lunes, 25 de septiembre de 2023

3.4 La tarea del perdón. Consejos prácticos (II)

 Ya comentamos que para refinar el oro de nuestro ser es preciso ir eliminando la escoria que se le ha mezclado, o mejor, la basura que oculta su valor y belleza. Hemos señalado cómo los prejuicios no nos dejan vernos a nosotros mismos y a los demás en justicia y verdad. Deberíamos mirar más allá de las apariencias perdonando y soltando el mal adherido a nuestro ego.

Nos ocupamos ahora de esta “tarea de perdón”, sin la cual no podemos avanzar en el empeño de ser cada vez más contemplativos. Un corazón que guarda rencor, odio o deseos de venganza, se incapacita para conocerse, conocer a Dios e incluso conocer objetivamente al hermano. De ahí que debamos imponernos la tarea de perdonar para vivir con transparencia. Como imagen de Dios que somos, hermanos en Jesucristo, está inscrita en nuestra naturaleza la necesidad del perdón. La práctica de la misericordia acrisola el oro de la fe y nos hace merecedores del "premio, la gloria y el honor de la revelación de Jesucristo"  (1 Pe, 1,7). 


El perdón

El perdón es un desafío imprescindible para la vida espiritual. Es una decisión sabia que se ha de tomar de modo consciente. El gesto de “poner la otra mejilla” a quien te abofetea no surge espontáneamente; se hace imposible sin la ayuda  de Dios y la opción firme de seguir e imitar a Jesús en este arte. 

Hay textos evangélicos que rechinan en cualquier cultura competitiva, violenta y gustosa de liderazgos mundanos. "Habéis oído que se dijo "Ojo por ojo, diente por diente". Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa” (Mt 5,38-40). ¿De veras es este un camino adecuado? La primera intención, el primer impulso ante quien te agrede o agravia, es responderle con la misma agresividad o mayor; aplicar la ley del talión.

Sin embargo, la enseñanza de Jesús parece ir en otro sentido: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). La ignorancia es lo que caracteriza al pecador; y frente a ella está el conocimiento de Dios, la sabiduría divina que es Jesucristo; en Él se cumple la profecía: cuando venga el Señor "la tierra se llenará del conocimiento del Señor" (Hab 2,14). Los profetas hablan de los tiempos mesiánicos, que ya han llegado con Jesús. En este tiempo el perdón fluye sin obstáculos haciendo del mundo un paraíso: "El lobo y el cordero pacerán juntos, el león y el ganado comerán forraje, la serpiente se nutrirá de polvo. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo" (Is 65,25).


Perdonar, mejor que dañar.

¿Es posible ya, aquí y ahora, un mundo como el que describe Isaías? En ello estamos, y creemos que es posible si aprendemos a soltar las armas de guerra con las que de continuo amenazamos a todo aquel que parece que nos agrede.

La sabiduría cristiana, recogida en la vida y enseñanza de Jesús nos dice que es mejor perdonar que dañar a quien nos amenaza o ataca. El perdón es un arma preventiva de primer orden; previene del daño que podríamos hacernos si recurrieramos al “ojo por ojo, diente por diente”.

¿Cómo prevenir tus accesos de ira cuando te ves humillado, ofendido o agredido?

En primer lugar quiero que seas consciente de que quien más daño te puede hacer no son esos enemigos declarados de los cuales no esperas precisamente palabras bonitas sobre ti. Son precisamente las personas que más te quieren las que te pueden hacer más daño. No son perfectas, y por tanto nada te garantiza que un buen día se pueden volver contra ti, te pueden abandonar, harán algo que te inquiete, te moleste e incluso te haga daño (cf Mt 9,34-36). Y te dolerá mucho. Es la realidad de la vida. ¿No son las incomprensiones o los desplantes de los más amigos los que más te duelen?

Cuando tomas la decisión seria de seguir el estilo de vida de Jesús y sus enseñanzas has de prever que el rechazo y la crítica inmisericorde de quienes hasta entonces eran tus más fieles amigos se pueden dar. Aquí habrás de repetir lo de “perdónales, no saben lo que hacen”.

Te puede ayudar a perdonar el comenzar por comprenderte a ti mismo y descubrir que tampoco eres perfecto. Muchas veces se apoderan de ti emociones, fantasías, miedos o ambiciones que distorsionan tu visión de la realidad y causas daño a otras personas sin darte cuenta. ¿No has protagonizado nunca alguna acción torpe con la que has causado daños a quienes no quieres dañar? Todos tenemos recuerdos, cercanos o lejanos, de que esto ocurrió.

Y también sabemos la influencia que ejercen sobre nosotros las tendencias, los hábitos, las costumbres, de otras personas, o incluso el estado físico-anímico que me embarga en un momento concreto, y que me lleva a responder con violencia física o verbal a lo que considero una amenaza para mi ego. Si reconocemos esto ya tenemos mucho ganado. Es fácil ser manipulados por fuerzas ajenas a nuestro núcleo personal, que nos arrastran "fuera de nosotros mismos".  

La meditación, como práctica de la atención amorosa a Dios desde el corazón,  nos puede liberar de esas influencias ambientales, culturales o biológicas que nos condicionan. Es uno de los beneficios que se espera de ella. Si eres perseverante cada día experimentarás más libertad para responder con más libertad interior a los estímulos externos; y tu deseo de perdón, impulsado por el amor de Dios,  te surgirá desde dentro espontáneamente.


Todos vivimos tormentas 

De cara a perdonar a otros los daños que te pueden causar con su actitud agresiva, con sus desplantes o con su estilo de vida poco ejemplar, te puede ayudar el pensar que en realidad esa persona no desea ser así. Tal vez también esté inmerso como tú en un proceso de mejora espiritual; quiere ser mejor persona, pero tropieza y se hunde  una y otra vez en el barro; puede que esté viviendo una tormenta personal y cae en el charco embarrado que forma esa tormenta y el lodo acaba por salpicarte a ti. Su confusión, su crisis, de alguna manera te afecta, te salpica. ¿Porqué lo vives a veces como un ataque personal cuando en realidad es un efecto colateral indirecto? Simplemente has tropezado con su tormenta. Ésa persona es más víctima que verdugo. Míralo así.

Si nos comprendemos y sabemos cómo surgen las tormentas dentro de nosotros, y lo erráticos que somos cuando estamos dentro de esa tormenta, también podemos comprender y tener paciencia con esas personas cercanas que viven sus dramas particulares. No te molestes si te salpican sus caídas; perdona y acoge.

Sabiendo que hay tormentas esporádicas en la vida de toda persona, y teniendo como fondo que tú también vives tus propias tormentas, procura adoptar una postura proactiva: antes de que sus rayos y truenos te inquieten, antes de que te critiquen, antes de que te insulten,  perdonas. Un perdón así es manifestación de la sabiduría, de la paciencia, de la aceptación desde el corazón; es comprender lo que está viviendo la persona a la que perdonas incondicionalmente. Más adelante profundizaremos más en esto dando un paso hacia adelante: la meta última no solo será aceptar, comprender, perdonar, sino que todo esto lo transformaremos en compasión.

Jesús va a mostrarnos ese amor-perdón compasivo. En la cruz va a cargar sobre sí todo el barro con que le salpica la humidad. No verterá sobre ella venganza sino misericordia. Adelantamos aquí que en su perdón Jesús no sólo nos acepta tal como somos, pecadores, sino que hace que nuestro pecado haga visible la misericordia divina; su paciencia, su perdón incondicional, permite ver que “donde abunda el pecado sobreabunda la misericordia y la compasión” (cf Rm 5,20). Con su gesto nos está diciendo que también nosotros, al perdonar, también transformamos en compasión (gracia y bondad) las salpicaduras del barro del pecado.

* * *

En el Padrenuestro Jesús nos enseña a orar así. "Padre nuestro...,  perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12). Cuando medites estas palabras piensa que tu corazón no es un espacio con nichos separados e independientes donde en uno están recogidos nuestros errores, en otro nuestros perdones, en otro nuestras oraciones, en otro nuestros propósitos, etc.. No. La estancia es única (por más que santa Teresa hable pedagógicamente de “siete estancias”), y la puerta también es única. Si esa puerta se abre al perdón de mis hermanos queda abierta al perdón de Dios que entra con ellos en mi morada. Pero si la puerta se cierra al perdón del prójimo, también queda cerrada para Dios.

Practica pues el perdón y la misericordia. Medita: ¿Cuánto me cuesta perdonar? ¿Merece la pena guardar rencor? ¿No es mejor perdonar? ¿Es más feliz el rencoroso que el misericordioso? Ten en cuenta la sabiduría de Dios: "Si vosotros  perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas" (Mt 6,14-15). No es que Dios no quiera perdonar, es que tu cerrazón hace imposible su misericordia, y por tanto tu felicidad.
 
Haz silencio. Abre la puerta de tu corazón; trae a tu imaginación a aquellos a los que deberías perdonar; hazlos pasar uno por uno; pronuncia su nombre y atrévete a quererlos como Dios te quiere. Diles: N. Te perdono... Y recíbelos en tu morada interior. Al acogerlos acoges a Jesús (cf Mt 25,40). Termina tu oración poniendo atención amorosa a Dios que ilumina tu vida con una sonrisa y te dice: "Has sido fiel en lo poco, pasa a la fiesta de tu Señor" (Mt 25,21). 

Agradece recibir un don tan grande.

Julio 2023
Casto Acedo

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