1.
No toques las heridas de
nadie
No hieras la
sensibilidad de otros tocando temas o situaciones que le duelen, porque cada
persona tiene suficiente con sus sufrimientos para que tú vayas y les agregues
más.
Esto suele pasar mucho
en relaciones cercanas e íntimas, cuando las personas se conocen demasiado bien.
De repente surge un conflicto y las aguas se revuelven, y hay quien aprovecha
para sacar basuras presentes o pasadas; incluso algunos alardean de adivinos y se
atreven a vaticinar futuras basuras.
El ego puede ser frío e
implacable en estas situaciones, y goza de aplastar y humillar a quien supone
le ha herido. Y essto es terrible cuando tiene en sus manos un plano detallado de los puntos flacos que
el mismo atacado le entregó en tiempos de confianza mutua. ¿Hay algo más duro,
despreciable y reprochable que sacar los viejos trapos sucios de quien ha
compartido contigo sus miserias y te ha abierto el corazón esperando comprensión?
¿No es alta traición hacer un uso mezquino de aquello que en su momento la otra
persona compartió como regalo de amistad?
Si tiendes a caer en esa conducta corrígela. No recuerdes a propósito algo que pueda dañar a otra persona; al contrario, tómate un tiempo para observar y descubrir qué inquieta o molesta a esa persona y asegúrate de no tocar ese tema, de no sacar a la luz ese problema que esa persona no está dispuesta aún a afrontar o a embarcarse en solucionar. Y si has caído en el error de herir a alguien aprovechándote de algo que te ha sido confiado en tiempos de buenas relaciones, corrige, reconcíliate; quien no lo hace carga con la falta toda tu vida.
2.
Ama a los demás más que
a ti mismo
Es verdad que para amar
a otros has de comenzar por amarte a ti mismo. Pero si me amo a mí mismo y
descubro que “soy amor” no cabe duda de que la mejor forma de ser yo mismo es amarme y amar a
otros olvidándome de mí mismo. Sabemos que las personas que aman dejan verse a sí mismas como personas que se valoran por encima de otras. Por otro lado es evidene que quien se odia a sí mismo difícilmente ama a nadie.
Cuando hablamos de superar
el egocentrismo y llenarnos de amor bondadoso, altruismo o compasión no estamos
sino invitando a la igualdad, a reconocer el derecho que tienen los demás a
merecer los mismos bienes que nosotros merecemos. Pero como cristianos somos invitados a ir más
allá. De esa forma equilibramos el péndulo de nuestra vida, que suele tender a
mirar más por uno mismo que por los demás.
La espiritualidad cristiana
invita a amar al prójimo incluso cuando éste se plantase
ante ti como enemigo: “No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto,
sino al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido
llamados, para heredar una bendición.” (1 Pe 3,9; cf Mt 6,40-42). El camino
cristiano es el de pasar del extremo egocéntrico del péndulo de los sentimientos al extremo
contrario, punto al que podemos llamar “amor excesivo”. Cuando este
amor se practica vamos a mejor más allá del punto medio y recuperamos el equilibrio en
nuestra vida.
Hay que advertir, no
obstante, que al aconsejar este “amor extremo” no estamos proponiendo el aceptar ser víctimas de maltrato o abuso por parte de los demás. Lo de
Jesús en la cruz no fue victimismo; todo lo contrario, fue resiliencia o
resistencia al mal, un amor activo muy distinto a la sumisión pasiva del
victimista. La vida de Jesús no fue la de una víctima que se instala en la queja
sino la de un profeta consciente de su deber de actuar para cambiar el mundo.
Por tanto, ¡cuidado con el victimismo! No seamos víctimas sino profetas que pueden
sufrir persecución porque aman al prójimo más que a sí mismos.
Entrénate en pensar que
las necesidades de los demás son más importantes que las tuyas. En la búsqueda
de la felicidad y la paz todas las personas son idénticas a ti, comparten tus
mismos deseos y anhelos al respecto. Aunque haya diferencias superficiales en
el fondo somos iguales. Y si tú deseas que todos te traten con deferencia, ¿por qué no tratar con mayor deferencia a los otros?
Un motivo por el que deberíamos amarlos más que a nosotros mismos es el de saber que tal vez se encuentren más indefensos que yo porque no han tenido las mismas oportunidades de formación y sus recursos para lidiar con los problemas son menores. A medida en que creces en recursos para afrontar los obstáculos y aumentar la calidad de tu vida es lógico que sientas la necesidad de ayudar a quienes sabes y sientes que están en una situación más precaria, no por razones externas sino por razones internas, por lo que están viviendo internamente y la impotencia de no saber cómo salir del atasco.
Para amar al prójimo más
que a uno mismo conviene cultivar una visión comunitaria de la humanidad, contemplarla como
una barca en la que estamos todos y en la cual cada uno tiene su turno para
remar. Hay momentos y etapas en las que otros reman por ti, y ahora es tu
turno. Lo harás si te despojas de la arrogancia de creerte con más derechos que
los demás y eres capaz de ver que los otros necesitan de ti como tú has necesitado
y necesitas de ellos en otras ocasiones.
En fin, en lo que
respecta a todo esto, aprende a considerarte servidor; haz tuyo el aforismo de
Jesús:“no he venido a ser servido sino a servir y a dar mi vida por muchos” (Mt
20,28). ¿Hasta qué punto podemos y debemos servir a los demás? Depende de lo
que los otros quieran, de cuánto se dejen ayudar, de las posibilidades y recursos
que disponga cada cual para ello. Lo importante es eliminar las
resistencias internas, el miedo o el orgullo que pueden frenar la disposición para darse del todo a los otros.
Entrénate
en esto de modo concreto y sencillo. Tal vez nunca se de te la oportunidad de dar
tu vida por los demás en un acto de martirio supremo, pero sí que tienes la
oportunidad de ir matando tu ego en pequeños detalles de la vida cotidiana que
te entrenarían para grandes sacrificios. Por ejemplo, cada vez que sirvas la
comida, piensa si hay suficiente para los demás; escoge la porción menos de
comida; interésate si todo el mundo tiene lo que necesita; si todos están
cómodos en una reunión; deja el sitio a otros en el autobús o donde no haya
plaza suficientes; escucha atento las
opiniones de otros; párate a escuchare al mendigo que reclama tu ayuda; está
atento y ayuda a quien te necesita antes de que te lo pida; etc. Son formas y
maneras sencillas de entrenarte en cosas que equilibran el péndulo de la vida, que a veces se inclina al extremo del egocentrismo.
3. Mira bien a quien compadeces
Hay que saber bien de quien me compadezco. Porque hay quienes sufren al ver a personas pasando malos tragos, dificultades, etapas, que son necesarias para su crecimiento. Y a esas personas no hay que compadecerlas; sólo desear y pedir que su sufrimiento les ayude a crecer.
Unos ejemplos. Si un niño sufre porque ha sido castigado por algo que hizo mal, o un opositor prepara su examen sometiéndose a un encierro penoso, ¿hay que compadecerlos?, ¿no estaríamos ante una compasión equivocada? Desde luego que nos estaríamos equivocando. Igual que si nos compadecemos por el novicio o novicia que ha entrado en clausura y sufre los rigores de la adaptación a la nueva vida en el espíritu. Todo aprendizaje lleva consigo esfuerzo y sufrimientos. Quitarlos no es un acto de compasión sino de paternalismo nocivo. No madurará nunca el niño al que se le quita todo obstáculo, ni alcanzará la iluminación el principiante de un camino espiritual a quien se le impide experimentar el dolor y el desconcierto que produce el paso por la noche oscura de la fe.
Aunque los niños, los aspirantes a aprobar un examen o los practicantes espirituales estén pasando dificultades -ayunos, aislamiento, privaciones, etc- están creando las causas y las condiciones de una futura felicidad genuina. Por tanto, no tiene sentido tener compasión por ellos, porque están mejor que los demás. Lo único que les falta es tiempo. La semilla sembrada pudrirá el ego y dará paso a una cosecha abundante (cf Jn 12,24).
En vez de compadecer a esas personas
deberíamos enfocar nuestra compasión hacia quienes lo están pasando pipa sometidos
a las sensualidades del mundo, a quienes están en el pico de su éxito, a los
que viven su momento de gloria mundana; también debeeríamos compadecer a las personas que están consumiendo
mucho alcohol u otras drogas; o a las que viven arrogantemente
encantados por sus expectativas futuras, y que en dos o tres años van a vivir
sufriendo como condenados. ¿Cómo van a tolerar el bajón? La mayoría no podrán
si no tienen un grupo de soporte muy cercano.
Cuando veas a personas aparentemente admiradas y que tienen éxito, pero que prestan mucha atención a su apariencia, obsesionadas por el último adelanto en cirugía estética, preocupadas por qué tatuaje ponerse, encantadas y cegadas por los aplausos que reciben, etc., ... compadécelas; ahí es donde tienes que sentir compasión, porque están creando las causas y condiciones de su futura miseria.
La mirada compasiva no debe fijarse tanto en las incomodidades temporales sino en qué causas y condiciones futuras se está creando la persona. ¿Está encaminada la felicidad y el bienestar o va directa a la cárcel de la adicción, la dependencia, ... el dolor? Esto es lo que hay que mirar.
Resumiendo: no compadezcas a quienes con miras a un futuro mejor pasan por momentos de dolor y sufrimiento; estos están pagando el precio de la madurez y son merecedores de ser contados entre los bienaventurados (cf Mt 5,3-12). Compadécete, más bien, duélete, de los que sufren sin beneficio y sin sentido a causa de su engreimiento; de los que centrados en aspiraciones materiales y mundanas viven esclavos de su trabajo y sus dineros; de los que viven flotando en el aire como una pluma sin rumbo ni control y a quienes una simple gota de agua puede hacer caer al barro; o de los que están en el pico de su éxito mundano creando las causas de su miseria. ¿Realmente me dan pena? Cuando los observo, ¿qué siento? , ¿odio?, ¿envidia?, ¿o siento vergüenza ajena, pena y compasión? Si es el caso esto último, ¿qué puedo hacer para ayudarles?
Hay un texto evangélico que se suele malinterpretar como un anuncio de venganza y castigo, cuando lo que pretende transmitir es lástima y compasión. Se refiere a quienes van por el camino equivocado, creando las causas de su miseria. Hay quienes hablan de estos versículos como los de la malaventuranzas, y san Lucas las detalla inmediatamente después de las bienaventuranzas. Dice así: “¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas”(Lc 6, 24-26). Queda claro de quienes eran los sujetos dignos de compasión para Jesús, aquellos que están creando las causas de su miseria.
Enero 2025
C.A.