lunes, 25 de septiembre de 2023

1.3b. Valora tu responsabilidad. Consejos prácticos (II)

Hay muchas cosas que nos influyen determinando lo que decimos o hacemos, e incluso lo que pensamos. Sociedad, amigos, familia, herencia genética, comida, situación social, economía, etc., son realidades en las que nos movemos y que tienen su incidencia en el ritmo de nuestra vida. Queremos crecer a pesar de esas cosas, pero no cabe duda de que todo cuanto nos circunda tiene su papel a la hora de facilitar o impedir nuestra libertad de movimientos. 

"Yo soy yo y mis circunstancias", sentenció Ortega y Gasset. Es conveniente ser consciente de que las respuestas que damos a las situaciones vitales están influidas por  muchos factores circunstanciales. Pero también es importante considerar lo que de personal hay en todo lo que hacemos. Por eso, esfuérzate por adquirir una visión panorámica de tu vida, y teniendo en cuenta las circunstancias valora tu participación, el grado de responsabilidad personal que tienes en todo lo que realizas.

A la hora de evaluar una conducta es bueno observar correctamente el protagonismo que disfruta el “egocentrismo”. De todos los elementos que influyen en nosotros el egocentrismo es el número uno, el principal. En nuestra manera de afrontar la adversidad influyen muchas circunstancias externas (familiares, económicas, culturales, etc.), pero por encima de todo  es nuestro “egocentrismo” interno el que más influye.

Recuerda que el egocentrismo no es sino el “nerviosismo del ego” que reacciona de modo exagerado ante las amenazas reales o ficticias que recibe; y nos hace muy reactivos. Al destacar aquí su importancia no pretendo que entres en un juicio moral sobre tus actos; simplemente apunto que seas conscientes del poder que el “egocentrismo” tiene sobre ti. Las reacciones tóxicas o indebidas (de agrado, desagrado o indiferencia) que protagonizas ante los acontecimientos que se te presentan son el producto de la distorsión que se genera en tu ego nervioso y temeroso de verse descubierto en su falsedad.

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Algunas veces culpamos de las malas acciones a nuestra torpeza, a nuestra voluntad, pero si en realidad hay algún culpable en el drama de la vida es el “egocentrismo”. En realidad es el “ego”, pero por el momento hacemos hincapié en el estado de inquietud que abruma al ego cuando se ve en peligro, lo que llamamos "egocentrismo" como manifestación de los miedos del ego, un concepto este de "egocentrismo" menos abstracto y más accesible. El egocentrismo podemos disminuirlo de alguna manera, especialmente con determinadas prácticas; este es un trabajo que debemos cuidar mucho en esta etapa. 

No olvides, por tanto, fijarte en el “egocentrismo” como protagonista cuando estás interactuando en el mundo, sobre todo ahora que estás empezando a operar en el “valle”. Cada vez que te pares y analices algún comportamiento o conflicto concreto, más allá de los muchos participantes en él, recurre, como primera estrategia, a enfocarte en el malo de la película, que es el egocentrismo, la actitud reactiva, la obsesión por ti mismo.

Asumir la responsabilidad que tu ego y sus reacciones tienen en todo lo que haces te da la posibilidad, el poder, de intervenir en el cambio de tu vida. La transformación espiritual ha de tener un mucho de resistencia al ego: “Sed sobrios, velad. Vuestro adversario, el diablo (el ego), como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. 'Resistidle, firmes en la fe” (1 Pe,8-9). Es importante saber que el ego es enemigo de tu felicidad, que produce estados aflictivos, que estos a su vez producen acciones tóxicas que a su vez producen conflicto en el mundo. Si reconoces en ti este enemigo que dentro de ti te quiere hacer mal y asumes la responsabilidad de lo que está ocurriendo, asumes la responsabilidad de que tú eres la víctima, te identificas como víctima de algo que está fuera de control.

Es verdad que, vistas así las cosas, cuando reaccionas descontroladamente ante situaciones diversas (juicios injustos, violencia, desprecios innecesarios, etc.) parece disminuir tu responsabilidad hasta casi parecer inexistente. Pero no es así. Lo que ocurre es que la responsabilidad no la pones tanto en tus acciones externas (reacciones) cuanto en el motor que las impulsa, en el caso de reacciones aflictivas en el ego y su nerviosismo, el diablo en lenguaje religioso; el mal está en la ignorancia, en el engaño en que vives, creyendo que controlas tu vida cuando en realidad te están controlando. Aquí tendría que decirte que el gran pecado es la ignorancia; es ésta la que produce infelicidad, porque rendimos nuestra vida al ego queriendo ser felices y lo único que conseguimos son sinsabores.

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Por tanto, acepta tu responsabilidad, no tanto por las acciones reactivas que protagoniza tu egocentrismo cuanto por las facilidades que das a tu ego para que mande sobre tu vida. Ser consciente de esto te permite al menos tener la opción de poder realizar cambios voluntarios en tu conducta que muestren a tu ego que él no tiene la última palabra. La fuerza del Espíritu para cambiar la tienes, sólo necesitas dejar que sea tu espíritu (tu ser original y auténtico, iluminado y guiado por el Espíritu) el que se imponga a tu ego.

No caigas en la trampa de culpar al ego de tus meteduras de pata. Es un recurso muy cínico y muy común para desligarse de la propia responsabilidad. Tú eres responsable de tus actos porque eres tú quien abre la ventana de tu alma para que el vendaval del ego desordene tu casa interior.

Un desafío para practicar: Aunque haya situaciones en que  tu reacción egocéntrica  parece estar en los límites de lo correcto, como puede ser el impulso a responder con el “ojo  por ojo” ante un agravio, párate, respira serenamente tres veces, y toma el control, asume la responsabilidad de actuar como te dicta tu centro personal, “no des lugar al diablo” (Ef 4,24). Si el caso es significativo llévalo a la reflexión y la meditación. Ve creando en ti automatismos que te salven de echarte alegremente en manos del ego; sabes que si lo haces sólo obtendrás insatisfacción  e infelicidad.

Diciembre 2023

Casto Acedo 

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