"Si te amas a ti mismo, amas a todos los hombres como a ti mismo. Mientras le tienes menos amor a un solo hombre que a ti mismo, nunca has llegado a amarte de veras, con tal de que no ames a todos los hombres como a ti mismo, a todos los hombres en un solo hombre: y este hombre es Dios y hombre. De modo que va por buen camino el hombre que se ama a sí mismo y ama a todos los hombres como a sí mismo; y éste sí va por buen camino". (M. Eckhart, Sermón XII. Qui audit me)
lunes, 25 de septiembre de 2023
3.5 Atención a los demás. Consejos prácticos (III)
3.4 La tarea del perdón. Consejos prácticos (II)
Ya comentamos que para refinar el oro de nuestro ser es preciso ir eliminando la escoria que se le ha mezclado, o mejor, la basura que oculta su valor y belleza. Hemos señalado cómo los prejuicios no nos dejan vernos a nosotros mismos y a los demás en justicia y verdad. Deberíamos mirar más allá de las apariencias perdonando y soltando el mal adherido a nuestro ego.
3.3 Elimina prejuicios. Consejos prácticos (I)
"No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Déjame que te saque la mota del ojo", teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita: sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano" (Mt 7,1-5)
3.2 Tallar el diamante (II)
Se expone en esta entrada del blog un ensayo breve sobre el avance progresivo en el amor, dando fe de los distintos grados de implicación en él.
Gradualidad del amor
Aunque en esto las realidades espirituales los grados, divisiones o fases son siempre orientativas, sin ánimo de encasillar experiencias vamos a señalar algo acerca de esto en el desarrollo del amor.
Hay un primer grado que llamamos EMPATÍA y que podemos definir con el "como a ti" del texto evangélico que manda “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 13,9). No me gusta este aforismo por lo que tiene de imperativo o ley impuesta. Ciertamente es un consejo al que hay que aplicarse, pero mirado este precepto desde el impulso del corazón podemos decir en presente de indicativo: “amas a tu prójimo cuando te amas a ti mismo"; Si no eres sensible a tu propio valor, a tus cualidades, capacidades, posibilidades, etc. difícilmente tendrás sensibilidad para empatizar con el otro.
La empatía suele tener cuatro aspectos importantes:
*Empatía afectiva, que es la capacidad para percibir el estado emocional de la otra persona. Hay quienes tienen más facilidad que otros para experimentar sensiblemente lo que otros sienten.
*Empatía cognitiva o capacidad para comprender la perspectiva o el estado mental de otra persona; quién goza de esta empatía es capaz de comprender la perspectiva de la otra persona; logra ver cuál es su cosmovisión (cómo ve el mundo), su estado mental (cómo piensa, qué piensa) .
*Empatía somática o físico-corporal capaz de sentir en la propia carne el estado físico de la otra persona. Dicen los psicólogos que esto más que una realidad es un reflejo, un verse reflejado en la situación del otro y sentirse como él; aquí entraría, por ejemplo, el ser sensible al estado de cansancio del otro, al estado de tensión que tiene, a su ritmo de respiración, etc.
*Empatía operativa, por la cual se puede comprender cómo actúa la otra persona, cómo se desenvuelve, el interés que le mueve a hacer lo que hace, su voluntad, el código ético que define sus acciones, su nivel de autoestima. Hay quien tiene mucha habilidad en esta empatía y puede predecir como reaccionará una persona determinada ante una situación o un estímulo concreto, porque saben cómo se valoran a sí mismas y cuál su código de conducta.
La empatía es el primer grado de amor o altruismo. Si no empatizo no puedo vivir mi entrega al otro. Y sin empatía tampoco puedo acceder a practicar el segundo grado de amor que definimos como AMOR BONDADOSO. No nos detenemos en éste amor porque formará parte de un tema más amplio. Digamos de momento que más que una emoción este amor se define como un deseo. Es el deseo urgente de que otros -o uno mismo- tengan felicidad y puedan gozar de todas las circunstancias y condiciones requeridas para que así sea. Un deseo que, por supuesto, no se queda en una “buena voluntad pasiva” sino abierta a obrar cuando se presenta la ocasión.
Un rasgo esencial de Jesús de Nazaret fue "que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38). Lo más loable que se puede decir de una persona es que “pasó haciendo el bien”, o como se dice de san José, “que era bueno” (Mt 1,19).
Un grado más es el AMOR COMPASIVO, o compasión a secas. Es el deseo de aliviar el sufrimiento o malestar de otros y de erradicar todo aquello que esté generándole ese daño. Este amor no se limita a atender al que sufre, llega incluso a cargar con el sufrimiento del otro. A la postre, la verdadera compasión no consiste en desear hacer el bien a quienes no han tenido la misma fortuna que nosotros; eso no será posible sin despertar a la realidad del parentesco que cada cual tenemos con todos los seres.
La compasión o amor compasivo será el tema central del tercer bloque de nuestro camino. Es el amor que Jesús propone cuando dice: “os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13,34). La referencia para conocer y vivir este amor la tenemos en Jesús compasivo, cuyas enseñanzas acerca del Reino de Dios pretenden erradicar las causas los sufrimientos, y sus acciones van directamente a eliminarlas. Además la encarnación lleva a Jesús a la kénosis o abajamiento que le iguala con toda la humanidad, por abyecta que sea, hasta incluso sufrir sin que él lo mereciera, porque no hubo en él asomo de participación en las causas que generan el sufrimiento (no conoció pecado). “Nosotros, -dijo el buen ladrón en la cruz- en verdad, estamos sufriendo justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo” (Lc 23,21)
Citemos finalmente el AMOR DIVINO, que es la cima del amor, y que en nuestro caso supone una total confluencia con el amor de Dios. Diríamos que se trata de alcanzar el grado de amor con que se aman las tres personas de la Santísima Trinidad, las cuales se aman de tal modo que no sólo se identifican como personas por su relación de amor (Padre, Hijo, Espíritu) sino que, además, sabemos que esa relación es la que fundamenta la identidad de cada una de las personas divinas y la que hace posible la unión superando la uniformidad y yendo misteriosamente más allá de la diversidad.
No nos detenemos aquí en esto del Amor divino, que será el centro de atención en el cuarto bloque de nuestra formación. Baste decir que el amor lo podemos contemplar, o podemos despertar a él, desde dos perspectivas distintas:
1- Podemos disfrutar o experimentar un “amor relativo”, que es el que vamos viendo en la etapa 2 (Bondad y Altruismo) y 3 (Compasión); este amor relativo podemos desarrollarlo poniendo algo de nuestra parte;
2- y por otra parte aspiramos al “amor absoluto”, que es el amor esencial, amor de Dios, que se manifiesta de manera excelsa en el misterio de la Cruz, donde el vacío (donación total, cruz) y la plenitud (consumación, gloria) del amor absoluto de Dios confluyen. Este amor absoluto es pura gracia divina. En él recibe Dios toda gloria y hace nos partícipes de ella.
La cruz es el punto focal de la espiritualidad cristiana: "Cuando sea glorificado el hijo del hombre... -se refiere a la cruz- atraeré a todos hacia mí" (cf Jn 12,20-33). Por amor, por darnos vida abrazó Cristo la cruz. Así dice san Ireneo: "La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios" (Adv. Haer. L 4 20,7). Ver, contemplar, el amor de Dios en la ignominia de la cruz es alcanzar la iluminación. ¿Hay algo más grande que merezca la pena ser visto en este mundo? "Los reyes cerrarán la boca al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito" (Is 52,15; cf Is 53). ¿Entiendes ahora por qué san Juan de la Cruz describe la cima del monte, la plenitud de la vida, con esta frase: "sólo mora en este monte honra y gloria de Dios"?. Ya es significativo que el poeta del amor de Dios que es este santo carmelita tomara hábitos con el nombre de "Juan de la Cruz".
Desde el simbolismo matrimonial propio de la espiritualidad bíblica y muy presente en el lenguaje de la mística carmelitana el amor relativo es el de los desposorios (compromiso, admiración, cercanía, enamoramiento) mientras que el amor absoluto es el propio del matrimonio espiritual consumado (compartir la alcoba del silencio más íntimo, compartir el lecho, unión con Dios). Llegado el culmen de la vida amorosa, en la unión, todo lo anterior queda olvidado, vacío de palabras, pensamientos e imágenes; sólo hay abandono, Misterio de comunión con el Dios Trino. Entonces "solo Dios basta" (Teresa de Jesús).
Noviembre 2023
Casto Acedo
3.1 Tallar el diamante. (I)
Seguimos con nuestros pasos para el crecimiento espiritual. Aquí comenzamos el tema 3 de la etapa, que trata sobre la fraternidad universal (amor y altruismo universal) y la bondad (amor generoso).
Comienzo la exposición con un texto en el que Thomas Merton expone su experiencia de iluminación o despertar a la vida espiritual. Es la narración del momento en que su alma se abre al amor universal.
Solemos pensar que las experiencias místicas se dan en la intimidad de un oratorio mientras hacemos oración en el cojín, la silla o el banquito. Sin embargo, para Merton todo sucedió en una calle bulliciosa. ¡Qué importante es estar atentos! En cualquier momento puede llegar la luz. Al ver a Dios en tanta gente dedujo la importancia de sentir el mundo y a los demás seres como parte propia, e indica como "Dios mismo consideró un honor convertirse en un miembro de la raza humana".
“En Louisville (Kentuky), en la esquina de las calles Fourth y Walnut, en plena zona comercial, súbitamente se apoderó de mi la conciencia de que amaba a toda esa gente, que eran míos y yo suyo, que no podríamos ser ajenos los unos para los otros, por mucho que no nos conociéramos de nada. Fue como despertarse de un sueño de separación, de aislamiento espurio de uno mismo en un mundo especial... Aunque “fuera del mundo”, estamos en el mismo mundo que los demás, el mundo de la bomba atómica, el mundo del odio racial, el mundo de la tecnología, el mundo de los medios de comunicación de masas, de las grandes empresas, de la revolución y de todo lo demás... Ser miembro de la raza humana es un destino glorioso, aunque sea una raza que se dedica a muchas absurdidades y que comete muchos errores espantosos: sin embargo, a pesar de todo eso, Dios mismo consideró un honor convertirse en un miembro de la raza humana” (Thomas Merton, Conjeturas de un espectador culpable).
* * *
Titulamos este tema "tallar el diamante", aunque también podríamos decir “refinar el oro”, entendiendo que el diamante o el oro no es otro que el amor. Como seres creados a imagen de Dios, y habida cuenta de que “Dios es amor”, es obvio que también nosotros somos amor, es decir, un toque divino nos define. Dios habita en mi castillo interior y por tanto puedo hablar de un “estar de Dios dentro de mi”; así lo enseña santa Teresa de Jesús (cf 3 M 3,3). La presencia de Dios en el hondón de mi alma certifica la idea de que el amor forma parte esencial de mi ser original; participo del amor de Dios; así que tallar o refinar el amor que soy viene prácticamente a coincidir con "refinar mi propio ser", tallar el diamante de mi vida.
La vida espiritual cristiana se puede imaginar como tarea de minero. Ahí, en el hondón del alma hay un tesoro, que es Dios; ese tesoro está cubierto de capas de contaminación conceptual, creencias y miedos, de egoísmo y egocentrismo. La basura bajo la que se esconde el tesoro limita nuestro acceso a Él, y también esa basura limita el acceso a nuestro ser, a nuestro yo genuino y positivo, tocado por el amor, el cariño y la compasión que nos conectan con Dios. Tenemos una tarea ineludible: excavar el pozo, sacar de nuestra hondura el amor que somos. Refinar el oro, pulir el diamante que ya somos.
*
El amor alivia el sufrimiento
El amor auténtico no es egoísta, es abierto; está siempre en salida y con puertas abiertas en actitud de acogida. La misma esencia del amor le hace ser naturalmente expansivo, lanzado hacia todas las criaturas y especialmente hacia las personas (altruismo, fraternidad). La apertura hacia fuera y la acogida incondicional del prójimo no es un detalle opcional a elegir en la vida espiritual sino la pieza clave sobre la que se edifica toda la vida humana, y por lógica toda vida cristiana; lo cristiano asume lo humano; sin amor no hay felicidad, ni vida digna, ni vida que pretenda llamarse cristiana. El amor cubre todo lo que anhelamos, comenzando por el poder de aliviar cualquier sufrimiento o malestar.
Si vivimos para otros vamos a sufrir cada vez menos. ¿Por qué? Porque todo sufrimiento viene de quererse uno a sí mismo más que a los demás, de creerse el centro del universo y desear cosas que alejan de la realidad que somos. Cuando no estás satisfecho con lo que tienes, cuando rechazas, marginas, odias o destruyes algo, desfiguras tu ser-amor, tu imagen divina; te destruyes o te desfiguras a ti mismo, y esto te lleva a una percepción cada vez más falsa de la realidad. Una vez corrompida por el egoísmo, tu voluntad se ve arrastrada a acciones dañinas que generan sufrimiento en ti al tiempo que dañan la naturaleza o hacen sufrir a otros.
El egocentrismo como preocupación exagerada por el propio bienestar está en el origen del conflicto espiritual. Cuando estás obsesionado por ti mismo, cuando todo gira en torno a tus caprichos, tarde o temprano se produce una reacción emocional tóxica que se apodera de ti. La forma de neutralizar este monstruo que todo lo engulle es practicar gestos de generosidad amorosa; porque el amor es el único capaz de neutralizar el egocentrismo y reparar el daño producido a nivel emocional, psicológico y físico. El amor todo lo cura.
El amor ayuda a meditar
El amor es básico para practicar meditación; favorece el estado meditativo. Al poner tu interés en mirar tu "ser amor" y en servir al bien de todos, te liberas de apegos o aferramientos que son la causa principal de la dispersión mental o distracción. Las distracciones en la meditación no son sino plasmación de los apegos en los que vives; hay algo atractivo que no quieres soltar, que llama tu atención y te distrae. Si no amas lo suficiente tu meditación puede quedar reducida a la rutina de eliminar las molestias que produce la distracción. Y así lo más normal es que te canses y dejes la práctica meditativa.
Hay como un círculo vicioso que debemos romper: por un lado tenemos el atractivo de las cosas de fuera que nos seduce y nos inquieta, y por el otro la reacción positiva que nos mueve a estar alertas para no ser arrastrados por pensamientos, sentimientos o impulsos que que roban la debida atención a Dios. Las distracciones son molestias que debes ir superando, teniendo en cuenta que la buena meditación no se interesa tanto en eliminar las molestias -éstas seguirán surgiendo: te seguirán llamando al teléfono, habrá ruidos, surgirán en ti recuerdos, imágenes, etc.- cuanto en lograr que esas molestias no se apoderen de tu atención. Es decir, el amor nos hace menos reactivos y así podemos mantener mejor el estado de equilibrio -quietud y silencio- y la consiguiente atención en la meditación.
El amor aproxima a la sabiduría
Otra buena razón para practicar el amor generoso o altruismo es que nos acerca a la verdad. Nada nos ajusta a la realidad tanto como el amor. Cuando el egoísmo (nerviosismo o inquietud del ego negativo) marca el ritmo de nuestra vida nos identificamos con todo tipo de cosas: nuestra raza, nuestro apellido, familia, bandera, posición social, etc, Son muchos los que dicen “yo soy...” y añaden “nombre, profesión, cargo, identidad religiosa, etc".
La práctica del amor no nos encierra en una identidad individual y aislada sino que nos conecta con otros seres, amplia el círculo de nuestra empatía, y por tanto, amplía también el círculo de identificación: ya no me veo desde mí mismo sino que me siento parte de una familia, una sociedad, un continente, una especie, y desde ahí pasamos a todo lo que es el planeta y aún más allá, dependiendo sólo de los límites que nos queramos imponer. En el amor tomamos conciencia de que somos "ciudadanos del mundo".
Amar a tope supone asumir como propia la identidad de toda la creación, sentir como propias las alegrías y las penas de toda criatura; puedo hacer mío este proverbio latino: Homo sum, humani nihil a me alienum puto (Terencio), "Soy un hombre, nada humano me es ajeno". Poniéndome en el lugar del otro comprendo que lo que hay fuera de mí no es ajeno a mí, porque en cierto modo todos los seres somos interdependientes.
"Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. (1 Jn 4,7-8)
El amor es la fuente primordial del conocimiento. Lo hemos aprendido ya: " Las criaturas racionales, como los hombres y los ángeles, poseen dos facultades principales: la facultad de conocer y la facultad de amar. Nadie puede comprender totalmente al Dios increado con su entendimiento; pero cada uno, de maneras diferentes, puede captarlo plenamente por el amor" (Nube del no-saber, 4). Amar a Dios, saberme habitado por Él y sentirme parte de la humanidad, me hace partícipe de una sabiduría que no procede de la inteligencia sino del corazón. Verme a mí mismo en conexión con el universo, mirarme en lo otro (creación), en los otros (humanidad) o en el Otro (Dios), es estar en la senda de la verdad y la humildad, virtudes que abren mi corazón a la sabiduría divina.
Casto Acedo
2.5 Amor universal y arrepentimiento
Altruismo (amor) divino
“Dios, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. (1 Tm 2,3). Es importante este “todos”, porque pone de manifiesto que Dios, y en su caso Jesús, no pone límites al alcance de sus bendiciones.
Cuando se cambió en la misa la fórmula litúrgica de la consagración, que hasta entonces hablaba de “sangre derramada por todos los hombres” a "sangre derramada por muchos”, se abrió un debate no poco importante. Al decir que la sangre se entrega “por todos” deja claro Jesús que su Pascua de muerte y resurrección no beneficia sólo a un grupo determinado, aunque numeroso, de individuos. Su intención fue de sanación universal.
Jesús quiere la salvación de todos. La expresión “por muchos”, parece reducir el campo de acción. Aunque no es así, porque mantiene abierta la inclusión de cada persona individualmente sin dejar de reflejar también el hecho de que la salvación no se cumple de forma mecánica, sin la voluntad o participación de quién la acoge; tiene que haber una decisión. Tú puedes decidir si incluirte entre los salvados o mantenerte al margen.
Según se mire, sea desde la voluntad de Dios o desde la aceptación de la misma por parte de la persona, ambas expresiones se complementan. La voluntad humana puede situarse en la cercanía o en la lejanía de la de Dios; puede aceptar o rechazar el don de su amor, pero lo que no se puede poner en duda es la voluntad divina que quiere que “todos” encuentren la felicidad. La vida de Jesús, al decir de muchos teólogos, fue pro-existencia, un vivir puesto al servicio de la vida y la felicidad de todos los hombres. No murió Jesús para favorecer exclusivamente a sus discípulos.
Dios quiere que la creación entera se beneficie de sus dones. Esto es el altruismo universal, o más acertadamente la fraternidad universal del Dios Padre de Jesús que este texto evangélico da a entender de modo excelente:
“Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publícanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” ( Mt 5 44-48).
Dios "no hace acepción de personas” (Hch 10,34; cf Lc 20,21; Rm 2,11;Col 3,25). Desde la perfección del amor de Dios que no excluye a nadie puedes comprender que tus acciones también has de ofrecerlas y dedicarlas para bienestar de “todos los hombres y demás criaturas” y a “beneficio de todos los seres”. Y "todos" quiere decir "todos".
Obrar amando a todos, sin excepción ni acepción, es un acierto, porque permite que esa acción que dedicas perdure en el tiempo y en el espacio. “Visitar a un amigo enfermo”, por ejemplo, es ciertamente algo que hiciste, y si el enfermo y sus allegados se alegraron de tu visita, cumpliste con tu misión; pero el espíritu de amor que pusiste en esa acción sigue presente en el mundo y lo está cambiando para bien. Una obra virtuosa no genera sólo un bien particularista puntual sino que beneficia a todos los seres y genera un cambio global.
El amor, abono para la paz
Ten en cuenta que las acciones buenas son un abono para la paz, el bienestar y la felicidad de la humanidad. Aunque no sean recibidas por aquellos a quienes las dirigimos -por ejemplo, si hago un regalo una persona y lo rechaza, o si pido perdón a alguien que no acepta ese perdón-, el acto de altruismo queda ahí y no pierde su valor.
Un regalo beneficia a quien lo quiera recibir, es cierto, pero además, si quien regala lo hace con una generosidad altruista, movida por el amor fraterno que no tiene interés alguno, el regalo también beneficia a quien lo hace; y su primera ganancia es que, aunque se rechace su acción o regalo, él nunca sufrirá por ello porque no hizo su obra para que le agradezcan nada.
El mejor premio para quien quiere crecer en vida espiritual es precisamente el no-premio, porque le entrena para vivir desde dentro en libertad y no pendiente y dependiente de los elogios que le pudieran venir de fuera. El altruismo genuino supera la adversidad de no verse correspondido; y en esta falta de recompensa se fortalece. ¿No es esta la victoria de Cristo en la cruz?
”Cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. (Rom 5, 6-7).
En este texto de expone muy bellamente cómo el altruismo o fraternidad universal, vivido en absoluta gratuidad hacia todos, lleva consigo una gran fuerza y eficacia. Es la entrega totalmente altruista de Jesús la que salva al mundo, un gran regalo de Dios. Y para responder y "completar lo que falta a la pasión de Cristo" (la expresión es de san Pablo, Col 1,24) cuenta Dios con nuestras obras de generosidad gratuita, las que no desisten en el amor a pesar del rechazo, y que redimen a aquellos a quienes se dirigen, pero sobre todo a quienes las practican. Es este un buen motivo, desde la espiritualidad cristiana, para “hacer el bien sin mirar a quien” y sin esperar nada a cambio. Altruismo en estado puro, fraternidad universal sin fisuras.
La bondad del arrepentimiento
Lo dicho sobre la persistencia y efectividad de las acciones hemos de considerarlo tanto en caso de que sean buenas como cuando sean malas. Las malas obras, como las buenas, tampoco son acciones cerradas y terminales sino que ambas permanecerán en el tiempo si no haces lo necesario para que su fuerza negativa se desvanezca.
¿Qué hacer? Para paliar el efecto negativo de tus malas acciones lo primero que debes hacer es repasar mentalmente lo ocurrido tomando conciencia de lo torpemente que obraste, por ejemplo contra otra persona. Debes, además, no rehuir sino aceptar y mirar de frente ese pecado, no solamente como un acto puntual (robo, infidelidad, insulto, bofetada, difamación, etc.) sino teniendo en cuenta también la globalidad de condicionantes, momentos, circunstancias y decisiones que te llevaron a él. Asumir esto te ayudará a erradicar el mal.
Observar y ser consciente de todo lo que envuelve a una mala acción, reconocer los elementos que dieron lugar al huracán, al caos, a la tormenta perfecta que surgió en aquel momento causando gran daño, no quita responsabilidad al hecho, pero ayuda a valorarlo desde el grado de consciencia habido en el momento. Y se abre con ello el paso para llegar a un arrepentimiento que será más perfecto si se asume en su justa medida la culpabilidad y se toma la decisión de cambiar en adelante los resortes que llevaron a la mala acción a fin de evitar que vuelva a repetirse.
Para alguien que no es creyente, en los casos de malas acciones viene bien un sincero reconocimiento del error y hacer un voto o promesa de reparación y de cambio que facilite la corrección; podrá así eliminar el sentimiento de culpabilidad. Si soy cristiano católico no vendrá mal, además, recurrir al sacramento de la penitencia reconociendo con humildad ante Jesús cómo la idolatría del ego me ha llevado al mal; el perdón de Dios recibido con fe y la diligencia en la reparación del daño producido por el pecado sanan la herida y dan pie a una renovación espiritual de gran hondura, porque Dios "sana a los que tienen quebrantado el corazón y venda sus heridas" (Sal 147,3). En ambos casos, creyente o no, el arrepentimiento, el deseo de cambio y las buenas obras, terminarán por limpiar el corazón dejando al pecado en el olvido.
Saldar deudas es encontrar la paz
Recuerdo la antigua traducción litúrgica del padrenuestro que decía “perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Una deuda es “lo que se debe a alguien”; y ¿qué es lo que debemos a nivel espiritual? Pues debemos amor, aceptación, dedicación a la justicia, etc. Aunque más "que debemos" deberíamos decir “nos debemos”.
Si queremos vivir una felicidad sostenible en el tiempo no podemos eludir el hecho de que ésta sólo puede venirnos de la paz, de la ausencia de lo negativo en nosotros. Es decir, cuando estamos libres de deudas económicas, o libres de deudas sociales, o de deudas de tipo personal, cuando no nos come la conciencia por haber hecho algo malo, entonces podemos tener paz y quietud. Por tanto, hemos de hacer todo lo posible para sanar las deudas pendientes. Y vale la pena porque es una forma de desarrollar una felicidad sostenible.
Decimos de Jesús que “Él pagó por nosotros” (Col 1,14; 1 Pe 1,18-19). Pues bien, también nosotros podemos y debemos pagar lo que debemos, o sea, amor, fraternidad sin límites, bondad, generosidad; esta es una forma de desarrollar felicidad que no vendrá de la obsesión por cobrarnos todo lo que creemos que nos debe la vida, como hace el mundo, sino pagando (amando) lo que debemos como imágenes de Cristo que somos; respondiendo sabiamente a las exigencias de nuestra naturaleza buena.
Este amor que nuestro ser divino nos exige no quedará sin premio. Cuando me dejo llevar por el Espíritu Santo y dejo a un lado los caprichos de mi ego embarcándome en las duras tareas del evangelio, no quedo sin recompensa; vacío de intereses y deseos que no sean Dios comenzaré a sentirme lleno de su Espíritu, y podré decir con san Juan de la Cruz: ¡Oh mano blanda! / ¡Oh toque delicado / que a vida eterna sane! / y toda deuda paga. (Llama de amor viva).
Solemos huir de las sequedades y sufrimientos, de las noches oscuras, sin embargo,
"conviénele al alma mucho estar con grande paciencia y constancia en todas las tribulaciones y trabajos que la pusiere Dios de fuera y de dentro, espirituales y corporales, mayores y menores, tomándolo todo como de su mano para su bien y remedio, y no huyendo de ellos, pues son sanidad para ella, tomando en esto el consejo del Sabio (Ecle. 10, 4), que dice: Si el espíritu del que tiene la potestad descendiere sobre tí, no desampares tu lugar (esto es, el lugar y puesto de tu probación, que es aquel trabajo que te envía); porque la curación hará cesar grandes pecados, esto es, cortarte ha las raíces de tus pecados e imperfecciones, que son los hábitos malos, porque el combate de los trabajos y aprietos y tentaciones apaga los hábitos malos e imperfectos del alma y la purifica y fortalece" (San Juan de la Cruz, Ll B 2,30).
Para el mundo la felicidad es placer hedonista, estimulación, excitación, algo que viene de fuera. Sin embargo para quien es espiritual y no está atado al mundo la felicidad viene de la paz y tranquilidad interior fruto de una vida que se hace don, que “paga la deuda” no sólo de sí, si es que tiene algo negativo que purgar, sino también la de aquellos por los que intercede. Con mi entrega curo el daño de mis pecados, y puedo sanar también el mal que hacen los hermanos, porque “yo soy ellos” y “ellos son yo”; esto significa fraternidad y verdadero altruismo.
Ser altruista o hermano al modo de Jesús lleva consigo unirse a Él “pagando por todos”. ¿Qué es un santo sino una persona que ha asumido que no sólo es responsable del mal que provoca sino, en cierto modo, se sabe también responable del provocado por otros? Quien se sabe parte de un todo no puede ver una guerra, una injusticia, una enfermedad, una miseria humana, etc. y decir "no lo he visto", “yo no he sido”, “yo no tengo culpa de nada de eso”. ¿Dónde está aquí la fraternidad como cualidad y el altruismo como tarea?
Eres un beneficiario del pago de otros. Muchos restañan los daños que tú produces. Cristo pagó por ti y por todos (Rm 5,8), vivió dándolo todo, perdonando, asumiendo tus deudas. Y eso no fue para él motivo de insatisfacción, al contario, dio paz y sentido a su vida. Tienes en Él un espejo y un camino.
Resumiendo: toda tu actividad debe estar sellada con un sentimiento de fraternidad universal y una intención altruista. Si no desarrollas esta actitud lo que haces queda un poco en el limbo. Y mirado desde el otro lado, una simple actitud negativa puede destruir y anular para el futuro lo que hiciste de positivo. Así que ya sabes: si todo lo que haces va nimbado por una donación pura, un "hacer por el bien de todos", nunca pierdes el premio; de momento todo lo que das de ti va a crear en ti mismo más virtud, más fuerza; recibes, como dice Jesús, "el ciento por uno" (Mc 10,29), y a la larga toda la creación saldrá beneficiada.
Noviembre 2023
Casto Acedo