lunes, 25 de septiembre de 2023

3.1 Tallar el diamante. (I)

Seguimos con nuestros pasos para el crecimiento espiritual. Aquí comenzamos el tema 3 de la etapa, que trata sobre la fraternidad universal (amor y altruismo universal) y la bondad (amor generoso).

Comienzo la exposición con un texto en el que Thomas Merton expone su experiencia de iluminación o despertar a la vida espiritual. Es la narración del momento en que  su alma se abre al amor universal.  

Solemos pensar que las experiencias místicas se dan en la intimidad de un oratorio mientras hacemos oración en el cojín, la silla o el banquito. Sin embargo, para Merton todo sucedió en una calle bulliciosa. ¡Qué importante es estar atentos! En cualquier momento puede llegar la luz. Al ver a Dios en tanta gente dedujo la importancia de sentir el mundo y a los demás seres como parte propia, e indica como "Dios mismo consideró un honor convertirse en un miembro de la raza humana".

“En Louisville (Kentuky), en la esquina de las calles Fourth y Walnut, en plena zona comercial, súbitamente se apoderó de mi la conciencia de que amaba a toda esa gente, que eran míos y yo suyo, que no podríamos ser ajenos los unos para los otros, por mucho que no nos conociéramos de nada. Fue como despertarse de un sueño de separación, de aislamiento espurio de uno mismo en un mundo especial... Aunque “fuera del mundo”, estamos en el mismo mundo que los demás, el mundo de la bomba atómica, el mundo del odio racial, el mundo de la tecnología, el mundo de los medios de comunicación de masas, de las grandes empresas, de la revolución y de todo lo demás... Ser miembro de la raza humana es un destino glorioso, aunque sea una raza que se dedica a muchas absurdidades y que comete muchos errores espantosos: sin embargo, a pesar de todo eso, Dios mismo consideró un honor convertirse en un miembro de la raza humana” (Thomas Merton, Conjeturas de un espectador culpable).


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Titulamos este tema "tallar el diamante", aunque también podríamos decir “refinar el oro”, entendiendo que el diamante o el oro no es otro que el amor. Como seres creados a imagen de Dios, y habida cuenta de que “Dios es amor”, es obvio que también nosotros somos amor, es decir, un toque divino nos define. Dios habita en mi castillo interior y por tanto puedo hablar de un “estar de Dios dentro de mi”; así lo enseña santa Teresa de Jesús (cf 3 M 3,3). La presencia de Dios en el hondón de mi alma certifica la idea de que el amor forma parte esencial de mi ser original; participo del amor de Dios;  así que  tallar o refinar el amor que soy viene prácticamente a coincidir con "refinar mi propio ser", tallar el diamante de mi vida.

La vida espiritual cristiana se puede imaginar como tarea de minero. Ahí, en el hondón del alma hay un tesoro, que es Dios; ese tesoro está cubierto de capas de contaminación conceptual, creencias y miedos, de egoísmo y egocentrismo. La basura bajo la que se esconde el tesoro limita nuestro acceso a Él, y también esa basura  limita el acceso a nuestro ser, a nuestro yo genuino y positivo, tocado por el  amor, el cariño y la compasión  que nos conectan con Dios.  Tenemos una tarea ineludible: excavar el pozo, sacar de nuestra hondura el amor que somos. Refinar el oro, pulir el diamante que ya somos.

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El amor alivia el sufrimiento

El amor auténtico no es egoísta, es abierto; está siempre en salida y con puertas abiertas en actitud de acogida. La misma esencia del amor le hace ser naturalmente expansivo, lanzado hacia todas las criaturas y especialmente hacia las personas (altruismo, fraternidad). La apertura hacia fuera y la acogida incondicional del prójimo no es un detalle opcional a elegir en la vida espiritual sino la  pieza clave sobre la que se edifica toda la vida humana, y por lógica toda vida cristiana; lo cristiano asume lo humano; sin amor no hay felicidad, ni vida digna, ni vida que pretenda llamarse cristiana. El amor cubre todo lo que anhelamos, comenzando por el poder de aliviar cualquier sufrimiento o malestar. 

Si vivimos para otros vamos a sufrir cada vez menos. ¿Por qué? Porque todo sufrimiento viene de quererse uno a sí mismo más que a los demás, de creerse el centro del universo y desear cosas que alejan de la realidad que somos. Cuando no estás satisfecho con lo que tienes, cuando rechazas, marginas, odias o destruyes algo, desfiguras tu ser-amor, tu imagen divina; te destruyes o te desfiguras a ti mismo, y esto te lleva a una percepción cada vez más falsa de la realidad. Una vez corrompida por el egoísmo, tu voluntad se ve arrastrada a acciones dañinas que generan sufrimiento en ti al tiempo que dañan la naturaleza o hacen sufrir a otros.

El egocentrismo como preocupación exagerada por el propio bienestar está en el origen del conflicto espiritual. Cuando estás obsesionado por ti mismo, cuando todo gira en torno a tus caprichos, tarde o temprano se produce una reacción emocional tóxica que se apodera de ti. La forma de neutralizar este monstruo que todo lo engulle es practicar gestos de generosidad amorosa; porque el amor es el único capaz de neutralizar el egocentrismo y reparar el daño producido a nivel emocional, psicológico y físico. El amor todo lo cura.

El amor ayuda a meditar

El amor es básico para practicar meditación; favorece el estado meditativo. Al poner tu interés en mirar tu "ser amor" y en servir al bien de todos, te liberas de apegos o aferramientos que son la causa principal de la dispersión mental o distracción. Las distracciones en la meditación no son sino plasmación de los apegos en los que vives; hay algo atractivo que no quieres soltar, que llama tu atención y te distrae. Si no amas lo suficiente tu meditación puede quedar reducida a la rutina de  eliminar las molestias que produce la distracción. Y así lo más normal es que te canses y dejes la práctica meditativa.

 Hay como un círculo vicioso que debemos romper: por un lado tenemos el atractivo de las cosas de fuera que nos seduce y nos inquieta, y por el otro la reacción positiva que nos mueve a estar alertas para no ser arrastrados por pensamientos, sentimientos o impulsos que  que roban la debida atención a Dios. Las distracciones son molestias que debes ir superando, teniendo en cuenta que la buena meditación no se interesa tanto en eliminar las molestias -éstas seguirán surgiendo: te seguirán llamando al teléfono, habrá ruidos, surgirán en ti recuerdos, imágenes, etc.-  cuanto en lograr que esas molestias no se apoderen de  tu atención. Es decir, el amor nos hace menos reactivos y así podemos mantener mejor el estado de equilibrio -quietud y silencio- y la consiguiente atención en la meditación.

El amor aproxima a la sabiduría

Otra buena razón para practicar el amor generoso o altruismo es que nos acerca a la verdad. Nada nos ajusta a la realidad tanto como el amor. Cuando el egoísmo (nerviosismo o inquietud del ego negativo) marca el ritmo de nuestra vida nos identificamos con todo tipo de cosas: nuestra raza, nuestro apellido, familia, bandera, posición social, etc, Son muchos los que dicen “yo soy...” y añaden “nombre, profesión, cargo, identidad religiosa, etc".

La práctica del amor no nos encierra en una identidad individual y aislada sino que  nos conecta con otros seres, amplia el círculo de nuestra empatía, y por tanto, amplía también el círculo de identificación: ya no me veo desde mí mismo sino que me siento parte de una familia, una sociedad, un continente, una especie, y desde ahí pasamos a todo lo que es el planeta y aún más allá, dependiendo sólo de los límites que nos queramos imponer. En el amor tomamos conciencia de que somos "ciudadanos del mundo".

Amar a tope supone asumir como propia la identidad de toda la creación, sentir como propias las alegrías y las penas de toda criatura; puedo hacer mío este proverbio latino:  Homo sum, humani nihil a me alienum puto (Terencio),  "Soy un hombre, nada humano me es ajeno". Poniéndome en el lugar del otro comprendo que lo que hay fuera de mí no es ajeno a mí, porque en cierto modo todos los seres somos interdependientes. 

"Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen l,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás" (G S 12). La comunión fraterna no es sólo un precepto moral, es ante todo una realidad que podemos entender desde el amor de Dios Padre que despliega su energía (Espíritu Santo) sobre todos y cada uno de los seres humanos. 

La encarnación del Hijo muestra cómo para Dios no hay tampoco nada del ser humano que le sea ajeno. Nunca entenderemos del todo ese misterio de amor que es Jesucristo, en Él "Dios se hecho hombre para que el  hombre sea Dios" (San Agustín). Pues lo mismo que por gracia de Dios somos partícipes de la naturaleza divina, así también cada persona tiende naturalmente a hacer partícipe a toda la humanidad de su naturaleza humana (creación) y de los dones que ha recibido de Dios (redención). Acercarse a la realidad (carne) de Jesucristo encarnado en el hermano, sufriendo y gozando en ellos y con ellos,  es fuente de sabiduría genuina; el amor encarnado hace que puedas conocer a Dios más allá de los discursos y los rituales. Lo dice san Juan: 
"Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.  (1 Jn 4,7-8)

El amor es la fuente primordial del conocimiento. Lo hemos aprendido ya: " Las criaturas racionales, como los hombres y los ángeles, poseen dos facultades principales: la facultad de conocer y la facultad de amar. Nadie puede comprender totalmente al Dios increado con su entendimiento; pero cada uno, de maneras diferentes, puede captarlo plenamente por el amor" (Nube del no-saber, 4). Amar a Dios, saberme habitado por Él y sentirme parte de la humanidad, me hace partícipe de una sabiduría que no procede de la inteligencia sino del corazón.  Verme a mí mismo en conexión con el universo, mirarme en  lo otro (creación), en los otros (humanidad) o en el Otro (Dios), es estar en la senda  de la verdad y la humildad, virtudes que abren mi corazón a la  sabiduría divina.

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Noviembre 2023

Casto Acedo

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