"Observa los mandatos y preceptos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y se prolonguen tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre" (Dt 4, 40)
Un principio universal que mueve a la humanidad es la aspiración a la felicidad, que es sinónimo de alegría, salud, equilibrio emocional, paz, satisfacción exterior e interior... No cabe duda de que todo esto forma parte de los anhelos humanos.
El problema está en cómo lograr la felicidad anhelada. Para eso cada cual busca sus caminos, por eso conviene preguntarse cada uno si está haciéndolo bien para conseguir la felicidad que persigue.
Digamos de principio que no deberíamos confundir dos cosas: placer y gozo, entendiendo por el primero la satisfacción que encuentro fuera de mí y por el segundo la que brota de mi interioridad. Nuestro tiempo consumista tiende a equiparar la felicidad con el placer sensual. Si bien es cierto que ser feliz conlleva una sensación placentera, también lo es que no está en el placer sensual la clave para una felicidad sostenible. La falsa felicidad es pasajera y se identifica con el placer sensual, sea éste físico o psicológico, algo así como el gusto de un buen masaje o el regocijo puntual por el éxito obtenido en una competición.
El placer, en el sentido que le damos aquí, viene de fuera, y fuera se busca. Pero la felicidad genuina y con vocación de permanencia se sitúa más bien dentro de la persona, y la satisfacción que produce podemos describirla mejor como gozo que como placer. Se atribuye a Thomas Merton una frase que puede ayudar a comprender la diferencia: “No busques descanso en ningún placer, porque no fuiste creado para el placer sino para el gozo. Y si no conoces la diferencia entre el placer y el gozo aún no has comenzado a vivir”; es decir, el placer, como satisfacción externa, da cierta felicidad, pero esa felicidad se escapa apenas se ha disfrutado, porque de inmediato pide más, en un proceso interminable y en muchos casos desesperante. Y es que el placer es como el agua salada, refresca la boca y da la sensación de saciar, pero no hace sino aumentar la sed.
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Para entender la verdadera felicidad, la que nace del ser y no del hacer, la que se gesta dentro y no está sometida a las circunstancias externas, nos puede servir la imagen de la llaga o la picadura. La tomo de Nagarjuna, un sabio tibetano, y dice literalmente:
“Hay placer cuando una llaga es rascada,
pero el placer es mayor aún cuando no hay úlceras.
Similarmente hay placeres en los deseos mundanos,
pero permanecer libre de deseos es aún más placentero ”.
Todos sabemos por experiencia el gusto que experimentamos al rascar una postilla casi seca o el ronchón de una picadura; pero ¿no será más completo el gozo de no tener ni herida ni picadura? La cita apunta a poner en evidencia la trampa de las necesidades creadas, que generan un sufrimiento que obliga a estar en constante tensión para ser satisfechas. Es verdad que hay placer al satisfacer la avaricia, la gula, la lujuria o cualquier otro deseo mundano, pero verse liberado de la necesidad de dinero, alimento, sexo o demás cosas superfluas es mucho más placentero, o, mejor dicho, más gozoso.
Satisfacer un deseo concreto proporciona cierto alivio, pero no da la satisfacción total, no facilita la felicidad que se anhela en lo profundo. Las satisfacciones que vienen de fuera son siempre relativas y limitadas, por no decir engañosas. Llamar felicidad al hecho de saciar una necesidad superflua (no esencial) es como llamar rico a quien acaba de saldar la deuda que tenía, o a quien se las ha arreglado para rebajar una hipoteca recurriendo a otra mayor, o como llamar felicidad al estado que experimenta quien ha soltado de sus hombros la carga que traía. Es un alivio haber pagado la deuda, tener más holgura para ir pagando el crédito o haber descargado el saco que se llevaba en la espalda, pero no se gana nada con ello, no se ha progresado en nada, no se ha erradicado la raíz de la infelicidad mientras se siga apegado al dinero, al trabajo o a los placeres mundanos,
Si el objetivo principal de la vida es acumular bienes, vivir el placer del momento, sumergirse en el “comamos y bebamos que mañana moriremos”, es indudable que la picadura o la herida irán de mal en peor, y con ella la insatisfacción y necesidad de más y más rascar. Se cae así en la esclavitud, en la dependencia de personas o sustancias tóxicas que abocan a la desesperación y el sinsentido. Quien ha vivido un poco sabe que es así.
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¿Cómo romper el engaño de la falsa felicidad? No es fácil, porque los patrones conductuales que desde la infancia se reciben en nuestra cultura y nuestro entorno familiar suelen apostar por educar para obtener bienes exteriores a la persona. Hay un déficit importante de educación para la vida espiritual. Se educa para alimentar el ego para tener, poseer, disfrutar de los placeres sensuales o triunfar socialmente, y se insiste poco en la importancia de vivir desde el centro (yo verdadero, conciencia) y así qué es lo más bueno y conveniente..
Además, se ha adueñado de nuestra cultura la idea y el principio de que es libre quien puede hacer lo que más le apetece en cada momento. ¿Tiene sentido una vida donde no puedas disfrutar de la sensualidad? El capitalismo-liberalismo-hedonismo endiosa los caprichos personales hasta hacer de ellos un derecho. Es bueno que haya derechos humanos que salvaguarden la posibilidad de tener lo necesario para vivir dignamente, pero ir más allá reclamando como derechos lo que solo son caprichos no hace ningún bien.
¿Pensamos que somos adultos y libres y que por ello podemos hacer lo que nos apetezca sin que eso dañe nuestro ser? “Yo hago siempre lo que me apetece”, se oye decir con orgullo; muchos son los que consideran un triunfo poder dar gusto a los apetitos más exóticos e inconfesables. Y, además, hay quien vive en la convicción de que todo eso es expresión de libertad. Pero si se mira con detenimiento, ¿podemos decir que todo lo que ambicionamos o deseamos sale de nuestra conciencia, de lo que elegimos conscientemente?, ¿no somos manipulados por los patrones de comportamiento sociales, por los medios de comunicación, el miedo al qué dirán, etc.? Considerado con honestidad sabemos que mucho de lo que parece una decisión libre no lo es realmente, porque lo que mueve a actuar no suele ser la elección consciente sino la trampa, el engaño. Más que por ideas razonables y sabias nos movemos por sensaciones y emociones que hechizan y nublan la mente responsable.
Es preciso estar alerta, porque hoy se pretende llevar hasta límites insospechados la sumisión al "me apetece". Se sostiene que ya no existe la verdad, ni la bondad, ni la belleza objetivas; todo depende del impacto emocional, del agrado o desgrado, de si algo o alguien me gusta o no; y la tendencia común es la de bendecir y considerar óptimo lo que apetece y pésimo o desechable lo que molesta. Se están traspasando demasiadas líneas rojas en este sentido; lo que "deseo" tiene unos límites, porque no soy dios, no lo soy todo, soy parte de un todo; criatura, no Creador.
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Recuerda el relato bíblico de la caída en desgracia de la humanidad: "La serpiente dijo a la mujer: si coméis del árbol prohibido no moriréis; Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal». Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió" (Gn 3, 4-6). Comer del fruto prohibido, saltarse la línea roja, se presenta siempre como algo "atrayente a los ojos y deseable".
Cuando se absolutizan los placeres se cae en la esclavitud de los mismos. Es la tragedia de la humanidad, la sumisión al placer que le lleva a situaciones indeseables. Grabado en las entrañas del hambre, las injusticias y las guerras, está el deseo inconfesable de quienes no están dispuestos a renunciar a dar satisfacción a sus deseos de dinero, poder y notoriedad. El remedio no está en poner parches (rascar la herida con golpes de pecho y ayudas puntuales a las víctimas de la injusticia) sino en ir a la raíz, que nos es sino detectar y aniquilar la enfermedad que pudre el alma: los deseos egoístas. Para llegar a esta solución se ha de asumir como verdadera la segunda parte del aforismo que ya citamos: "hay placeres en los deseos mundanos, pero permanecer libre de deseos es aún más placentero" .
Rascando y rascando la úlcera lo único que logra uno es desangrarse por la herida. ¿Por qué cuesta tanto aceptar y practicar la solución que es renunciar a lo no necesario y así no tener la necesidad de rascarse? ¿Por qué no se sigue el consejo de los sabios? Por tres razones: por ignorancia, por debilidad y por miedo.
Para liberarse de las dependencias que conducen a la falsa felicidad lo primero es tomar conciencia de que el placer que proporcionan las apetencias caprichosas es falsa felicidad; y para entenderlo bien se debe estudiar y asumir el proceso por el que se llega a la dependencia de cosas o personas. La dependencia o apego a lo apetecible se da en el inconsciente, soterradamente y a gran velocidad; tanto la percepción del objeto deseado, como la emoción y la respuesta automática son tan rápidas que quedan fuera el radar de la conciencia; los mensajes subliminares que recibimos por acumulación y sucesión de imágenes en los medios, o por el exceso de información, no se perciben si no nos entrenamos en la lentitud y el silencio.
Y aquí entra la meditación y la formación espiritual. La meditación ayuda a desacelerar los procesos mentales para poder detectar y desenmascarar las sensaciones engañosas a fin de decidirse por aquello que es verdaderamente bueno para la persona. Podrá entonces elegir preguntándose con criterio: esto es bueno, pero ¿me conviene? Esto no es agradable, pero ¿no será lo mejor?. Si se hace una evaluación consciente se produce el discernimiento en sabiduría. Hasta ahora me fiaba de la sensación según la cual esta persona o cosa me convenía porque me resultaba agradable o me estorbaba porque me desagradaba. Normalmente operamos desde las sensaciones y la libertad de elección queda atrapada en ellas. Recurrir a los consejos de los sabios, ¿quién más sabio que Jesús de Nazaret?, meditar sus enseñanzas es un recurso valiosísimo para elegir lo mejor y vivir en felicidad plena.
La auténtica felicidad no se consigue rascándose la úlcera sino poniendo remedio al veneno que contamina el alma con necesidades artificiales que luego hay que satisfacer. Rascarse la picadura causa satisfacción (placer), pero es mucho más satisfactorio la ausencia de úlcera, la carencia de apetitos superfluos; ésto sí que es propio de la felicidad.
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Para que llegues a ser verdaderamente feliz te recomieneto un ejercicio final, unas preguntas: ¿Cuáles son las picaduras (necesidades) que te ves obligado a rascar (cubrir) para aliviarte? ¿Cuáles son tus "me apetece", tus caprichos? ¿Qué medicina estás dispuesto a tomar, es decir, qué ejercicios te comprometes a realizar, para curarte?
Acallarte, serenarte, apaciguar tu ansiedad ante el picor permitiendo que cure la herida. Esta es la medicina para sanar. Puedes trabajarla en la reflexión y la meditación; ahí entrenas tu conciencia para verte con claridad y aprendes que no todo lo que apetece conviene, ni todo lo que desagrada es dañino. El fármaco que cura la enfermedad del "me apetece" es la sabiduría, que no consiste en una visión subjetiva de los problemas sino en una verdad objetiva; puedes sanar si se confía en una verdad sanadora independiente de los caprichos y hay abandono a ella.
Esa verdad para un cristiano es Jesucristo. Déjale entrar en tu corazón. La felicidad genuina nace del gozo interior; y con Jesús ahí tienes mucho ganado. No es la implosión del ambiente consumista y hedonista, que acabará ahogando tu vida con su presión, el que te proporcionará la verdadera felicidad, sino la explosión del núcleo divino de tu ser, que impulsado por la gracia de Jesucristo expande hacia afuera el gozo de ser tú mismo, tu misma, en Él.
Sopesa la sabiduría que predica Jesús, porque da las claves para hallar el gozo interior dejando a un lado los placeres del mundo:
* Felices los pobres en el espíritu,
*Felices los no-violentos,
*Felices los que tienen hambre y sed de la justicia,
*Felices los misericordiosos,
*Felices los limpios de corazón,
*Felices los que trabajan por la paz,
*Felices los perseguidos por causa de la justicia,
*Felices los que escuchan la Palabra y la cumplen,
*No te agobies por el mañana, cada día tiene su afán,
*Observa los lirios del campo y las aves del cielo,
*De qué sirve ganar el mundo si se pierde la felicidad de la vida,
*Etc.
Ser felíz es vivir desde dentro, renunciar a los apetitos para dar respuesta a la necesidad de amor y felicidad que tiene el mundo; no es feliz quien se rasca con placer sus úlceras sino quien sana su piel y vive sinceramente preocupado por sanar la piel del mundo. Ánimo.
Marzo 2025
Casto Acedo
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