“Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. (Mt 5,44)
Con este tema entramos en la médula de lo que hemos dado en llamar amor bondadoso. No encuenro otro adjetivo para distinguirlo del amor compasivo y del amor de regocijo; éstos cuentan con una motivación exterior que nos da quien sufre y nos invitra a compasión o quien disfruta y nos alegra compartir su gozo. Por amor bondadoso entiendo ese amor que hemos de cultivar como actitud interior permanente; un amor cuyo motor es el impulso de un corazón puro. Se dice de Jesús "pasó haciendo e bien" (Hch 10,38), algo connatural a quien tiene un corazón puro desligado de todo egoísmo.
Tratamos pues del ideal cristiano del amor, un amor que busca igualarse al amor mismo de Dios que ama incondicionalmente a todos, sin acepción de personas (Lc 20,21; Hch 10,34; Rm 2,11; Gal 2,6; Sant 2,1), es decir, que ama sin tener en cuenta razón ni mérito alguno. La exhortación evangélica a amar a los enemigos encuentra su fundamento en el amor de Dios. Toda persona, por el hecho de serlo, es digna del amor de Dios; incluso aquellos que se muestran hostiles a Él. Dios es esencialmente amor y no puede negarse a sí mismo (2 Tm 2,13).
El primera paso a dar para ejercer un amor misericordioso que alcance incluso a los que consideramos o se consideran enemigos es el de purificar el corazón de todo egoísmo. Comenzamos, pues, aquí abordando este primer punto. En un segundo paso hablaremos de las características y cualidades del amor a los enemigos. En un tema posterior se darán consejos acerca de cómo desarrollar este amor de perdón y reconciliación.
* * *
Purificar el corazón
Hay que ser muy puros para amar a quien te hace daño. Por eso el primer paso para ejercer el amor que estamos viendo hemos de considerar en primer lugar qué es lo que daña o contamina nuestro corazón, qué hace daño a nuestra vida espiritual y la incapacita para su principal objetivo: amar sin límites; y el número uno en la lista de lo que impide o contamina al corazón que aspira a ser amoroso lo ocupa el egocentrismo.
Hemos hablado sobradamente sobre el ego en otras ocasiones. Lo hemos identificado como una meta-identidad del sujeto, una personalidad ficticia que ha ideado nuestra mente y a la que nos aferramos pretendiendo hallar la felicidad en ella. Hemos creado el ego y ahora él tiene que encontrar la manera de existir.
El ego necesita constante atención, y como consecuencia de esta necesidad surge el “egocentrismo” o nerviosismo del ego, que es una especie de preocupación constante por uno mismo que obliga a considerar que todo lo que ocurre alrededor de mí tiene que ver conmigo. De alguna manera el egocentrismo coloca mi ego en el centro y lo hace el referente de todo; mis juicios de valor se emiten a partir de si lo que tengo delante es bueno o malo para mi, si me interesa o no. Y esto lleva consigo un paranoia que alimenta todos los estados aflictivos, las emociones negativas. Por ejemplo: si alguien tiene o conquista algo que e mundo valora mi egocentrismo reacciona con envidia o celos, porque de alguna manera compite con sus intereses. Y si alguien frustra nuestras ambiciones o metas nace en nosotros el resentimiento, la frustración, e incluso la ira. Los estados aflictivos que distorsionan nuestra percepción de la realidad son fruto del nerviosismo del ego que teme perder su centralidad.
Aclaremos que al hablar de egocentrismo nos estamos refiriendo a una preocupación exagerada por nuestro bienestar. Es obvio que debemos cuidarnos, preocuparnos por nuestra salud y nuestro bienestar, de nuestra economía y de nuestras relaciones, etc. Esto es aconsejable y positivo. El problema viene cuando en la búsqueda de todo eso entramos en un espíritu competitivo pensando que otras personas nos van a sacar ventaja o se van a aprovechar de nosotros. Hay que diferenciar entre la preocupación sana por nuestro bienestar y cuando se eleva esa preocupación al nivel de egocentrismo; y esto ocurre cuando el bien personal buscado se convierte en una obsesión irracional que va más allá de las necesidades reales que tenemos. Hay que ser cautos y diferenciar lo que es el egocentrismo de lo que es un interés sano por el propio bienestar.
Egocentrismo y sufrimiento
El egocentrismo es la causa principal del sufrimiento. Se da una secuencia causal: ego > egocentrismo > estados aflictivos > acciones dañinas > malestar físico y mental. La ignorancia sobre lo que somos nos lleva a crear el mito del ego, el ser absoluto; el ego produce el egocentrismo o nerviosismo del ego que ve amenazado su bienestar. Este nerviosismo nos convierte en personas reactivas; la reacción produce emociones negativas (adicción, orgullo, enfado, envidia, ira, etc.) y cuando estos estados tóxicos se apoderan de nosotros perdemos el sentido y actuamos haciendo daño a los demás y, por supuesto, a nosotros mismos.
Deberíamos tener clara esa cadena causal: cómo la ignorancia produce el miedo existencial del ego; como ese miedo produce estados aflictivos o emociones negativas; cómo estas emociones negativas producen acciones negativas o dañinas; y como esto causa problemas en los demás y en mí mismo.
El egocentrismo ya es sufrimiento en sí mismo. El miedo existencial a perder o no alcanzar el bienestar deseado ya es sufrimiento, porque nunca vamos a estar satisfechos. La insatisfacción es uno de los síntomas de que se está en egocentrismo. Nunca estaremos en paz con nosotros mismos, porque el egocentrismo crea una escasez crónica; aunque se esté rodeado de riqueza y abundancia siempre hay necesidad, falta, pobreza, escasez, ... falta de atención, de placer, de prestigio, de poder, etc.
La sensación de no tener lo suficiente o de no ser suficientemente importante o suficientemente querido nos lleva a estar siempre en movimiento: siempre haciendo, siempre diciendo o siempre pensando algo. ¿Por qué? Porque si estamos haciendo, hablando o diciendo algo nos da cierta seguridad de que existe un agente, un actor, un ego que, de no ser así, no existiría. Si el ego piensa, dice y hace es que debe de existir realmente. El egocentrismo es el movimiento continuo del ego para justificar su existencia.
Digamos, no obstante, que hay algo que teme hacer el ego: meditación, entrenamiento espiritual; porque desenmascara su falsedad y sus prisas absurdas. Y yendo más allá, el egocentrismo corrompe la práctica espiritual al hacer de ella una actividad más, un movimiento de presunción del yo, algo que se encripta en el alma y le impide avanzar en los valores del espíritu.
¿Cómo reducir el egocentrismo?
El modo más eficaz para reducir y eliminar el egocentrismo es el amor bondadoso y toda la gama de prácticas altruistas que se nos ocurran: meditación, compasión, etc. Yde la meditación podemos señalar las bondades que tiene a la hora despertar la atención del corazón para detectar cómo el nerviosismo del ego intenta hacerse con el control de toda nuestra persona. Para descubrir su engaño puedes hacerte cada día estas preguntas: ¿Juegas algunas veces el papel de víctima para llamar la atención?, ¿eres autoritario y tratas de mandar y poner orden o exigir la atención e toros de esa manera?, ¿tratas de ser muy entretenido, muy chistoso, amable, cariñoso o simpático para que otros te quieran, te adoren, te admiren o te escuchen?, ¿o haces al revés, te haces el desinteresado, el aburrido, el triste, para que otros estén pendiente de ti y llenar tu ego?
Presta atención a esos detalles. Es importante descubrir el egocentrismo que se esconde tras nuestros patrones de comportamiento. Si se hace a tiempo se puede poner un remedio, un antídoto a la enfermedad que en caso contrario termina por gangrenar todo el organismo. Si consigues detectar cuál es la válvula de escape, el patrón de comportamiento más recurrente por el que respira tu ego, puedes ponerle remedio a los males que trae consigo. Y, curioso, el mejor antídoto o remedio para curar el egocentrismo es el de reírte de ti mismo, de tus salidas de tono, del espantoso ridículo que al que a veces te obliga tu ego sin que te percates de ello. ¿Hay algo más deprimente que una verdulera disfrazada de reina o un ignorante presumiendo de cultura? Deberíamos aprender que nada hay más gratificante que ser tú mismo doblegando las aspiraciones desmedidas de tu egocentrismo.
Unos consejos prácticos
Un primer consejo: reconoce el egocentrismo lo antes posible; no des lugar a que te arrastre hacia emociones o estados aflictivos, porque llegado aquí se apodera de ti, te saca de quicio y pierdes la razón y el discernimiento necesarios para desarrollar en ti lo único que te puede satisfacer plenamente: el amor bondadoso, amor que incluye a quienes consideras enemigos o te consideran a ti como tal.
Está pues, atento, y cuando se empiece a activar en ti el nerviosismo del ego, cuando empieces a sentir necesidad de atención, necesidad de mimos, necesidad de placer, necesidad de halagos, etc., cuando te des cuenta de que estás hablando demasiado de ti mismo o cuando estés demasiado preocupado por como te sientes, reacciona poniendo tu atención en otras personas, en las necesidades de los demás. Esto corta de raíz la obsesión por el propio bienestar y sienta las bases para un amor bondadoso incondicional. Hablaremos de esto en otros temas.
Un segundo consejo: No seas rencoroso; cuida de no mantener rencor en tu corazón cuando alguien hace algo que no te gusta o que interpretas como un ataque directo a tu persona; procura no mantener esa chispa de resentimiento que puede cristalizar en rencor permanente que te recomerá el alma. Si sientes rencor en ti por algo que te haya hecho alguien has de prestarle atención, procesarlo y eliminarlo de tu sistema, porque es una toxina que está produciendo un cáncer espiritual.
Abundando en todo lo dicho, es importante no estar nunca al a echo de que alguien que nos la ha jugado se equivoque para vengarnos devolviéndole la jugada. No te quedes al acecho, esperando y esperando hasta pillar al otro para saldar la cuenta pendiente; esto supone un gasto tremendo de energía que deteriora grandemente al corazón. No seas de los que piensan, sienten o dicen “arrieritos somos y en el camino nos encontraremos”, es una manera muy sutil de matar tus talentos espirituales, tu capacidad de amar. Como hemos dicho, presta atención a tus reacciones, observa y nota cuándo hay resentimiento en ti y asegúrate que no te lleve a ninguna forma de venganza. Sigue el consejo de la carta de san Pedro: Sigue el consejo de san Pedro: “No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición” (1 Pe 3,9).
Enero 2024
Casto Acedo