sábado, 10 de febrero de 2024

5. 2 Beneficios de la adversidad

Este tema podría llamarse también Mis enemigos pueden ser mis mejores amigos. Es importante considerar cómo todo lo que nos parece adverso, incluidos los adversarios, pueden jugar un papel positivo en la vida.


Adversidad y humildad

Tratamos en este tema sobre algo tan importante y necesario como  la necesidad de aprender a mirar la adversidad como oportunidad para crecer antes que como desgracia o  castigo divino.

Cuando Jesús invita a su seguimiento no lo hace desde la condideración de hermosos idealismos  sino poniendo al llamado ante su propia realidad: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23). La cruz es el obstáculo que cada día sale al paso del discípulo. Podemos definirla como realidad molesta y adversa si no se sabe mirare en su dimensión espiritual. Forma parte del misterio del mal, que algunos quieren explicar como consecuencia de un castigo divino por el pecado, pero que se puede ver tambien como puente para retornar a la humildad de la naturaleza humana  original.

Tras la caída Adán recibe esta palabra: “Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás.” (Gn 3,19). Muchos llaman a esto “la maldición de Adán”; sin embargo las palabras de Dios aquí no son necesariamente de condena; simplemente constatan un hecho: Adán es tierra después y antes de su rebelión. Ignorando a Dios Adán prefirió sus criterios a los de su Creador, pecó de presunción al considerarse igual a Él. “Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios” (Gn 3,4); con estas palabras le sedujo la serpiente llevándole a considerarse más divino que terrenal. 

Y sin embargo el nombre mismo de adam viene del hebreo adamah, “nacido de la tierra”. Olvidó Adán que era polvo y que su naturaleza espiritual le fue dada por gracia inmerecida. Tal vez con lo de "al polvo volverás" Dios le está revelando a Adán que su vida no estará acabada hasta que vuelva al humus primero, a la humildad de la tierra, reconociendo que si tiene algún valor es porque Dios ha insuflado su Espíritu en la arcilla que su mano moldeó (cf Gn 2,7). Volver a la tierra es abajarse, identificarse como tierra, humillarse. El camino de la restauración espiritual es camino de humildad; y la cruz no es sino la aceptación de esta realidad: soy tierra, nada, vacío, fragilidad. Si tengo algún valor es porque Dios me lo otorga. Cuando vacío mi interioridad de autosuficiencias vuelvo a mi ser original.

Las dificultades que encontramos en la vida nos recuerdan la fragilidad de nuestro ser, nos despiertan a la realidad de lo que somos: débiles vasijas de barro (cf Is 64,8); sólo aceptando esto recuperamos la armonía de nuestro ser divino y vivimos como en el paraíso antes de la caída. Así pues, “volver a la tierra” no es una maldición, y experimentar en la tribulación lo que somos no es una muerte sino una oportunidad, na lección  para aprender a vivir según el espíritu.


Niveles en el modo de afrontar la adversidad

¿Cómo nos relacionamos con la adversidad? ¿Cómo me relaciono con el hecho de que poseo la fragilidad del barro? ¿Cómo trato o afronto mi cruz de cada día? ¿Cómo respondo a las pruebas (tentaciones) del mal? Enumeramos cuatro reacciones que a la postre van a ser cuatro fases que jalonan el crecimiento en el espíritu.

1. Lógicamente, en los inicios de la vida espiritual, que podríamos llamar infancia,  todos rehuimos aquello que nos puede generar sufrimiento; esta es la primera reacción ante las pruebas de la vida. No deseamos en modo alguno que vengan. ¡Ojalá no  experimente nunca la adversidad! Esta es la aspiración primera de prácticamente toda la humanidad. No queremos afrontar situaciones difíciles. Y esto, según en qué momento nos hallemos, puede ser positivo. A ningún niño se le debe obligar a afrontar responsabilidades para las que no está preparado. 

Recuerda como al iniciar nuestro proceso invitábamos a retirarnos a la celda o la cueva y dejar a un lado las relaciones o situaciones que nos desbordan. Se trata de eliminar la posibilidad de conflictos, de evitar situaciones, objetos o personas que podrían generarnos  emociones aflictivas que nos impiden ver con serenidad la realidad que somos y vivimos. Como principio no está mal la retirada a fin de prevenir choques que eviten males mayores. Evitar al adversario no es necesariamente del todo malo o negativo. A veces lo aconseja la prudencia. Es el tiempo de reservarte, de cultivar tu autoestima, de amarte a ti mismo en el buen sentido.

2. Pero ¿no nos estaremos perdiendo la vida al huir de las relaciones complicadas  retirándonos a vivir en solitario? A veces es conveniente el retiro, pero es nocivo si se queda ahí, en la huida. En un segundo momento o nivel, una vez fortalecido el espíritu en la soledad y el silencio, conviene afrontar la adversidad que sale al paso. El niño, poco a poco, ha de ir saliendo de la seguridad del entorno familiar para afrontar el mundo que le rodea. No es bueno, de principio, buscar problemas pero al menos deberíamos resolver los que se presentan. 

En esta segunda fase o grado, que podríamos llamar de adolescencia espiritual,  ha llegado el momento de afrontar los problemas diarios sin rehuirlos, la  hora de procurar que la contrariedad no cause negatividad en mí, sino que sirva, que me sea útil y me ayude a crecer y madurar en el camino. El adolescente ve en los retos un camino de aprendizaje. Aquí se comienza a dar un paso importante; la cruz o adversidad comienza a mirarse como una manera de vivir la realidad y al tiempo como una realidads necesaria para madurar espiritualmente.

En esta etapa de adolescencia el deseo podría expresarse así: ¡Que la adversidad me proporcione un sano desarrollo espiritual! Es tiempo para aprender a vivir la vida llevando con dignidad el trabajo y las responsabilidades familiares y sociales. Se trata de tomar la propia cruz, sabiendo que “no nos ha venido prueba alguna que no sea de medida humana. Dios es fiel, y él no permitirá que seáis probados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la prueba hará que encontréis también el modo de poder soportarla” (1 Cor 10,13).

En esta etapa se crece en la confianza que nos garantiza que podemos pedir a Dios que nos mande lo que sea siempre que con ello nos dé también la fuerza para realizarlo. Así reza una frase atribuida a san Agustín: “¡Dame lo que me pides, y pídeme lo que quieras!”.



3. En el siguiente nivel decimos: ¡No pasaré de largo ante ninguna adversidad! Nos abrimos a la adversidad que sufre la creación entera. El joven se abre al mundo y descubre que no puede dar la espalda al sufrimiento ajeno; se siente interpelado por quienes están siendo  desfavorecidos. Así, en la vida espiritual, llega un momento en que no sólo se está atento a lo que afecta personalmente sino que se abre la mente y se toma conciencia de que hay personas a mi alrededor que sufren adversidad; y con ímpetu juvenil se solidariza con la    humanidad y la creación que sufren violencia. “Toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto” (Rom 8,22). Enfermedades, guerras, falta de recursos materiales y espirituales para una vida digna, deterioro ecológico del planeta, etc. La dinámica de mi crecimiento espiritual en esta etapa no me permite permanecer impasible ni ante los crucificados del mundo ni ante un mundo crucificado por el daño infligido al medio ambiente.

Siguiendo la llamada de mi instinto espiritual me embarco en la tarea de ser parte activa para hacer realidad lo que el papa Francisco llama ecología integral: ambiental, económica y social (cf Laudato Si, 137-162). Salgo al encuentro de la adversidad para allanar lo escabroso y enderezar lo torcido (cf Is 40,1-5; Lc 3,4-6), descubro la dimensión profética de mi vida. Ahora no sólo afronto la adversidad que me sale al paso, también asumo la adversidad ajena y me encarno (compadezco) para cuidarla y sanarla. Es esta tercera  etapa un tiempo para  salir afuera y  dar una respuesta proactiva haciendo la guerra al mal. Aquí se progresa también en calidad espiritual. Ya sabes: siembras amor, cosechas amor.

4. El cuarto nivel es para espíritus muy avanzados. ¿Qué adversidad? ¡No hay adversidad!, expresión que me recuerda a san Pablo: ¿Muerte? No veo la muerte, ha sido absorbida por la victoria de Cristo (cf 1 Cor 15,54-55). El novicio ha llegado a la madurez espiritual. Quien alcanza este grado ya no se ve afectado emocionalmente por los problemas y asume en su interior la realidad de la vida; ha llegado a la meta o está muy cerca de ella.

La comunión con el Cristo interior que habita a quien ha llegado a este nivel le permite andar sobre las aguas tempestuosas que antes amenazaban su paz interior. Contemplación y acción se aúnan. Lo dice Jesús: "A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos" (Mc 16,18). Nada entorpece la marcha de quien vive unido a Cristo. "Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí"  (Gal 2,19-20) “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,38).

El grado de humildad adquirido en esta etapa hace verdaderas e inteligibles en cierto modo  las enigmáticas palabras que san Juan de la Cruz desgrana en su dibujo del Monte: “Paz, gozo, alegría, deleite, sabiduría, justicia, fortaleza, caridad, piedad.... No me da gloria nada... No me da pena nada ... Sólo mora en este monte honra y gloria de Dios.” Cuando el ego desaparece desaparecen con él sus enemigos. Aspirando a esta cima dice Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante todo se pasa, / Dios no se muda, / la paciencia todo lo alcanza,/ quien a Dios tiene / nada le falta/ sólo Dios basta”.

En el estado de madurez espiritual se  vive la humildad perfecta. Se suponen y supern las etapas anteriores. Hay cuidado personal, aceptación de la realidad circundante y preocupación por los que sufren, y a éso se suma una disponibilidad absoluta para el servicio del Reino.  La voluntad propia se ha sometido a Dios; no hago lo que quiero sino lo que Dios quiere; así enro en armonía conmigo, con los demás y con el mundo creado; ya no hay enemigos, porque todo es objeto de mi amor. 

¿Comprendes ahora por qué hemos comenzado este tema hablando de humildad? Quién acepta su condición de “ser polvo”, "tierra", nada, vacío, debilidad absoluta,  no se hunde ante la perspectiva de que la vida le sitúe en el último escalón. En la profundidad de su ser criatura le ha salido al paso Aquel que "se despojó de su rango pasando por uno de tantos" (cf Flp 2 5-11); ahora lo acepta todo con tal que la voluntad de Dios se cumpla en él, como dice la oración Padre, me me pongo en tus manos de Carlos de Foucaul.

Es importante conocer estas etapas, grados o niveles de reacción frente a la "enemiga adversidad" para adquirir una visión general del camino espiritual que seguimos. Nosotros estamos indagando y procurando vivir de momento el segundo nivel, el de adolescentes inseguros que intentan aceptar y afrontar la adversidad que les viene y extraer de esta experiencia la sabiduría necesaria para seguir creciendo.   


Aprender de la adversidad

Hace ya bastantes décadas era muy popular un libro de espiritualidad titulado  El arte de aprovechar nuestras faltas (Joseph Tissot). Se enseña en él que es un arte aprovechar los propios errores; y podríamos añadirle que también es un arte aprovechar la adversidad  haciéndola  tu amiga. Así lo hizo Jesús, amigo de la cruz;  y así lo hizo san Francisco de Asís, que llegó a bendecir a Dios por algo que aparentemente no es por sí digno de ser bendecido: "Bendito seas, Señor, por la hermana muerte". ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo voy a alabar a Dios por las cruces que me salen al camino?

Vamos a dar algunas pistas de cómo las adversidades nos ayudan o aprovechan, tanto cuando las superamos como cuando no podemos con ellas. Si las miramos como regalos de Dios para nuestra madurez personal tendremos motivos sobrados para alabarle por ello.

a) Lo primero que aprendemos es que un problema o dificultad no es algo necesariamente negativo. No hay paridad obligada entre dificultad y negatividad. Las pruebas de la vida (las tentaciones) no son malas en sí; al contrario, afrontarlas nos fortalece y ya con eso su existencia es positiva. Aleja de tu mente la creencia de que todo lo incómodo, lo que molesta, lo que supone un reto es negativo. Quién ha entrado en la dinámica espiritual ya no se mueve sólo al ritmo de las sensaciones físicas  y las emociones, más bien propensas a una visión negativa de los problemas. El enfoque de la vida del sabio es el de mirar todo lo que ocurre a su alrededor como una aventura fascinante, con sus riesgos y sus hazañas.

b) También es importante saber que cuando estamos demasiado cómodos nos estancamos. Por tanto, sospecha cuando todo vaya sobre ruedas. Seguro que se está incubando el virus burgués que anestesia la vida.  Los problemas nos despiertan, la comodidad nos adormece. Vistas así, por ejemplo, las  dificultades que encuentras para la práctica diaria del silencio y la meditación son un buen antídoto frente al sopor espiritual. Es recomendable y encomiable desarrollar en uno mismo el interés por todo lo que suponga un reto; sin esto no hay superación ni madurez.

c) Hay que poner de nuestra parte para disciplinar nuestro ser respondiendo sin miedo a las situaciones que nos provocan y de las que podemos aprender por vía de experiencia. No renuncies a volar alto. Si quieres corregir en ti tal o cual defecto o carencia, puedes. Dios no te va a faltar; y con la experiencia de superación se adquiere cada vez más seguridad vital.

d) La adversidad te permite evaluar tu progreso en el camino. Las pruebas miden el nivel de paciencia, de fortaleza, de optimismo o de entrega. Cuando todo va bien no tenemos la oportunidad de saber hasta qué punto estamos preparados. ¿Cómo vas a conocer tu nivel de conducta, de autoestima, de control mental, de paciencia, de amor y de sabiduría si las dificultades no te ponen a prueba?

e) También ayuda la adversidad a reducir la arrogancia. Podemos vivir una realidad paralela a la auténtica realidad de lo que somos y lo que valemos si no hay nada ni nadie que nos tiente, nadie que ponga en jaque nuestra valía. Cuando pasamos por una dificultad, como puede ser una enfermedad o cuandos e da el hecho de que se nos critique o se nos margine y descarte, podemos aprender con ello a reducir nuestro orgullo y nuestra arrogancia, lo cual es espiritualmente muy valioso.

f) Los obstáculos en el camino nos ayudan a descubrir nuestras debilidades. Nos damos cuenta de que somos débiles cuando vemos que otras personas sobrellevan con mucha entereza situaciones que a nosotros nos hunden. Visto así podemos entender que la dificultad no está sólo ahí fuera, que parte del problema, sino todo, está en nuestro interior, y podemos identificar la debilidad que padecemos; y una vez localizada podremos dedicar esfuerzos a fortalecer ese punto débil.

g) Digamos finalmente que la adversidad nos permite madurar; por eso, aunque parezca paradójico por lo que tiene de chocante con la idea de un Dios bueno que quiere lo mejor para sus hijos, desde la fe cristiana la prueba o adversidad, que también podemos llamar tentación", se puede ver como un don de Dios. "Sin la tentación -dice Isaac de Nínive- no se siente la solicitud de Dios por nosotros, no se adquiere la confianza en Él, no se aprende la sabiduría del Espíritu y el amor de Dios no se consolida en el alma" 

* * *


La fuerza se realiza en la debilidad

Para concluir pongo un texto de san Pablo. No sabemos a qué debilidad se refiere el santo, ¿Algún defecto físico? ¿Un problema de carácter? Sea cual fuera el caso es que vio en ello una oportunidad para no caer en soberbia, crecer en humildad, y alcanzar el conocimiento de Cristo por la fortaleza que le daba la fe en Él: 

"Por la grandeza de las revelaciones, y para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad». Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (1 Cor 12.7-10).

*

Un tema el de la adversidad y sus beneficios que conviene meditar y hacer propio si se quiere llegar a tener una vida plenamente feliz. Cuando se asumen los problemas y se trabaja por suprimir todo lo que impide vivir en fe y felicidad procurando más el bien de los demás que el propio estamos en el buen camino. No olvides que las personas y los acontecimientos que te vienen los pone el Señor para tu maduración espiritual. Ánimo. 

*
Febrero 2024
Casto Acedo