lunes, 25 de septiembre de 2023

3.3 Elimina prejuicios. Consejos prácticos (I)

Después de abrir el tema 3 de la segunda etapa con una enseñanza teórica ("Tallar el diamante") vamos a ir dando pautas prácticas para dicho refinamiento. En esta entrada se recuerda el tesoro que llevamos dentro y se dan unos consejos sobre la conducta que debemos practicar para conectar con él. En concreto nos centramos en algo importante para acceder al corazón propio y el del otro: dejar a un lado los prejuicios que tenemos sobre nosotros mismos y sobre los demás y que hacen previsibles nuestras reacciones poco fraternas y amorosas.

"No juzguéis, para que no seáis juzgados.  Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros.  ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?  ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Déjame que te saque la mota del ojo", teniendo una viga en el tuyo?  Hipócrita: sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano" (Mt 7,1-5) 

Conocer el amor que somos

En el tema anterior referíamos que el trabajo espiritual requiere “pulir el diamante” o "refinar el oro", es decir, ir despojándonos de la rudeza o la escoria que ocultan o ensucian la belleza interior, para extraer con éxito de la mina que somos la piedra preciosa que nos inhabita, la chispa divina que nos alienta, la imagen de Dios que permanece íntegra en el corazón.

El amor pertenece a nuestro ser natural. Esta virtud solemos mirarla como algo exterior que queremos alcanzar: “tengo que amar más”, te dices, tengo que “ser más compasivo y misericordioso”, "tengo que..."  Y vives volcado hacia fuera sin darte cuenta de que el amor más que un objeto u objetivo que alcanzar es una cualidad interior a descubrir y reconocer. El amor no es un lugar al que llegar sino algo a lo que abrirse. 

El amor está dentro de ti. Tú eres amor, eres compasión, eres misericordia. El amor de Dios, su Espíritu, te habita. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,4), "¿no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor 3,16).

Meditamos para conocer la riqueza que nos habita, para adquirir sabiduría, para aprehender la vida que ya tenemos, porque "poseemos las primicias del Espíritu” (Rm 8,23). Y no sólo nos perfeccionamos mediante el ejercicio de la meditación formal en la silla, el banquito o el cojín. Todas esas prácticas rituales se enriquecen y complementan con una conducta o modo de conducirse en la vida conforme con lo que vamos descubriendo sobre nuestro ser en la contemplación. 

Es bueno meditar; pero también es necesario discernir y desarrollar las conductas adecuadas que explicitan el amor, porque “no todo el que dice Señor, Señor” encuentra el tesoro escondido en su alma sino quien hace suya la invocación poniendo en práctica el amor que desea alcanzar (cf Mt 7,21).


Meditación y conducta

La conducta o modo de responder a los estímulos exteriores es un dato básico a la hora de evaluar el desarrollo personal. Creces y eres feliz cuando te ves a ti mismo eligiendo vivir de modo virtuoso y haciendo de las virtudes tu mapa de conducta. 

Pero no siempre elegimos. Desde niños se nos han transmitido unas ideas y nos han entrenado en unas habilidades que han ido configurando el enfoque que damos a la realidad que nos envuelve y el modo de reaccionar frente a ella. Junto a la propia visión del mundo, ya sea por inducción o por propia deducción, hemos acumulado una serie de respuestas automáticas para las preguntas y acontecimientos que van surgiendo en el día a día. Y cuando dejas que los prejuicios personales, familiares o sociales acumulados marquen automáticamente tus respuestas es fácil caer en conductas crueles e injustas.

No creces cuando sueñas o fantaseas sobre una vida ideal impuesta por la tribu, cuando te empeñas egoístamente en decidir cómo han de ser las cosas y las personas que te rodean, cuando juzgas a los demás desde tus exigencias y perfeccionismos. Entonces sueles  rechazar y negar la bondad de todo lo que no te agrada y acabas justificando lo que te gusta, aunque objetivamente no sea recomendable. Mala decisión es evaluar tu conducta desde los criterios de agrado o desagrado personal. 

Es claro que debo preocuparme por analizar y depurar mi conducta teniendo en cuenta los engaños de mi mente. ¿Cómo debo reaccionar o conducirme frente a los fenómenos que me provocan desde fuera? ¿Cómo saber lo que me conviene hacer en cada momento? ¿Cómo desarrollar unas pautas de conducta adecuadas? No es fácil. Sobre todo porque en gran medida hemos sido programados por la propia cultura para dejarnos llevar por automatismos que pertenecen al patrimonio común de la tribu. 

Si me observo detenidamente constato que desconozco mi ser original; casi todo lo que pienso de mí mismo y del mundo son cosas inducidas por la cultura en la que me he criado. Mi lengua, mi modo de vestir, mi alimentación, mi concepto de la vida, mis creencias, mi religión, etc..., todo responde principalmente a una educación que me ha venido de fuera. El disco duro de mi mente y mi corazón (mis ideas, mis emociones y mis impulsos) ha sido programado desde fuera en gran medida.

El grupo social, el tiempo y el lugar donde vivimos determina la personalidad más de lo que solemos creer. ¿Qué pensarías de ti y de tu entorno si en vez de nacer en España hubieras nacido en China? Tu lenguaje sería ininteligible para los españoles, tu vestido extraño, tu alimentación sorprendente, tu concepto de la vida, tus creencias, tu religión, etc., incomprensibles para un occidental

¿Qué queda detrás de todos esos conceptos y formas de ver la vida tan distintas en unos y en otros? Los sabios de tiempos pasados hablaban de una filosofía perenne, fruto del corazón,  que sólo procede del “conocimiento propio”. Cuando la gente acudía al templo de Delfos, en en Grecia, buscando respuesta a sus preguntas lo primero que veía era lo que estaba inscrito en la puerta de la entrada: “conócete a ti mismo”; como si dijera: las respuestas están ya en tu corazón, todo lo demás son adornos, distracciones.

Los grandes sabios se han caracterizado por poner en tela de juicio las ideas, creencias o conceptos de la vida, aprendidos y repetidos acríticamente. La verdad está dentro de ti, ¡conócete a ti mismo!. Aquí tienes una pista para cambiar: buscar dentro de tu "ser amor" la luz para tu modo de obrar. 

Jesucristo, hombre sabio por excelencia para quienes le conocemos y reconocemos además como Dios encarnado, invita a "entrar en lo secreto" (Mt 6,6), a escudriñar el corazón (cf Mt 15,15-20) para encontrar el mapa que facilite una vida lejos del mal y sólidamente asentada en la cercanía del bien (cf Mt 7,24-27). Dejarse conducir (educar, fijar conductas) por Jesús es una apuesta por unirse a quienes hacen de la experiencia del amor el motor de su vida. Y no confundamos el amor experimentado con  el amor ideal.


Elimina tus "prejuicios"

Necesitamos, pues, expurgar de entre lo que nos envuelve la esencia de lo que somos. Alejarnos del mal y acercarnos al bien. Así construimos la vida superando prejuicios, esos  virus que infectan el disco duro de nuestra existencia y que  funcionan como unas gafas (ego) que se ponen entre mi yo interior y los otros. 

De una manera u otra todos llevamos puestas las lentillas del prejuicio. Prejuzgamos la realidad, la vemos según nos han enseñado, la catalogamos con criterios que previamente nos han sido impuestos por la cultura o bien con criterios que nos impone el miedo a perder nuestro confort.

Los prejuicios más importantes son los relacionados con las personas.  Ejemplos evidentes son el racismo, el nacionalismo, el etnicismo, la edad, la clase social, el idioma, el modo de vestir, la opción sexual, etc.

No hay que ser muy inteligente para saber que si queremos adquirir equilibrio y desarrollo personal, debemos superar todas las divisiones que puentean la originalidad de cada persona, pasar de largo sobre las historias reales o imaginarias que colgamos a otros sin conocerles, sólo por su apariencia física o su origen, todos los esquemas cristalizados e ideas prefijadas sobre los demás, que hemos heredado de nuestros antepasados y/o que hemos mantenido y afianzado con experiencias personales negativas o tradiciones culturales poco abiertas. Sin olvidar, por supuesto, que el prejuicio más pernicioso puede que sea el que cada cual puede tener sobre sí mismo. ¿Me conozco de veras? 

Ante todo esto vigila tu subjetividad, porque es muy común la tendencia a juzgarte a ti mismo desde tus esquemas aprendidos y a juzgar a las personas desde tu relación personal con ellas, sin considerarlas en lo que son en sí mismas. Por tanto, ten en cuenta esto:

Lo primero: "conócete a ti mismo". Porque los peores prejuicios son los que mantienes sobre ti, tus deficiencias y tus capacidades. Seguramente vales más de lo que crees y tienes más razones para ser feliz que para vivir constantemente enredado en deseos insatisfechos. Los prejuicios sobre ti mismo pesan como una losa que te impide salir de tu oscuridad y mirar con claridad a los demás. Por tanto, te aconsejo perseverancia; no abandones el proceso de meditación y autoconocimiento que has emprendido. “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo” (S. Juan de la Cruz, D 35), o sea, tú vales más de lo que imaginas. 

*No consideres  ni favorezcas a nadie simplemente por la buena impresión que te dé. Hay personas que se portan muy bien contigo, y te caen bien. Pero luego tratan mal al camarero, al inmigrante o a algún trabajador que tienen contratado. Por tanto, no hay que caer en la trampa de catalogar a una persona solo teniendo en cuenta cómo me trata a mi; no te dejes llevar por las impresiones subjetivas. ¡Cuidado con "los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre" (Mt 23,27). No te dejes engañar.

*Tampoco juzgues a nadie favorablemente sólo porque te hace sentir bien. Si tienes que elegir una persona para un trabajo no lo hagas porque sea un familiar tuyo, o tu amigo o porque te trate bien. Si quieres que la persona mejor cualificada tenga ese trabajo no des preferencia a quienes más quieres sino a quién tenga mejores cualidades para ocupar el puesto. Hemos de procurar actuar en estos casos con una justicia que no esté mediatizada por la relación personal. "Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo" (Lc 6,32-33).

*También es importante que seas lo suficientemente intolerante con quien dañe a otras personas o con quién tenga hábitos dañinos. Por muy bien que te trate a ti debes quedar claro a quien se daña a sí mismo o daña a otras personas que sus actitudes son intolerables. Así por ejemplo, no deberías tolerar o pasar por alto que haya una persona que esté maltratando a su mujer, a su marido o a sus hijos, por muy bien que se porte contigo.

Aquí deberás ejercer tu vocación profética en clave de denuncia: "Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano" (Mt 18,15-17). Observa que solemos hacer la inversa: contamos todo a los otros en clave de chisme, generando en los demás juicios negativos. Lo correcto es hablar personalmente y con mucho amor y respeto con quien crees que hace daño o se hace daño a sí mismo. A veces no es consciente de ello. 

*Supera también los prejuicios que se crean entorno a alguien por su vida pasada. No recrimines a quien hizo cosas malas en el pasado y ha manifestado su arrepentimiento. Imita en eso al mismo Dios: "Yo, soy yo quien por mi cuenta cancelo tus crímenes y olvido tus pecados" (Is 43.25).  Intenta separar y distinguir entre el actor y la acción. La acción puede y debe juzgarse, debes discernir la acción negativa que ha hecho esa persona perjudicándose o perjudicando a otros y que puede que merezca tu intervención; debes incluso llamar a la policía si está cometiendo un delito en ese momento, para que sea aislada y no dañe a nadie más. No obstante, cuida de no caer en la perversión de juzgar categóricamente como mala a ninguna persona para siempre. Si, por ejemplo, alguien te dañó en el pasado, es válido aceptar que eso supuso un daño indeseable, que fue injusto e incorrecto en aquel momento, y que se debe corregir o remediar el daño producido. Pero a la vez una parte de ti debe creer que esa persona es recuperable, que pude ser tu amigo en el futuro. Nunca debes tirar la toalla en esto, nunca pensar que alguien es tan corrupto que no se pueda recuperar.


*

En fin, procura evitar dos extremos: la postura de quienes dicen que “no hay que juzgar”. -¿Cómo que no? Tenemos derecho a evaluar una acción y catalogarla como buena o mala para mi y para los demás-, y la actitud de quienes hacen del juicio a las personas un traje que les define para siempre; eso de que "el que pierde el camino lo pierde para siempre".

El ejercicio de la libertad exige juzgar, aunque el juicio has de entenderlo como discernimiento, clarificación acerca de lo que es apropiado en ese momento, en ese lugar y para esas personas. En el análisis de discernimiento se puede descubrir si hay algo que es dañino y requiere intervención. Lo que no se debe hacer nunca es un juicio moralista, categórico, que vaya más allá del momento y el lugar de la acción negativa. Esto es lo que causa problemas y daños. 

No juzgues sin datos ciertos, y su juzgas hazlo siempre con equidad. "No  daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu prójimo" (Lv 19,14-15). Elimina, pues, prejuicios sobre las personas, pero no dejes a un lado un discernimiento o juicio equilibrado, compasivo y amoroso sobre sus actos. Resetea el disco duro de tu alma con el espíritu de compasión universal de Jesús. No te apegues a los juicios antiguos sobre nadie, esos juicios cristalizados en prejuicios y que suelen ser muy negativos. Mantén sobre las personas una mirada abierta, libre de condenas y de visiones subjetivistas; entra a considerar que son  templos del Espíritu Santo como tú lo eres (cf 1 Cor 3,16). Y no olvides mirar a los otros desde una mirada interior adornada por la virtud de la humildad. "El que esté sin pecado, que tire la primera piedra" (Jn 8,7).

Noviembre 2023
Casto Acedo

No hay comentarios:

Publicar un comentario