LO QUE HACE IMPURO AL HOMBRE
"Dijo Jesús: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
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Creo que son muchos los cristianos que siguen encerrados hoy en la idea de que todo pecado es un acto del cuerpo que daña al alma, criterio que se funda en esa concepción tan platónica de que cuerpo y alma son la cara y la cruz de la persona, un cuerpo expuesto al pecado y un alma que mantener alejada del cuerpo que puede contaminarla. Se hace una mala interpretación de la enseñanza de san Pablo, y se cargan las tintas del mal sobre el cuerpo, por aquello de que no se debe vivir en la carne (?). Hay que advertir que para san Pablo “cuerpo” y “carne” son dos cosas distintas.
El combate espiritual (a algunos no les gusta la expresión “combate” o “lucha” por parecerle muy militarista) no es un forcejeo entre lo que san Pablo llama carne (concupiscencia, apetencias) y el espíritu. De la prevalencia de una u otro surgen dos estilos de vida distintos: la de quienes siguen los “apetitos de la carne” y la de quienes se rigen por el "espíritu” (cf Rm 7 y 8). “Los que viven según la carne desean las cosas de la carne; en cambio, los que viven según el Espíritu, desean las cosas del Espíritu. El deseo de la carne es muerte; en cambio el deseo del Espíritu, vida y paz. Por ello, el deseo de la carne es hostil a Dios, pues no se somete a la ley de Dios; ni puede someterse. Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros” (Rm 8,5-9). Hay dualidad entre la carne y el espíritu, una contradicción que pide ser resuelta en la meditación y en la vida.
No confundamos, pues, "cuerpo" con "carne" en san Pablo. El cuerpo es bueno, incluso llega a hablar San pablo de un cuerpo espiritual, la carne es una alegoría de quien vive sometido a las pasiones; podríamos incluso decir que se puede tener un alma carnal cuando la misma alma se somete a pasiones con fuerte carga corporal.
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¿Por qué retomo todo esto que ya hemos hablado en otro momento? Porque el evangelio de este domingo resulta para mí clarificador en el tema. El mal no está fuera, sino dentro. La Escritura habla de la persona como un ser tripartido, unidad de cuerpo (que no carne), alma y espíritu (1 Tes 5,23). Ese tercer elemento, el espíritu, es la “chispa divina” que somos, imagen de Dios, garantía de eternidad. Somos espíritu, es decir, seres espirituales; y estamos llamados a conservar la verdad, la bondad y la belleza que como hijos (imagen) de Dios hemos recibido de Él y aceptado sacramentalmente en el bautismo.
Todo esto me lleva a conceder un gran valor a la vida interior. En lo más profundo de mi conciencia, dentro de mi corazón, en lo profundo de mi ser, está Dios. "El Reino está cerca (dentro) de vosotros” (Lc 17,21), Dios está dentro de mí, “te buscaba fuera y tú estabas dentro”, dirá san Agustín. Dentro de mí está Dios, pero también está el mal, o el maligno, si se le quiere personalizar. Y esto último me lo enseña el evangelio de hoy: “de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”. Si salen hacia fuera estos actos es porque les permitimos estar dentro, dejamos que pensamientos, sentimientos y deseos tales como la fornicación, el homicidio, la codicia, la envidia etc, se adueñen de nuestra alma y nuestro cuerpo.
¿Cómo combatir el combate de la fe? ¿Cómo liberar el corazón de las ataduras de la “carne” para vivir en el “espiritu”? Desde luego no con remedios mágicos. Algo de esto parece decir Jesús cuando reprocha a los escribas y fariseos una afición desmedida por los rituales purificadores externos: lavarse las manos antes de comer, lavar vasos, jarras y ollas, no comer alimentos impuros, etc. Los ritos externos sin la actitud interna de acogida de la gracia que pueden significar no hacen sino justificarnos malamente; lo que se necesita es un cambio interior que te lleve a no desear o apetecer lo que el maligno te propone. Se trata de dejar a un lado el apetito de los ídolos y trabajarte el modo de apetecer las cosas de Dios, como dice san Juan de la Cruz:
“Si quieres que en tu espíritu nazca la devoción y que crezca el amor de Dios y apetito de las cosas divinas, limpia el alma de todo apetito y asimiento y pretensión, de manera que no se te dé nada por nada. Porque, así como el enfermo, echado fuera el mal humor, luego siente el bien de la salud y le nace gana de comer, así tú convalecerás en Dios si en lo dicho te curas; y sin ello, aunque más hagas, no aprovecharás” ( Avisos espirituales, 78).
No es tarea fácil dejar de apetecer cosas mundanas. Entre otras cosas porque lo mundano no es necesariamente malo. Comer no es malo, ahorrar unos dineros, tampoco, ni ocupar un cargo importante, tampoco es mala la ira cuando se dirige hacia el maligno, ni el temor cuando es de Dios, etc... La maldad no está en poseer bienes, sean estos materiales o espirituales; lo que determina el peligro de las cosas no son las cosas en sí sino el deseo o apetito que se pone en ellas. “Porque no ocupan al alma las cosas de este mundo ni la dañan, pues no entra en ellas, sino la voluntad y apetito de ellas que moran en ella” (1 Subida 3,4). ¡Qué importante es aprender esto! Porque mientras el deseo de lo mundano esté arraigado difícilmente podemos emprender el vuelo espiritual.
Aquí entra en juego la oración y la meditación como trabajo interior (alma, criterios) que luego se plasmará en lo exterior (cuerpo, acciones). La tentación viene de fuera, pero su éxito está en interiorizarse; y esto lo hace bajo forma de bien, incluso de necesidad: comer, ser abrazado, beber, poseer una vivienda, vestir, aspirar a un cargo superior, descansar, relajarte, etc. pasan a ser no sólo algo lícito sino también necesario. Y aquí está la trampa: nuestra vida hace de lo necesario un absoluto, de modo que si nos falta caemos en desesperanza. No hemos asumido aquello de “sólo Dios basta”.
Es importante trabajar por los bienes del cielo, que permanecen para siempre (Mt 16,19-21), Y es conveniente relativizar los bienes de la tierra, e incluso considerarlos prescindibles, porque suelen inquietarnos y piden nuestro sometimiento. Aunque buenos, o no malos en sí mismos, algunos placeres enganchan y ralentizan la libertad y el crecimiento espiritual. Decía el sabio hindú Nagarjuna “Hay placer cuando una llaga es rascada, pero el placer es mayor aún cuando no hay úlceras. Similarmente hay placeres en los deseos mundanos, pero permanecer libre de deseos es aún más placentero ”. Las pasiones humanas dan cierto placer, pero sabemos que todo placer lleva implícito el sufrimiento, bien sea el del miedo a perderlo o el del exceso que conduce al agotamiento y sinsentido.
Vaya desde aquí una invitación a la apatheia o ausencia de pasiones mundanas como modo de vivir desde el espíritu con el Espíritu. Lo que hace impuro al hombre son los deseos o apetitos desordenados, es decir, aquellos que nos alejan de Dios, único bien absoluto hacia el que se ordena nuestra vida. "Lavar vasos y jarras", ofrecer rituales, hacer peregrinaciones a lugares santos, ayunar, etc. sirven si ayudan a sanar la herida y la cicatriz que puede quedar de ella. La expresión “permanecer libres de deseos” es herética para la sociedad del consumo; sin embargo es camino que conduce a Dios. Cuando renuncias a todo deseo mundano y ya nada es capaz de calmar tus ansias de vida entras en la noche del sentido y de la fe, en la noche oscura del alma; no temas, porque en esa misma oscuridad puedes hallar el “Rayo de tinieblas” del que habla Dionisio Areopagita, la luz de Dios en la oscuridad del mundo. A Dios se llega por la noche de la fe.
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Mira tus apetitos desordenados, que son los que hacen impuro al hombre, y trata de echarlos fuera de ti. Medita si te "sale de dentro" alguna pasión de las que enuncia el evangelio de hoy (malas intenciones, lujuria, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad). Trabaja para que tus deseos no dominen tus pensamientos, emociones y actos; y deja que el deseo de Dios sea el que habite en ti sobre todo deseo.
Septiembre
Casto Acedo