"Amas a todos los seres, Señor, y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado” (Sb 11,24).
La paradoja de nuestro tiempo
Nos movemos en una cultura “exclusiva”, en el sentido de que hay cierta tendencia a ser original, único, diferente, exclusivo, y eso nos lleva a alejarnos de lo que nos pudiera igualar o asimilar a todo lo que haya en el entorno, que propendemos a considerar monótono y vulgar. Lo importante es no ser uno más del montón, no parecerme a nadie, no ser un mal imitador, una copia. Nos disgusta el anonimato, la invisibilidad entre la masa, como si temiéramos que nuestro ser se difuminara en un todo indefinido.
Paradójicamente, sin embargo, arraiga en nosotros la tendencia a no desentonar con el ambiente. Ser original lleva consigo el peligro del rechazo, el riesgo de la marginación y la soledad, y esto genera inseguridad y miedo, por eso procuramos estar a la moda, al modo y manera que marca la sociedad, ya sea en el vestir, el comer, el viajar, el pensar o el modo de entender la vida.
Bien conocen los publicistas esta tensión interna entre la aspiración a ser original y el miedo a ser únicos, y sirviéndose de ella consiguen lo imposible: hacer creer que se es único consumiendo tal o cual producto; y así todo el mundo viste lo mismo, come lo mismo, viaja a los mismos lugares, lee los mismos libros, absorbe dócilmente las mismas noticias y con el mismo enfoque,... pero convencido cada cual de ser distinto y original.
En una sociedad que presume de universalista, de aldea global, resultan sorprendentes las aspiraciones “exclusivistas” de las naciones, los grupos, las razas, las religiones, etc. ¿No es una paradoja evidente, aunque invisible para la ceguera intelectual y espiritual de muchos, el hecho de que mientras se ensalza y se predica la supresión de fronteras, la inclusión social, la paz universal, etc., se justifiquen las fronteras norte-sur, se vete el paso a los inmigrantes y se defienda con fuerza la individualidad y los nacionalismos independentistas?
Deberíamos concluir que nuestra cultura es teóricamente inclusiva, amante de mantener el corazón abierto a todos y a todo, pero a la vez, por miedo a perder la propia identidad (diría más bien por los propios intereses) es cada vez más realmente exclusiva (o excluyente) aficionada a marginar a todo el que no piense ni quiera vivir según los niveles y cánones establecidos por cada cual.
Los nuestros son días de “puertas adentro”, de aislamiento confortable, de urbanizaciones privadas de acceso limitado, de viajes por el ancho mundo no como peregrinos que hacen suyos los gozos y las fatigas de la humanidad sino como turistas que recorren exóticos paisajes humanos insensibles a su posible situación de miseria e injusticia; vivimos en el miedo a lo universal, a la apertura de fronteras (¿son las fronteras obra de Dios?), miedo, en fin, a la inclusión de todos en un mismo proyecto de vida y de amor. Como si admitir la diversidad frustrara y dañara la propia identidad personal y social que consideramos, en nuestro más recónidto centro, como la única que tiene valor.
Y ¡ojo a los grupos y movimientos de contemplación y espiritualidad de hoy! No somos ajenos al ambiente y el pensamiento común en que vivimos; y entre nosotros no faltará la tentación de hacer de nuestras comunidades particulares un gueto de iluminados y salvados, teóricamente amantes de todos pero realmente anestesiados para no ver la realidad de nuestra egolatría personal y grupal.
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Un corazón inclusivo
Tanto individualismo debería ponernos en estado de alerta. El amor bondadoso no tiene límites de ningún tipo. Jesús rompe cualquier tipo de prejuicio que se oponga a amar sin límites. La espiritualidad cristiana es naturalmente inclusiva. Nos dice la Escritura que Dios envió a su Hijo al mundo para que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2,3). El amor de Dios en Cristo es igual para todas las criaturas. “Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado” (Sb 11,24). Esto es el amor inclusivo, el amor de Dios, el que practica Jesús, amor sin límites de tiempo y espacio (cf 1 Cor 13,4-8). A este amor estás llamado, a un amor sin restricciones, abierto a todos los seres, lo cual supone romper cualquier barrera que impida acercarse al hermano e incluir a todos en la casa que es su alma.
El discípulo de Jesús cultiva un “corazón inclusivo”; así es el corazón del Maestro. La devoción al "corazón de Jesús" no es otra que la afirmación de que Jesús no excluye a nada ni a nadie en su amor y compasión. El amor de Dios "no tiene acepción de personas" (Gal 2,6), ni es un don para algunos privilegiados, ni es patrimonio de ningún grupo especial; ni siquiera es patrimonio de Iglesia o religión alguna; Jesús ama a todos sin distinción, incluye a todos, acepta a todos por igual.
La oración de dedicación que solemos hacer al iniciar nuestros encuentros es recomendable para el inicio del trabajo, descanso, juego, sueño, etc., y pretende despertarnos a la universalidad del amor: “¡todo sea para gloria tuya, de mis hermanos y de todas las criaturas!”; “¡ todos se beneficien de la oración o de la acción concreta que me dispongo a realizar!”.
Es importante dedicar u ofrecer lo que se hace porque la tendencia habitual según los patrones sociales que heredamos por educación es la de hacer las cosas con un propósito egoísta: trabajar, descansar, rezar, .. para beneficio personal o de los míos. Suele faltarnos la apertura de mente y de corazón que tuvo Jesús, que no miró nunca para sí ni para los afectivamente más cercanos a Él, ni para los más buenos, o los más inteligentes. Su amor fue unversal, divino. "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre
celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos" (Mt 5,44-45). No mira Dios el valor subjetivo de las cosas o de las personas; su amor no responde a una atracción externa e interesada sino que forma parte de la esencia de su ser. Dios no necesita ser seducido ni correspondido para amar, ama porque es amor "y no puede negarse a sí mismo" (2 Tm 2,13).
Cualquier oración o acción que hacemos con tintes individualistas, localistas o partidistas no es esencialmente cristiana. Y es importante saberlo y corregirlo en su caso si queremos alcanzar la perfección espiritual. Es lógico, y no es malo, orar y ofrecer méritos intercediendo a Dios por la solución de problemas personales o la mejora de personas que nos preocupan; pero eso también lo hacen los paganos (cf Mt 5,43-48). Hay que vigilar esto. Cuando rezo sólo por los míos y pienso sólo en ellos puede que no haga sino engordar mi propio ego. Y si conscientemente excluyo algo o a alguien en los beneficios de mi oración me perjudica directamente, porque “yo soy todo y todos”, no soy un ser aislado sino que formo parte de la totalidad. Amar a mi hermano es amarme a mí mismo; odiarle es odiarme.
Mi ser es interdependiente de los otros seres. Y esto no es panteísmo (Dios es todo y está en todos) sino fraternidad o hermandad en Cristo. La misma que predicó Jesús al decir que lo que “hicisteis (o no) con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40.44). "Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna" (Mt 25,40.44.46), que es lo mismo que decir, que éstos verán cómo su amor inclusivo les beneficia y da vida y los otros verán el daño que se producen a sí mismos por no haber reconocido al Señor y a ellos mismos en el hermano.
El amor inclusivo, que hemos definido como parte de la esencia de Dios, es parte también de la esencia de la persona humana, de tu esencia. Por eso más que un mandamiento es una exigencia del corazón. El amor no es una obligación sino una necesidad del alma. Crecer en el espíritu no es sino crecer en un amor cada vez más universal. Por eso, "ensancha el espacio de tu tienda, despliega los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, afianza tus estacas" (Is 54,2). La invitación a ampliar tu radio de amor que hace Dios por boca de Isaías es una llamada a ser tú mismo o tú misma, a dejar el espacio de tu alma al amor de Dios, y descubrir así el amor que eres. Es hermosa la imagen de tu interiad como tienda vacía de egoísmos y llena de Dios abriendo así su espacio al universo, amándolo con el mismo amor de Dios a todas las creaturas. Es este un buen motivo, una buena imagen para dedicarle horas de silencio y contemplación.
Beneficios de la oración y las acciones inclusivas
¿Qué beneficios produce el amor inclusivo? ¿Qué saco de mi oración y de mis acciones cuando las ofrezco o las dedico para el bien de todo y de todos? Lo primero es que me ayuda a tomar conciencia de la catolicidad (universalidad) como realidad insoslayable; con lo cual se corrige el tinte egoísta que pudieran tener mis prácticas. Unidos al Espíritu de Jesús no oramos y actuamos siguiendo un plan individual sino sabiéndonos parte del gran proyecto divino que quire que todos los seres alcancen la plenitud.
Además, al purificar nuestra oración de deseos interesados o egoístas nos inmunizamos ante la sensación de decepción y fracaso que pudiera sobrevenir al evaluar la efectividad de nuestra oración y nuestras acciones. Cuando te sientas a orar o cuando trabajas a favor de algo o de alguien lo haces para gloria de Dios y el bien de todos y no para gloria propia. Lo tuyo es “hacer oración y hacer el bien”, con sólo eso ya estás glorificando el nombre de Dios; si el Señor te da consolación bien, si te da desolación bien también; porque tú no te buscas a ti mismo sino a Dios, no pretendes tu voluntad sino la suya. Y además debes saber que la oración que va acompañada de sequedad tiene incluso más garantías de haber cumplido su fin que la que te regala gustos y consolaciones. ¿Acaso la oración de Getsemaní y la de la Cruz no fue buena? Fue la mejor, aunque quien la realizó no gustó sensiblemente de sus beneficios.
Digamos finalmente que, no aspirando a otra cosa sino a que se haga la voluntad de Dios y se logre la felicidad de todas las criaturas, estás poniendo en tu vida los cimientos de la virtud de la humildad. Quien es humilde se prepara para el amor universal desde el único sitio posible: desde abajo. "Quien quiera ser el primero que sea el último" (Mc 9,35). Hay quién ha sugerido que Dios, siendo todopoderoso, eligió nacer pobre y pequeño en Belén y morir humillado en la Cruz para mostrar así que el lenguaje de la humildad lo entiende todo elmundo y que sólo desde ahí, desde la base de la pirámide se puede tener y desarrollar un “corazón inclusivo”. Quien se sitúa en escalones más altos establece muros, barreras que no generan sino aflicción y sufrimiento. Lo más deseable es que nadie tenga que elevarse o subir escalones para ponerse a tu altura. Cuando estás abajo estás con todos.
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Quédate hoy con la expresión “un corazón inclusivo”. No la contemples sólo como una idea hermosa. Hazla tuya llevándola al silencio. Siente en tu oración que no eres ni estás solo; en ti y contigo orando está Dios y toda la creación. Cuando trabajas, o descansas, o duermes, vive todo eso como una ofrenda de amor a Dios y la humanidad. Vacía tu corazón de prejuicios y desconfianzas, deja que Dios sea Dios y que tu hermano se él mismo; ámalos como son, no los excluyas de las preferencias de tu amor. Ensancha con amor la tienda de tu alma para que con Dios quepa todo el mundo en tu casa.
Abril 2024
Casto Acedo