martes, 28 de mayo de 2024

Repasando: San Pedro de Alcántara

Hablamos en la última reunión de "no confundir a Dios con las experiencias", y que no debemos bsucaer en la meditación experiencias exóticas sino a Dios. Os invito a leer estga entrada del año 2017. Es un el texto de san Pedro de Alcántara. Os lo transcribo en letra roja con comentarios míos en azul. El camino de la contemplación no es fácil; tiene momentos de sequedad, y hay que contar con ello. . Tras un tiempo de experimentar el silencio meditativo y sentir sus beneficios (si no fuera así no creo que siguierais en el grupo), llega el momento de la rutina, el cansancio, el aburrimiento… ¿Sigo o lo dejo? Es la pregunta-trampa. Supongo que quienes lleváis años ya estís maduros en esto; para los que empiezan o llevan poco tiempo va especialmente esta entradda. Se aprende de la vida que hay “noches oscuras”, aunque no llegamos a entender del todo su sentido; en los momentos de sequedad toca poner en marcha el corazón, o sea, la voluntad; no olvides que en latín “volo” –de donde viene voluntad-. significa “querer”. Ejercitarse en la voluntad supone seguir los pasos que Dios quiere para mí, no lo que yo quiero (normalmente confundo este “quiero” mío con “me apetece” o “me gusta”). San Pedro de Alcántara nos lo explica así:

 
 
 San Pedro de Alcántara
Tratado de oración y meditación
CAPÍTULO V.

DE ALGUNOS AVISOS NECESARIOS PARA LOS
QUE SE DAN A LA ORACIÓN

Aviso primero
 
Comienza el santo reconociendo que no es fácil llegarse a Dios, y sin una conveniente dirección (guía) y consejos para no perderse en el camino. O sea, que sin mapa de la carretera y sin humildad para dejarnos guiar por los caminos adecuados,  es casi un imposible.
 
Una de las cosas más arduas y dificultosas que hay en esta vida es saber ir a Dios y tratar familiarmente con él. Y por esto no se puede este camino andar sin alguna buena guía, ni tampoco sin algunos avisos para no perderse en él, y por esto será necesario apuntar aquí algunos con la nuestra acostumbrada brevedad….

1.- El primer consejo o aviso que da el santo es que sobre el “para qué” de la oración. Y previene de la reducción “filosófica” de la oración: buscarse a sí mismos y amarse a sí mismos. Es este un engaño lógico cuando se practica “meditación sin Dios”, es decir, cuando se reduce la meditación (también alude a la celebración de Sacramentos) a una serie de técnicas orientadas a encontrar un “lugar estufa” donde aislarme de mis preocupaciones y problemas; algo muy propio de la Nueva Era. Menciona aquí san Pedro de Alcántara que estamos ante una versión espiritual de los pecados capitales (avaricia, lujuria y gula espiritual) tan peligrosa como la versión sensual.

Entre los cuales, el primero sea acerca del fin que en estos ejercicios se ha de tener. Para lo cual es de saber que (como esta comunicación con Dios sea una cosa tan dulce y tan deleitable, según dice el Sabio) de aquí nace que muchas personas atraídas con la fuerza de esta maravillosa suavidad (que es sobre todo lo que se puede decir) se llegan a Dios y se dan a todos los espirituales ejercicios, así de lección como de oración y uso de Sacramentos, por el gusto grande que hallan en ellos, de tal manera, que el principal fin que a esto les lleva es el deseo de esta maravillosa suavidad. Éste es un muy grande y muy universal engaño en que caen muchos. Porque como el principal fin de todas nuestras obras haya de ser amar a Dios y buscar a Dios, esto más es amar a sí y buscar a sí, conviene saber, su propio gusto y contentamiento, que es el fin que los filósofos pretendían en su contemplación. Y esto es también -como dice un Doctor- un linaje de avaricia, lujuria y gula espiritual, que no es menos peligrosa que la otra sensual.

2.- Luego dice algo muy importante para nosotros cuando el cansancio de la práctica de meditación diaria puede hacer mella: no sentir gustos ni regalos en la oración no es signo de no estar haciendo lo correcto. No os juzguéis a vosotros como malos orantes si no vivís experiencias dulces y consoladoras; tampoco os juzguéis como más santos, ni juzguéis a nadie como tal, en razón de estas experiencias. Santa Teresa tuvo muchas de estas experiencias (también tuvo sus noches oscuras, aunque se mencionan menos), pero su santidad no se debe a esos dones de Dios sino a la búsqueda de la voluntad de Dios sobre la propia; fue vaciándose de su “volo” (querer, amar, voluntad) para que ese espacio lo fuera ocupando el “volo” de Dios. Así lo dice san Pedro:
 
…Y lo que es más, de este mismo engaño se sigue otro no menor, que es juzgar el hombre a sí y a los otros por estos gustos y sentimientos, creyendo que tanto tiene cada uno más o menos de perfección, cuanto más o menos gusta de Dios, que es un engaño muy grande. Pues contra estos dos engaños sirve este aviso y regla general: que cada uno entienda que el fin de todos estos ejercicios y de toda la vida espiritual es la obediencia de los mandamientos de Dios y el cumplimiento de la divina voluntad, para lo cual es necesario que muera la voluntad propia, para que así viva y reine la divina, pues es tan contraria a ella…. 
 
3. ¿Qué sentido tienen entonces las experiencias  humanamente gratificantes que se pueden dar en la oración? La razón es que se trata de signos que Dios nos da para hacernos saber que está cerca de nosotros en esta lucha por vivir según su voluntad. Y si es para este fin no hay inconveniente en pedirle esos dones a Dios, sobre todo en los momentos en que nos abate la oscuridad. Eso sí, siempre con un “que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Vuelve a insistir reiterativamente el santo en que no son los gustos sino la conformidad con la voluntad de Dios libremente aceptada (lo que supone exiliar los propios gustos y voluntades) lo que determina la calidad de nuestra oración.
 
…Y porque tan gran victoria como ésta no se puede alcanzar sin muy grandes favores y regalos de Dios, por esto principalmente se ha de ejercitar la oración, para que por ella se alcancen estos favores y se sientan estos regalos para salir con esta empresa. Y de esta manera y para tal fin se pueden pedir y procurar los deleites de la oración  (según arriba dijimos), como los pedía David cuando decía: Vuélveme, Señor, la alegría de tu salud, y confírmame con tu espíritu principal (Ps.50,14). Pues conforme a esto, entenderá el hombre cuál ha de ser el fin que ha de tener en estos ejercicios, y por aquí también entenderá por dónde ha de estimar y medir su aprovechamiento y el de los otros, conviene saber, no por los gustos que hubiere recibido de Dios, sino por lo que por él hubiese padecido, así por hacer la voluntad divina, como por negar la propia.

Que éste haya de ser el fin de todas nuestras lecciones y oraciones, no quiero traer para esto más argumentos que aquella divina oración o salmo: Beati immaculati in via (Ps.118,1), que teniendo ciento setenta y siete versos (porque es el mayor del salterio) no se hallará en él uno solo que no haga mención de la ley de Dios y de la guarda de sus mandamientos, lo cual quiso el Espíritu Santo que así fuese, para que por aquí viesen los hombres cómo todas sus oraciones y meditaciones se habían de ordenar en todo y en parte a este fin, que es la obediencia y guarda de la ley de Dios, y todo lo que va fuera de aquí, es uno de los muy sutiles y más colorados engaños del enemigo, con el cual hace creer á los hombres que son algo, no siéndolo.

Por lo cual dicen muy bien los Santos que la verdadera prueba del hombre no es el gusto de la oración, sino la paciencia de la tribulación, la abnegación de sí mismo y el cumplimiento de la divina voluntad, aunque para todo esto aprovecha grandemente así la oración como los gustos y consolaciones que en ellas se dan.
 
4.- Finalmente invita a un examen personal acerca de la propia oración. Lo primero es  que miremos si vamos creciendo en humildad, que se manifiesta interiormente en una consideración equilibrada de nosotros mismos y en la capacidad de “sufrir las injusticias de los otros” (no se afirma que haya que promover esto), exteriormente en la manera de relacionarnos con los demás, ayudándoles cuando nos necesitan, aceptándolos tal como son, con sus defectos y virtudes; también se ve la  humildad en el modo de soportar los momentos duros de la vida,  en la ausencia de críticas innecesarias (¿cómo rige su lengua?), en saber cuidar la vida afectiva (¿cómo guarda su corazón?), en luchar contra la dictadura de la sensualidad (dominar la carne), etc… ,
 
… Pues, conforme a esto, el que quisiere ver cuánto ha aprovechado en este camino de Dios, mire cuánto crece cada día en humildad interior y exterior. ¿Cómo sufre las injusticias de los otros? ¿Cómo sabe dar pasada a las flaquezas ajenas? ¿Cómo acude a las necesidades de sus prójimos? ¿Cómo se compadece y no se indigna contra los defectos ajenos? ¿Cómo sabe esperar en Dios en el tiempo de la tribulación? ¿Cómo rige su lengua? ¿Cómo guarda su corazón? ¿Cómo trae domada su carne con todos sus apetitos y sentidos? ¿ Cómo se sabe valer en las prosperidades y adversidades? ¿Cómo se repara y provee en todas las cosas con gravedad y discreción? …

5.- Y otra cuestión a analizar es la de la propia imagen, el propio “ego” (amor de la honra, del regalo y del mundo). Un elemento importante es que te preguntes si vas aceptándote cada día más como eres, más allá de querer proyectar ante los demás una imagen ideal de ti mismo que, a la larga, te esclaviza haciéndote decir y hacer lo que no quieres. Todo por temor al qué dirán, al rechazo, a sentirte solo.
 
Es verdad que ser tú mismo lleva a veces consigo incomprensiones, soledad, dudas de si no me estaré equivocando,… Es la experiencia de Jesús en Getsemaní: Soledad, abandono (se sentía incluso abandonado del Padre)… Es la “muerte del ego”, la mortificación, ¡habría que recuperar el significado de esta palabra como ejercicio de arrojar fuera de ti todo lo que te mata!. Ahora bien, eso que te anula y te mata,  tu “falso yo”,  no se va a retirar como si nada; luchará por seguir instalado en ti, por dominarte con el engaño de los pensamientos y las emociones; te dirá que te engañas a ti mismo si crees en la verdad de Dios, porque tú eres Dios...; ¡usa tu inteligencia!; también te dirá tu ego que has nacido para disfrutar, ¿No escuchas muy a menudo eso de “tengo derecho a disfrutar” como argumento para evadirse de las responsabilidades?

 Pero Dios te dice que tú no eres tus pensamientos; ya decía B. Pascal que el corazón tiene razones que la razón no comprende. Y tampoco eres tus emociones, ni las gratificantes ni las dolorosas; las emociones y los pensamientos son parte de ti, pero tú eres más que inteligencia y sentimientos, eres tú mismo, “imagen de Dios”; lo más grande, lo más fuerte y duradero de ti está muy dentro de ti mismo; como dice santa Teresa, lo que te da valor es que  tu “alma es como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, … un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites” (1 Moradas 1,1). La puerta para entrar en ese paraíso interior que eres tú, donde -¡pásmate!- Dios mismo tiene sus deleites, es la oración.

 
 …Y, sobre todo esto, mire si está muerto el amor de la honra, y del regalo, y del mundo, y según lo que en esto hubiere aprovechado o desaprovechado, así se juzgue, y no según no que siente o no siente de Dios. Y por esto siempre ha de tener él un ojo, y el más principal en la mortificación, y el otro en la oración, porque esa misma mortificación no se puede perfectamente alcanzar sin el socorro de la oración….
 
 
Creo que merece la pena que tomes conciencia de lo te dice  san Pedro de Alcántara, extremeño, paisano nuestro por tanto, y maestro de santa Teresa de Ávila. Bueno es que medites, que dediques tiempo a silenciar la mente y el corazón para dar paso a Dios. Pero también es bueno que te pares a evaluar tu oración, no tanto valorando los gustos y regalos cuanto los cambios que se van danto en tu vida (conversión a Dios y al prójimo).

En este segundo año, menos propenso a sorprenderte por los avances en tu meditación, toca hacer oración contemplativa siguiendo la voluntad de Dios más allá de tus gustos y caprichosHabrá momentos en que no encuentres un por qué  ni un para qué orar. A pesar de ello  te invito a perseverar. ¿Por qué tienes que hacerlo? Te respondo con las palabras de Jesús a san Pedro, que no entendía por qué Jesús, el maestro, tenía que lavarle los pies:  «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». (Jn 13,6-9). Orar, más que hacer, es “dejar hacer a Jesús”; para ello sólo tienes que descalzarte y poner los pies bajo el agua que Él  te acerca. Entiende así la oración; como un don que Jesucristo, Dios encarnado, se te acerca. Te parecerá impropio de Dios tanta humildad. Es su forma de hacer contigo. No dejes de poner tus pies ante él, tu vida entera, para que la purifique con el agua de su gracia. Eso es orar.

Por tanto, sé constante: no lo entiendes ahora, pero lo entenderás más tarde.


Buena semana de meditación a todos.
Casto Acedo. Octubre 2017.