lunes, 25 de septiembre de 2023

3.2 Tallar el diamante (II)

 El amor es la perfección del altruismo o estado de fraternidad universal, porque permite vivir en el otro. Amar es darse, perderse, vaciarse. A la perfección se llega gradualmente, a no ser que Dios quiera darte en éxtasis de golpe, sin preliminares; algo que no suele ser lo normal. Lo más común es adentrarse progresivamente en Dios y en el amor que es,  aprehender paso a paso es lo mejor porque se respetan los tiempos y las decisiones humanas al respecto.

Se expone en esta entrada del blog un ensayo breve sobre el avance progresivo en el amor, dando fe de los distintos grados de implicación en él.

 Gradualidad del amor

Aunque en esto las realidades espirituales los grados, divisiones o fases son siempre orientativas, sin ánimo de encasillar experiencias vamos a señalar algo acerca de esto en el desarrollo del amor.

Hay un primer grado que llamamos EMPATÍA y que podemos definir con el "como a ti" del texto evangélico que manda “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 13,9). No me gusta este aforismo por lo que tiene de imperativo o ley impuesta. Ciertamente es un consejo al que hay que aplicarse, pero  mirado este precepto desde el impulso del corazón podemos decir en presente de indicativo: “amas a tu prójimo cuando te amas a ti mismo"; Si no eres sensible a tu propio valor, a tus cualidades, capacidades, posibilidades, etc. difícilmente tendrás sensibilidad para empatizar con el otro. 

La empatía suele tener cuatro aspectos importantes:

*Empatía afectiva, que es la capacidad para percibir el estado emocional de la otra persona. Hay quienes tienen más facilidad que otros para experimentar sensiblemente lo que otros sienten.

*Empatía cognitiva o capacidad para comprender la perspectiva o el estado mental de otra persona; quién goza de esta empatía es capaz de comprender  la perspectiva de la otra persona; logra ver cuál es su cosmovisión (cómo ve el mundo), su estado mental (cómo piensa, qué piensa) . 

*Empatía somática o físico-corporal capaz de sentir en la propia carne el estado físico de la otra persona. Dicen los psicólogos que esto más que una realidad es un reflejo, un verse reflejado en la situación del otro y sentirse como él; aquí entraría, por ejemplo, el ser sensible al estado de cansancio del otro, al estado de tensión que tiene, a su ritmo de respiración, etc.

*Empatía operativa, por la cual se puede comprender cómo actúa la otra persona, cómo se desenvuelve, el interés que le mueve a hacer lo que hace, su voluntad, el código ético que define sus acciones, su nivel de autoestima. Hay quien tiene mucha habilidad en esta empatía y puede predecir como reaccionará una persona determinada ante una situación o un estímulo concreto, porque saben cómo se valoran a sí mismas y cuál su código de conducta.

La empatía es el primer grado de amor o altruismo. Si no empatizo no puedo vivir mi entrega al otro. Y sin empatía tampoco puedo acceder a practicar el segundo grado de amor que definimos como AMOR BONDADOSO.  No nos detenemos en éste amor porque formará parte de un tema más amplio. Digamos de momento que más que una emoción este amor se define como un deseo. Es el deseo urgente de que otros -o uno mismo- tengan felicidad y puedan gozar de todas las circunstancias y condiciones requeridas para que así sea. Un deseo que, por supuesto, no se queda en una “buena voluntad pasiva” sino abierta a obrar cuando se  presenta la ocasión.

Un rasgo esencial de Jesús de Nazaret fue "que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38). Lo más loable que se puede decir de una persona es que “pasó haciendo el bien”,  o como se dice de san José, “que era bueno” (Mt 1,19). 

Un grado más es el AMOR COMPASIVO, o compasión a secas. Es el deseo de aliviar el sufrimiento o malestar de otros y de erradicar todo aquello que esté generándole ese daño. Este amor no se limita a atender al que sufre, llega incluso a cargar con el sufrimiento del otro. A la postre, la verdadera compasión no consiste en desear hacer el bien a quienes no han tenido la misma fortuna que nosotros; eso no será posible  sin despertar a la realidad del parentesco que cada cual tenemos con todos los seres.

La compasión o amor compasivo será el tema central del tercer bloque de nuestro camino. Es el amor que Jesús propone cuando dice: “os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13,34). La referencia para conocer y vivir este amor la tenemos en Jesús compasivo, cuyas enseñanzas acerca del Reino de Dios pretenden erradicar las causas los sufrimientos, y sus acciones van directamente a eliminarlas.  Además la encarnación lleva a Jesús a la kénosis o abajamiento que le iguala con toda la humanidad, por abyecta que sea, hasta incluso sufrir sin que él lo mereciera, porque no hubo en él asomo de participación en las causas  que generan el sufrimiento (no conoció pecado). “Nosotros, -dijo el buen ladrón en la cruz- en verdad, estamos sufriendo justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo” (Lc 23,21)


Citemos finalmente el AMOR DIVINO, que es la cima del amor, y que en nuestro caso supone una total confluencia con el amor de Dios. Diríamos que se trata de alcanzar el grado de amor con que se aman las tres personas de la Santísima Trinidad, las cuales se aman de tal modo que no sólo se identifican como personas por su relación de amor (Padre, Hijo, Espíritu) sino que, además, sabemos que esa relación es la que fundamenta la  identidad de cada una de las personas divinas  y la que hace posible la unión superando la uniformidad y yendo misteriosamente más allá de la diversidad.  

No nos detenemos aquí en esto del Amor divino, que será el centro de atención en el cuarto bloque de nuestra formación. Baste decir que el amor lo podemos contemplar, o podemos despertar a él, desde dos perspectivas distintas: 

1- Podemos disfrutar o experimentar un “amor relativo”, que es el que vamos viendo en la etapa 2 (Bondad y Altruismo) y 3 (Compasión); este amor relativo podemos desarrollarlo poniendo algo de nuestra parte; 

2- y por otra parte aspiramos al “amor absoluto”, que es el amor esencial, amor de Dios, que se manifiesta de manera excelsa en el  misterio de la Cruz, donde el vacío (donación total, cruz) y la plenitud (consumación, gloria) del amor absoluto de Dios confluyen. Este amor absoluto es pura gracia divina. En él recibe Dios toda gloria y hace nos partícipes de ella.

La cruz es el punto focal de la espiritualidad cristiana: "Cuando sea glorificado el hijo del hombre... -se refiere a la cruz- atraeré  a todos hacia mí" (cf Jn 12,20-33). Por amor, por darnos vida abrazó Cristo la cruz. Así dice san Ireneo: "La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios" (Adv. Haer. L 4 20,7). Ver, contemplar, el amor de Dios en la ignominia de la cruz es alcanzar la iluminación. ¿Hay algo más grande que merezca la pena ser visto en este mundo? "Los reyes cerrarán la boca al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito" (Is 52,15; cf Is 53).  ¿Entiendes ahora por qué san Juan de la Cruz  describe la cima del monte, la plenitud de la vida, con esta frase: "sólo mora en este monte honra y gloria de Dios"?. Ya es significativo que el poeta del amor de Dios que es este santo carmelita tomara hábitos con el nombre de "Juan de la Cruz".

Desde el simbolismo matrimonial propio de la espiritualidad bíblica y muy presente en el lenguaje de la mística carmelitana el amor relativo es el de los desposorios (compromiso, admiración, cercanía, enamoramiento) mientras que el amor absoluto es el propio del matrimonio espiritual consumado (compartir la alcoba del silencio más íntimo, compartir el lecho, unión con Dios). Llegado el  culmen de la vida amorosa, en la unión, todo lo anterior queda olvidado, vacío de palabras, pensamientos e imágenes; sólo hay abandono, Misterio de comunión con el Dios Trino. Entonces "solo Dios basta" (Teresa de Jesús).

Noviembre  2023

Casto Acedo

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