Jesús fue un hombre de oración. ¿De dónde sino iba a sacar las fuerzas para hacer de su vida un canto a la bondad? “Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt 26,41). Si él, Dios encarnado, asumió como humano la necesidad de orar para salir victorioso en el combate espiritual, ¿cuánto más debemos asumir nosotros esa misma necesidad?
De las pruebas que nos regala la vida sólo se sale victoriosos fortalecidos en la oración. Con ella se cultiva ese núcleo de nuestro ser en el que el espíritu va dando espacio al Espíritu para que se adueñe del alma. Cuando la oración se deja guiar por el espíritu iluminado por el Espíritu brota el amor bondadoso. Nuestros pensamientos, sentimientos y acciones se despojan de los condicionantes del ego y se ponen “en salida”, abiertos más al bien del prójimo que al propio.
La oración o meditación, en lo que tienen de conocimiento de la sabiduría divina y de adentramiento en la interioridad personal, es el primer paso que han de dar quienes se proponen ser felices haciendo felices a los demás. Hablando en lenguaje teresiano, la felicidad está en la séptima morada del castillo interior, allí donde se produce el encuentro y asimilación del alma con Dios; ahí me conozco en Dios y encuentro en Él mi gozo. Dice la santa que "la puerta para entrar en este castillo es la oración" (2 M 11), la oración es, por tanto, la puerta a la felicidad.
Hablamos, pues aquí de la oración, señalando algunos aspectos importantes de la misma a fin de que sea completa su práctica, y completa la felicidad y satisfacción que buscamos.
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Cuatro aspectos de la oración
Con la práctica de la oración vamos conectando con nosotros mismos y con Dios. ¿Qué es la oración sino un encuentro con el Otro y conmigo mismo? Creados a imagen y semejanza de Dios la oración forma parte del desarrollo de ese anhelo profundo de felicidad que nos embarga y que intuimos se halla en la comunión con Él.
La oración es como una amalgama de cuatro elementos, que unificados van haciendo que ese anhelo interior de felicidad se concrete, se manifieste y transforme mi vida y el mundo.
1) La oración tiene mucho de deseo, de “buen deseo”, de querer alcanzar lo que anhela y valora. Todo comienza con un deseo, una aspiración, que en la oración es el primer paso.
Los proyectos más ambiciosos que realiza el hombre parten de una aspiración o deseo; pues bien, también todo el desarrollo espiritual que queremos para nosotros tiene que estar inspirado en una oración consciente que vaya situando los deseos de nuestro yo en el eje de Dios que es su lugar natural. Por la oración entramos en el silencio, escuchamos, dejando a un lado el ego, y aprendemos a conectar con nuestro ser más auténtico intuyendo que en esa conexión está la clave de la felicidad.
Es preciso que te preguntes: ¿qué quieres?, ¿qué valoras?, ¿qué necesitas?,¿qué es lo esencial para ti? Es importante aclarar estas preguntas antes de ponerte a orar; porque si tus deseos son egoístas, si tus valoraciones son egocéntricas, si lo que consideras importante es sobre todo tu bienestar al precio que sea, tu oración será falsa o demoníaca. El deseo que te lleve a la oración no es ese deseo caprichoso que puede tener un origen muy bajo, burdo, mundano, que nace de la atracción externa de cosas o modas. El deseo propio de la oración es un deseo noble que sale de la mejor parte de nuestro ser, un deseo consciente que fomentamos en la práctica.
Conviene que repases tu oración y que valores hasta que punto nace de un deseo puro de Dios, que es lo mismo que decir que nace de un puro amor. Para ello pregúntate si tu oración es más de imperativo (“Dame, Señor,...”) o de subjuntivo (“Que todo mi ser sea conforme a tu voluntad,... que donde haya paz ponga yo amor ... Que todos los seres encuentren la felicidad, ... etc). Los deseos más puros son los que aspiran a obtener lo mejor para todos los seres antes que para sí mismo. Esto es básico para comprender en qué consiste el amor bondadoso al que nos encamina la oración.
2) Es importante, pues, el deseo, pero no menos importante es contrastar el deseo con un segundo elemento que es la inteligencia de la sabiduría, es decir, con un conocimiento o saber intelectual que me dice qué es lo mejor. El deseo es como el aspecto emocional de la oración; ahora nos referimos a que al motor de las emociones como fuerza para la oración le pongamos otro motor: el del conocimiento, al “sentir” le añadimos el “saber”, la certeza de que si busco la felicidad sé donde está, en qué consiste, y vivo en la confianza de que deseando lo apropiado la tendré como resultado de mi oración. El sabio tiene tanta confianza en que está sembrando la buena semilla que ya en la oración saborea el fruto del árbol que ha sembrado.
El seguidor de Jesús sabe que la sabiduría que busca la encuentra en la persona de Jesús, y más en concreto en los Evangelios, que no son sino una colección de enseñanzas sobre el modo más adecuado de orar (relacionarnos con Dios) y de mejorar el mundo (relacionarnos con los hermanos y con la naturaleza). En este sentido, del Padrenuestro, como oración inspirada que es (cf Mt 6,9-13) podemos decir sin error que contiene en sí lo mejor y más sabio que podemos decir y pedir a Dios.
3) Un tercer elemento de la oración es la súplica, que podríamos llamar el aspecto devocional; buscar ayuda fuera de nosotros. No oramos como seres separados de la realidad total; nuestro mismo ser incluye el entorno, el universo, y, por supuesto, el mundo de lo divino: Dios y los santos. La oración no es sólo un acto individual, es también comunitario. Este aspecto purifica lo que hemos llamado “inteligencia de la sabiduría”; el mismo Dios-Espíritu Santo y la intercesión de los santos vienen en “ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8,26a).
En la súplica invocamos la presencia del Espíritu Santo o la intercesión de los santos y nos hacemos así receptivos a sus bendiciones y enseñanzas. Reconocemos en ellos unas fuerzas mayores a nosotros, y al suplicar nos abrimos a esas fuerzas que vienen en nuestra ayuda. No es que esa fuerza o gracias no existieran antes de que las invoquemos, sino que por la invocación nuestro corazón se hace más receptivo a todo lo bueno y hermoso de Dios y de los santos.
Es importante saber que en nuestra oración no estamos solos. “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26b), y podemos recibir la misma intercesión de la Virgen María y de los santos si nos abrimos a su presencia y venida a nosotros; la Iglesia del cielo se une a la Iglesia de la tierra en sus oraciones en virtud de lo que llamamos la comunión de los santos; además, es muy importante este aspecto devocional por lo que tiene de didáctico, ya que en la vida de María de Nazaret y en la de los demás santos tenemos un evangelio vivo que puede orientar nuestro modo de orar y de vivir.
No sólo podemos procurar la ayuda de los ángeles y los santos, y entre ellos la mediación de la Virgen María, en la oración; también podemos pedir a otros hermanos que oren por nosotros y con nosotros; a fin de cuentas la oración es un acto de Iglesia: cuando yo oro lo hace la Iglesia, y cuando la Iglesia ora lo hace en comunión conmigo. Decir a la comunidad o a algún hermano "rezad o reza por mi" es lícito y loable por lo que tiene de sentido comunitario y de aumento de la eficacia en la oración. Jesús dijo "que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la
tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos" (Mt 18,19)
4) Y un cuarto elemento es el aspecto resolutivo, la decisión de actuar. La oración auténtica forma parte de un todo en el que no podemos excluir la práctica del amor y la bondad, que no son simples deseos, ideas o peticiones de ayuda para ser mejores y más felices. “No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21). Es muy importante la resolución firme de actuar, de comprometerse en los cambios necesarios para que la felicidad fruto del amor bondadoso alcance a todo el universo.
Una cosa es quiero, otra es puedo y otra muy diferente es hago, lo que voy a hacer. Ser orante o meditador supone un compromiso serio por trabajar a fin de que la felicidad sea una realidad para todos; asumir que sólo o acompañado, con viento favorable o contra corriente, voy a hacer todo lo posible porque yo mismo y los demás seamos felices.
Es muy común que quienes practican meditación se pregunten por qué no avanzan en ello, por qué se va transformando su práctica oracional en una rutina, un aburrimiento. Tal vez sea porque se han quedado en el aspecto emotivo, intelectual o devocional, pero no han movido un dedo para cambiar su vida cotidiana; siguen mirándolo todo con el prisma de quien está convencido de que “la vida es como es y no se puede hacer nada por cambiarla”; ni siquiera han dado pasos para corregir automatismos conductuales propios que sienten y saben que deben corregir. Para estos la meditación es fuga mundi, una huida cobarde. Pregúntate: en el tiempo que llevo en esto de la meditación, aparte del tiempo que dedico a la práctica ritual, ¿qué he cambiado en mi vida? Es importante esto para evaluar tu avance o retroceso en el proceso que seguimos.
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Evalúa tu oración
Un buen ejercicio para profundizar en este tema sobre la oración es explorar (probar a fondo) en ti mismo todos y cada uno de los cuatro aspectos de la oración mencionados. ¿Te mueve más la emotividad, el deseo?, ¿te inspiran más las ideas, el convencimiento de que haces lo más apropiado?, ¿das importancia a la súplica, la petición de ayuda exterior, la devoción a la Virgen y a los santos?, ¿qué valor das a tu estilo de vida en relación a tu oración?
Es bueno que te hagas consciente del elemento de la oración que es más determinante para ti, la que más te activa, la que más te inspira. Puedes dedicar un tiempo a meditar incluyendo los cuatro aspectos. Luego, con el tiempo, te darás cuenta de que hay uno que te motiva más, que enciende en ti con más facilidad la chispa del amor; puede ser el deseo, la sabiduría, la devoción (imitación de los santos) o actos concretos de bondad en tu día a día. Busca e insiste y desarrolla desde la meditación el aspecto que más te mueve a alcanzar el ideal de la bondad hacia todos los seres y la consecuente felicidad.
Cuando el fuego del amor sea continuo en tu corazón, ve aflojando tu atención de ese aspecto que más te llama y vuelve a fijarte en la globalidad de los cuatro aspectos; generarás en ti una práctica más completa, más consolidada.
La oración tiende a ser algo que unifica en un solo acto los cuatro aspectos. Si nos quedamos sólo con el primero (deseo) seremos unos meditadores emocionales, que alimentan sus sentimientos, pero nada más. Si con el segundo (conocimientos), seremos muy amigos de comprenderlo todo, incluso de convencernos de la bondad de la sabiduría espiritual, pero eso sólo nos ilustra la mente sin alentar ni cambiar el corazón. Si damos prioridad a lo devocional nos quedaremos en una espiritualidad de ritos vacíos de contenido y carentes de fuerza para cambiar nada, ya que esperaremos que sean los santos quienes lo cambien. Y, por fin, si lo nuestro es la obsesión por cambiar detalles conductuales (hacer, obrar) que consideramos perniciosos por otros de más bondad, puede que terminemos por engordar nuestro ego, satisfecho porque ha conseguido hacer algo por los demás y por el mundo.
Estudia y medita considerando estos aspectos que forman parte del todo de la oración o meditación. Es de vital importancia saber qué es lo que te mueve en la búsqueda de la felicidad.
Febrero 2024
Casto Acedo
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