La segunda etapa del camino que hemos emprendido pide “salir de la cueva”. Y esto hay que aclararlo. Si entrar en la cueva es una especie de entrenamiento para evaluar el propio ser, si es una oportunidad para preguntarte por dónde andas, qué te sobra, que está entorpeciendo tu vida, etc... y si ese tiempo supone descubrir qué cosas quitar de tu vida porque suponen una rémora, salir de la cueva es comenzar a vivir de modo distinto, con la libertad que da el ver con cierta claridad cuáles son tus ataduras y cadenas.
Pero ¿y si la cueva acaba siendo vista por el novicio como su lugar natural? ¿Y si comienza a sentirse cómodo, feliz, encantado de estar en ella? Entonces hay que salir corriendo hacia el valle, porque esos síntomas indican que la cueva te puede atrapar. Y no es fácil salir de ella cuando caes en su trampa; es más fácil entrar. Porque si entrar te aleja de la maleza y las zarzas salir te vuelve a acercar a ellas.
A menudo me engaño creyendo que he salido de la cueva, cuando lo único que he conseguido es un lugar intermedio (interactivo) donde creo que estoy confrontando mi vida con los demás, pero lo que hago es confrontarme con otros que comparten conmigo la creencia de haber salido. Compartimos los sentimientos y las nuevas apreciaciones con quienes nos comprenden y nos quieren, con aquellos ante quienes podemos felicitarnos de las nuevas relaciones y enfoques que damos a la vida, o lloramos con ellos lo poco que nos comprenden quienes viven afuera. A estos incluso los miramos con cierta conmiseración. Parece que he salido de la cueva, pero sigo en ella.
En la cueva pones bálsamo a las heridas, y algunas cicatrizan. Eso te hace caer en el error de creerla un fortín, un hospital de campaña donde puedes acostumbrarte a vivir siempre dedicado a los cuidados de tu vida espiritual con cierta sensación de satisfacción personal. Sin darte cuenta haces de la cueva (meditación, reflexión, análisis, pequeños retos vitales, etc.) tu mundo de yupi, tu jardín de las delicias.
¿Cómo sé que aún no he salido de la cueva? No sabría decirlo con seguridad, pero creo que comienzas a salir cuando miras la realidad de afuera y la aceptas tal como es; y reconoces que así era el mundo antes de que te retiraras y así sigue siéndolo a tu regreso. Porque en realidad no has hecho nada para cambiarlo. No te horrorices por ello. El mundo no cambia porque tú te retires de él. Sigue igual, y tal vez sientas sobre él los mismos miedos que antes. Pero tampoco te excuses diciéndote “no debí salir aún de mi cueva” o “debería volver a mi cueva”, "aún no estaba preparado". A la cueva no se vuelve. Si vuelves una y otra vez caes en el abismo. Una vez sales de ella llega la hora de decidir a dónde ir, solo te queda la decencia de aceptar lo que tienes por delante.
¿Quién quiere volver a la oscuridad de la cueva cuando ya ha vislumbrado un poco de luz? A veces sientes la tentación de volver. Pero es el miedo el que te está empujando.
Cuando vuelves al valle las heridas que produce el choque con el nuevo ambiente, a veces violento, comienzan a sangrar. Dice la carta a los Hebreos: “Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado, y habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión” (Hbr 12,4-5
Pasas años en tu celda queriendo romper el cielo con tus oraciones para que un rayo baje hasta ti. Y de tanto mirar y golpear la nube del no-saber a lo más que puedes llegar es a ver una pequeña grieta que se abre al exterior y desde la cual parece llegarte una tenue luz. ¡Qué bonito! Sí, pero que engañoso también; porque esa lucecita que ves no daña tus ojos; es una luz encantadora. Y te encanta mirarla y ser mirado por ella. Pero si tienes miedo a que una luz más fuerte dañe tus ojos, si te asusta el rayo de tinieblas que lo trastorna todo en ti, la pequeña luz de la grieta alargada en el tiempo es sólo un signo que pone en evidencia la oscuridad en que vives y tu cobardía para ir más allá.
La cueva tiene su tiempo. El necesario para que te des cuenta de que no hay cueva, ni valle ni cementerio. Y por tanto para que aprendas que ha llegado el momento de poner a un lado toda regla y todo método para abandonarte a la vida. No has salido de la cueva si todavía es para ti una clave esencial, si el tiempo formal de silencio y contemplación se ha transformado para ti en un todo maravilloso, si el calor de tu comunidad de escogidos te seduce y atrae con su dulzura dándote sensación de realidad e impidiéndote ver lo que hay fuera. ¡Qué bien se está aquí!, haremos tres tiendas (Mt 17,4). No he salido de la cueva si calculo mi felicidad por el bajo estrés y las sensaciones placenteras de mi alma.
Al salir de la cueva descubres la fragilidad de la misma. Has labrado en ella el panal de tu vida; ¡un panal tan frágil! Ahora, en el valle, has den transformar la amargura en miel, perdonar, amar, desechar impurezas, soltar cadenas que ya no estaban pero que vuelven a salir cuando menos lo esperas. Hacer miel no es comerla y degustarla. Díselo a las abejas obreras. No se lo preguntes a los zánganos que se ilusionan con fecundar a la reina para terminar siendo expulsados de la colmena y muriendo arrojados al frío de la noche. El valle es tiempo de abejas obreras; tiempo de llenar la vida con la miel de la compasión y la misericordia. Trabajo dulce y amargo.
Si he descubierto algo en la cueva debería trabajar en mi lo aprendido. Cuando digo que "quiero un cambio en mi vida" eso incluye huir de mi cueva (mi ficticia y virtual realidad idílica) y abrirme a una relación más directa y real con el mundo. Ya he vislumbrado a Dios en mi oración; o algo que creo que es Dios. Si lo es o no lo es no me toca a mí juzgarlo. En el valle quiero palparlo de nuevo, pero de un modo más directo: elevando mi corazón al prójimo en un suave movimiento de amor que rompa la nube del no-amar; o sea, amando vivir en Iglesia pecadora, porque lo soy.
En fin, el valle es algo simple y bonito; no es el destino final, y si conviene que pase por la cueva es para vislumbrarlo en toda su dureza y hermosura. El peligro es quedarme en la caverna, dejar que nuevos velos cieguen mis ojos con nuevos artificios que me impidan tocar la realidad con amor. Sal de tu cueva, me dice Isaías. ¿Cómo?
“He aquí lo que has de hacer. Vuelve tu corazón amoroso a tu hermano, con un suave movimiento de amor, deseándole por sí mismo, no por sus virtudes o defectos. Centra tu atención y deseo en él y deja que su bien sea la única preocupación de tu mente y tu corazón.... Quizá pueda parecer una actitud irresponsable; pero créeme, déjate guiar” (Plagio de La nube del no-saber, 3). Te lo digo yo, Isaías cap. 58:
«¿Para qué ayunar, si no haces caso; mortificarnos, si no te enteras?». En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis para querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos. No ayunéis de este modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo. ¿Es ese el ayuno que deseo en el día de la penitencia: inclinar la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza? ¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor? (Esto es ayuno virtual, de caverna, ficticio y falso cuando no lo complementa la realidad; es el prefacio que no tiene sentido sin la obra del valle).
“Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor. (Esto es ayunar de veras: vivir en el valle "misericordiando").
Entonces clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: «Aquí estoy». (Ahora puedes subir al siguiente nivel, el de los perfectos que viven junto a Dios).
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No quieras volver una y otra vez a la cueva. No quieras ser un oso polar condenado a vivir en eterna hibernación en tu mundo virtual. Si has tomado la decisión de salir y he dado los primeros pasos para ello, no vuelvas la vista atrás. «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios» (Lc 10,62). Has arado la tierra; no vuelvas a ararla una y otra vez, ahora es tiempo de sembrar compasión y abonar con amor. Por eso, no vuelvas a encerrarte, no vuelvas a tus realidades virtuales, afectos desordenados, avaricias, envidias, etc. Créeme, si has estado en la cueva eso ya ha pasado. Ahora permite que todo lo humano te toque, no con un toque sentimental-virtual sino real, piel contra piel.
Dios me libre de hacer de mi cueva el cielo.
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NOTA: Curiosamente, al día siguiente de haber publicado esta entrada leo en La razón un artículo que creo que complementa lo que quiero decir al hablar de "salir de la cueva", porque si no se sale de ella te condenas a la caverna de lo virtual. https://www.larazon.es/cultura/rob-riemen-vamos-directos-destruccion-civilizacion_202309266511cb2a1fb4a60001300304.html Como deja ver el autor la realidad es insustituible, el valle no se puede atravesar virtualmente; mejor es tomar un café que chatear vía internet, mejor ir a un cumpleaños que felicitar por washap y enviar el regalo por amazon, mejor palpar que embriagarte con ensoñaciones. El valle, con su calidad de real, es insustituible. Es el lugar de la verdad, de la práctica, de experimentar que la vida es algo más que algoritmos y letras. En el valle se juega el futuro de nuestra civilización cristiana.
Septiembre 2023
Casto Acedo