«Todos los hombres buscan la manera de ser felices. Esto no tiene excepción, por muy diferentes que sean los medios que empleen, todos tienden a este fin» (B. Pascal, Pensamientos, 148)
“La felicidad consiste en comer, beber y disfrutar de todo el trabajo que se hace bajo el sol, durante los días de vida que Dios da al hombre, porque esa es su recompensa; y si Dios da a cada hombre bienes y riquezas y le permite comer de ellas, tomarse su parte y disfrutar de su trabajo, es también un don de Dios. Porque no pensará mucho en la brevedad de su vida si Dios le llena de alegría el corazón” (Ecl 5, 17-19)
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Iniciamos una nueva etapa de nuestro camino espiritual en grupo.
En la primera destacábamos el objetivo de ver con claridad nuestro ser personal, conocernos íntimamente e ir adquiriendo el equilibrio emocional necesario para caminar seguros. Para ello nos retirábamos a la celda o cueva.
Clave para discernir si hemos aprovechado bien esta primera etapa es comprobar si hemos crecido en conocimiento propio. Recordad el consejo de santa Teresa:
“Es cosa tan importante este conocernos, que no querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en los cielos; pues, mientras estamos en esta tierra, no hay cosa que más nos importe que la humildad. Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata de esto, que volar a los demás, porque éste es el camino; y si podemos ir por lo seguro y llano” (1M 2,9).
“Es extraño que este problema de la felicidad, que es la gran cuestión que ocupa la mente de todos los filósofos paganos, haya sido enteramente descuidado por los pensadores cristianos. La gran cuestión que preocupa a las mentes teológicas no es la felicidad humana, sino la "salvación" humana, trágica palabra. ... . La cuestión de la vida es olvidada por la cuestión de salir con vida de este mundo. ¿Por qué ha de preocuparse tanto el hombre por la salvación, a menos que tenga la idea de estar condenado? Las mentes teológicas se ocupan tanto de la salvación, y tan poco de la felicidad, que todo lo que nos pueden decir sobre el futuro es que habrá un cielo muy vago, y cuando las interrogamos acerca de lo que haremos allí y cómo seremos felices en el cielo, sólo tienen ideas de las más vagas, como la de que cantaremos himnos y usaremos túnicas blancas” (Lin Yutang, en La importancia de vivir).
Por tanto, el cristiano no es un sufridor vocacional sino que, en línea con la cita bíblica del Eclesiastés que abre el encabezamiento de este tema, una persona que disfruta de las bondades de la vida material cuando estás le salen al paso; y cuando la enfermedad, el dolor y el sufrimiento aparecen busca en su interior la fortaleza necesaria para no caer en la tristeza.
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Hablemos de la felicidad
"Todos queremos ser felices", el deseo de bienestar y felicidad es el anhelo primario del ser humano, el motor e impulso de su vida.
Hemos comenzado esta segunda etapa hablando de felicidad por la necesidad de poner en claro que la vida espiritual no se opone a los fines de la vida en general; y en segundo lugar por la evidencia de que sólo quien es feliz puede dar felicidad. Sólo una persona satisfecha de su vida puede darse a otra en altruismo (acogida), bondad y compasión, que son los motivos que nos guiarán este año. ¿Cómo sentir a otros como hermanos si yo mismo soy un extraño para mí? ¿Cómo ser bondadoso si me odio y me desprecio a mí mismo? ¿Cómo ser compasivo si me muestro duro con mi propia vida? Sólo un corazón abierto a la aceptación y el amor de sí mismo está abierto para acoger y amar a todo el mundo.
Pero ¿qué es la felicidad auténtica?
Si preguntas a varias personas puedes obtener definiciones muy variadas sobre la felicidad. Cada uno la ve de manera diferente, aunque en realidad cada uno aspira en su mundo personal y social a un mismo fin: disfrutar, ser feliz.
Unos andan más o menos acertados en su búsqueda; otros, sin embargo, buscando ser felices no hacen sino arruinar sus vidas. Tal es el caso de quienes, como quedó indicado en la primera etapa, cometen el error de poner la felicidad en el aferramiento o apego a cosas, ideas o personas que no hacen sino conducirles a mayor sufrimiento a causa de la falsa felicidad fruto del empeño en querer llenar el vacío existencial recurriendo a lo que no puede llenarlo.
El problema no es el anhelo de felicidad, que es congénito en la persona, sino saber qué es la verdadera felicidad, dónde se encuentra la satisfacción o cumplimiento correcto del anhelo que se siente. Recurrir al consumo compulsivo, a los títulos, a la consideración social, a proyectos mundanos, etc., aunque éstos puedan dar la sensación de seguridad y felicidad, no es un buen camino. Poner la felicidad en un objeto, un terreno, un amante, un reconocimiento, una posición social, etc. es justo lo opuesto a la misma. Nunca estamos más lejos de la felicidad como cuando creemos poseerla en estas cosas. En el apego a todo esto comienza el miedo, la ansiedad, la competición, los celos o el desprecio a otros.
De principio la felicidad supone tener una conciencia limpia y elegir la verdadera satisfacción. El bienestar, la felicidad, no es una conquista sino una experiencia, algo así como una especie de sensación de libertad. Estar libres de culpa, de remordimiento, de contradicciones; tener la conciencia limpia; estar en línea con lo que se es (amor) y para lo que se es (amar) produce alivio, paz, tranquilidad, satisfacción, bienestar.
Y junto a esa paz de la conciencia la felicidad supone elegir libremente la satisfacción, que no es “desear estar con la barriga llena”, no es estar hinchado, no es el estado que se produce cuando se cumple un deseo. La satisfacción es más una elección que un estado. Se trata de elegir estar satisfecho, elegir estar completo, hacerte consciente y aceptar el hecho de que ya lo tienes todo dentro. No tienes que esperar cosa alguna que te llene, no necesitas que alguien te apruebe, que reconozcan tus méritos. La felicidad está en ti cuando no tratas de buscar; no en el sentido de dejar la actividad de buscar, porque eso puede llevarte a la frustración de no tener nada que hacer. Lo que hay que descubrir es que no hay nada que buscar fuera; ya tienes dentro todo lo necesario para estar satisfecho y completo. "El reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17,21)
¿Recuerdas la imagen del ser humano que nos da Teresa en Las Moradas? Ella invita a comenzar la vida espiritual con la consideración de que “nuestra alma es como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites” (1M 1.1). Cuando despertamos a la conciencia de que somos habitados por Dios y dejamos que ese Dios que descubrimos dentro ocupe todo nuestro espacio interior, vivimos en satisfacción y felicidad.
No hay necesidad de buscar fuera, todo está dentro. Cuando, dejadas las sombras con las que el ego enturbia nuestra mirada, nos miramos en la cristalina fuente de nuestra alma, descubrimos que ya lo teníamos todo, que no tenemos que ser felices, porque la felicidad es ya parte de mi ser. La transparencia de mi vida me hace luminoso y feliz.
Esta satisfacción pura y cristalina, esta transparencia de vida, me ayuda luego a relacionarme con todo lo de fuera con una libertad inaudita. Puedo disfrutar sin ansia, sin dependencias ni apegos, de todo lo exquisito y hermoso que hay en el planeta, sin tratar de devorar el mundo, las cosas y las personas, sin querer poseerlas y consumirlas, sino apreciándolas en su justo valor.
Felicidad y meditación
Te puedes acercar a la experiencia de la felicidad por la inmersión meditativa, por la práctica correcta de la meditación que te ayuda a recuperar tu estado original. ¿Recuerdas cuando explicábamos aquel cuadro de los círculos en el que el central era tu “yo” genuino u original? Tu centro es un diamante; eres imagen de Dios; Cristo está en tu centro, es la piedra preciosa que guardas en el núcleo de tu ser. Y no sólo está ahí como adorno sino como gracia que lo impregna todo en ti. Por su presencia misteriosa en tu corazón tú eres bondad y amor. Ya explicamos en otros temas cómo en la meditación te ejercitas en ir eliminando los diversos velos -conceptuales, emocionales y conductuales- que te envuelven y no te permiten ser tú mismo. De ese revoltijo de emociones, ideas y malas costumbres surgen las insatisfacciones que vives. Cuando eliminas esos velos entras en el “interior intimo meo” que dice san Agustín, un lugar más interior a ti que tu propio interior, el lugar donde donde está Cristo; donde Cristo está en ti.
Cuando meditas dejando a un lado los ruidos que te impiden el acceso a lo más profundo de tu ser, al lugar donde el Espíritu se cruza con tu espíritu, encuentras reposo y paz. Te sientes feliz, como una casa edificada sobre roca que no tiene miedo ninguno a la tempestad o los terremotos exteriores (cf Lc 6,47-49); nada puede hundir tu estado de satisfacción, bienestar y felicidad (cf Rm 8,35-38), porque estás saciado del agua que brota de la roca que es Cristo (1 Cor 10, 4). Cuando llegas al éxtasis (salida de ti para estar en Cristo) en la meditación logras la satisfacción y felicidad plenas; todo tu cuidado está en manos de Dios. Así lo define poéticamente San Juan de la Cruz en el Cantico Espiritual:
“Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado”.
Esta es la auténtica felicidad. El alma ha recorrido el camino del silencio y el despojo dejando atrás todos los velos que le impedían el encuentro con el Amado, la unión con el único capaz de satisfacer sus anhelos y hacerla feliz. Hacia este encuentro apunta el ejercicio de la meditación. En este sentido podemos decir que meditar es un camino de felicidad, porque te conduce a la satisfacción de reconocerte y permanecer en Cristo.
Elegir buscar aquí la felicidad es la mejor opción. Porque sólo desde ahí puedes desplegar un altruismo, una bondad y una compasión puras, sin asomo de egocentrismo.
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Profundizaremos más en esto, en cómo reconociéndome en Cristo y practicando con Él las citadas virtudes, puedo hacer de mi vida una bienaventuranza, un estado de felicidad como la suya.
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Mayo 2023
Casto Acedo
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