sábado, 30 de septiembre de 2023

Salir de la cueva, entrar en el valle

 

La segunda etapa del camino que hemos emprendido  pide “salir de la cueva”. Y esto hay que aclararlo. Si entrar en la cueva es una especie de entrenamiento para evaluar el propio ser, si es una oportunidad  para preguntarte por dónde andas, qué te sobra, que está entorpeciendo  tu vida, etc... y si ese tiempo supone descubrir qué cosas quitar de tu vida porque suponen una rémora, salir de la cueva es comenzar a vivir de modo distinto, con la libertad que da el ver con cierta claridad  cuáles son tus ataduras y cadenas.

Pero ¿y si la cueva acaba siendo vista por el novicio como su lugar natural? ¿Y si comienza a sentirse cómodo, feliz, encantado de estar en ella? Entonces hay que salir corriendo hacia el valle, porque esos síntomas indican que la cueva te puede atrapar.  Y no es fácil salir de ella cuando caes en su trampa; es más fácil entrar. Porque si entrar te aleja de la maleza y las zarzas salir te vuelve a acercar a ellas. 

A menudo me engaño creyendo  que he salido de la cueva, cuando lo único que he conseguido es  un lugar intermedio (interactivo) donde creo que estoy confrontando mi vida con los demás, pero lo que hago es confrontarme con otros que comparten conmigo la creencia de haber salido. Compartimos los sentimientos y las nuevas apreciaciones con quienes nos comprenden y nos  quieren, con aquellos ante quienes podemos felicitarnos de las nuevas relaciones y enfoques  que damos a la vida,  o lloramos con ellos lo poco que nos comprenden quienes viven afuera. A estos incluso los miramos con cierta conmiseración. Parece que he salido de la cueva, pero sigo en ella.

En la cueva pones bálsamo a las heridas, y algunas cicatrizan. Eso te hace caer en el error de creerla un fortín, un hospital de campaña donde puedes acostumbrarte a vivir siempre dedicado a los cuidados de tu vida espiritual con cierta sensación de satisfacción personal. Sin darte cuenta haces de la cueva (meditación, reflexión, análisis, pequeños retos vitales, etc.) tu mundo de yupi, tu jardín de las delicias.

¿Cómo sé que aún no he salido de la cueva? No sabría decirlo con seguridad, pero creo que comienzas a salir cuando miras la realidad de afuera y la aceptas tal como es; y reconoces que así era el mundo antes de que te retiraras y así sigue siéndolo a tu regreso. Porque en realidad  no has hecho nada para cambiarlo. No te horrorices por ello. El mundo no cambia porque tú te retires de él. Sigue igual, y tal vez sientas sobre él los mismos miedos que antes. Pero tampoco te excuses diciéndote “no debí salir aún de mi cueva” o “debería volver a mi cueva”, "aún no estaba preparado".  A la cueva no se vuelve. Si vuelves una y otra vez caes en el abismo. Una vez sales de ella llega la hora de decidir a dónde ir, solo te queda la decencia de aceptar lo que tienes por delante. 

¿Quién quiere volver a la oscuridad de la cueva cuando ya ha vislumbrado un poco de luz? A veces sientes la tentación de volver.  Pero es el miedo el que te está empujando.

Cuando vuelves al valle las heridas que produce el choque con el nuevo ambiente, a veces violento, comienzan a sangrar. Dice la carta a los Hebreos: “Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado, y habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión” (Hbr 12,4-5

Pasas años en tu celda queriendo romper el cielo con tus oraciones para que un rayo baje hasta ti. Y de tanto mirar y golpear la nube del no-saber a lo más que puedes llegar es a ver una pequeña grieta que se abre al exterior y desde la cual parece llegarte una tenue luz. ¡Qué bonito! Sí, pero que engañoso también; porque esa lucecita que ves no daña tus ojos; es una luz encantadora. Y te encanta mirarla y ser mirado por ella. Pero si tienes  miedo a que una luz más fuerte dañe tus ojos, si te asusta el rayo de tinieblas que lo trastorna todo en ti, la pequeña luz de la grieta alargada en el tiempo es sólo un signo que pone en evidencia la oscuridad en que vives y tu cobardía para ir más allá.

La cueva tiene su tiempo. El necesario para que te des cuenta de que no hay cueva, ni valle ni cementerio. Y por tanto para que aprendas que ha llegado el momento de poner a un lado toda regla y todo método para abandonarte a la vida. No has salido de la cueva si todavía  es para ti una clave esencial, si el tiempo formal de silencio y contemplación se ha transformado para ti en un todo maravilloso, si el calor de tu comunidad de escogidos te seduce y atrae con su dulzura dándote sensación de realidad e impidiéndote ver lo que hay fuera. ¡Qué bien se está aquí!, haremos tres tiendas (Mt 17,4). No he salido de la cueva si calculo mi felicidad por el bajo estrés y las sensaciones placenteras de mi alma.

Al salir de la cueva descubres la fragilidad de la misma. Has labrado en ella el panal de tu vida; ¡un panal tan frágil! Ahora, en el valle, has den transformar la amargura en miel, perdonar, amar, desechar impurezas, soltar cadenas que ya no estaban pero que vuelven a salir cuando menos lo esperas. Hacer miel no es comerla y degustarla. Díselo a las abejas obreras. No se lo preguntes a los zánganos que se ilusionan con fecundar a la reina para terminar siendo expulsados de la colmena y muriendo arrojados al frío de la noche.  El valle es tiempo de abejas obreras; tiempo de llenar la vida con la miel de la compasión y la misericordia. Trabajo dulce y amargo.

Si he descubierto algo en la cueva debería trabajar en mi lo aprendido. Cuando digo que "quiero un cambio en mi vida" eso incluye huir de mi cueva (mi ficticia y virtual realidad idílica) y abrirme a una relación más directa y real con el mundo. Ya he vislumbrado a Dios en mi oración; o algo que creo que es Dios. Si lo es o no lo es no me toca a mí juzgarlo. En el valle quiero palparlo de nuevo, pero de un modo más directo: elevando mi corazón al prójimo en un suave movimiento de amor que rompa la nube del no-amar; o sea, amando vivir en Iglesia pecadora, porque lo soy.

En fin, el valle es algo simple y bonito; no es el destino final, y si conviene que pase por la cueva es para vislumbrarlo en toda su dureza y hermosura. El peligro es quedarme en la caverna, dejar que nuevos velos cieguen mis ojos con nuevos artificios que me impidan tocar la realidad con amor. Sal de tu cueva, me dice Isaías. ¿Cómo? 

“He aquí lo que has de hacer. Vuelve tu corazón amoroso a tu hermano, con un suave movimiento de amor, deseándole por sí mismo, no por sus virtudes o defectos. Centra tu atención y deseo en él y deja que su bien sea la única preocupación de tu mente y tu corazón.... Quizá pueda parecer una actitud irresponsable; pero créeme, déjate guiar” (Plagio de La nube del no-saber, 3). Te lo digo yo, Isaías cap. 58:

«¿Para qué ayunar, si no haces caso; mortificarnos, si no te enteras?». En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis para querellas y litigios,  y herís con furibundos puñetazos. No ayunéis de este modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo. ¿Es ese el ayuno que deseo en el día de la penitencia: inclinar la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza? ¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor? (Esto es ayuno virtual, de caverna, ficticio y falso cuando no lo complementa la realidad; es el prefacio que no tiene sentido sin la obra del valle).

 “Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor. (Esto es ayunar de veras: vivir en el valle "misericordiando"). 

Entonces clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: «Aquí estoy». (Ahora puedes subir al siguiente nivel, el de los perfectos que viven junto a Dios).

*

No quieras volver una y otra vez a la cueva. No quieras ser un oso polar condenado a vivir en eterna  hibernación en tu mundo virtual. Si has tomado la decisión de salir y he dado los primeros pasos para ello, no vuelvas la vista atrás. «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios» (Lc 10,62).  Has arado la tierra; no vuelvas a ararla una y otra vez, ahora es tiempo de sembrar compasión y abonar con amor. Por eso, no vuelvas a encerrarte, no vuelvas a tus realidades virtuales, afectos desordenados, avaricias, envidias, etc. Créeme, si has estado en la cueva eso ya ha pasado. Ahora permite que todo lo humano te toque, no con un toque sentimental-virtual sino real, piel contra piel. 

Dios me libre de hacer de mi cueva el cielo.

*

NOTA: Curiosamente, al día siguiente de haber publicado esta entrada leo en La razón un artículo que creo que complementa lo que quiero decir al hablar de "salir de la cueva", porque si no se sale de ella te condenas a la caverna de lo virtual. https://www.larazon.es/cultura/rob-riemen-vamos-directos-destruccion-civilizacion_202309266511cb2a1fb4a60001300304.html Como deja ver el autor la realidad es insustituible, el valle no se puede atravesar virtualmente; mejor es tomar un café que chatear vía internet, mejor ir a un cumpleaños que felicitar por washap y enviar el regalo por amazon, mejor palpar que embriagarte con ensoñacionesEl valle, con su calidad de real, es insustituible. Es el lugar de la verdad, de la práctica, de experimentar que la vida es algo más que algoritmos y letras. En el valle se juega el futuro de nuestra civilización cristiana.

Septiembre 2023

Casto Acedo

lunes, 25 de septiembre de 2023

3.5 Atención a los demás. Consejos prácticos (III)


"Si te amas a ti mismo, amas a todos los hombres como a ti mismo. Mientras le tienes menos amor a un solo hombre que a ti mismo, nunca has llegado a amarte de veras, con tal de que no ames a todos los hombres como a ti mismo, a todos los hombres en un solo hombre: y este hombre es Dios y hombre. De modo que va por buen camino el hombre que se ama a sí mismo y ama a todos los hombres como a sí mismo; y éste sí va por buen camino". (M.  Eckhart, Sermón XII. Qui audit me)
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Seguimos invitando a prácticas que ayudarán a conocernos más y mejor en lo que somos; hemos hablado ya de mejorar la conducta, eliminar prejuicios, perdonar. Hoy añadimos una práctica muy sencilla y evangélica que nos llenará de alegría: “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella” (Mt 7,12).

Esta práctica traerá a tu vida  felicidad y al mismo tiempo la dará a todos los que te rodean. Para comprenderlo has de tener claro primeramente que todo sufrimiento viene de quererse uno a sí mismo más que a los demás. El sufrimiento que hay en el mundo proviene de acciones dañinas que son impulsadas por estados emotivos tóxicos que tienen su punto de partida en el egocentrismo, la falta de amor, la obsesión por el propio bienestar. Tan obsesionados vivimos con lo nuestro que nos olvidamos del resto de las personas.

Nos cuesta entender que pensar en los otros antes que en mi me pueda hacer feliz, porque mi mentalidad es competitiva, muy dualista. Hay quien sólo se siente feliz si tiene a su alrededor personas desdichadas con quien compararse. Viven una felicidad tasada y medida desde fuera haciendo suyo el refrán de que “en tierra de ciegos el tuerto es rey”; es una lástima que haya quienes para brillar ellos necesitan oscurecer a los demás. La sabiduría divina nos dice que la felicidad propia no se apoya en la infelicidad ajena; al contrario, es de Dios que no puedes ser feliz si no te preocupa la felicidad de los demás. Para ser feliz has de querer a los demás como te quieres a ti mismo. Y si quieres ir más allá, la suprema felicidad está en querer la felicidad de los otros sin tener para nada en cuenta la tuya.

Una primera afirmación para entender nuestro tema de hoy: todos los seres merecen ser felices por igual. Ahora bien, si ponemos por medio opiniones que nos dividen por su  dualismo (confrontación), si agregamos a la consideración sobre las personas opiniones que establecen separaciones: apellidos, títulos, coeficiente intelectual, nacionalidad, etc., entonces mi familia, mi raza, mi clase social, mis nacionales, merecerán más que los otros, porque los considero más puros, más elegidos y/o cercanos a Dios. Pero si quitamos esas preferencias o prejuicios irracionales lo que nos queda es la equidad o ecuanimidad, el hecho de que todos son iguales en derechos, todos merecen ser tratados con justicia sin detrimento de su particularidad y todos merecen ser igualmente felices. Y en la medida en que nos ajustemos a esto vamos a estar cada vez más en armonía con la realidad de cómo son las cosas y cada vez más encaminados a la felicidad.


Vamos a “hacernos” felices

¿Cuándo te ha hecho feliz una persona? Cuando te ha prestado atención, te ha escuchado, te ha dejado ser tu mismo sin juzgarte, cuando se ha adelantado a tus deseos, ha respetado y apoyado tus ideas, te ha valorado en lo que tú consideras que vales, ha minimizado tus errores, etc., es decir, cuando ha empatizado contigo y has sentido su comprensión y su aprecio.

Eso que hacen contigo y te hace feliz debes hacerlo tú con los otros poniendo su bienestar por encima del tuyo, no sólo igual que el tuyo sino “más arriba”. Esto supone un esfuerzo extra pero muy conveniente para crecer en equidad, porque nuestro péndulo suele estar inclinado hacia el lado del mi, mi, mi, .. yo, yo, yo, y para compensar y lograr el equilibrio es conveniente ir más allá de la igualdad, hasta centrarte en hacer el bien al otro antes que a ti mismo.

Si tu felicidad no es posible sin la felicidad de la gente, y si para que la gente sea feliz debes hacer con ella lo que quieres que la gente haga contigo, ¿por qué no aprovechas las oportunidades que cada jornada te ofrece para interesarte por las necesidades de los demás y hacerles felices respondiendo a ellas con amor? Si lo haces así harás felices a otros y te harás feliz a ti misma. Una segunda afirmación importante: toda felicidad viene de querer a los demás tanto como a uno mismo

Si aceptas como cierto todo lo dicho hasta ahora, para completar este tema te invito a aplicar esta enseñanza de modo consciente durante unas semanas. Estate atento a tu vida, a los detalles de tu relación con los demás y si encuentras la oportunidad, la más pequeña excusa,  para hacer felices a otros no dudes en hacer lo necesario. Es este un ejercicio sencillo que no tardará mucho en mostrarte que es cierto que soy feliz cuando los otros son felices, o mejor: soy feliz haciendo felices a los demás. Toma nota del desafío:

*Si te pones de pie para abrir la puerta o la ventana, piensa “hace calor; los demás ¿tienen frío o necesitan aire fresco?".

*Si te pone de pie para buscar algo, “¿alguien necesita algo de la cocina?”

*Si vas a salir en coche, “¿alguien necesita algo que pueda comprar?”. Voy hacia tal sitio, ¿le viene bien a alguien?

*Cada vez que muevas el cuerpo, piensa. “¿De qué manera este movimiento puede servir a los demás? ¿en qué puedo ayudar? Ya que estoy de pie, ¿necesitáis algo? Ya que estoy en la farmacia, ¿alguien necesita algo?"

*Cede tu asiento gustoso en el autobús, en la sala de espera del médico, en el aforo del teatro... "Por favor,..."

*Interésate por el bienestar de los demás; hazlo verbalmente: empatizando con su sitaución: "¿se solucionó el problema que me comentaste?", o interesándote por su salud: "¿estás recuperado del constipado?", o por sus seres amados: "¿cómo siguen tus padres?".

*Calla tus respuestas cortantes en las conversaciones, no discutas, escucha; deja que quien te habla disfrute de su comunicación; permite que el otro sea feliz contándote su vida como tú lo eres al sentirte escuchado: "¡Sí, te escucho; dime!"

*Sonríe, no pongas mala cara a nadie; una sonrisa tuya puede hacer sonreír a muchos como muchos te hacen sonreír a ti. "¡Holaaaaa...! 😊"

Serían casi infinitos los ejemplos que se podrían poner. Si prestas atención, la misma vida te irá dando momentos que son oportunidades para hacer felices a la gente; y de paso observa cómo practicando lo que podemos llamar el altruismo de la felicidad también tú te irás sintiendo cada día más feliz.


“No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición. ... ¿Quién os va a tratar mal si vuestro empeño es el bien? ... Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto “ (1 Pe 1,10.13.16). 

En resumen, ama y trata a los demás con la misma atención, el mismo cariño y la misma delicadeza con que deseas ser tratado; y si quieres llegar a la perfección en esto no te quedes en el “como quiero que me traten a mi”, avanza hacia “mejor de lo que deseo ser tratado yo mismo”. Tenemos así una tercera afirmación importante: la felicidad en grado sumo viene de querer a los demás más que a uno mismo. Es fácil de comprender, aunque no tanto de vivir: si no miras por ti mismo, si no deseas nada para ti mismo, nada puede perturbar tu paz interior.

* * *

Esmérate en amar como quieres ser amado, en “tratar como quieres que los demás te traten”. A esto pueden ayudarte los ejemplos de altruismo práctico que hemos señalado antes. Y una última nota: aunque de momento tengas bastante con ejercitarte en “amar al prójimo como a ti mismo” (Rm 13,9), no olvides que la meta a la que aspiras es mayor: “amar los demás como los ama Jesús” (Jn 13,.34). Si lo primero (altruismo) te aporta felicidad, lo segundo (compasión) te fundirá con la felicidad misma. Pero este es otro tema que en su momento será tratado. Cada cosa a su tiempo; paso a paso. 

Nota: Puedes terminar esta reflexión visionando este sugestivo corto donde se plasma bien el efecto beneficioso del amor bondadoso que te hace feliz y hace feliz a los demás. Clickar en la foto. O directamente en https://www.youtube.com/watch?v=zmIensH77WQ .


Julio 2023
Casto Acedo

3.4 La tarea del perdón. Consejos prácticos (II)

 Ya comentamos que para refinar el oro de nuestro ser es preciso ir eliminando la escoria que se le ha mezclado, o mejor, la basura que oculta su valor y belleza. Hemos señalado cómo los prejuicios no nos dejan vernos a nosotros mismos y a los demás en justicia y verdad. Deberíamos mirar más allá de las apariencias perdonando y soltando el mal adherido a nuestro ego.

Nos ocupamos ahora de esta “tarea de perdón”, sin la cual no podemos avanzar en el empeño de ser cada vez más contemplativos. Un corazón que guarda rencor, odio o deseos de venganza, se incapacita para conocerse, conocer a Dios e incluso conocer objetivamente al hermano. De ahí que debamos imponernos la tarea de perdonar para vivir con transparencia. Como imagen de Dios que somos, hermanos en Jesucristo, está inscrita en nuestra naturaleza la necesidad del perdón. La práctica de la misericordia acrisola el oro de la fe y nos hace merecedores del "premio, la gloria y el honor de la revelación de Jesucristo"  (1 Pe, 1,7). 


El perdón

El perdón es un desafío imprescindible para la vida espiritual. Es una decisión sabia que se ha de tomar de modo consciente. El gesto de “poner la otra mejilla” a quien te abofetea no surge espontáneamente; se hace imposible sin la ayuda  de Dios y la opción firme de seguir e imitar a Jesús en este arte. 

Hay textos evangélicos que rechinan en cualquier cultura competitiva, violenta y gustosa de liderazgos mundanos. "Habéis oído que se dijo "Ojo por ojo, diente por diente". Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa” (Mt 5,38-40). ¿De veras es este un camino adecuado? La primera intención, el primer impulso ante quien te agrede o agravia, es responderle con la misma agresividad o mayor; aplicar la ley del talión.

Sin embargo, la enseñanza de Jesús parece ir en otro sentido: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). La ignorancia es lo que caracteriza al pecador; y frente a ella está el conocimiento de Dios, la sabiduría divina que es Jesucristo; en Él se cumple la profecía: cuando venga el Señor "la tierra se llenará del conocimiento del Señor" (Hab 2,14). Los profetas hablan de los tiempos mesiánicos, que ya han llegado con Jesús. En este tiempo el perdón fluye sin obstáculos haciendo del mundo un paraíso: "El lobo y el cordero pacerán juntos, el león y el ganado comerán forraje, la serpiente se nutrirá de polvo. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo" (Is 65,25).


Perdonar, mejor que dañar.

¿Es posible ya, aquí y ahora, un mundo como el que describe Isaías? En ello estamos, y creemos que es posible si aprendemos a soltar las armas de guerra con las que de continuo amenazamos a todo aquel que parece que nos agrede.

La sabiduría cristiana, recogida en la vida y enseñanza de Jesús nos dice que es mejor perdonar que dañar a quien nos amenaza o ataca. El perdón es un arma preventiva de primer orden; previene del daño que podríamos hacernos si recurrieramos al “ojo por ojo, diente por diente”.

¿Cómo prevenir tus accesos de ira cuando te ves humillado, ofendido o agredido?

En primer lugar quiero que seas consciente de que quien más daño te puede hacer no son esos enemigos declarados de los cuales no esperas precisamente palabras bonitas sobre ti. Son precisamente las personas que más te quieren las que te pueden hacer más daño. No son perfectas, y por tanto nada te garantiza que un buen día se pueden volver contra ti, te pueden abandonar, harán algo que te inquiete, te moleste e incluso te haga daño (cf Mt 9,34-36). Y te dolerá mucho. Es la realidad de la vida. ¿No son las incomprensiones o los desplantes de los más amigos los que más te duelen?

Cuando tomas la decisión seria de seguir el estilo de vida de Jesús y sus enseñanzas has de prever que el rechazo y la crítica inmisericorde de quienes hasta entonces eran tus más fieles amigos se pueden dar. Aquí habrás de repetir lo de “perdónales, no saben lo que hacen”.

Te puede ayudar a perdonar el comenzar por comprenderte a ti mismo y descubrir que tampoco eres perfecto. Muchas veces se apoderan de ti emociones, fantasías, miedos o ambiciones que distorsionan tu visión de la realidad y causas daño a otras personas sin darte cuenta. ¿No has protagonizado nunca alguna acción torpe con la que has causado daños a quienes no quieres dañar? Todos tenemos recuerdos, cercanos o lejanos, de que esto ocurrió.

Y también sabemos la influencia que ejercen sobre nosotros las tendencias, los hábitos, las costumbres, de otras personas, o incluso el estado físico-anímico que me embarga en un momento concreto, y que me lleva a responder con violencia física o verbal a lo que considero una amenaza para mi ego. Si reconocemos esto ya tenemos mucho ganado. Es fácil ser manipulados por fuerzas ajenas a nuestro núcleo personal, que nos arrastran "fuera de nosotros mismos".  

La meditación, como práctica de la atención amorosa a Dios desde el corazón,  nos puede liberar de esas influencias ambientales, culturales o biológicas que nos condicionan. Es uno de los beneficios que se espera de ella. Si eres perseverante cada día experimentarás más libertad para responder con más libertad interior a los estímulos externos; y tu deseo de perdón, impulsado por el amor de Dios,  te surgirá desde dentro espontáneamente.


Todos vivimos tormentas 

De cara a perdonar a otros los daños que te pueden causar con su actitud agresiva, con sus desplantes o con su estilo de vida poco ejemplar, te puede ayudar el pensar que en realidad esa persona no desea ser así. Tal vez también esté inmerso como tú en un proceso de mejora espiritual; quiere ser mejor persona, pero tropieza y se hunde  una y otra vez en el barro; puede que esté viviendo una tormenta personal y cae en el charco embarrado que forma esa tormenta y el lodo acaba por salpicarte a ti. Su confusión, su crisis, de alguna manera te afecta, te salpica. ¿Porqué lo vives a veces como un ataque personal cuando en realidad es un efecto colateral indirecto? Simplemente has tropezado con su tormenta. Ésa persona es más víctima que verdugo. Míralo así.

Si nos comprendemos y sabemos cómo surgen las tormentas dentro de nosotros, y lo erráticos que somos cuando estamos dentro de esa tormenta, también podemos comprender y tener paciencia con esas personas cercanas que viven sus dramas particulares. No te molestes si te salpican sus caídas; perdona y acoge.

Sabiendo que hay tormentas esporádicas en la vida de toda persona, y teniendo como fondo que tú también vives tus propias tormentas, procura adoptar una postura proactiva: antes de que sus rayos y truenos te inquieten, antes de que te critiquen, antes de que te insulten,  perdonas. Un perdón así es manifestación de la sabiduría, de la paciencia, de la aceptación desde el corazón; es comprender lo que está viviendo la persona a la que perdonas incondicionalmente. Más adelante profundizaremos más en esto dando un paso hacia adelante: la meta última no solo será aceptar, comprender, perdonar, sino que todo esto lo transformaremos en compasión.

Jesús va a mostrarnos ese amor-perdón compasivo. En la cruz va a cargar sobre sí todo el barro con que le salpica la humidad. No verterá sobre ella venganza sino misericordia. Adelantamos aquí que en su perdón Jesús no sólo nos acepta tal como somos, pecadores, sino que hace que nuestro pecado haga visible la misericordia divina; su paciencia, su perdón incondicional, permite ver que “donde abunda el pecado sobreabunda la misericordia y la compasión” (cf Rm 5,20). Con su gesto nos está diciendo que también nosotros, al perdonar, también transformamos en compasión (gracia y bondad) las salpicaduras del barro del pecado.

* * *

En el Padrenuestro Jesús nos enseña a orar así. "Padre nuestro...,  perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12). Cuando medites estas palabras piensa que tu corazón no es un espacio con nichos separados e independientes donde en uno están recogidos nuestros errores, en otro nuestros perdones, en otro nuestras oraciones, en otro nuestros propósitos, etc.. No. La estancia es única (por más que santa Teresa hable pedagógicamente de “siete estancias”), y la puerta también es única. Si esa puerta se abre al perdón de mis hermanos queda abierta al perdón de Dios que entra con ellos en mi morada. Pero si la puerta se cierra al perdón del prójimo, también queda cerrada para Dios.

Practica pues el perdón y la misericordia. Medita: ¿Cuánto me cuesta perdonar? ¿Merece la pena guardar rencor? ¿No es mejor perdonar? ¿Es más feliz el rencoroso que el misericordioso? Ten en cuenta la sabiduría de Dios: "Si vosotros  perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas" (Mt 6,14-15). No es que Dios no quiera perdonar, es que tu cerrazón hace imposible su misericordia, y por tanto tu felicidad.
 
Haz silencio. Abre la puerta de tu corazón; trae a tu imaginación a aquellos a los que deberías perdonar; hazlos pasar uno por uno; pronuncia su nombre y atrévete a quererlos como Dios te quiere. Diles: N. Te perdono... Y recíbelos en tu morada interior. Al acogerlos acoges a Jesús (cf Mt 25,40). Termina tu oración poniendo atención amorosa a Dios que ilumina tu vida con una sonrisa y te dice: "Has sido fiel en lo poco, pasa a la fiesta de tu Señor" (Mt 25,21). 

Agradece recibir un don tan grande.

Julio 2023
Casto Acedo

3.3 Elimina prejuicios. Consejos prácticos (I)

Después de abrir el tema 3 de la segunda etapa con una enseñanza teórica ("Tallar el diamante") vamos a ir dando pautas prácticas para dicho refinamiento. En esta entrada se recuerda el tesoro que llevamos dentro y se dan unos consejos sobre la conducta que debemos practicar para conectar con él. En concreto nos centramos en algo importante para acceder al corazón propio y el del otro: dejar a un lado los prejuicios que tenemos sobre nosotros mismos y sobre los demás y que hacen previsibles nuestras reacciones poco fraternas y amorosas.

"No juzguéis, para que no seáis juzgados.  Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros.  ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?  ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Déjame que te saque la mota del ojo", teniendo una viga en el tuyo?  Hipócrita: sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano" (Mt 7,1-5) 

Conocer el amor que somos

En el tema anterior referíamos que el trabajo espiritual requiere “pulir el diamante” o "refinar el oro", es decir, ir despojándonos de la rudeza o la escoria que ocultan o ensucian la belleza interior, para extraer con éxito de la mina que somos la piedra preciosa que nos inhabita, la chispa divina que nos alienta, la imagen de Dios que permanece íntegra en el corazón.

El amor pertenece a nuestro ser natural. Esta virtud solemos mirarla como algo exterior que queremos alcanzar: “tengo que amar más”, te dices, tengo que “ser más compasivo y misericordioso”, "tengo que..."  Y vives volcado hacia fuera sin darte cuenta de que el amor más que un objeto u objetivo que alcanzar es una cualidad interior a descubrir y reconocer. El amor no es un lugar al que llegar sino algo a lo que abrirse. 

El amor está dentro de ti. Tú eres amor, eres compasión, eres misericordia. El amor de Dios, su Espíritu, te habita. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,4), "¿no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor 3,16).

Meditamos para conocer la riqueza que nos habita, para adquirir sabiduría, para aprehender la vida que ya tenemos, porque "poseemos las primicias del Espíritu” (Rm 8,23). Y no sólo nos perfeccionamos mediante el ejercicio de la meditación formal en la silla, el banquito o el cojín. Todas esas prácticas rituales se enriquecen y complementan con una conducta o modo de conducirse en la vida conforme con lo que vamos descubriendo sobre nuestro ser en la contemplación. 

Es bueno meditar; pero también es necesario discernir y desarrollar las conductas adecuadas que explicitan el amor, porque “no todo el que dice Señor, Señor” encuentra el tesoro escondido en su alma sino quien hace suya la invocación poniendo en práctica el amor que desea alcanzar (cf Mt 7,21).


Meditación y conducta

La conducta o modo de responder a los estímulos exteriores es un dato básico a la hora de evaluar el desarrollo personal. Creces y eres feliz cuando te ves a ti mismo eligiendo vivir de modo virtuoso y haciendo de las virtudes tu mapa de conducta. 

Pero no siempre elegimos. Desde niños se nos han transmitido unas ideas y nos han entrenado en unas habilidades que han ido configurando el enfoque que damos a la realidad que nos envuelve y el modo de reaccionar frente a ella. Junto a la propia visión del mundo, ya sea por inducción o por propia deducción, hemos acumulado una serie de respuestas automáticas para las preguntas y acontecimientos que van surgiendo en el día a día. Y cuando dejas que los prejuicios personales, familiares o sociales acumulados marquen automáticamente tus respuestas es fácil caer en conductas crueles e injustas.

No creces cuando sueñas o fantaseas sobre una vida ideal impuesta por la tribu, cuando te empeñas egoístamente en decidir cómo han de ser las cosas y las personas que te rodean, cuando juzgas a los demás desde tus exigencias y perfeccionismos. Entonces sueles  rechazar y negar la bondad de todo lo que no te agrada y acabas justificando lo que te gusta, aunque objetivamente no sea recomendable. Mala decisión es evaluar tu conducta desde los criterios de agrado o desagrado personal. 

Es claro que debo preocuparme por analizar y depurar mi conducta teniendo en cuenta los engaños de mi mente. ¿Cómo debo reaccionar o conducirme frente a los fenómenos que me provocan desde fuera? ¿Cómo saber lo que me conviene hacer en cada momento? ¿Cómo desarrollar unas pautas de conducta adecuadas? No es fácil. Sobre todo porque en gran medida hemos sido programados por la propia cultura para dejarnos llevar por automatismos que pertenecen al patrimonio común de la tribu. 

Si me observo detenidamente constato que desconozco mi ser original; casi todo lo que pienso de mí mismo y del mundo son cosas inducidas por la cultura en la que me he criado. Mi lengua, mi modo de vestir, mi alimentación, mi concepto de la vida, mis creencias, mi religión, etc..., todo responde principalmente a una educación que me ha venido de fuera. El disco duro de mi mente y mi corazón (mis ideas, mis emociones y mis impulsos) ha sido programado desde fuera en gran medida.

El grupo social, el tiempo y el lugar donde vivimos determina la personalidad más de lo que solemos creer. ¿Qué pensarías de ti y de tu entorno si en vez de nacer en España hubieras nacido en China? Tu lenguaje sería ininteligible para los españoles, tu vestido extraño, tu alimentación sorprendente, tu concepto de la vida, tus creencias, tu religión, etc., incomprensibles para un occidental

¿Qué queda detrás de todos esos conceptos y formas de ver la vida tan distintas en unos y en otros? Los sabios de tiempos pasados hablaban de una filosofía perenne, fruto del corazón,  que sólo procede del “conocimiento propio”. Cuando la gente acudía al templo de Delfos, en en Grecia, buscando respuesta a sus preguntas lo primero que veía era lo que estaba inscrito en la puerta de la entrada: “conócete a ti mismo”; como si dijera: las respuestas están ya en tu corazón, todo lo demás son adornos, distracciones.

Los grandes sabios se han caracterizado por poner en tela de juicio las ideas, creencias o conceptos de la vida, aprendidos y repetidos acríticamente. La verdad está dentro de ti, ¡conócete a ti mismo!. Aquí tienes una pista para cambiar: buscar dentro de tu "ser amor" la luz para tu modo de obrar. 

Jesucristo, hombre sabio por excelencia para quienes le conocemos y reconocemos además como Dios encarnado, invita a "entrar en lo secreto" (Mt 6,6), a escudriñar el corazón (cf Mt 15,15-20) para encontrar el mapa que facilite una vida lejos del mal y sólidamente asentada en la cercanía del bien (cf Mt 7,24-27). Dejarse conducir (educar, fijar conductas) por Jesús es una apuesta por unirse a quienes hacen de la experiencia del amor el motor de su vida. Y no confundamos el amor experimentado con  el amor ideal.


Elimina tus "prejuicios"

Necesitamos, pues, expurgar de entre lo que nos envuelve la esencia de lo que somos. Alejarnos del mal y acercarnos al bien. Así construimos la vida superando prejuicios, esos  virus que infectan el disco duro de nuestra existencia y que  funcionan como unas gafas (ego) que se ponen entre mi yo interior y los otros. 

De una manera u otra todos llevamos puestas las lentillas del prejuicio. Prejuzgamos la realidad, la vemos según nos han enseñado, la catalogamos con criterios que previamente nos han sido impuestos por la cultura o bien con criterios que nos impone el miedo a perder nuestro confort.

Los prejuicios más importantes son los relacionados con las personas.  Ejemplos evidentes son el racismo, el nacionalismo, el etnicismo, la edad, la clase social, el idioma, el modo de vestir, la opción sexual, etc.

No hay que ser muy inteligente para saber que si queremos adquirir equilibrio y desarrollo personal, debemos superar todas las divisiones que puentean la originalidad de cada persona, pasar de largo sobre las historias reales o imaginarias que colgamos a otros sin conocerles, sólo por su apariencia física o su origen, todos los esquemas cristalizados e ideas prefijadas sobre los demás, que hemos heredado de nuestros antepasados y/o que hemos mantenido y afianzado con experiencias personales negativas o tradiciones culturales poco abiertas. Sin olvidar, por supuesto, que el prejuicio más pernicioso puede que sea el que cada cual puede tener sobre sí mismo. ¿Me conozco de veras? 

Ante todo esto vigila tu subjetividad, porque es muy común la tendencia a juzgarte a ti mismo desde tus esquemas aprendidos y a juzgar a las personas desde tu relación personal con ellas, sin considerarlas en lo que son en sí mismas. Por tanto, ten en cuenta esto:

Lo primero: "conócete a ti mismo". Porque los peores prejuicios son los que mantienes sobre ti, tus deficiencias y tus capacidades. Seguramente vales más de lo que crees y tienes más razones para ser feliz que para vivir constantemente enredado en deseos insatisfechos. Los prejuicios sobre ti mismo pesan como una losa que te impide salir de tu oscuridad y mirar con claridad a los demás. Por tanto, te aconsejo perseverancia; no abandones el proceso de meditación y autoconocimiento que has emprendido. “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo” (S. Juan de la Cruz, D 35), o sea, tú vales más de lo que imaginas. 

*No consideres  ni favorezcas a nadie simplemente por la buena impresión que te dé. Hay personas que se portan muy bien contigo, y te caen bien. Pero luego tratan mal al camarero, al inmigrante o a algún trabajador que tienen contratado. Por tanto, no hay que caer en la trampa de catalogar a una persona solo teniendo en cuenta cómo me trata a mi; no te dejes llevar por las impresiones subjetivas. ¡Cuidado con "los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre" (Mt 23,27). No te dejes engañar.

*Tampoco juzgues a nadie favorablemente sólo porque te hace sentir bien. Si tienes que elegir una persona para un trabajo no lo hagas porque sea un familiar tuyo, o tu amigo o porque te trate bien. Si quieres que la persona mejor cualificada tenga ese trabajo no des preferencia a quienes más quieres sino a quién tenga mejores cualidades para ocupar el puesto. Hemos de procurar actuar en estos casos con una justicia que no esté mediatizada por la relación personal. "Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo" (Lc 6,32-33).

*También es importante que seas lo suficientemente intolerante con quien dañe a otras personas o con quién tenga hábitos dañinos. Por muy bien que te trate a ti debes quedar claro a quien se daña a sí mismo o daña a otras personas que sus actitudes son intolerables. Así por ejemplo, no deberías tolerar o pasar por alto que haya una persona que esté maltratando a su mujer, a su marido o a sus hijos, por muy bien que se porte contigo.

Aquí deberás ejercer tu vocación profética en clave de denuncia: "Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano" (Mt 18,15-17). Observa que solemos hacer la inversa: contamos todo a los otros en clave de chisme, generando en los demás juicios negativos. Lo correcto es hablar personalmente y con mucho amor y respeto con quien crees que hace daño o se hace daño a sí mismo. A veces no es consciente de ello. 

*Supera también los prejuicios que se crean entorno a alguien por su vida pasada. No recrimines a quien hizo cosas malas en el pasado y ha manifestado su arrepentimiento. Imita en eso al mismo Dios: "Yo, soy yo quien por mi cuenta cancelo tus crímenes y olvido tus pecados" (Is 43.25).  Intenta separar y distinguir entre el actor y la acción. La acción puede y debe juzgarse, debes discernir la acción negativa que ha hecho esa persona perjudicándose o perjudicando a otros y que puede que merezca tu intervención; debes incluso llamar a la policía si está cometiendo un delito en ese momento, para que sea aislada y no dañe a nadie más. No obstante, cuida de no caer en la perversión de juzgar categóricamente como mala a ninguna persona para siempre. Si, por ejemplo, alguien te dañó en el pasado, es válido aceptar que eso supuso un daño indeseable, que fue injusto e incorrecto en aquel momento, y que se debe corregir o remediar el daño producido. Pero a la vez una parte de ti debe creer que esa persona es recuperable, que pude ser tu amigo en el futuro. Nunca debes tirar la toalla en esto, nunca pensar que alguien es tan corrupto que no se pueda recuperar.


*

En fin, procura evitar dos extremos: la postura de quienes dicen que “no hay que juzgar”. -¿Cómo que no? Tenemos derecho a evaluar una acción y catalogarla como buena o mala para mi y para los demás-, y la actitud de quienes hacen del juicio a las personas un traje que les define para siempre; eso de que "el que pierde el camino lo pierde para siempre".

El ejercicio de la libertad exige juzgar, aunque el juicio has de entenderlo como discernimiento, clarificación acerca de lo que es apropiado en ese momento, en ese lugar y para esas personas. En el análisis de discernimiento se puede descubrir si hay algo que es dañino y requiere intervención. Lo que no se debe hacer nunca es un juicio moralista, categórico, que vaya más allá del momento y el lugar de la acción negativa. Esto es lo que causa problemas y daños. 

No juzgues sin datos ciertos, y su juzgas hazlo siempre con equidad. "No  daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu prójimo" (Lv 19,14-15). Elimina, pues, prejuicios sobre las personas, pero no dejes a un lado un discernimiento o juicio equilibrado, compasivo y amoroso sobre sus actos. Resetea el disco duro de tu alma con el espíritu de compasión universal de Jesús. No te apegues a los juicios antiguos sobre nadie, esos juicios cristalizados en prejuicios y que suelen ser muy negativos. Mantén sobre las personas una mirada abierta, libre de condenas y de visiones subjetivistas; entra a considerar que son  templos del Espíritu Santo como tú lo eres (cf 1 Cor 3,16). Y no olvides mirar a los otros desde una mirada interior adornada por la virtud de la humildad. "El que esté sin pecado, que tire la primera piedra" (Jn 8,7).

Noviembre 2023
Casto Acedo

3.2 Tallar el diamante (II)

 El amor es la perfección del altruismo o estado de fraternidad universal, porque permite vivir en el otro. Amar es darse, perderse, vaciarse. A la perfección se llega gradualmente, a no ser que Dios quiera darte en éxtasis de golpe, sin preliminares; algo que no suele ser lo normal. Lo más común es adentrarse progresivamente en Dios y en el amor que es,  aprehender paso a paso es lo mejor porque se respetan los tiempos y las decisiones humanas al respecto.

Se expone en esta entrada del blog un ensayo breve sobre el avance progresivo en el amor, dando fe de los distintos grados de implicación en él.

 Gradualidad del amor

Aunque en esto las realidades espirituales los grados, divisiones o fases son siempre orientativas, sin ánimo de encasillar experiencias vamos a señalar algo acerca de esto en el desarrollo del amor.

Hay un primer grado que llamamos EMPATÍA y que podemos definir con el "como a ti" del texto evangélico que manda “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 13,9). No me gusta este aforismo por lo que tiene de imperativo o ley impuesta. Ciertamente es un consejo al que hay que aplicarse, pero  mirado este precepto desde el impulso del corazón podemos decir en presente de indicativo: “amas a tu prójimo cuando te amas a ti mismo"; Si no eres sensible a tu propio valor, a tus cualidades, capacidades, posibilidades, etc. difícilmente tendrás sensibilidad para empatizar con el otro. 

La empatía suele tener cuatro aspectos importantes:

*Empatía afectiva, que es la capacidad para percibir el estado emocional de la otra persona. Hay quienes tienen más facilidad que otros para experimentar sensiblemente lo que otros sienten.

*Empatía cognitiva o capacidad para comprender la perspectiva o el estado mental de otra persona; quién goza de esta empatía es capaz de comprender  la perspectiva de la otra persona; logra ver cuál es su cosmovisión (cómo ve el mundo), su estado mental (cómo piensa, qué piensa) . 

*Empatía somática o físico-corporal capaz de sentir en la propia carne el estado físico de la otra persona. Dicen los psicólogos que esto más que una realidad es un reflejo, un verse reflejado en la situación del otro y sentirse como él; aquí entraría, por ejemplo, el ser sensible al estado de cansancio del otro, al estado de tensión que tiene, a su ritmo de respiración, etc.

*Empatía operativa, por la cual se puede comprender cómo actúa la otra persona, cómo se desenvuelve, el interés que le mueve a hacer lo que hace, su voluntad, el código ético que define sus acciones, su nivel de autoestima. Hay quien tiene mucha habilidad en esta empatía y puede predecir como reaccionará una persona determinada ante una situación o un estímulo concreto, porque saben cómo se valoran a sí mismas y cuál su código de conducta.

La empatía es el primer grado de amor o altruismo. Si no empatizo no puedo vivir mi entrega al otro. Y sin empatía tampoco puedo acceder a practicar el segundo grado de amor que definimos como AMOR BONDADOSO.  No nos detenemos en éste amor porque formará parte de un tema más amplio. Digamos de momento que más que una emoción este amor se define como un deseo. Es el deseo urgente de que otros -o uno mismo- tengan felicidad y puedan gozar de todas las circunstancias y condiciones requeridas para que así sea. Un deseo que, por supuesto, no se queda en una “buena voluntad pasiva” sino abierta a obrar cuando se  presenta la ocasión.

Un rasgo esencial de Jesús de Nazaret fue "que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38). Lo más loable que se puede decir de una persona es que “pasó haciendo el bien”,  o como se dice de san José, “que era bueno” (Mt 1,19). 

Un grado más es el AMOR COMPASIVO, o compasión a secas. Es el deseo de aliviar el sufrimiento o malestar de otros y de erradicar todo aquello que esté generándole ese daño. Este amor no se limita a atender al que sufre, llega incluso a cargar con el sufrimiento del otro. A la postre, la verdadera compasión no consiste en desear hacer el bien a quienes no han tenido la misma fortuna que nosotros; eso no será posible  sin despertar a la realidad del parentesco que cada cual tenemos con todos los seres.

La compasión o amor compasivo será el tema central del tercer bloque de nuestro camino. Es el amor que Jesús propone cuando dice: “os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13,34). La referencia para conocer y vivir este amor la tenemos en Jesús compasivo, cuyas enseñanzas acerca del Reino de Dios pretenden erradicar las causas los sufrimientos, y sus acciones van directamente a eliminarlas.  Además la encarnación lleva a Jesús a la kénosis o abajamiento que le iguala con toda la humanidad, por abyecta que sea, hasta incluso sufrir sin que él lo mereciera, porque no hubo en él asomo de participación en las causas  que generan el sufrimiento (no conoció pecado). “Nosotros, -dijo el buen ladrón en la cruz- en verdad, estamos sufriendo justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo” (Lc 23,21)


Citemos finalmente el AMOR DIVINO, que es la cima del amor, y que en nuestro caso supone una total confluencia con el amor de Dios. Diríamos que se trata de alcanzar el grado de amor con que se aman las tres personas de la Santísima Trinidad, las cuales se aman de tal modo que no sólo se identifican como personas por su relación de amor (Padre, Hijo, Espíritu) sino que, además, sabemos que esa relación es la que fundamenta la  identidad de cada una de las personas divinas  y la que hace posible la unión superando la uniformidad y yendo misteriosamente más allá de la diversidad.  

No nos detenemos aquí en esto del Amor divino, que será el centro de atención en el cuarto bloque de nuestra formación. Baste decir que el amor lo podemos contemplar, o podemos despertar a él, desde dos perspectivas distintas: 

1- Podemos disfrutar o experimentar un “amor relativo”, que es el que vamos viendo en la etapa 2 (Bondad y Altruismo) y 3 (Compasión); este amor relativo podemos desarrollarlo poniendo algo de nuestra parte; 

2- y por otra parte aspiramos al “amor absoluto”, que es el amor esencial, amor de Dios, que se manifiesta de manera excelsa en el  misterio de la Cruz, donde el vacío (donación total, cruz) y la plenitud (consumación, gloria) del amor absoluto de Dios confluyen. Este amor absoluto es pura gracia divina. En él recibe Dios toda gloria y hace nos partícipes de ella.

La cruz es el punto focal de la espiritualidad cristiana: "Cuando sea glorificado el hijo del hombre... -se refiere a la cruz- atraeré  a todos hacia mí" (cf Jn 12,20-33). Por amor, por darnos vida abrazó Cristo la cruz. Así dice san Ireneo: "La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios" (Adv. Haer. L 4 20,7). Ver, contemplar, el amor de Dios en la ignominia de la cruz es alcanzar la iluminación. ¿Hay algo más grande que merezca la pena ser visto en este mundo? "Los reyes cerrarán la boca al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito" (Is 52,15; cf Is 53).  ¿Entiendes ahora por qué san Juan de la Cruz  describe la cima del monte, la plenitud de la vida, con esta frase: "sólo mora en este monte honra y gloria de Dios"?. Ya es significativo que el poeta del amor de Dios que es este santo carmelita tomara hábitos con el nombre de "Juan de la Cruz".

Desde el simbolismo matrimonial propio de la espiritualidad bíblica y muy presente en el lenguaje de la mística carmelitana el amor relativo es el de los desposorios (compromiso, admiración, cercanía, enamoramiento) mientras que el amor absoluto es el propio del matrimonio espiritual consumado (compartir la alcoba del silencio más íntimo, compartir el lecho, unión con Dios). Llegado el  culmen de la vida amorosa, en la unión, todo lo anterior queda olvidado, vacío de palabras, pensamientos e imágenes; sólo hay abandono, Misterio de comunión con el Dios Trino. Entonces "solo Dios basta" (Teresa de Jesús).

Noviembre  2023

Casto Acedo

3.1 Tallar el diamante. (I)

Seguimos con nuestros pasos para el crecimiento espiritual. Aquí comenzamos el tema 3 de la etapa, que trata sobre la fraternidad universal (amor y altruismo universal) y la bondad (amor generoso).

Comienzo la exposición con un texto en el que Thomas Merton expone su experiencia de iluminación o despertar a la vida espiritual. Es la narración del momento en que  su alma se abre al amor universal.  

Solemos pensar que las experiencias místicas se dan en la intimidad de un oratorio mientras hacemos oración en el cojín, la silla o el banquito. Sin embargo, para Merton todo sucedió en una calle bulliciosa. ¡Qué importante es estar atentos! En cualquier momento puede llegar la luz. Al ver a Dios en tanta gente dedujo la importancia de sentir el mundo y a los demás seres como parte propia, e indica como "Dios mismo consideró un honor convertirse en un miembro de la raza humana".

“En Louisville (Kentuky), en la esquina de las calles Fourth y Walnut, en plena zona comercial, súbitamente se apoderó de mi la conciencia de que amaba a toda esa gente, que eran míos y yo suyo, que no podríamos ser ajenos los unos para los otros, por mucho que no nos conociéramos de nada. Fue como despertarse de un sueño de separación, de aislamiento espurio de uno mismo en un mundo especial... Aunque “fuera del mundo”, estamos en el mismo mundo que los demás, el mundo de la bomba atómica, el mundo del odio racial, el mundo de la tecnología, el mundo de los medios de comunicación de masas, de las grandes empresas, de la revolución y de todo lo demás... Ser miembro de la raza humana es un destino glorioso, aunque sea una raza que se dedica a muchas absurdidades y que comete muchos errores espantosos: sin embargo, a pesar de todo eso, Dios mismo consideró un honor convertirse en un miembro de la raza humana” (Thomas Merton, Conjeturas de un espectador culpable).


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Titulamos este tema "tallar el diamante", aunque también podríamos decir “refinar el oro”, entendiendo que el diamante o el oro no es otro que el amor. Como seres creados a imagen de Dios, y habida cuenta de que “Dios es amor”, es obvio que también nosotros somos amor, es decir, un toque divino nos define. Dios habita en mi castillo interior y por tanto puedo hablar de un “estar de Dios dentro de mi”; así lo enseña santa Teresa de Jesús (cf 3 M 3,3). La presencia de Dios en el hondón de mi alma certifica la idea de que el amor forma parte esencial de mi ser original; participo del amor de Dios;  así que  tallar o refinar el amor que soy viene prácticamente a coincidir con "refinar mi propio ser", tallar el diamante de mi vida.

La vida espiritual cristiana se puede imaginar como tarea de minero. Ahí, en el hondón del alma hay un tesoro, que es Dios; ese tesoro está cubierto de capas de contaminación conceptual, creencias y miedos, de egoísmo y egocentrismo. La basura bajo la que se esconde el tesoro limita nuestro acceso a Él, y también esa basura  limita el acceso a nuestro ser, a nuestro yo genuino y positivo, tocado por el  amor, el cariño y la compasión  que nos conectan con Dios.  Tenemos una tarea ineludible: excavar el pozo, sacar de nuestra hondura el amor que somos. Refinar el oro, pulir el diamante que ya somos.

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El amor alivia el sufrimiento

El amor auténtico no es egoísta, es abierto; está siempre en salida y con puertas abiertas en actitud de acogida. La misma esencia del amor le hace ser naturalmente expansivo, lanzado hacia todas las criaturas y especialmente hacia las personas (altruismo, fraternidad). La apertura hacia fuera y la acogida incondicional del prójimo no es un detalle opcional a elegir en la vida espiritual sino la  pieza clave sobre la que se edifica toda la vida humana, y por lógica toda vida cristiana; lo cristiano asume lo humano; sin amor no hay felicidad, ni vida digna, ni vida que pretenda llamarse cristiana. El amor cubre todo lo que anhelamos, comenzando por el poder de aliviar cualquier sufrimiento o malestar. 

Si vivimos para otros vamos a sufrir cada vez menos. ¿Por qué? Porque todo sufrimiento viene de quererse uno a sí mismo más que a los demás, de creerse el centro del universo y desear cosas que alejan de la realidad que somos. Cuando no estás satisfecho con lo que tienes, cuando rechazas, marginas, odias o destruyes algo, desfiguras tu ser-amor, tu imagen divina; te destruyes o te desfiguras a ti mismo, y esto te lleva a una percepción cada vez más falsa de la realidad. Una vez corrompida por el egoísmo, tu voluntad se ve arrastrada a acciones dañinas que generan sufrimiento en ti al tiempo que dañan la naturaleza o hacen sufrir a otros.

El egocentrismo como preocupación exagerada por el propio bienestar está en el origen del conflicto espiritual. Cuando estás obsesionado por ti mismo, cuando todo gira en torno a tus caprichos, tarde o temprano se produce una reacción emocional tóxica que se apodera de ti. La forma de neutralizar este monstruo que todo lo engulle es practicar gestos de generosidad amorosa; porque el amor es el único capaz de neutralizar el egocentrismo y reparar el daño producido a nivel emocional, psicológico y físico. El amor todo lo cura.

El amor ayuda a meditar

El amor es básico para practicar meditación; favorece el estado meditativo. Al poner tu interés en mirar tu "ser amor" y en servir al bien de todos, te liberas de apegos o aferramientos que son la causa principal de la dispersión mental o distracción. Las distracciones en la meditación no son sino plasmación de los apegos en los que vives; hay algo atractivo que no quieres soltar, que llama tu atención y te distrae. Si no amas lo suficiente tu meditación puede quedar reducida a la rutina de  eliminar las molestias que produce la distracción. Y así lo más normal es que te canses y dejes la práctica meditativa.

 Hay como un círculo vicioso que debemos romper: por un lado tenemos el atractivo de las cosas de fuera que nos seduce y nos inquieta, y por el otro la reacción positiva que nos mueve a estar alertas para no ser arrastrados por pensamientos, sentimientos o impulsos que  que roban la debida atención a Dios. Las distracciones son molestias que debes ir superando, teniendo en cuenta que la buena meditación no se interesa tanto en eliminar las molestias -éstas seguirán surgiendo: te seguirán llamando al teléfono, habrá ruidos, surgirán en ti recuerdos, imágenes, etc.-  cuanto en lograr que esas molestias no se apoderen de  tu atención. Es decir, el amor nos hace menos reactivos y así podemos mantener mejor el estado de equilibrio -quietud y silencio- y la consiguiente atención en la meditación.

El amor aproxima a la sabiduría

Otra buena razón para practicar el amor generoso o altruismo es que nos acerca a la verdad. Nada nos ajusta a la realidad tanto como el amor. Cuando el egoísmo (nerviosismo o inquietud del ego negativo) marca el ritmo de nuestra vida nos identificamos con todo tipo de cosas: nuestra raza, nuestro apellido, familia, bandera, posición social, etc, Son muchos los que dicen “yo soy...” y añaden “nombre, profesión, cargo, identidad religiosa, etc".

La práctica del amor no nos encierra en una identidad individual y aislada sino que  nos conecta con otros seres, amplia el círculo de nuestra empatía, y por tanto, amplía también el círculo de identificación: ya no me veo desde mí mismo sino que me siento parte de una familia, una sociedad, un continente, una especie, y desde ahí pasamos a todo lo que es el planeta y aún más allá, dependiendo sólo de los límites que nos queramos imponer. En el amor tomamos conciencia de que somos "ciudadanos del mundo".

Amar a tope supone asumir como propia la identidad de toda la creación, sentir como propias las alegrías y las penas de toda criatura; puedo hacer mío este proverbio latino:  Homo sum, humani nihil a me alienum puto (Terencio),  "Soy un hombre, nada humano me es ajeno". Poniéndome en el lugar del otro comprendo que lo que hay fuera de mí no es ajeno a mí, porque en cierto modo todos los seres somos interdependientes. 

"Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen l,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás" (G S 12). La comunión fraterna no es sólo un precepto moral, es ante todo una realidad que podemos entender desde el amor de Dios Padre que despliega su energía (Espíritu Santo) sobre todos y cada uno de los seres humanos. 

La encarnación del Hijo muestra cómo para Dios no hay tampoco nada del ser humano que le sea ajeno. Nunca entenderemos del todo ese misterio de amor que es Jesucristo, en Él "Dios se hecho hombre para que el  hombre sea Dios" (San Agustín). Pues lo mismo que por gracia de Dios somos partícipes de la naturaleza divina, así también cada persona tiende naturalmente a hacer partícipe a toda la humanidad de su naturaleza humana (creación) y de los dones que ha recibido de Dios (redención). Acercarse a la realidad (carne) de Jesucristo encarnado en el hermano, sufriendo y gozando en ellos y con ellos,  es fuente de sabiduría genuina; el amor encarnado hace que puedas conocer a Dios más allá de los discursos y los rituales. Lo dice san Juan: 
"Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.  (1 Jn 4,7-8)

El amor es la fuente primordial del conocimiento. Lo hemos aprendido ya: " Las criaturas racionales, como los hombres y los ángeles, poseen dos facultades principales: la facultad de conocer y la facultad de amar. Nadie puede comprender totalmente al Dios increado con su entendimiento; pero cada uno, de maneras diferentes, puede captarlo plenamente por el amor" (Nube del no-saber, 4). Amar a Dios, saberme habitado por Él y sentirme parte de la humanidad, me hace partícipe de una sabiduría que no procede de la inteligencia sino del corazón.  Verme a mí mismo en conexión con el universo, mirarme en  lo otro (creación), en los otros (humanidad) o en el Otro (Dios), es estar en la senda  de la verdad y la humildad, virtudes que abren mi corazón a la  sabiduría divina.

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Noviembre 2023

Casto Acedo