viernes, 30 de mayo de 2025

Ser compasivo

Seguimos profundizando el tema de la compasión. No es un camino que podamos escoger entreo otros. Sin un corazón compasivo toda la vida espiritual se echa a perder. Quien se muestra compasivo consigo mismo y con el prójimo camina por la senda de la felicidad. 


¿Ojo por ojo?

¿Quién no ha experimentado nunca el arrebato o sentimiento de represalia o de venganza cuando ha sido agredido? El manual de mundo reza: “ojo por ojo y diente por diente”, consigna que forma parte de la cultura. De hecho, este principio de justicia retributiva ya está recogido en el código de Hammurabi (h. 1750 a.c.), y prescribe que el castigo debe ser proporcional al daño causado. El sentido común parece estar de acuerdo con este principio: “el que la hace la paga”. Y la Biblia, en el Antiguo Testamento, se hace eco de esto:
“Si hay lesiones, pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal (Ex 21,23-25)

“Si alguien causa una lesión a su prójimo, se le hará lo mismo que hizo él: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; se le causará a él la misma lesión que él haya causado al otr”. (Lv 24,19-20)

“Si un testigo ha acusado falsamente a su hermano, haréis con él lo que él pretendía hacer con su hermano. ... no tengas piedad de él: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” (Dt 19,16-21)
¿Qué se pretende con esto? Mantener la paz y la justicia recurriendo al castigo y al miedo. Así lo dice la misma Biblia: “Así extirparás el mal de en medio de ti, 20 y los demás lo oirán, temerán y no volverán a cometer semejante maldad” (Dt 19,19-20)

Los razonamientos parecen lógicos y justos. Pero ¿no existe en el principio del “ojo por ojo” una fuerte y soterrada carga emocional que nos lleva a justificarlo? Ya hemos dicho en otros lugares que los instintos primarios y las emociones son malas consejeras; primero porque dan respuestas rápidas, inconscienes, sin pausa de meditación y análisis; y segundo porque las consecuencias que se derivan de los actos que provocan suelen ser muchas y acaban volviéndose contra quienes los ejecutan.

Con razón hubo quien dijo que “ojo por ojo y diente por diente deja el mundo ciego y desdentado”. La verdad es que el juego de la venganza sólo conduce al aumento de los problemas y los conflictos. El "¡y tú más"! lleva a la destrucción de todo. Lo verdaderamente humano no es la represalia sino la compasión, virtud que requiere una reflexión e interiorización muy seria.

La Biblia, que justifica la represalia en los textos que hemos citado, no presenta la compasión como algo espontáneo sino como fruto de un proceso de formación. No es raro encontrar la imagen de un Dios vengativo (justicia vindicativa) conjugada con un Dios  compasivo (Dios es amor y no puede negarse a sí mismo); en los textos el concepto de “justicia de Dios” se va deslizando hasta significar “compasión (justificación) de Dios”.

El mismo Jesús, al comentar la permisividad sobre el divorcio, parece admitir una evolución desde lo que parece lo más justo a lo óptimo: “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero, al principio, no era así” (Mt 19,8). Tal vez desde esta misma premisa Jesús se permite corregir la ley del talión en un texto que merece la pena transcribir en su totalidad:
“Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publícanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto". (Mt 5,38-39).
Merece la pena llevar estas palabras al silencio y la contemplación.

Para ensalzar la compasión como virtud no apela Jesús a la lógica humana, tendente a dejarse llevar por los sentimientos o emociones, sino a la sabiduría del ser de Dios, que ya en la Antigua Alianza se revela como “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad” (cf Ex 34,6; Sal 103,8; 145,8-9; Neh 9,17). A la perfección de Dios pertenece la compasión, y por eso Jesús aconseja: “Sed, pues, compasivos, como también vuestro Padre es compasivo.” (Lc 6,36)


Razones y motivos para la compasión

Hay, pues razones teológicas para la compasión; y también razones muy humanas. No es la justicia retributiva, asentada en el miedo a recibir el premio o el castigo por las obras, la que dará paso a  un mundo nuevo según los principios de paz, libertad e igualdad del Reino de Dios. No crecerán estas virtudes entre nosotros apelando al sutil egoísmo de ser no-violento para que no me violenten, respetar la libertad ajena para que respeten la mía o favorecer la igualdad de todos para que no me marginen. Esas virtudes sólo son satisfactoriamente eficaces cuando salen del corazón, cuando permitimos que lo divino que hay en nosotros aflore y se manifieste.

De ahí la necesidad de trabajar la vida espiritual para que la cosecha de compasión sea regeneradora para quien la practica. Para ello has de comprender y asimilar que responder con el odio o el rencor a un mal recibido es un engaño; si lo haces has caido en la trampa que te ha tendido quien te quiere llevar a su mismo estado de malestar con la provocación. O quizá ni siquiera eso; tal vez quien te ha criticado o zancadilleado ya se ha olvidado de ti, ya no existes para él, ya no recuerda tu nombre; y tú sigues dando vueltas en tu corazón a lo que te dijo o te hizo. ¿No será más beneficioso para ti el perdón?

Aprende a mirar con los ojos de Dios a quien te ofende. Que no te valga pensar o decir: “ya hará Dios justicia castigando a quien me daña”, porque de este modo sólo estás imaginando un Dios a tu medida. Tu compasión ha de ser a la medida de Dios, que en Jesús dice: “Perdónales por su ignorancia” (cf Lc 23,34). Es un don de Dios amar a los que te odian,  es decir, responder con bien a aquellos que te hacen daño; es un don configurar la propia vida con la de Jesús, que en la cruz no consideró enemigos a los que le  llevaron al patíbulo sino a amigos dignos de compasión, personas ignorantes carcomidas por el odio, que de haber conocido la sabiduría de Dios no le hubieran crucificado (cf 1 Cor,2,8).

Medita, pues, los beneficios del amor compasivo.  El rencor no daña a nadie más que a ti; porque oscurece tu interioridad y rompe tu armonía con Dios, con la humanidad y con la naturaleza toda. Mira a todos como hermanos. Contempla, más allá de las diferencias culturales, el hecho de ser humanidad, persona entre personas; y perdona de corazón cualquier acto dañino que pueda venirte de otros; porque si no pones en práctica la virtud de la compasión que lleva a la paz y el entendimiento entre todos, tampoco tú podrás vivir en paz y armonía (cf Mt 6,14-15).


Sé compasivo

Un axiona clásico dice que “primero se ignora la verdad, después se ridiculiza; luego se le combate violentamente y finalmente se acepta como modelo”. Quién busca imponer la verdad del amor y la compasión no se verá libre de estos pasos. ¿No le ocurrió eso mismo a personajes como Jesús, Francisco de Asís, Gandhi o Madre Teresa de Calcuta?

No te debe preocupar que te ignoren, ni que cuenten chismes sobre tu ingenuidad y se rían de ti cuando muestras una compasión radical hacia quienes te desprecian o te persiguen. Cuando alguien te muestra su hostilidad porque no soporta tu bondad no caigas en la trampa de seguir su dinámica de odio; sé paciente, la flor que se siembra entre la basura suele arraigar con más fuerza que la que crece con la protección del invernadero.

Sé feliz haciendo el bien sin mirar a quien; hazlo  sin prestar atención a quienes no soportan tu libertad de ser así. “Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa -dice Jesús-. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mt 6,11-12). 

No interpretes lo de “la recompensa será grande en el cielo” como una exaltación del futuro y negación de beneficios en la tierra presente.  “Quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, -quien compasivamente lo dé todo por los hermanos- recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna” (10,29-30). Toma nota de que dice: “con persecuciones”. Las dificultades no van a faltar, pero merece la pena.

Sé compasivo como Jesús es compasivo.

Mayo 2025
Casto Acedo.

jueves, 22 de mayo de 2025

Curar al niño interior

 CUIDAR MI NIÑO INTERIOR

(Para mis grupos de meditación de Mérida y Trujillanos)


Un texto de Tich Nath Han me ha ayudado hoy a meditar desde las alturas del desierto de Las Batuecas. Allí, en el pico de La Cruz, como que descendí a la luz de la lectura del texto que transcribo:

Curando al niño herido que hay en tu interior

Muchos de nosotros tenemos aún un niño herido viviendo en nuestro interior. Quizá las heridas nos las hayan producido nuestro padre o nuestra madre. O tal vez a nuestro padre le hirieran de niño. A nuestra madre también pueden haberla herido cuando era niña. Como no supieron curar las heridas de su infancia, nos las han transmitido. Si nosotros no sabemos transformar y curar las heridas que hay en nosotros, las vamos a transmitir a nuestros hijos y nietos. Por eso hemos de volver al niño herido que hay en nosotros y ayudarle a curarse.

A veces el niño herido que hay en nosotros necesita nuestra atención. Ese niño pequeño puede aflorar de las profundidades de nuestra conciencia y pedir nuestra atención. Si eres consciente, oirás su voz pidiendo ayuda. En ese momento, en lugar de contemplar un bello amanecer, vuelve a ti mismo y abraza tiernamente al niño herido que hay en ti. «Inspirando, vuelvo con el niño herido que hay en mí; espirando, cuidaré muy bien de mi niño herido».

Para cuidar de nosotros mismos, debemos volver y cuidar del niño herido que hay en nuestro interior. Has de practicar cada día el volver a tu niño herido. Debes abrazarlo tiernamente, como si fueras un hermano o una hermana mayor. Has de hablarle. Y también puedes escribir una carta al niño pequeño que hay en ti, de dos o tres páginas, para decir que reconoces su presencia y que harás todo lo posible para curar sus heridas.

Cuando hablamos de escuchar con compasión, normalmente creemos que se refiere a escuchar a otra persona. Pero también debemos escuchar al niño herido que hay en nuestro interior. Está en nosotros aquí, en el momento presente. Y podemos curarlo ahora mismo. «Mi querido niño herido, estoy aquí por ti, listo para escucharte. Por favor, cuéntame tu sufrimiento, muéstrame todo tu dolor. Estoy aquí, escuchándote de veras». Y si sabes volver a él, escucharle cada día durante cinco o diez minutos, la curación tendrá lugar. Cuando subas una bella montaña invita al niño que hay dentro de ti a subir contigo. Cuando contemples una hermosa puesta de sol, invítale a disfrutarla contigo. Si lo haces durante algunas semanas o meses, el niño herido que hay en ti se curará. La plena consciencia es la energía que puede ayudarnos a hacerlo.

* * *

Me fijaba en mis descontentos y mi malhumor. ¿Cuántas veces he respondido a la vida con desprecios y violencias? ¿En cuántas ocasiones no he mostrado atención a las personas que me rodeáis, o las que he ofendido de un modo más o menos consciente:  malediencia, agresiones verbales, juicios inmisericordes, etc.? El niño herido que hay en mi interior, obsesionado por sus caprichos ególatras, no soporta sus heridas, patalea  y ha salido muchas veces por peteneras haciéndoos daño. 

 Hoy me sale del corazón pedir perdón a todas las personas a las que  intencionadamente o sin intención directa, he causado daño. ¡Sois tantos! Perdonadme, perdonad mi ser interior herido y caprichoso. Un niño herido necesita mucho cariño, y por eso se comporta así; quiere llamar la atención. ¡Me siento ridículo cuando pienso en las veces en que me he comportado con violencia o arrogancia, exigiendo sin derecho a ello!

Habré de escucharme, comprenderme y amarme más a mí mismo para que sane mi herida.  Necesito estar más atento a mis impulsos y aptitudes. ¿Cómo? Un buen comienzo dice el texto transcrito es prestar atención a mi respiración: «Inspirando, vuelvo con el niño herido que hay en mí; espirando, cuidaré muy bien de mi niño herido». Aunque soy poco dado a hacer propósitos -se hacen para no cumplirse, dice un buen amigo mío-, procuraré escuchar y amar con más ternura al niño herido que soy para poder sanarlo y así  hacer más agradable mi vida y la de los que me rodeáis.

*

Batuecas

22 de Mayo de 2022

 

sábado, 17 de mayo de 2025

Estar siempre alegres

Ya tratamos en el mes de marzo el tema de la compasión ligada a la alegría. https://meditacionyoracionpersonal.blogspot.com/2025/03/el-poder-del-regocijo.html. Se nos invitaba allí a estar alegres huyendo de la envidia y a cultivar el regocijo alegrándonos con los que se alegran. Aquí volvemos a insistir el necesidad de vivir en alegría, porque sino todo va perdido. Quien vive en la tristeza no puede avanzar espiritualmente. Pero ¿cómo vivir en alegría o felicidad? Conviene no agobiarse por ello. Ser feliz es un don de Dios. No obstante, sí que podemos poner los medios para alcanzar una vida feliz: detectar el origen de nuestras tristezas, creer en la felicidad y decidirse a poner los medios para llegar a ella, o mejor "para que ella se llegue a mí".  

*
Dos amigos, Juan y Luis, caminaban por el campo después de muchos años sin verse. Juan, con ropa sencilla y una sonrisa en el rostro, caminaba tranquilo. Luis, en cambio, llevaba un reloj caro, ropa de marca y hablaba sin parar de sus logros.

—Mira mi nuevo coche —dijo Luis—, acabo de comprarlo. Y la casa… ¡tienes que verla! Cinco habitaciones, piscina, jardín…
—¡Vaya! —respondió Juan con una sonrisa—. Me alegra que te vaya bien.
—¿Y tú? ¿Qué tienes? —preguntó Luis, mirando su ropa con cierto desdén.

Mateo miró al cielo, respiró profundo y dijo:

—Yo tengo más.
—¿Más? —repitió Luis, sorprendido.
—Sí —respondió Juan—. Tengo suficiente.

Luis se quedó callado. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que le faltaba algo… algo que ni el dinero ni las cosas podían comprar.

* * *

Para lidiar la vida es conveniente mantener siempre una actitud de sólo alegría.(estar siempre alegres).  La alegría es un síntoma que nos ayuda a evaluar el progreso en la vida espiritual, y también una palanca muy útil para superar obstáculos y solventar problemas que puedan surgir.

Hoy más que antes el ser humano suele entender la vida como una sucesión de proyectos que atan a una actividad cada vez más exigente en requisitos para cumplir y ser felices. El consumismo en el que estamos sumergidos nos esclaviza obligándonos a seguir un ritmo frenético y difícil de frenar: tengo un deseo, este deseo se concreta en ciertas metas; desarrollo estrategias y proyectos que me acercan a esas metas, y a medida que voy avanzando en la dirección que he elegido aparecen nuevas exigencias y nuevas condiciones. Pienso que cuando tenga mi hogar seré feliz; lo tengo, y ahora quiero uno más amplio y mejor, con jardín y garaje; luego quiero un apartamento en la playa para los fines de semana, y luego un yate para salir al mar,... y así podría hacer una lista que nunca se acaba.


Una felicidad que siempre se nos escapa

Esto ocurre porque vivimos en nuestra mente y no en la realidad de la vida. Los monólogos internos que mantiene mi ego despiertan en mí la expectativa de que la felicidad se encuentra fuera de mi, en el futuro, un futuro que es prometedor y que se revela insuficiente justamente  después de cada conquista. La felicidad está siempre a la vuelta de la esquina, y cuando llegue a ella seré feliz, pienso; y después de lograr eso -el puesto de trabajo deseado, la ansiada posición social, la relación con tal o cual persona, o lo que sea- parece como si la felicidad hubiera huido situándose un paso más adelante. Siempre hay algo más que hacer. Aunque milagrosamente logremos el objetivo que hacía poco nuestras fantasías habían soñado, la satisfacción que produce acaba disipándose pronto, se disuelve como el humo en un día ventoso. Yo creía que esto me haría feliz, y ahora que lo he conseguido me doy cuenta de que me estaba engañando a mí mismo.

Un ejemplo de la fugacidad de toda felicidad atada a metas y premios temporales lo tenemos en los deportistas olímpicos, que tienen como misión en su vida alcanzar la medalla de oro; ¿y luego qué? Cuando alcanzan el nivel último soñado, el peligro de depresión les acecha; han invertido toda su vida en lograr algo que al final resulta ser un fraude; solos en la cima tienden a caer en el abandono, la depresión y el sinsentido.

¿Qué se desprende de lo dicho de cara a una espiritualidad madura? Lo primero es que hay que aprender a dominar y apaciguar la mente a fin de lograr más claridad y tranquilidad poniendo el centro de la vida en el presente. Hay que reducir el monólogo interno, el rumiar que va tejiendo las fantasías y crea exigencias constantemente. Dejar de desear algo produce alivio, y se puede lograr acostumbrándose a vivir el hoy y el aquí; a esto ayuda la práctica del silencio meditativo y los ejercicios de atención plena (mindfullnes).

El silencio es un excelente campo de batalla para no dejarse llevar por el monólogo de los pensamientos, que trasladando la mente a un futuro exterior inexistente, espera pasivamente la llegada de una felicidad que de hecho sólo es posible desde la interioridad. Los deseos de un mundo feliz y el miedo a no alcanzarlo o de perderlo una vez en él, son el abono de la tristeza. Quien no desea nada y no teme perder nada ha puesto los cimientos para una felicidad y paz verdadera y sostenible. Verdadera porque no es una preocupación del pasado, ni un anhelo del futuro; y sostenible porque no me aboca a unos deseos y expectativas cada vez más incapaces de llenar la vida.


El camino del medio

¿Cómo salir del bucle de la infelicidad? La clave está en entrenarnos para reconocer como bueno todo lo que ya tenemos ya, cultivando desde ahí el néctar de la satisfacción; en otras palabras: vivir la gratitud y el gozo de lo que aquí y ahora tengo, vivir el presente desconectándome de un futuro que no existe.

Hay muchas cosas que nos satisfacen al día de hoy y deberíamos reconocerlas, ponerles nombre y desarrollar el sentimiento de que nos bastan para ser felices: salud, comida, amigos, familia, vivienda, educación, trabajo, tiempo libre, etc., y esto es suficiente para ser feliz. Generar sentimientos de gratitud y conformidad con todo lo bueno de la vida presente es algo muy importante; y esa conformidad, repetimos, no supone renunciar a mejorar nuestra situación.

En esto hay que evitar dos extremos: uno es conformarme, aburguesarme y estancarme con lo que tengo (conformismo); y el otro es vivir centrado en ambiciones futuras sin apreciar lo que tengo aquí y ahora. Ambos extremos son nefastos para vivir con calma y lucidez. Entre ambos polos hay que buscar el camino del medio, que incluye el aspecto positivo de conformarse y ser feliz con lo que hay, y también incluye la exigencia de querer mejorar de cultivar cada vez más nuestra persona y contribuir cada vez más a la mejora de la comunidad. Se trata de respirar la vida, soltar y recibir con serenidad el aliento de lo que se va y lo que viene en nuestra vida. Permanecer en quietud mientras el tiempo fluye a nuestro alrededor e impregna nuestro ser.

El camino del medio pasa por "tener siempre suficiente", sin dejarse atrapar por el pasado (conformismo) ni por el futuro (ambiciones desmedidas), poniendo el reposo del alma en el  el presente; ajustarse a él facilita vivir cómodamente alegres con lo bueno que ya tenemos; y al mismo tiempo no cejar en el compromiso de mejorar en todos los niveles (espíritu crítico, inconformismo).


Hacer del presente un reto

Deberíamos hacer del presente la piedra angular de nuestra felicidad trabajando el optimismo. Tal vez suene un poco raro eso de “trabajar la felicidad o el optimismo”; ¿acaso no es algo que todos queremos? todos deseamos ser felices, y queremos hacer lo que convenga para ello. De hecho, ya lo estamos haciendo, solo que unos por un camino y otros por otro. Con el tiempo nos damos cuenta de que no es tan fácil lograr la felicidad deseada. Requiere una formación y unas decisiones que no siempre gustan.

Si la felicidad es provocada por una estimulación sensorial, hedonista, entonces tiene una dependencia que está indicándonos su deficiencia; la felicidad entendida como placer que satisface nuestra ansiedad a través del cuerpo, o incluso el estimulo placentero que produce una fantasía mental o una idea genial, son felicidades muy pobres que acaban cuando acaba el estímulo. La felicidad genuina es más atrevida, más rompedora, requiere más creatividad.

Para superar los estados de falsa felicidad (hedonismo), lo primero que debo hacer es aceptar que el gozo duradero no me vendrá de fuera; todo lo que esperamos de afuera (salud, dinero, poder, gloria mundana, etc.) sabemos que hoy es y mañana no. Depender de factores externos para ser feliz es un error. Sólo desde dentro se puede acceder a un regocijo más permanente.

Jesús expresa lo dicho con estas palabras: “El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: "Está aquí" o "Está allí", porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros", en el presente de vuestro centro (Lc 17,20-21). Esperamos la felicidad aquí y allí, y sin embargo no está en espacios exteriores sino en la interioridad. ¿Quién no ha tenido en algún momento ese sentimiento interior que le ha hecho sentir, pensar e incluso decir: “esto es”, “esto es lo que anhelaba”, “ahora lo veo todo con claridad”; y un gozo intenso ha invadido su ser?  Pues bien, es ese estado “presente” que se ha manifestado como una  chispa lo que hay que cultivar para que prenda en mi alma y me encienda en felicidad;  esa experiencia de "presencia" es divina y disipa mis expectativas haciéndome comprender que sólo hay esperanza en el presente; la conciencia de estar aquí y a hora con Dios es la que  hace vivir en gozo, sin preocupaciones: “No os agobiéis por el mañana -dice el Señor- porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus afanes” (Mt 6, 34).


Mantenerse en constante alegría

Cuando se gusta el “estado de alegría plena” ya no se vive para otra cosa que no sea reencontrarlo, alimentarlo y llevarlo a mayor crecimiento. Para ello se requiere una primera decisión: “¡No dejar que nada de lo que pase altere la alegría de mi ser!”. Puedo sentir la alegría fugaz de las cosas, y el cansancio y decepción posterior; a pesar de esto mi mente vuelve a atarse a ellas; ¿qué puedo hacer? Decidir. El amor y la felicidad tienen mucho de sentimiento, pero son mucho más cuestión de decisión, de toma de postura firme tras un discernimiento serio sobre lo que me conviene. Ser feliz es como ser libre, supone elegir lo mejor y decidirse por ello; sin elección no hay libertad ni felicidad; quien se deja llevar por los atractivos del mundo exterior lo tiene difícil para asentarse en la felicidad verdadera, que, como dijimos, se asienta en la interioridad de la persona; y más en concreto en su decisión libre de alcanzar lo que descubre como lo mejor.

¡Voy a ser feliz! Es una decisión, algo fácil de decir, y es bueno afianzarse en que esto, por la cuenta que me trae, he de lograrlo sí o sí, con decisión. Pero la decisión se queda hueca si no nace desde una buena elección. Elegir ser feliz es elegir renunciar a todo lo que pueda entorpecer mi progreso espiritual: «Quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna”. (Mc 10,29-30) La renuncia cuesta porque trae consigo persecuciones, es decir, situaciones de desajuste social y personal; pero quien elige los valores interiores frente a los exteriores y se empeña en ello recibe cien veces más felicidad interior que satisfacción por los placeres exteriores que le proporcionaría el mundo exterior.

Mantén una constante actitud de alegría; cuida que tus pensamientos no te arrastren a la tristeza, que tus actos no te hundan en la desazón, que tus palabras no te avergüencen, que tu vida, en fin, se asiente en un sano optimismo sólo posible en un ambiente de integridad moral y espiritual. Decide que vas a ser feliz, y haz el juramento de esforzarte en buscar los medios para ello. Tde juegas mucho en esto. ¿Por qué? Porque si no soy feliz no sirvo para nada; si estoy triste me estoy anulando y estoy asegurandome el fracaso en todos los niveles. Siendo infeliz no conseguiré ninguno de mis proyectos o deseos. Sin embargo, siendo feliz mi apertura mental y espiritual me llevarán muy alto.

Cuida, pues, tu estado de ánimo, cultiva la alegría. Somos muy vulnerables, muy delicados, muy propensos a la tristeza; el soplo de alguien, una crítica, cualquier cosa, nos puede desanimar y llevarnos a un bajón. De ahí la necesidad de estar despiertos, atentos al engaño y fugacidad de las alegrías exteriores y a la más mínima chispa de gozo interior o alegría interna; sólo desde esta podemos llevar adelante lo bueno que queremos desarrollar en la vida.


¡Estad alegres! (Flp 4,4)

Lógicamente, no es todo tan simple como parece. ¿Cómo se hace esto?, preguntarás. ¿Cómo mantenerme en actitud de constante alegría? No hay recetas mágicas, pero sí consejos que te pueden orientar. El primero es el ya sugerido: si la tristeza e infelicidad no te van a proporcionar nada bueno, comienza por no identificarte con ella; porque hay quienes se instalan en la melancolía y gustan de estar en ella. ¡Nunca mendigues lástima! Te hundirás en la tristeza.

Y da un paso más: cuando sientas que nadie te escucha, que la vida no es lo que esperaba, que tu situación no tiene salida, que no hay nadie más desgraciado o desgraciada que tú, etc. intenta comprender que esos sentimientos suelen tener su raíz en unas expectativas previas; lo que esperabas de los días, de los demás o de ti mismo no se ha cumplido; pero has de saber que lo negativo que ves en tu mente son sólo nubarrones y tormentas que oscurecen el cielo; detrás de ellos el sol sigue radiante. Estados tóxicos tales como la desesperación, el malhumor, el egoísmo o el desánimo, son nubes pasajeras y temporales que ocasionalmente obstruyen la visión del sol natural del alma, que en esencia es luminosa y radiante. 

Haciendo silencio puedes despejar la mente y el corazón y esquivando las sombras de la tristeza abrirte a la luz que habita tu interior. ¿Acaso no sabes que eres templo del Espíritu Santo, que habita en ti y has recibido de Dios? (cf 1 Cor 6,19). Por esto, “estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”.(Flp 4,4)


*
Todo es comenzar. Si en un momento concreto has tenido la intuición de que todo se juega en la interioridad, atrápala, no dejes escapar esa corazonada. Estás viviendo el privilegio de ver la rendija por donde entra el sol en la caverna; ya sabes que al otro lado de la pared hay luz y que puedes acceder a ella. Como el personaje afortunado del cuento que narrábamos al principio, puede que un día descubras que teniendo riquezas espirituales (interiores) puedes alcanzar una felicidad que ni los dineros ni las cosas exteriores te pueden dar. 

Es el momento de trabajarte, de abrirte paso hasta el otro lado, de aprender como funciona la mente, cómo puedes controlar tu estado interno, cómo puedes ser dueño y señor de tus pensamientos, sentimientos y deseos. No puedes decidir entrar en felicidad por la fuerza; la felicidad es una gracia de Dios; a ti te queda decidirte a poner los medios para que la gracia de Dios no se frustre en ti: silencio, discernimiento, decisión y plegaria.  Con la ayuda del Espíritu Santo esperamos lograrlo; es lo que pretendemos en nuestro grupo de silencio-meditación-oración. Ánimo; no estás solo en tu camino; el Señor y la comunidad te acompañan.

Mayo 2025
Casto Acedo