jueves, 9 de enero de 2025

Lecciones sobre la (cruz) adversidad

 


"Para mortificar las cuatro pasiones naturales, que son: gozo, tristeza, temor y esperanza, aprovecha lo siguiente: Procurar siempre inclinarse no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso. No a lo más sabroso, sino a lo más desabrido; no a lo más gustoso, sino a lo que no da gusto. No inclinarse a lo que es descanso, sino a lo más trabajoso. No a lo que es consuelo, sino a lo que no es consuelo; no a lo más, sino a lo menos. No a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado. No a lo que es querer algo, sino a lo que no es querer nada. No andar buscando lo mejor de las cosas, sino lo peor, y traer desnudez y vacío y pobreza por Jesucristo de cuanto hay en el mundo" (San Juan de la Cruz, Avisos, 1)

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Ampliar los espacios del corazón

No imagines la vida sólo como una inmensa pradera sembrada de flores y de árboles hermosos a la vista y abundantes en frutos. También hay montañas que subir y simas a las que descender, desiertos que atravesar y rios turbulentos que cruzar. También los golpes y caidas, como la serenidad y el gozo, forman parte de la vida; ambas realidades nos ayudan a crecer y madurar.

Toda la realidad ha de ser acogida por quien quiere vivir a tope. Para ello es bueno seguir el consejo bíblico: "ensancha el espacio de tu tienda, despliega los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, afianza tus estacas” (Is 54,2). Nos preparamos a una vida plena ensanchando el espacio de nuestro corazón *para acoger  con amor los sucesos y las personas, agradables o no, que nos salen al paso, *para tender la mano a quienes nos resulten antipáticos o despreciables, *para alargar las cuerdas de la fraternidad a fin de que puedan asirse a ella quienes necesitan ayuda, *para afianzar las estacas de la vida interior anclándola en el corazón de Aquel que es amor sin medida, *y por ende, para hacer espacio a la ternura frente al sufrimiento en nuestro corazón, evitando resistencias internas que lo endurezcan.

Muy a menudo nos cuesta hacernos con la vida tal como nos viene por miedo al sufrimiento. El ego nos sumerge en los mundos de yupi, y por eso viramos el rostro ante aquello que en su momento nos causó sufrimiento o prevemos nos lo pueda causar en el futuro. Tendemos a huir de la vida cuando no parece ser favorable a nuestra egolatría. El miedo a la adversidad no es otra cosa que miedo a vivir lo inesperado, miedo a la realidad que no controlo. Como remedio a esto Jesús invita a tomar la cruz y seguirle (cf Mc 7,34; Mt 10,38; 16,24; Lc 9,23; 14,27) a tomar las realidades que se presentan dolorosas y llevarlas hacia adelante con el mismo amor y compasión con que las llevó Él.

A veces esa cruz son circunstancias que irremediablemente sobrevienen; otras veces son personas que por cualquier motivo han sido o son para nosotros causa de sufrimiento. En este caso es importante sanar la relación con esa o esas personas. No basta alejarse física o mentalmente de ellas, porque la herida permanece; hay que restañar el daño procurando el reencuentro con la medicina de la valentía y el perdón; o lo que es lo mismo: poniendo  mucho amor compasivo hacia uno mismo y hacia quien consideramos molesto, hostil o insoportable.

 No debería faltar en los momentos de silencio el ejercicio de ablandar el corazón endurecido por el rechazo, el odio o la costumbre de dejar en el olvido circunsatancias o  personas que no gusta recordar. Para vivir en plenitud se hace necesario ampliar la tienda del corazón para aceptar lo que fue y para que quepan en él esas situaciones y personas concretas que ya hemos desterrado de nuestra conciencia o borrado de la lista de nuestros deseos.

Primero meditar, luego actuar

¿Cómo lidiar con la cruz? ¿Cómo trabajar la adversidad para transformarla antes en fuente de gracia que en motivo de desesperación? ¿Cómo hacer para que los problemas y conflictos que vivimos nos ayuden a madurar como personas con cierto nivel espiritual?

Lo primero: tener claro que hay que trabajar o entrenar la mente en la meditación. Frente a la tendencia a esquivar o dejar apartadas de hecho o mentalmente a las personas o circunstancias que nos molestan, conviene tomar conciencia de que cuando nos estamos exigiendo ser más compasivos, más activos en el perdón a las personas que nos hieren, amar a los demás más que a nosotros mismos, lo hemos de  hacer primeramente como un ejercicio interior para fortalecernos. Esto justifica nuestro estudio y nuestra meditación sobre el tema. Y una vez que por la meditación y el silencio tenemos integrada la compasión en nosotros, intentamos, poco a poco, aplicar lo aprendido en las diferentes situaciones que espontáneamente surgen en la vida.

Primero entrenamos la mente y el corazón en la meditación y luego actuamos en el mundo real. En este caso invertimos el axioma tan de nuestra cultura que dice “primum vivere deinde philosophari” (primero vivir, luego meditar). En nuestro programa primero cultivamos la interioridad a la luz de las enseñanzas de Jesús de Nazaret sobre la compasión (primum philosophari), y luego practicamos lo aprehendido (deinde vivere). Primero meditar, luego vivir lo meditado; cambiar mi corazón para cambiar el mundo. El resultado final es la convergencia de oración y vida. Tambiém podríamos seguir el camino inverso,  analizar hechos de vida y llevarlos a la oración,  pero aquí comenzamos por la meditación.

Convertirnos a la Cruz

A la fiesta de la Santa Cruz, celebrada litúrgicamente el 14 de Septiembre y como tradición en muchos pueblos el 1 de Mayo, se le llamó primeramente fiesta de la Invención de la Santa Cruz, lo cual no debemos leer como que la cruz es un invento sino que es una realidad que “viene hacia” (invenio) nosotros, como prueba y como salvación, y a cada cual toca convertirse, volverse, a ella. Celebra esta fiesta el triunfo de la Cruz, que, curiosamente no es la victoria del mal sobre la cruz sino la de la cruz  sobre el mal; en la aceptación de la Cruz el Jesucristo llega a la madurez y realiza el acto de compasión más perfecto:“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34), Jesús hace de la Cruz, que de por sí es instrumento de pena  y castigo, un lugar de salvación por el perdón y la misericordia. Esto no es comprensible para la mente discursiva; sólo quien purifica su corazón de todo odio y deseo de mal puede entenderlo. Sólo quien lo haya experimentado lo entenderá.

Necesitamos convertirnos a la Cruz, volcar la mirada en el Crucificado, para ver el dolor y el sufrimiento desde su perspectiva. ¿Cómo ve Jesús la adversidad?

a) La adversidad no es algo raro y equivocado sino algo que necesariamente va a llegar  y que tenemos que esperar. Jesús, que en los inicios de su ministerio público gozó de la simpatía de todos no tardó en intuir que tanta bonanza no duraría para siempre. Quienes le seguían lo hacían movidos sobre todo por las facilidades que parecía proporcionarles: milagros, esperanzas mesiánicas mundanas, amor incondicional a cada uno, etc. Pero ¿estaban dispuestos a seguirle asumiendo y aceptando sus trabajos por el Reino de Dios?, ¿asumirían que el Reino sufre violencias (Mt 11,12) que hay que soportar sin perder la compasión?

Hacia la mitad de su vida pública Jesús dice a sus discípulos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”.  (Mc 7,31; Lc 9,21). El sufrimiento no lo ve como algo extraño a la condición y naturaleza humana, es algo que tiene que ocurrir. En un mundo imperfecto e impredecible no tenemos control sobre las cosas que surgen sin una explicación o como consecuencias de acciones humanas dañinas. En un mundo de “egos” el sufrimiento es inevitable, porque  hay mucha manipulación interna debido a los estados aflictivos que se generan por los "egos" que se niegan a morir; hay muchas emociones negativas, mucho fanatismo  y poco sentido común. 

Los cambios en las cosas y las personas, los “nuevos nacimientos”, llevan consigo dolores de parto, transiciones dolorosas. La adversidad no es algo raro, sino más bien algo que no debería sorprender a nadie. Es de sabios asumir que la cruz es algo connatural al mundo herido por el pecado y que aspira a alumbrar un mundo nuevo. "Sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo". (Rom 8,22-23). Mientras aguardamos la plenitud del Reino es inevitable que este sufra violencia (Mt 11,12). Desde aquí podemos entender la expresión "es necesario" en boca de Jesús; por ejemplo: "Es necesario que yo padezca mucho y sea reprobado por esta generación" (Lc 17,25), o "cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida" (Lc 21,9).

Así pues, la adversidad, los problemas, forman parte de la vida. Siempre hay conflictos, roces o imprevistos, y cuando surgen no deberían sorprendernos. Deberíamos decir: esto tiene que pasar, porque el mundo, sometido a la frustración por el mal (cf Rm 8,20) está en evolución, abriéndose camino hacia su plenitud. 

La adversidad forma parte de nuestra condición de criaturas, y por tanto hay que asumirla y superarla, siempre con la esperanza puesta en Aquel que dijo a los de Emaús: "¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?"  (Lc 23,28).

b) Deberíamos esforzarnos por ver la adversidad y la cruz como un valor, asumiendo su venida  como una oportunidad de o para crecer en la interioridad, una ocasión para salir de la comodidad burguesa que pudre el espíritu y ponernos en marcha dejando atrás la pereza espiritual. Se trata de soltar, dejar ir todo y ponerse en manos de Dios. Viene bien recordar aquí lo que dice Jesús: "Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará." (Mt 16,25).

Ante la adversidad no conviene  preguntarse “¿por qué me está pasando esto?”. La mente discursiva tiende a estancarse en esta pregunta cuya respuesta es multifactorial; son muchas las circunstancias, muchas condiciones, algunas muy antiguas, las que han hecho aflorar el problema. Más útil que ir hacia atrás preguntando ¿”porqué ha surgido o está surgiendo  esto?” es preguntarse “¿qué puedo hacer? ¿Cómo puedo trabajar esta situación para que me ayude a crecer”?  

No se trata de escapar de los problemas, sino de afrontar cómo podemos trabajar con los problemas y las dificultades de nuestra vida, porque si no lo hacemos, si vamos aparcando los obstáculos, terminaremos por ser cada vez más débiles ante el sufrimiento por falta de ejercicios de superación y más sensibles por aburguesamiento espiritual. No dar una respuesta adecuada en cada momento  hace que la adversidad nos afecte y nos dañe cada vez con más facilidad.

Beneficios de afrontar la adversidad

Señalamos cuatro efectos benéficos que se reciben cuando asumimos y respondemos positivamente ante la adversidad.

a.     La adversidad (cruz) purifica. Los problemas  nos ayudan a crecer en humildad. Al tomar conciencia  de ellos y de  nuestra debilidad e impotencia para superarlos descubrimos que vivíamos en el orgullo de creernos poderosos y perfectos. Además hemos de saber que al afrontar con decisión las cruces de la vida  limpiamos  el corazón de impurezas. Un ejemplo del libro del Eclesiástico nos lo dice: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez |y durante su vida no le causes tristeza. Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor. Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados” (3,12-14).

b.     La adversidad (cruz) enseña, tiene un enorme valor docente. Las experiencias dolorosas vividas nos dejan ver con más claridad las cruces del prójimo; nos enseñan a valorar más a las otras personas, a desarrollar más paciencia y comprensión, a aceptar que las cosas y las personas cambian y he de aceptarlas como son.  Aquí puede servirnos de ejemplo el texto del Éxodo: “No maltratarás ni oprimirás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Ex 22,20). La experiencai de ser forastero en tierra extraña puede purificar la mente para ver con equidad a los forasteros que ahora residen en la tuya. De cada situación, de cada conflicto vivido podemos sacar una enseñanza que nos haga más fuertes y más sabios. En ámbitos de fe se suele decir que “el pecado nos hace más humanos” porque nos enseña a aceptar que también nosotros caemos en aquello que criticamos en los demás. Lo mismo podemos decir de las experiencias dolorosas. Nos humanizan.

c.  La adversidad (cruz) conecta con otros seres, nos hace sentirnos unidos a personas que están viviendo la adversidad en un grado igual o mayor que el nuestro. Y desde ahí no ayuda a conocer y tener más compasión por los demás, o a reconocer nuestro sufrimiento teniendo como ejemplo el de otros. En este sentido hay que destacar cómo la mirada a la Cruz de Cristo en tiempos de desolación nos conecta con su sufrimiento y nos sirve como referente de que si Él pudo también yo puedo vencer la adversidad que estoy viviendo. Mirando la cruz nos conectamos con Jesucristo, y en Él con toda la humanidad. Conectar con la pasión de Cristo nos hace partícipes de la salvación que Él nos acerca: “Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla». Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida” (Nm 8,9). “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. (Jn 3,14-15). En la adversidad puedo conectar con el sufrimiento del mundo concentrado en Cristo Crucificado.


d. La adversidad (cruz) ayuda a hacer cambiosEl sufrimiento en sí no es bueno, ni sagrado ni santo, pero gestionado con inteligencia y sabiduría puede ser una fuente de beneficios espirituales. Cuando a la adversidad le acompañada la sabiduría de la experiencia ella misma se transforma en inspiradora de cambios. Una de las bondades de la cruz es la de servir de acicate para hacer cambios interiores profundos. Por ejemplo, cuando la situación es insuperable o difícil de eliminar trabajamos con ese problema, con esa dificultad, y adquirimos una fortaleza que genera en nosotros paciencia. “Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia” (Sant 1 2-3). ¿Cómo voy a cambiar de ser impaciente a paciente, de intransigente a respetuoso, si no hay pruebas que me faciliten un cambio efectivo? ¿Cómo evitaré futuras derrotas si no aprendo sufriendo las presentes? Aquí encuentra sentido la frase de san Pablo. "Donde abundó el pecado (y el sufrimiento que lleva consigo) sobreabundó la gracia (apertura a una vida nueva)" (Rm 5,20)



Soportar la adversidad, soportar la felicidad


Un maestro indio dijo en una ocasión algo que de entrada parece contradecir el sentido común: “Las personas sólo soportan un poco de felicidad, pero pueden soportar mucha adversidad” (Padampa Sangye). La lógica parece que pide darle la vuelta al axioma diciendo que la gente soporta muy bien la abundante felicidad y poco o casi nada la adversidad; pero desde una lectura espiritual puede no ser así. 

El autor de la sentencia no habla de la vida corporal sino de la espiritual, y lo que quiere decir es que un poquito de felicidad tiene mucha probabilidad de distraer a las personas de su práctica meditativa, de su esfuerzo por vivirse desde su centro; sin embargo la adversidad tiene menos probabilidad de distraerles, maravillarles, encantarles, extasiarles o hechizarles. Las personas infantiles evitan las dificultades en su desarrollo personal, las personas maduras aprenden a tolerarlas con paciencia; los primeros aguantan poco el sufrimiento, los segundos saben que su crecimiento es imposible sin ello.

Las experiencias espirituales que traen consigo consolaciones, gustos y contentos son a la postre más estorbo para el crecimiento espirtiual que las “noches oscuras”; la adversidad de “las noches” las aprovechan los adelantados como combustible para crecer, aprender, transformar y madurar. Podemos entender desde aquí los consejos de san Juan de la Cruz: ”Para obrar fuertemente y con esta constancia y salir presto a luz con las virtudes, tenga siempre cuidado de inclinarse más a lo dificultoso que a lo fácil, a lo áspero que a lo suave, y a lo penoso de la obra y desabrido que a lo sabroso y gustoso de ella, y no andar escogiendo lo que es menos cruz, pues es carga liviana (Mt. 11, 30 ); y cuanto más carga, más leve es, llevada por Dios”  (Avisos, 6). Una invitación a ir a lo más difícil antes que a lo más fácil. 

Reconocer las oportunidades

Nuestra madurez se ralentiza a menudo porque no reconocemos las oportunidades. Si sólo entrenamos con condiciones favorables el desarrollo es lento y limitado; pero si queremos “jugar en primera división”, si aspiramos a "competir entre las élites", hemos de dar pasos que nos lleven no sólo a afrontar las oportunidades que nos vienen, sino también a plantearnos voluntariamente retos más difíciles.

Debes plantearte en serio que tu práctica espiritual no se limite a treinta minutos diarios de silencio en el cojín, el banquito o la silla; y tu contemplación exterior no se reduzca a dar un paseo para contemplar las abejas o las mariposas, el sol, las nubes o el arco iris. Hay que ir más allá, y en cada momento o situación, especialmente cuando se cruzan en tu día a día personas que te dan un codazo o te ponen la zancadilla, entonces has de practicar aprovechando esa oportunidad de crecer respondiendo con paciencia, amor y compasión. No desaproveches esas oportunidades que se te dan; no sólo son  tan válidas como el paseo contemplativo mirando al sol y a las mariposas sino que puede ser un ejercicio más potente y transformador. Te guste o no esto te conviene.

Y, siguiendo el consejo de san Juan de la Cruz, aún puedes ir más allá. Escoger lo más difícil y dificultoso. Dar pasos hacia la cima con decisión a pesar de lo escarpado y empinado del terreno. Por ejemplo: no te limites a hacer silencio en la soledad de tu hogar, sal fuera y víve ese tiempo en grupo; pierde el miedo a dejar un día al mes, o un fin de semana, para dedicarlo a ti retirándote al lugar adecuado; o si observas que alguien necesita tu ayuda no digas "no me incumbe" sino haz tuyo su sufrimiento y procura cubrir su necesidad. 

La cruz, “cuanto más carga, más leve es, llevada por Dios”, dice el santo carmelita. Esta frase parece tan contradictoria como la comentada del sabio indio que daba a entender que soportamos mejor la adversidad que la bonanza, pero ambas son palabras verdaderas  si las aplicamos a la vida espiritual.

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Enero 2025

Casto Acedo