Al hilo de los temas que vamos tratando, que versan sobre el amor bondadoso, compasivo e inclusivo, transcribo unas notas inspiradas en unos viejos apuntes de mi época de seminarista que nos pueden ayudar a tener una visión global sobre los grados de compromiso en el amor, que además suelen se idénticos a nuestro nivel de crecimiento personal (infancia, adelescencia, juventud, madurez) y espiritual (éste tiene en la práctica y vivencia del amor su termómetro).
Primer grado:
Ama al prójimo.
No hay duda de que lo más básico que nos enseñan y aprendemos desde niños es el deber de amar al prójimo. El mandato “¡amarás!” se nos transmite en la infancia como la base primera de la convivencia familiar (amar a los padres, hermanos, abuelos) y social (amarás a tus vecinos). Es algo común a toda la humanidad.
Por todas partes se predica este amor, con unos pequeños matices que se refieren a la consideración de prójimo; hay quienes consideran “prójimo” a todo ser humano y hay quien reduce el significado del término a aquellos que te son más cercanos por vínculos familiares o de amistad.
El amor en este nivel es infantil, su motivación suele ser egoísta; depende del colectivo a quien se quiere agradar cumpliendo el mandato del padre o la madre que da la orden para que el niño haga esto o aquello. La práctica de este amor busca ante todo a aceptación en el grupo sometiéndose a sus normas. No hay un gusto por el amor sino obediencia a una obligación, y la satisfacción que produce amar se obtiene de la benevolencia y el aplauso de quienes te dirigen y obervan más que de la virtud misma. Es por esto un amor frágil, que decae o desaparece cuando se tambalea o muere la presión externa.
Segundo grado:
Ama tu prójimo como a ti mismo
Se añade aquí al primer grado un dato más: amar como me gustaría que me amasen. Hacer por los demás lo que quiero que los demás hagan por mí. Si en el primer grado el amor parece venir exigido por el imperativo de una fría ley externa aquí se invita a mirar al otro desde uno mismo, lo cual supone una mirada al propio interior. La medida del amor no la da en este caso la ley sino la consideración que tengo de mí mismo como persona.
Este principio de “haz o no hagas a los demás lo que no quieres que hagan o te hagan a ti” es patrimonio de la sabiduría milenaria de prácticamente todas las culturas. La Biblia recoge este mandamiento en el libro del Levítico: “No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (19,18). Observa que en el mandamiento o deber de amar parece incluirse sólo a “los hijos de tu pueblo”, los que forman parte de la familia judía. Es propio de la adolescencia este intercambio de fidelidades y favores que consituyen el entramado emotivo de la pandilla; por ello identificamos este amor con esa etapa de la vida.
El Evangelio de san Mateo pone en boca de Jesús el mandato de amar como te aman ligándolo al amor a Dios: “Un doctor de la ley le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». El le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas” (22,35-39).
Lo que cambia el Nuevo Testamento respecto al Antiguo es que el amor al prójimo se define como semejante e inseparable del amor a Dios; amar a Dios y no amar al prójimo es una mentira (cf 1 Jn 2,4), y todo lo que se hace a favor o en contra del prójimo lo hacemos a Dios (cf Mt 25,40.45). Además, aunque no se aprecia en esta cita, en otros textos evangélicos se determina quien es para Jesús el prójimo, que no es solo el que forma parte de tu patria, pueblo o familia, sino todo aquel que al presente necesita de ti, aunque no sea de tu tribu; es más, has de considerarlo próximo aunque sea tu enemigo declarado. Así lo deja ver la parábola del buen samaritano (cf Lc 10,25,37).
Tenemos, pues, unas enseñanzas sobre el amor que, invitan a amar al prójimo desde la consideración de uno mismo, pero en el evangelio se añade que se considere prójimo a toda persona cercana cercana en el especioi y el tiempo, todo aquel que se cruza contigo. Estamos ante un amor universal, un amor plenamente inclusivo, que no encuentra en el odio o la venganza una barrera. En este mandato se apoya la declaración de los derechos humanos, que considera a todos los seres humanos iguales en dignidad y, por tanto, con derecho a que se les respete y atienda como tales. ¿No es eseo lo que quieres para ti?
Alguno dirá que con este mandamiento bastaría. Sin embargo, tiene su qué negativo. Hay personas que no se aman a sí mismas, porque se minusvaloran, o se odian por sus vicios o esclavitudes, u odian su status social, su mala suerte, o cualquier otra cosa. Decir a estos que amen al projimo como a sí mismos disminuiría su deber de amar. ¿Vas a pedirle a un alcohólico o a alguien atado a otras drogas o que desprecia su vida que ame a su prójimo? Lo tiene difícil. Primero ha de amarse a sí mismo, y sobre eso el cuarto grado nos enseñará algo importante.
Tercer grado:
Ama al prójimo como Jesús le ama.
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros". (Jn 13,34-35). Aquí el punto de referencia para evaluar el amor no es mi subjetividad (“como a mi mismo”) sino que se recurre a una sabiduría amorosa que está más allá de mí, la sabiduría de Jesús.
Este mandato es ya propiamente cristiano. Para poder practicarlo es necesario conocer a Jesús. Si los dos primeros grados se sustentan en una ley o deber que asumo y desarrollo desde la o bjetividad de un frío mandato o desde mí mismo, el “amar como Jesús”, requiere descentrarse (en el sentido de dejar de ser el centro) para poner la mirada en Jesús, entrar en su relación y aprender de Él. Para ello se requiere una formación cristiana seria que profundice en la persona del Amado mediante el estudio y la oración.
El amor cristiano aquí se adentra en el ámbito del amor de Dios en Jesucristo. En Jesucristo, Dios encarnado, “hemos conocido el amor que Dios nos tiene
y hemos creído en él" (1 Jn 5,16). Preciosa definición de quién es cristiano: lo es quien ha experimentado el amor de Dios y ha creído en él. Cuando este amor fluye por las venas de la persona fructifica en amor universal. “Yo soy la vid -dice Jesús- vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante” (Jn 15,5). ¿Se puede trabajar la permanencia en Cristo? Sí, por medio de la escucha de la palabra, la oración, los sacramento y la práctica de las virtudes.
La existencia de una Iglesia tiene sentido si transmite este amor a todos. “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación" (Mc 16,15). La tarea eclesial consiste en predicar, celebrar y hacer presente el amor de Dios, o dicho de otro modo: hacer vera todos al Dios que es amor. Para ello basta dar a conocer a Jesucristo, amor de Dios encarnado.
El "amar como Jesús ama" es amor de juventud, centrado y motivado en y por el lider que se sitúa como brújula de la propia vida, y que permite adherirse a una sociedad, en nuetro caso la Iglesia, formada por los que persiguen los mismos fines.
El amor en este grado se llama con toda propiedad amor fraterno; no amo porque una ley de conveniencia me lo haga saber sino porque mi propio ser, habitado por el Espíritu de Jesucristo, me impele a ello. No amo a mi hermano porque sea bueno o malo, alto o bajo, feo o guapo, etc., lo amo porque Jesucristo me ha hecho hermano de todos. Amo porque en Cristo toda persona es carne de mi carne. En el cuerpo de Cristo siento a todos como parte mía, miembros de mi familia (cf 1 Cor 12,12-31).
Este grado de amor nos ayuda a comprender el plus que añade la fe y la pertenencia a la Iglesia a la hora de crecer espiritualmente con un amor que supera lo simplemente humano. Estamos ante un amor donde lo humano se completa en lo divino. “Sin mi no podéis hacer nada” (Jn 15,5b) , dice Jesús (Jn 15,5b), y san Pablo dice: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).
Desde este amor comprendo que Jesús es el punto de referencia último de la moral cristiana. Cuando no sé que decisión tomar en tal o cual encrucijada de la vida, me pregunto como cristiano: ¿Qué haría Jesús? Y decido en consecuencia, no motivado sólo por mis criterios humanos sino con el plus de amor misericordioso que aplica Jesús. Amor extremo dispuesto a dar a vida por todos, amigos y enemigo: “En el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros".(Rm 5,6-8)
Esta demasía en el amor la adquiero, como ya hemos dicho, por el estudio, la oración y los sacramentos de la Iglesia. El amor de obligación del primer grado lo motiva la ley moral; el segundo la necesidad de consensuar una buena convivencia entre todos; el “amar como Jesús”, que incluye a los dos primeros, necesita de la fe y la relación con Él para materializarse.
Cuarto grado:
Ama como se aman las tres peresonas
de la Santísima Trinidad
¿Acaso hay aún un grado de amor superior a amar como Jesús ama? Nos atrevemos a decir que sí: aunque éste no está al alcance de nosotros en esta vida; podemos vislumbrarlo, podemos degustarlo pero no podemos voivir permanentemente en Él, al menos de momento. Este amaor es aquello que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.” (1 Cor 2,9). Hablamos del amor mismo de Jesús, amor del Hijo compartido en en el centro mismo del ser de Dios.
El amor de Dios, su mismo ser, es el Misterio por excelencia. Un amor de excelsitud infinita que nos permite decir que “Dios es amor”. Lo llamamos Amor Trinitario, y es el amor de las tres personas de la Santísima Trinidad, misterio de amor divino y de amor cristiano por excelencia. Decir que en Dios hay tres personas distintas y un solo Dios verdadero es decir que Dios es Misterio; eso sí, un misterio que no debemos entender como algo oculto, oscuro, escondido y recóndito, sino misterio en el sentido de algo revelado por Dios, algo luminoso, una experiencia que nuestra inteligencia humana no puede procesar, algo que la razón no puede ver, pero no tanto por falta de luz como por exceso de ella.
Por la experiencia del amor humano, que es reflejo del amor divino, podemos intuir o ver con los ojos del alma este Amor Trinitario. La Biblia, por ejemplo, dice: “dejará el hombre a su padre ya su madre y serán los dos una sola carne” (Ef 5,31). ¿No está hablando de dos distintos que en el amor llegan a ser uno? Un solo ser, sin dejar de ser dos distintos. Pues eso mismo es Dios en sí: tres en uno; no tres dioses en un dios, sino tres personas en un solo Dios. La experiencia del amor humano nos acerca a la comrensión del amor divino.
Al grado primero que expusimos se accede por la razón que aplica la moral escrita en la ley que dice “amarás a tu prójimo·”; al grado segundo por la socialización que exige el respeto necesario entre todos para construir una sociedad decente; al tercer grado nos acercamos por la reflexión, incluyendo en ella la meditación de las escrituras y la admiración por Jesús de Nazaret y la particiación sacramental en su gracia; El cuarto grado nos dice: “Dios es amor” (1 Jn 4,8). Podemos intuir la relación de personas en el seno de la Trinidad y hacer oración de contemplación elevando el corazón a esa “nube del no-saber”, ese Misterio incognoscible que es Dios.
La oración de contemplación tiene en este grado su justificación. Este el amor propio de la madurez, cuando la vida espiritual no viene motivada por leyes ni por señuelos exteriores, ni por la simple admiración por Jesús, sino por el encuentro experiencial con Dios en la intimidad del corazón. Llegada a la unión con Dios el alma alcanza su plenitud.
Contemplar a Dios en su Misterio de amor Trinitario es acercarse a la fuente del amor, beber y hacerse uno con ella (cf Jn 7,37). “Qué bien se yo donde está la fonte que mana y corre, aunque es de noche” (San Juan de la Cruz); Dios es la fuente de donde viene el agua de la Vida por en Jesucristo: “En esto se manifestó e amor que Dios nos tiene: en que envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,9). Dios es fuente y Misterio: “Bien sé que tres en sola una agua viva residen, / y una de otra se deriva / aunque es de noche” (San Juan de la Cruz).
Enseñanzas concretas:
Amor y oración contemplativa
¿Qué importancia tiene la oración contemplativa? Mucha.
* Contemplar a “Dios en sí mismo” como amor pone al descubierto mi ser único y el ser de cada persona como creada a “imagen” de Dios. Si Dios es amor también el amor forma parte de la esencia personal de todo hombre y mujer. cuanto más amo más soy yo mismo; cuanto más me domina el egoísmo (ego) menos persona soy.
* Abriendo los ojos al Dios Amor que existe desde la eternidad comprendo que Dios no es un Ser solitario. En sí mismo es comunión, comunicación, relación, amor. Si amar es salir de ti y dirigirte hacia otro, si para amar es necesario la existencia de algo o alguien fuera de ti, y Dios fuera un solitario, la creación del mundo y del hombre sería una necesidad de Dios, que crea algo o alguien a quien amar. Sin embargo Dios para ser amor no necesita de nadie. Si crea es con absoluta gratuidad. Dios no necesita de mi para existir como amor; es amor desbordante en sí mismo. Desde la eternidad el amor del Padre se vuelca en el Hijo, el hijo ama igualmente al Padre y el Espíritu Santo fluye amoroso entre ambos. Tres personas que no se estorban ni se anulan sino que en su relación potencian cada una su identidad sin perder la unidad. Si Dios me ama es por pura gratuidad.
* Hay alguien que dijo "soy lo que miro"; y hay cierta verdad en ello. Cada cual es lo que contempla y deja entrar en su vida. La contemplación determina en gran medida mi ser. Si me complazco en contemplar violencia, destrucción o muerte, mi ser se empapa de todo ello; si mi alma se obsesiona por mirar con deseo el dinero, la fama, el lujo o el poder, quedo atrapado en la ambición, la vanidad, la superficialidad y el mando. ... Contemplar a Dios en sí, en el silencio de la oración, es limpiar el espejo del alma para verse a sí mismo con transparencia y claridad. Quien mira a Dios moldea su espíritu según Él.
* Más que una obligación (ley moral, primer grado), una conveniencia social (“respeto para ser respetado”, segundo grado), una sabiduría admirable (“amar como Jesús”), el amor es un Misterio divino que contemplar y donde sumergirse (ser sumergido). La "atención amorosa a Dios" me hace descubrir la grandeza del amor de Dios y pone en evidencia la pequeñez de mi amor; veo pasar el amor de Diso por mi vida y no tengo palabras para expresarlo; veo la gratuidad de la creación y me admiro de un amor tan puro; veo el rostro de Dios en mi prójimo y cambia mi percpeción de él... Si mi contemplación es verdadera tendré la sensación de que cuando veo o siento a Dios, espontáneamente, sin forzar mis decisiones, con naturalidad, el amor que contemplo fluye por mi cuerpo y mi alma y se expande hacia toda la humanidad y demás seres creados. Si no es así he de mirar si es auténtica contemplación.
* Por la contemplación del amor de Dios llegamos a valorar y agradecer lo que somos. Somos a su imagen, somos amor. Contemplando el amor Trinitario aprendo a aceptarme como creación amada de Dios (cf Sb 11,24), con los dones que Dios me ha dado y con las peculiaridades físicas y anímicas con que me ha dotado. Soy como Dios me ha creado; y así me ama. Aprendo de este modo a "amarme a mí mismo" como soy, porque así me ama Dios. Si Dios es amor y me ama, ¿qué voy a temer? Si Dios está conmigo, ¿quién contra mi? (cf Rm 8, 31-38).
* ¿Para qué la oración contemplativa? Para mirar a Dios y configurar mi alma según el modelo o patrón por el que fue creada. Cuando Dios es todo en la vida el amor fluye por ella sin sobresaltos ni miedos, llevando su amor hasta extremos insospechados. Con felicidad y regocijo; y luego -como dice un amigo- la vida eterna.
Mayo 2024
Casto Acedo