lunes, 17 de marzo de 2025

¡Alegraos con los que están alegres!

“Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran” .
(Rm 12,15).
En una entrada muy anterior comentábamos que las personas y los acontecimientos que se cruzan en nuestra vida suelen generar en nosotros tres tipos de reacciones: *simpatía (nos caen bien, aceptación), *antipatía (nos caen mal, rechazo) o *indiferencia. Y anotábamos que la peor de estas tres reacciones es la indiferencia, porque al que nos es simpático le sentimos cercano, le acogemos y le ayudamos; al que nos es antipático le miramos, aunque sea con cierto grado de odio y con la conciencia de que deberíamos amarle más; pero el indiferente no produce en nosotros ningún sentimiento, lo cual nos conduce a la pasividad y el descarte. Si observamos bien los parámetros del mundo vemos que su gran pecado es la indiferencia. ¿No has pensado nunca en el hecho de que lo que más ofende a alguien es el saberse ignorado? Eses es el gran pecado: la ignorancia de la compasión  (fraternidad) universal que lleva a la indiferencia.

Hecha la introducción, y dejando claro que el crecimiento espiritual auténtico pasa por el despertar a la presencia de quienes sufren y, sobre todo, de la gran masa de aquellos en los que ni pensamos (compasión universal que elimina la indiferencia), nos ocupamos en este tema de la “compasión en el regocijo o alegría”.

Compasión en regocijo 

Como dice el libro del Eclesiastés: "Todo tiene su momento: tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar” (3,1.4). Compasión en sentido amplio es “reír con los que ríen y llorar con los que lloran” (Rm 12,5). En nuestra cultura el sentimiento de compasión e asocia a cierta lástima o pena ante la desgracia que produce el dolor o marginación del otro. Pero también es compasiòn la solidaridad con el que es feliz,  gozarse en  las risas y el baile del prójimo, como alude el Eclesiastés, o saltar de gozo al contemplar la alegría del otro (cf Lc 1,41-44). Existe una compasión en la alegría o  regocijo empático del que aquí nos ocupamos, que  consiste en la capacidad de sentir alegría genuina por el bienestar o el éxito de los demás; la virtud de alegrarse sinceramente por el otro haciendo mía su dicha.

El regocijo empático que señalamos es una forma privilegiada de expresar el amor altruista que consiste en desear que la otra  persona permanezca en la mayor felicidad posible y que reúna todo lo necesario para que su felicidad sea sostenible, es decir, sólida y perdurablea.  Cuesta alegrarse con los que se alegran porque el egocentrismo inclina a que la felicidad de otros se mire con recelo, dando lugar a celotipias que conducen a críticas infundadas o al rechazo crudo y directo.

Es muy beneficioso practicar la compasión en esta vertiente de gozo del bien ajeno porque neutraliza el sabor amargo que puede producir el vivir siemrpe sumergidos por solidaridad en el dolor de otros;  ser empáticos con el sufrimiento ajeno puede quemarnos y arrastrarnos a a la tristeza; podemos meternos tanto en el dolor, en sus contrariedades, que la situación nos lleve a hundirnos o a ser aplastados bajo el peso de la tristeza. De ahí la importancia de contrarrestar la compasión en el sufrimiento equilibrando con la compasión en el regocijo.

Alegrarse en el otro

Regocijarse con otro es gozarse de que sea una persona sana, virtuosa, positiva, feliz. Es una práctica muy recomendable porque reduce en mí el egocentrismo que coloca el deseo de mi  propia alegría en el centro, como si el objetivo primero de la vida fuera “ser feliz yo”. 

Para que el regocijo en el bien del otro sea más efectivo es mejor enfocarse en las causas internas de la alegría del otro. Hay cosas exteriores que generan un momento puntual de alegría, como pueden ser un premio de la lotería o un problema al fin solucionado; pero existen también causas internas más sólidas que hacen feliz la persona, como pueden ser la bondad, la calma o la coherencia de vida que luego se reflejan en un rostro feliz; gozarse en ese tesoro de gozo profundo que se admira beneficia más que hacerlo en alegrías puntuales. La clave está en sentir de corazón la buenaventura del prójimo y cimentar mi alegría interior en el gozo que su contemplación me produce. Cuando hago esto estoy implementando en mi la virtud de la alegría: la esperanza, que no consiste en las expectativas puestas en el futuro, la ilusión de que a mí me ocurra lo mismo que a quien amo en su felicidad, sino en la certeza de que soy feliz en el presente participando de la felicidad del otro, con la conciencia de que esa felicidad me brota de dentro; la felicidad del otro es mi felicidad. 

Es importante no asociar el propio optimismo con el futuro, con algo que esperas que pase: que te inviten, que te llamen, que consigas esto o lo otro. No tienes garantía de nada de eso. La felicidad que se asienta en la verdadera esperanza está dentro, y no es otra que Dios interior intimo meo,  "más interior a mi que yo mismo" (San Agustín), que me lleva a gozarme en Él y con Él a gozarme en el gozo de mis hermanos.

La envidia

La antítesis del regocijo en el bien ajeno es la envidia; en vez de alegrarnos tendemos a despreciar u odiar la alegría del otro. La envidia descoloca el propio ser, que no quiere ser él mismo sino aquel al que envidia, lo cual le saca de sí y le produce una constante insatisfacción; sólo siendo tú, ahondando y amando tu especial identidad, puedes se feliz. San Pablo nos recuerda que “el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se envanece”(1 Cor 13,4), lo cual implica que el amor auténtico se alegra del bien del prójimo, pero no lo ambiciona desordenadamente; hay una actitud de gratitud y reconocimiento de que toda bendición, todo gozo y alegría, proviene de Dios y es motivo de celebración, incluso cuando no me toca directamente.

La envidia es peligrosa. La Sagrada Escrituea advierte: “No sintamos envidia unos de otros” (Gal 5,26), ese sentimiento frustrante de percibir las bendiciones de los demás como una amenaza para mí en lugar de un don de la bondad de Dios hacia otros que a la larga me beneficia a mí. Dice san Juan dde la Cruz:

“Acerca de la envidia muchos suelen tener movimientos de pesarles del bien espiritual de los otros, dándoles alguna pena sensible que les lleven ventaja en este camino, y no querrían verlos alabar; porque se entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden, y les crece, como dicen, el ojo no hacerse con ellos otro tanto, porque querrían ellos ser preferidos en todo. Todo lo cual es muy contrario a la caridad, la cual, como dice san Pablo (1 Cor. 13, 6), se goza de la verdad; y, si alguna envidia tiene, es envidia santa, pesándole de no tener las virtudes del otro, con gozo de que el otro las tenga, y holgándose de que todos le lleven la ventaja porque sirvan a Dios, ya que él está tan falto en ello” (1 Noche 7,1).
Observa cómo el santo carmelitano considera importante gozarse de las virtudes de los otros, de su fidelidad en el seguimiento de Jesús, cuando vemos que supera con creces nuestra virtud. Y, por supuesto, es importante no envidiar de otros riquezas que son más para pérdida que ganancia: 
 “No temas cuando se enriqueciere el hombre, esto es, no le hayas envidia, pensando que te lleva ventaja, porque, cuando acabare, no llevará nada, ni su gloria y gozo bajarán con él (Sal 48,17-18). Procura ser siempre más amigo de dar a otros contento que a sí mismo, y así no tendrás envidia ni propiedad acerca del prójimo” porque no buscarás beneficiarte de lo que tiene sino darle lo mejor de ti. (Ibid, 3 Subida 19,1).


Vive la diferencia

Para no caer en el vicio de la envidia hemos de considerar una vez más algo muy repetido en nuestros encuentros: “no te compares con nadie”, porque las comparaciones son nefastas y odiosas. Cada cual tiene su camino. 
“ Nadie fue ayer, 
ni va hoy, 
ni irá mañana  
hacia Dios 
por este camino que yo voy. 
Para cada hombre guarda 
un rayo nuevo de luz el sol 
y un camino virgen Dios 
(León Felipe).
Jean Cadilhac (1931-1999), obispo francés, dijo muy acertadamente que “cada uno debe buscar su camino. ¿Pero cómo se va a reconocer el buen camino para no perderse? Una de las señales de que estamos sobre la Senda (mi camino es el Camino) es cuando aceptamos vivir la diferencia. Esto se manifiesta en el rechazo de la envidia, el fin de la mirada oblicua que juega, sin mostrarlo, a reglamentar en los demás su marcha y su paso… Si nosotros encontramos nuestro camino, no sufriremos ya viendo a los demás seguir el suyo. Les reconocemos su derecho a seguir un camino diferente”. Y prosigue: “En el evangelio, Jesús pone en marcha, pero no señala la ruta a seguir. Dice: ‘Ven, sígueme’, pero no nos dice a dónde nos lleva. Y el camino del uno no es el camino del otro. Cada vez más, nosotros debemos buscar vivir una Iglesia polifónica en la que cada uno es amado y apreciado por su voz”.

La envidia desaparece cuando acepto desde el fondo de mi ser que tú seas tú y al mismo tiempo me doy permiso para ser yo. Quien se afianza en su particularidad con humildad no comparándose con nadie, considerando dichosos a quienes le superan (compasión en el regocijo) y sintiendo como propia la situación de quien parece estar más abajo que él (compasión en el dolor), encuentra el equilibrio que le libera de la envidia y la soberbia.

Deléitate en el bien

Aprende, por tanto, a mirar cuánto bien y bondad hay en el mundo y deléitate en ello, sin envidias, con alegría empática. Si importante es sentir compasión con los que penan y ayudarles a salir del sufrimiento no menos importante es reconocer, saborear y celebrar la felicidad del otro a fin de corregir el desequilibrio que suele generar la envidia como fruto del egocentrismo.

Hay muchas cosas maravillosas ocurriendo en el mundo: hay personas maravillosas al servicio de los demás, muchas personas bondadosas que protegen y cuidan a los hermanos y a la naturaleza. No todas salen en las noticias, más dadas éstas al catastrofismo, pero si abres los ojos y te alegras por lo positivo que circula por el mundo, tienes razones más que sobradas para una visión optimista de la realidad y unos motivos más que suficientes para sentirte feliz como parte de un mundo así. Aunque los profetas de calamidades anuncien que se acerca la oscuridad, no te dejes llevar por ellos; el amor es más fuerte que la muerte, la felicidad más potente que la tristeza. Imprégnate de la luz del regocijo en tu meditación, alégrate del bien de tus hermanos, y cura tus tendencias a amargarte la vida con la negatividad.

¡Alégrate con los que se alegran! Mantén viva en ti la verdadera esperanza, la que se apoya en la alegría interior y con la serenidad que da esta alegría afronta la esperable  desesperanza de las expectativas no cumplidas y las ilusiones desvanecidas.

Marzo 2025
Casto Acedo

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