas antagonistas. Si somos arrogantes o pendencieros atraeremos hacia nosotros a personas que nos critiquen, que nos menosprecien y se enfrenten a nuestras aspiraciones de poder y grandeza. El malvado atrae hacia sí a personas que viven también encumbradas en su soberbia, Dios los cría y ellos se juntan, dice el refrán. "Abyssus abyssum invocat" (cf sal 41,8), que significa "el abismo llama al abismo", una frase que describe muy bien lo que estamos comentando: la maldad conduce a un vacío profundo que parece llamar a una maldad y un vacío aún mayores. 

*Y, por supuesto, cuando actuamos movidos por estados aflictivos, creamos un entorno hostil, un ambiente tóxico, negativo, caótico, que afecta a todos y a todo lo que nos rodea.

2º. Pero no sólo los actos, también las palabras, la forma de hablar, pueden generar un efecto (karma) dañino. Con nuestras palabras podemos generar mucho daño; hay lenguas que  hieren más que cuchillos afilados. Una palabra mal dicha, especialmente cuando se dirige a un niño o niña, puede causar un daño irreparable por mucho tiempo.

*Por tanto, procura no hablar con dureza sino acariciar con palabra dulces. Piensa en el daño que pueden causar palabras fuertes, agresivas, que desconciertan y hieren a los demás. Sobre esto nos previene la carta del Santiago en un texto que conviene meditar: 3,1-12.

*También es conveniente considerar el daño que se causa al ocultar la verdad recurriendo a engaños y patrañas. Considera la desconfianza que generan las mentiras en la vida de una pareja, o entre amistades o familiares; sin contar con el estrés que genera la necesidad de recordar la propia mentira para poder reproducirla cuando corro el riesgo de ser descubierto en mi falsedad. Decia Mark Twain, que "lo bueno de no mentir es que no tienes que acordarte de nada".

*Y, respecto al mal hablar, procura no difamar con palabras que dividen; al contrario, fomenta la unidad y la armonía con tus opiniones. Aquí es importante no hablar nunca de personas que no estén presentes; esto causa mucho daño en las relaciones de grupo, de familia o de cualquier colectivo.
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Cerramos el tema con unas palabras de la Carta a los Gálatas que podemos leer y meditar al hilo de todo lo expuesto: "No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos, especialmente a la familia de la fe" (6,7-10). 

¡Buen karma!

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Abril 2025
Casto Acedo.