Hablamos en la última reunión de "no confundir a Dios con las experiencias", y que no debemos bsucaer en la meditación experiencias exóticas sino a Dios. Os invito a leer estga entrada del año 2017. Es un el texto de san Pedro de Alcántara. Os lo transcribo en letra roja con comentarios míos en azul. El camino de la contemplación no es fácil; tiene momentos de sequedad, y hay que contar con ello. . Tras un tiempo de experimentar el silencio meditativo y sentir sus beneficios (si no fuera así no creo que siguierais en el grupo), llega el momento de la rutina, el cansancio, el aburrimiento… ¿Sigo o lo dejo? Es la pregunta-trampa. Supongo que quienes lleváis años ya estís maduros en esto; para los que empiezan o llevan poco tiempo va especialmente esta entradda. Se aprende de la vida que hay “noches oscuras”, aunque no llegamos a entender del todo su sentido; en los momentos de sequedad toca poner en marcha el corazón, o sea, la voluntad; no olvides que en latín “volo” –de donde viene voluntad-. significa “querer”. Ejercitarse en la voluntad supone seguir los pasos que Dios quiere para mí, no lo que yo quiero (normalmente confundo este “quiero” mío con “me apetece” o “me gusta”). San Pedro de Alcántara nos lo explica así:
CAPÍTULO V.
Entre los cuales, el primero sea acerca del fin que en estos ejercicios se ha de tener. Para lo cual es de saber que (como esta comunicación con Dios sea una cosa tan dulce y tan deleitable, según dice el Sabio) de aquí nace que muchas personas atraídas con la fuerza de esta maravillosa suavidad (que es sobre todo lo que se puede decir) se llegan a Dios y se dan a todos los espirituales ejercicios, así de lección como de oración y uso de Sacramentos, por el gusto grande que hallan en ellos, de tal manera, que el principal fin que a esto les lleva es el deseo de esta maravillosa suavidad. Éste es un muy grande y muy universal engaño en que caen muchos. Porque como el principal fin de todas nuestras obras haya de ser amar a Dios y buscar a Dios, esto más es amar a sí y buscar a sí, conviene saber, su propio gusto y contentamiento, que es el fin que los filósofos pretendían en su contemplación. Y esto es también -como dice un Doctor- un linaje de avaricia, lujuria y gula espiritual, que no es menos peligrosa que la otra sensual.
2.- Luego dice algo muy importante para nosotros cuando el cansancio de la práctica de meditación diaria puede hacer mella: no sentir gustos ni regalos en la oración no es signo de no estar haciendo lo correcto. No os juzguéis a vosotros como malos orantes si no vivís experiencias dulces y consoladoras; tampoco os juzguéis como más santos, ni juzguéis a nadie como tal, en razón de estas experiencias. Santa Teresa tuvo muchas de estas experiencias (también tuvo sus noches oscuras, aunque se mencionan menos), pero su santidad no se debe a esos dones de Dios sino a la búsqueda de la voluntad de Dios sobre la propia; fue vaciándose de su “volo” (querer, amar, voluntad) para que ese espacio lo fuera ocupando el “volo” de Dios. Así lo dice san Pedro:
Que éste haya de ser el fin de todas nuestras lecciones y oraciones, no quiero traer para esto más argumentos que aquella divina oración o salmo: Beati immaculati in via (Ps.118,1), que teniendo ciento setenta y siete versos (porque es el mayor del salterio) no se hallará en él uno solo que no haga mención de la ley de Dios y de la guarda de sus mandamientos, lo cual quiso el Espíritu Santo que así fuese, para que por aquí viesen los hombres cómo todas sus oraciones y meditaciones se habían de ordenar en todo y en parte a este fin, que es la obediencia y guarda de la ley de Dios, y todo lo que va fuera de aquí, es uno de los muy sutiles y más colorados engaños del enemigo, con el cual hace creer á los hombres que son algo, no siéndolo.
Por lo cual dicen muy bien los Santos que la verdadera prueba del hombre no es el gusto de la oración, sino la paciencia de la tribulación, la abnegación de sí mismo y el cumplimiento de la divina voluntad, aunque para todo esto aprovecha grandemente así la oración como los gustos y consolaciones que en ellas se dan.
Creo que merece la pena que tomes conciencia de lo te dice san Pedro de Alcántara, extremeño, paisano nuestro por tanto, y maestro de santa Teresa de Ávila. Bueno es que medites, que dediques tiempo a silenciar la mente y el corazón para dar paso a Dios. Pero también es bueno que te pares a evaluar tu oración, no tanto valorando los gustos y regalos cuanto los cambios que se van danto en tu vida (conversión a Dios y al prójimo).
Por tanto, sé constante: no lo entiendes ahora, pero lo entenderás más tarde.