Os dije el miércoles que no escribiría en verano, pero me he decidido hoy a escribiros lo que reflexionamos y dialogamos el miércoles. Espero que os sea de provecho. Paramos en verano.
Recibir - dar
Acoger y meditar el sufrimiento no es algo que uno busque espontáneamente. Lo más lógico es que en el interés por la meditación se esconda precisamente lo contrario: escapar del sufrimiento, lograr la paz interior y la consiguiente felicidad personal derivada de ella. Bajo el manto de las nuevas espiritualidades (new age) suele esconderse un egoísmo sutil, un deseo más o menos inconsciente y fruitivo de placer que es poco compatible con la realidad del mal y el sufrimiento.
Existe en el budismo un modo de meditación que llaman “recibir y dar” (tonglen) y que invierte el modo en que habitualmente meditamos teniendo como apoyo la respiración. Quien va avanzando en el ejercicio de meditar acerca del “amor bondadoso” es invitado ahora a que se fije en el sufrimiento propio y ajeno, y lo arroje al fuego del amor, la paz y la luz del corazón. El meditador comienza inspirando al tiempo que con la inhalación imagina recibir amor, paz, gozo, satisfacción, etc., y con la exhalación suelta inquietudes, apegos, molestias, etc. una vez pasadas por el filtro de la compasión.
La meditación del “recibir-dar” aúna, pues, el “amor bondadoso” (contemplar que recibimos el amor y que somos amor) y “la compasión”, la aceptación del padecer (passio = pasión, padecimiento), ésta última no sólo en su vertiente gozosa (alegrías) sino sobre todo en la dolorosa (sufrimiento).
La práctica meditativa del “recibir-dar” ayuda a vivir a tope la compasión; capacita para ser compasivo, que es algo distinto a sentir lástima. La lástima tiene sus raíces en el miedo, y da la sensación de cierta arrogancia y condescendencia ante quién sufre; detrás de la lástima se esconde a veces el “me alegro de no ser yo” o “Dios mío, que yo no pase por ahí”. La lástima lleva impresa el olor a miedo.
Cuando el miedo toca el dolor de otro se convierte en lástima; cuando el amor toca el dolor de otro se convierte en compasión” (Stephen Levine). ¿Qué sentían las mujeres que lloraban al paso de Jesús hacia el Calvario? ¿Compasión o lástima? “Se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos” (Lc 23,27-28),
No basta lamentarse y llorar atados al miedo a que no nos ocurra lo mismo que ocurre a quien vemos sufriendo. El miedo paraliza la acción redentora, anula el movimiento dirigido a paliar el sufrimiento. La compasión verdadera es, principalmente activa, se inclina a paliar el dolor, y cuando no le es posible respeta el sufrimiento del otro, sin golpes de pecho, aguardando en silencio la sanación-salvación del mismo mientras dedica oraciones.
Cuando alguien sufre por una pérdida irreparable, o por una enfermedad o parálisis, o por cualquier otra losa pesada que cae encima de alguien, sobran las palabras de consuelo lastimeras. Lo mejor, cuando nada material se puede hacer, es el silencio activo capaz de hacer saber a quien sufre que no está solo o sola. Un abrazo, la caricia de una mirada, el calor de la cercanía, son ejercicios de compasión. Se sufre (padece) acercándose al otro o la otra con amor, pero se debe evitar la huida hacia la lástima a la que puede llevar el miedo de quien se niega a abrazar el dolor ajeno.
De abrazar y sanar el sufrimiento va la meditación tonglen (“recibir-dar”), una práctica que equilibra bien la balanza espiritual cuando ésta está cargada de egocentrismos en uno de sus extremos. En la medicasción principiante solemos hacer meditación “echando fuera sufrimientos” y “recibiendo amor, generosidad y alegría” ... Ahora invertimos el sentido: recibimos el sufrimiento (propio o ajeno) y damos amor, felicidad, paz. Y sin ser rácanos, porque no buscamos mantener el fiel de la balanza en el medio, sino dejar la caer del lado de la luz y la misericordia.
* * *
Sus heridas nos han curado
Desde la perspectiva cristiana, a mi modo de ver, la meditación “recibir-dar” converge en el misterio de la cruz tal y como lo vivió Jesucristo. Si leemos la pasión de Jesús tal como lo hicieron los primeros cristianos, a la luz de los Cantos del siervo del profeta Isaías, entenderemos claramente lo que quiero decir:
“Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron”. (Is 53, 2-5)
El último versículo es misterioso: “castigo saludable”, dice. ¿No es una contradicción? ¿Puede haber un sufrimiento sanador? Pues parece ser que sí; la aceptación de la cruz produce salvación; no sólo para aquellos a los que ayuda el mártir sino también para el mismo mártir: “sus cicatrices nos curaron”; me gusta la traducción “cicatrices”, porque indican que también el que cargó con el sufrimiento de otros cura (cicatriza) sus heridas con su acto de compasión.
Podemos contemplar a Jesús en la Cruz recibiendo el sufrimiento de toda la creación, humanidad incluida. Con su pasión vivió y llevó a término la “compasión total”, elevó a su máxima expresión una vida tonglen, de “recibir-dar”; Él, que no conoció pecado, y por tanto no generó el sufrimiento que es la causa del pecado, cargó con los sufrimientos del mundo. Dios -dice la Escritura- “lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor 4,20-21), para que nosotros fuéramos justificados (santificados), es decir, sanados y reintegrados a la vida divina.
La carta de san Pedro reitera esto:
“Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados” (1 Pe, 2,24)
Ahora podemos entender lo que dice el mismo Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6,36). ¿Y cómo es compasivo el Padre Dios? Recibiendo en el Hijo todo el dolor que produce la picadura de la serpiente (los efectos de todo pecado) e inyectándo al cuerpo de pecado el antídoto del amor. El alma de Jesús, herida de amor por la humanidad, absorbe y hace suyos todos los pecados quemándolos en la hoguera de su corazón. Es como echar los muebles viejos al fuego en la fiesta de la Candelaria, a más trastos viejos más pureza, más luz y más fiesta.
Algo así dice san Pablo cuando afirma también algo en sí contradictorio: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Hacer tuyos tus propios errores y los malos efectos consecuentes, o los errores y sufrimientos de los demás, aspirarlos y dejarlos entrar en tu corazón lleno de amor, tiene el poder de sanarlos. Eso hizo Jesús en la Cruz, culmen y resumen de su vida de misericordia; atrajo hacia sí toda la basura de la humanidad y la quemó en el horno de su corazón. Nos da así una enseñanza: cuánto más basura quemas, más alumbra tu amor. Es lo que se llama el maravilloso intercambio de la cruz. Dios se ha hecho hombre para que el hombre sea Dios (San Agustín)
* * *
Consumido en amor
Me viene a la mente la imagen de la llama que quema el tronco, tan pedagógicamente usada por san Juan de la cruz. Él sabía de esos troncos de olivo que, en los inviernos de podas, eran arrojados verdes a la hoguera; y veía como el fuego comenzaba a purificarlos haciendo que exudaran la resina que quemada produce un humo espeso y maloliente, hasta que finalmente alcanza la belleza luminosa de la unión en la que fuego y tronco se hacen uno.
Ciertamente que san Juan no se refiere a que el alma se ejercite en la meditación recibiendo los sufrimientos para purificarlos con su propio amor, sino a la oración del alma que se arroja en brazos del Espíritu de Dios, “cuyo fuego de amor, que después se une con el alma glorificándola, es el que antes la embiste purgándola”. Es el fuego del Espíritu el que recibe y acoge al madero “hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto que pueda entrar en el él y transformarle en sí” (Ll 1, 18). Hay gran distancia y diferencia entre esta contemplación sanjuanista y la meditación tonglen. Aquí quien recibe es Dios que da la gracia de la unión a quien quema sus apetitos y se arroja al fuego purificador de su amor.
El sufrimiento de la cruz condensa en sí este encuentro del alma con su Amado. Aquellos que necesitan salir del sufrimiento y gritan (meditan) estando en ellos son escuchados. En su pasión Cristo se compadece y “desciende a los infiernos”, con su muerte hace suyas sus penas, y desde ahí eleva al Padre con ellos y por ellos el grito del perdón; y lo obtiene, cancelando con su enrega la deuda de Adán. Él lo puede hacer, porque la llama del Espíritu que arde en su Corazón tiene el poder de purificar y reconciliar a todo y a todos con Dios.
Es el colmo del amor de Dios en su encarnación. Inhalando la negrura y suciedad del pecado del mundo Jesús espira amor. En su compasión, por amor al hombre, Jesús, sin ser pecador, abraza y hace suyo el pecado y sus secuelas. Por amor se hace “semejante a nosotros excepto en el pecado”. Su compasión le lleva incluso a pasar por lo más impropio de un dios: la muerte.
"En el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rm 5,6-8)
Nadie puede sanar si no asume su enfermedad; nadie puede curar sus heridas si no las reconoce propias y como tales; en lenguaje técnico: “sólo se puede salvar lo que se asume”, y Jesús, asumiendo con amor, no su pecado, que no lo tenía, sino los pecados y las sombras de la humanidad, e incluso la misma muerte, se hace fuente y término de sanación total. Es nuestro maestro en “recibir-dar”. Recibe de nosotros desprecios, da misericordia
Jesús en su inhalación recibe con el Espíritu Santo los sufrimimentos de todos. No es casual que en el bautismo por Juan sea presentado como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", y acgto seguido descienda sobre él el Espíritu Santo (JN 1,29), el mismo Espiritu que hace nuevas todas las cosas (Sal 104,30).
Sin negar la bondad de la meditación budista del recibir-dar (tonglen), no dejo de pensar y creer que la compasión absoluta solo es posible en Dios y como don de Dios; Dios Espíritu Santo es la hoguera cuyas llamas liberan de todo pecado y purifican todo sufrimiento. Sólo hay un Nombre bajo el cual podemos sanarnos (Hc 4,20). Su nombre es Jesús. Nuestros esfuerzos son vanos si no nos plegamos a su voluntad amorosa. ¿Hay alguien capaz de amar como ama Jesús?. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 126,1).
Meditación Tonglen (Dar-recibir)
Propuesta budista: Puedes silenciarte y contemplar en ti como dos partes: tu parte luminosa, feliz, armónica; e imaginarla como una luz que ocupa tu centro. Y por otro lado tu parte oscura, triste, sufriente. ... Recibe y deja entrar en tu parte luminosa, con la inhalación, todo el humo gris y negro del sufrimiento y la oscuridad , ... y permite que, en la exhalación, la luz que te habita disipe y expulse de ti las tinieblas del sinsentido Y puedes hacer el mismo ejercicio con el sufrimiento o nubes oscuras que percibes en las personas a las que amas, en las que te son indiferentes o en las que no te consideran bien. Inhalas sus sufrimientos, exhalas compasión.
Propuesta cristiana: Comienza silenciándote y observando tus sufrimientos y las causas del mismo (apetitos, egoísmos, frustraciones, fracasos, ) ... A pesar del tiempo caluroso de estos días de junio, imagina que estás ante una hoguera ... Esa hoguera es tu hogar, la Llama de Amor viva, el Espíritu Santo, el amor ardiente de Jesús, ... Inspiras y te dejas seducir por su calidez, luminosidad y belleza ... Espiras y vas soltando y arrojando a las llamas todas tus etiquetas-apetitos-apegos: tu género, tu imagen pública, tus títulos, tu profesión, tu situación social, tu ideología, tus éxitos, todo lo que a la larga es la fuente de tu sufrimiento... Y cuando sólo quedes tú, entregate todo/toda al Amado abriéndote a la unión de amor con Él. ... Deléitate en su ser y contempla como su Gracia no destruye tu naturaleza sino que la perfecciona ... Sueltas apegos, tomas miercordia divina ... Termina recitando el poema de san Juan de la Cruz:
¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda!
¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando. muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!
* * *
Espero que hayas captado la bondad de la meditación Tonglen propia de la tradición budista tibetana. Pero no te conformes con lograr una perfecta paz y tranquilidad interior, sino que, por la atracción del Amor de Jesús, no dejes de meditar y vivir su amor y su compasión aspirando a recibir la gracia de la unión. Da todo lo que tienes a Dios, lo santo para que lo acoja, lo profanado para que lo purifique; y recibe su amor incondicional. Haz tu meditación ante la hoguera, Llama de amor viva..
Junio 2025
Casto Acedo