jueves, 25 de abril de 2024

7.4 Atención a los estados aflictivos

«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Jn 3,2
*
¿De dónde nace la energía para nuestras críticas y demás acciones negativas? Normalmente tienen su origen en los estados aflictivos: tristeza, orgullo, ira, venganza, apego, confusión... Cuando una emoción negativa está floreciendo en el corazón el instinto primario parece decirnos que si implementamos esa emoción, si damos rienda suelta a la ira, la venganza, el apego, etc., vamos a lograr satisfacción. 

Si tengo ante mí el objeto que deseo me da la sensación de que si lo consumo quedaré satisfecho. Si critico a esa persona que se ha portado mal voy a sentirme bien. Pero esa sensación es errónea; si das rienda suelta a tus energías negativas no logras satisfacción sino más sufrimiento, más dolor, más insatisfacción. No olvides que la causa del sufrimiento está en las aflicciones; y si damos rienda suelta a éstas aumentamos el problema.

Hay que estar prevenido. Es verdad que dentro de nosotros va a surgir la falsa intuición de que el brote emocional aflictivo es bueno, correcto, favorable. ¿Qué mal hay en responder a la crítica con la crítica?, piensas. ¿No es de justicia? ¿No es lógico sentir ira, deseos de venganza hacia quien tanto daño me hace? Así discurrimos y justificamos el “ojo por ojo”; sin embargo, eso que nos parece justo no va a producir sino más angustia, más dolor e  insatisfacción. Excluir de nuestro amor a alguien siempre se volverá en contra generando más sufrimiento.

¿Cómo salir del bucle del sufrimiento que producen los estados aflictivos? Damos tres pistas importantes a tener en cuenta:

1. Primeramente reconoce que estás bajo la influencia de las aflicciones. No es fácil, pero si tomas conciencia de tu ser en medio de la emoción que te embarga, si desde la frialdad objetiva de la mente logras mirar tu interioridad acalorada y afectada por el enfado, si consigues darte cuenta de cómo la emoción aflictiva está manejando los hilos de tu conducta, has dado un gran paso. Se trata de que percibas que hay una fuerza rara que te está manipulando, que está resolviendo dentro de ti sin contar contigo.

El deseo de hacer daño, de responder con ira a quien te ha criticado o dañado, es una sensación tan grata que no te das cuenta de él hasta muy tarde. Sin embargo, la ira es agobiante, crea malestar, no te gusta vivir en el enfado, pero mientras estés mirando la realidad desde él, mientras estés dentro de la película que lo ha generado, no encontrarás salida a tu frustración..

Cuando te das cuenta de que la ira te domina, de que es el enfado el que manda en tus decisiones y tus acciones, comienza tu liberación. Es aquí importante el papel que juega en esto el cuidado, la atención vigilante o el recogimiento, temas que ya tratamos en su momento.

2.En segundo lugar es importante que no te identifiques con la emoción que sufres; aprende a mirarla como algo que está pasando por ti, pero que no eres tú; es como un visitante que pasa por tu casa y huele mal, pero no eres tú, es el visitante el que desprende mal olor. No es tu casa, no es tu aliento, no es tu sudor. “No soy yo; yo no soy la ira, ni la tristeza, ni el apego, ni la envidia; hay un estado de ira, tristeza, apego o envidia que me invade, que se ha infiltrado, una nube negra y espesa que pasa por mí”. No te identifiques con esos estados; tú no eres nada de eso.

3.Y para finalizar, aminora y haz desparecer la aflicción que te afecta cultivando el remedio adecuado para ello. Ya vimos en un tema de la primera etapa los remedios para los estados aflictivos (sanar las 5 aflicciones primarias): para el apego (deseo, aferramiento, adicción,...) mira lo engañoso que es; al odio responde con amor; a la ignorancia de quién eres  ponle sabiduría (conocimiento de tu naturaleza); la envidia corrígela con autoestima; el orgullo con humildad.

Es un reto importante que identifiques tus aflicciones, que son las que causan tus críticas y tus conductas inadecuadas; una vez identificadas has de trabajarte interiormente poniendo los antídotos adecuados: donde haya apego pon generosidad; donde haya odio pon amor; donde haya ignorancia y oscuridad pon una seria formación espiritual; donde haya envidia pon reconocimiento de lo que vales; y donde haya engreimiento y orgullo pon humildad y servicio.

Son importantes los actos, los gestos prácticos; en ellos está la batalla; no basta con los conocimientos teóricos, se necesitan acciones reales que afiancen la certeza de lo que somos: amor, bondad, compasión, misericordia, "amor incliusivo". Ya sabemos que la vida espiritual consiste en ir sacando a luz nuestro espíritu, lo que somos, eliminando las conductas negativas a las que nos lleva el velo de nuestro ego. Es una tarea ardua pero hermosa, gratificante cuando vamos descubriendo que al soltar las ataduras emocionales que nos afligen y al activar la bondad y el amor que somos  nacemos a una vida nueva, la vida del y en el Espíritu (cf Jn 3,4-8).

Abril 2024
Casto Acedo

7. 3 Tolerancia a las críticas.

Como complemento al tema anterior, aunque también con cierta autonomía, va este tema para vuestra consideración. Interesante.


Sé tolerante a las críticas

Si es verdad que somos aficionados a la crítica también es verdad que a menudo somos objeto de críticas por parte de quienes no nos quieren bien o no acaban de asimilarnos a su cultura.

Por eso, además de mordernos la lengua y ejercitarnos en el silencio,  debemos preguntarnos acerca de cómo toleramos las juicios que otras personas hacen sobre nosotros, o que incluso nosotros mismos podemos hacernos (autocrítica). ¿Cómo lidiar con las críticas sobre nosotros?

En este sentido comenzámos diciendo algo que ya apuntábamos al hablar de la adversidad: las críticas que recibimos suelen parecernos situaciones adversas, y como tales nos cuesta asumirlas; sin embargo habría que decir que toda crítica que se nos haga es un regalo que se puede convertir en crítica constructiva en el sentido de que puede ayudar a autoanalizarnos y a ejercitarnos en encajar las críticas sin perder la paz. Si sólo vemos en las críticas algo injusto, despreciable, que no merece sino una respuesta similaren dureza, es porque no estamos avanzados en nuestro camino espiritual. Es un síntoma evidente de que aún tenemos mucho trabajo por hacer.

Las críticas adversas, vistas desde nuestro lado, no tienen por qué ser consideradas  negativas. Sea como fueren vamos a tener que afrontarlas sí o sí. Y no son necesariamente señal de que algo vaya mal. Muy al contrario, pueden ser un síntoma de que se va por el buen camino. Si no te critican es probable que no estés haciendo nada maravilloso, nuevo o importante. Resulta clarificador el hecho de que prácticamente todos los que hoy reconocemos como Premios Nobel de la Paz hubieron de pasar por unos primeros momentos muy críticos. Y si miramos a Jesús de Nazaret, nuestro maestro, vemos que ni él mismo se libró de juicios y críticas malévolas.


Reconoce que si no tienes críticos es porque estás en el promedio, en el centro de la manada, en medio de la tribu; no estás inquietando a nadie, porque no te mueves significativamente. Casi te diría que si no te critican es porque estás muerto o muerta. El cementerio es el lugar más acrítico que existe. Todo el mundo habla bien o no dice nada de los que reposan en la muerte. Han dejado de ser molestos. 

Cuando propones cambios en la sociedad, cuando te mueves hacia la orilla y buscas espacios alternativos al conservadurismo ambiente eres un pionero, y eso supone una amenaza para los conservadores que se instalan en el romanticismo tradicionalista del “siempre ha sido o siempre se ha hecho así”. Éstos  saben que cualquier alteración de lo de siempre amenaza su posición social. ¿No es esclarecedor en este sentido el hecho de que saduceos y fariseos se mostraran hipercríticos con Jesús? Toda persona que arriesga por mejorar recibe críticas por parte de quienes desean permanecer quietos, ya sea por pereza o por miedo.

Los cambios se dan cuando se asume el riesgo de ser criticados con argumentos  que suelen tener su origen en visiones subjetivas de la realidad. El pensamiento y los hábitos de la mayoría son proclives a no aceptar los de la minoría. Así, en un país con mayoría de vegetarianos se critica a los carnívoros, y viceversa, donde la carne se encumbra como alimento se critica a los vegetarianos; en una España donde el matrimonio para toda la vida era la norma se criticaba cualquier atisbo de ruptura o infidelidad, hoy se critica a quienes ponen en valor un matrimonio indisoluble hasta la muerte; en sociedades teocráticas como la musulmana se critica cualquier incumplimiento de la moral confesional, sin embargo, en sociedades laicas se critica el sometimiento a unas leyes morales religiosas, etc.

Todo esto indica que nos quedan dos caminos: someternos al rebaño o buscar nuestro camino y seguirlo a pesar de la persecución verbal o material. Todo sin reaccionar con violencia a la violencia equiparándonos a los que nos juzgan. Para ello puede ayudarnos el entender que la crítica no es sino la conclusión de una persona que tiene tras de sí una historia muy concreta. 

Puedes preguntarte acerca de por qué quien te critica piensa como piensa; esto te ayudará a comprenderle y a aceptar su crítica como conclusión lógica de su historia personal, de su contexto cultural, de su temperamento, su formación, sus estudios, sus inclinaciones, etc. Mirar esto te enseña mucho sobre el funcionamiento de quien emite la crítica; y también puede enseñarte a comprenderte a ti mismo, porque también tú estás mediatizado en tus ideas y posiciones, que responden también a una cultura, un temperamento, unos sentimientos, etc.

Por tanto, cuando encuentres incomprensión por parte de quienes se niegan a respetar tus cambios, cuando te sientas criticado o criticada, no respondas con la misma moneda. Lleva el tema a tu oración y, manteniendo tu camino, acoge las críticas y perdona a tus críticos. Mírales  con comprensión y amor no les excluyas. Al acoger las críticas haces un ejercicio de autocrítica y descubres si hay en ellas algo de verdad que debas asumir; y al perdonar a quien te critica te entrenas en la virtud de la tolerancia, que es amor compasivo por quien aún no ha descubierto que la aceptación propia y el respeto al prójimo son piezas clave para una vida feliz y pacífica.

Toma nota, pues, de las críticas que recibes, y haz de ellas un boomerang aprovechando su energía para autoconocerte y crecer en misericordia. 

Abril 2024
Casto Acedo. 

viernes, 19 de abril de 2024

7.2 "¡No critiques a los demás!"

 Como complemento del tema del "amor inclusivo" que tratamos de meditar y asumir en estos días, reflexionamos acerca de nuestras críticas a los demás, que suelen ser un signo evidente de "exclusión" de aquellos que no son de nuestro agrado por los motivos que sean. 

Ya hemos tratado acerca de la necesidad de evitar los juicios y prejuicios contra los demás.  Puedes releer lo que se dijo en: https://contemplarealiitradere.blogspot.com/2023/07/32-elimina-prejuicios-consejos.html. y en  https://contemplarealiitradere.blogspot.com/2023/02/7e-callar-y-escuchar.html

Vamos a insistir en el tema del silencio ante las actitudes y actos del prójimo. Sobre todo cuando de ello no vamos a sacar ningún beneficio ni nosotros, ni el criticado, ni la sociedad. La consigna conductual es categórica: No critiques.


“No critiques a los demás”.

Es muy importante controlar y cuidar la conducta verbal, porque de todos es sabido que una palabra puede herir más que una espada afilada. La lengua que no se controla puede destruir en unos segundos lo que se ha tardado años en construir. De ahí la atención que debe prestarse a nuestra conducta en lo que respecta a la lengua.

El libro del Eclesiástico previene contra el vicio de la lengua desatada:
“No avientes el grano con cualquier viento, ni camines por cualquier sendero; así lo hace el pecador que habla con doblez. Mantente firme en tus convicciones, y no tengas más que una palabra. Sé pronto para escuchar y tardo en responder. Si sabes algo, responde a tu prójimo, pero si no, mano a la boca. Hablar puede traer gloria y deshonra, y la lengua es la ruina del hombre. Que no te tachen de murmurador, ni pongas emboscadas con tu lengua, porque sobre el ladrón cae la vergüenza, y una severa condena sobre el que habla con doblez” (5,9-14).
Que las palabras hieren no hace falta demostrarlo a nadie, porque todos sabemos de cosas que nos han dicho en el pasado y que aún nos duelen hoy en día; hay palabras que  para bien o para mal atraviesan el corazón; por eso hay que tener cuidado con lo que decimos, sobre todo a los niños y a los más inocentes.

El daño que la crítica negativa produce es nefasto, y  suele ir más allá de lo individual y personal; si tú criticas estás creando las causas y condiciones para que a su vez otros se apunten al carro de los críticones y acaben por criticarte hablando mal de ti. La crítica causa daño no sólo a quien se dirije sino también a quien escucha esa crítica, porque  crea mal ambiente en el entorno. Donde se empieza a criticar todo se va creando negatividad en el grupo, la familia, la comunidad, etc.

No deberíamos, pues, criticar a los demás  ni en su presencia ni en su ausencia, a no ser que esa crítica sea solicitada por el interesado. En este caso estamos ante lo que se llama crítica constructiva, que es pedida por alguien que quiere saber tu opinión sobre algún asunto que le concierne. Pero para ser buena crítica se necesita a además que sea constructiva, que se haga con el interés de mejorar a la persona; los juicios tienen que ayudarle a hacer las correcciones necesarias en su vida. Es lo que la Escritura llama “corrección fraterna” (cf Mt 18, 15-17)


La crítica indica poco amor inclusivo

Solemos juzgar o criticar a las personas según nuestros puntos de vista y experiencias. No nos ponemos en lugar del otro, es decir, nos falta empatía y amor bondadoso, compasivo, hacia los demás. Nos cuesta aceptar que sabemos poco del otro, de lo que pasa dentro de esa persona, de las causas o razones por la que dice o hace tal o cual cosa. A partir de aquí es evidente que nuestras críticas suelen ser muy subjetivas, sostenidas por una visión egoísta de la realidad, lo cual nos impide ver objetivamente las debilidades del otro; juzgamos desde nuestra soberbia, nos erigimos en los intérpretes autorizados de la ley moral, de lo que se debe hacer o no. Ponemos la ley como barrera que nos separa. 
“No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano o el que critica a su hermano está hablando mal de la ley y criticando la ley; y si criticas la ley, ya no eres cumplidor de la ley, sino su juez. Uno solo es legislador y juez: el que puede salvar y destruir. ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?”(Sant 4,11-12).

Hay que entrenarse en el silencio, la meditación y la decisión puntual para romper la inercia adquirida que nos lleva a la crítica fácil, a conclusiones sobre los demás que no tienen fundamento real, o si lo tienen no deja de ser una inmiscusión en su vida privada. Hace falta mucho tiempo de escucha y observación callada para conocer a una persona a fondo y respetarla como un hermano. El amor bondadoso pide sentir al otro como a uno mismo y, tal como solemos ser con nosotros, deberíamos ser positivos, esperar lo mejor de las personas, no llegar a conclusiones precipitadas, concederles el beneficio de la duda, saber de ellas por lo que hacen antes que por lo que dicen, y, por supuesto, hacer caso omiso a lo que otros dicen de esa persona.

Conocerte en tus críticas

Un buen ejercicio para motivarte a controlar la lengua y de paso conocerte un poco más es tomar conciencia del hecho de que “la crítica dice más de ti que del otro”. En muchas ocasiones, cuando criticamos y rechazamos algo que nos molesta del otro, lo que ocurre no es que nos moleste especialmente ese algo que criticamos, lo que de verdad odiamos es a quien criticamos. Es su persona, no sus actos lo que nos molesta y sometemos a juicios de condenación.  A menudo nuestra crítica está inspirada en la ira. Cuando estamos irritados, frustrados o enfadados descargamos la tensión de esas aflicciones con malas palabra y juicios sobre otros: el jefe, la esposa o el esposo, los hijos, el vecino, ... La crítica desde la ira suele ser muy destructiva, porque no hace sino lanzar dardos sin asumir la parte de responsabilidad en el malestar que la provoca.

Otras veces es la envidia la que inspira la crítica destructiva. El deseo del bien o bienes que el otro posee genera frustración, tristeza y humillación en el envidioso que reacciona criticando al otro curiosamente en lo que personalmente más desea. Si tiene una mejor casa juzgo que tampoco es tan buena, o “¿de dónde habrá sacado el dinero”?; si envidio su vida de familia procuro comentar el más mínimo detalle que le desacredite; si envidio su modo de ser, critico sin misericordia el más pequeñpo fallo, etc...

Es interesante que cuando hayas caído en la crítica destructiva hacia alguien te pares y medites dónde te duele el otro, ¿qué te molesta o qué envidias de él? Puedes descubrir cómo muchos de tus juicios sobre el prójimo no son sino la sangre de la herida que producen en tu alma la ira o la envidia.

También es importante saber encajar las críticas que recibes. ¿Te duelen? Mira a ver si hay algo de razón en lo que se dice; porque si no dicen verdad ¿por qué te molestan tanto? Y si dicen algo real, aunque sea sólo en parte, ¿no deberías asumir humildemente lo que deberías cambiar en tu vida? No obstante, cuando se recibe una crítica que te compromete sin ser cierta en absoluto, hay que buscar los medios para rebatirla sin recurrir a odios ni violencias.

Procura despersonalizar tus juicios, es decir, comenta el pecado pero no te ensañes con el pecador, condena los actos negativos pero no condenes a la persona. ¿Recuerdas a Jesús ante la mujer sorprendida en adulterio? (cf Jn 8,1-11). No niega que el adulterio sea algo negativo: “Vete y en adelante no peques más”; pero muestra una empatía sublime, un amor inclusivo total, hacia la mujer: “¿Ninguno te ha condenado? Yo tampoco te condeno”. 


Una cosa es la acción de una persona y otra sus motivaciones; se puede obrar con ignorancia o inconsciencia, por necesidad, por flaqueza, etc. Y en muchos de los casos la acción puede no estar justificada, pero la persona sí. Y aunque alguien obre por mala voluntad hay que tener paciencia:  la persona que obra el mal necesita un cambio radical en su vida, pero ese cambio no se da en un día, ni en una semana y puede que ni en años. 
La persona puede cambiar, pero hay que darle tiempo. Además, nadie va a cambiar porque lo marginemos y critiquemos; es más fácil que en este caso se obstine en su falta; sin acogida por nuestra parte no cambiará. Puedes condenar el vicio del alcoholismo o cualquier otra cosa, pero no condenes al bebedor o al que yerra de cualquier modo; acógelo, inclúyelo en tu amor. 

Toma medidas para que quien se desvía no recaiga (por ejemplo, alejando el alcohol del alcohólico), pero dale cobijo en tu corazón; acépta a quienes viven lejos de la virtud, sólo desde la aceptación, desde el amor inclusivo, puedes ayudarle en su recuperación. Te viene muy bien para esto observar la conducta global de la personas fijándote sobre todo en sus cualidades positivas. Siempre hay algo que resaltar y digno de imitar en el otro. Desde ahí puedes amarle.

Finalmente, ten en cuenta que los fallos de otros te dan pistas para descubrir tus propios fallos. Seguro que lo que observas e incluso criticas también forma parte de tus hábitos, y haces lo mismo que criticas en menor o mayor grado. Deberías pensar cómo serías tú si el Señor te quitara la mano de encima, si no tuvieras la suerte de haber nacido en una familia, un barrio o una iglesia en la que has aprendido a comportarte; ¿que hubiera sido de ti de no haber podido acceder a una formación a la que otros no pueden acceder?. Si descubres en otra persona una gran travesura, o un gran fallo, más que criticarla deberías sentir aflicción o indignación por no trabajar lo suficiente para que esa persona encuentre su norte.

* * *

En fin, termino retomando citas del libro del Eclesiástico que te pueden servir de guía para hacer un uso consciente y positivo de la lengua, arma de doble filo que puede herir o acariciar, matar o dar vida. Escucha:

*“Antes de hablar, infórmate” (18,19a).

*“El que domina la lengua vivirá sin peleas, y el que detesta la palabrería evita el mal. No repitas nunca un chisme y no sufrirás ningún daño; ni a amigo ni a enemigo se lo cuentes” (19,6-8a).

*“¿Has oído algo? ¡Muera contigo! ¡Tranquilo, que no reventarás! El necio oye una noticia y ya siente dolores, como la mujer que va a dar a luz un hijo. Flecha clavada en el muslo es la noticia en las entrañas del necio” (19,10-12).

*“Un golpe de látigo produce moratones, un golpe de lengua quebranta los huesos. Muchos han caído a filo de espada, pero no tantos como las víctimas de la lengua. Dichoso el que de ella se protege, y no ha estado expuesto a su furor, el que no ha cargado su yugo, ni ha sido atado con sus cadenas” (28,17-19).

* Y una última: “Hay quien resbala sin querer, pero, ¿quién no ha pecado con su lengua?” (19,16).

Cultiva el corazón y el amor inclusivo. Gran enemigo de él es la crítica destructiva y el chisme. ¡Cuida tu lengua! Sin su cuidado no podrás progresar en el amor. ¿Por qué no te paras y haces un voto de silencio, un ayuno de palabras que no sean estrictamente neesarias? Y cuidado con Washap y demás aplicaciones proclives al chisme.

Abril 2024
Casto Acedo

lunes, 15 de abril de 2024

7.1 El corazón inclusivo


"Amas a todos los seres, Señor, y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado” (Sb 11,24).
La paradoja de nuestro tiempo

Nos movemos en una cultura “exclusiva”, en el sentido de que hay cierta tendencia a ser original, único, diferente, exclusivo, y eso nos lleva a alejarnos de lo que nos pudiera igualar o asimilar a todo lo que haya en el entorno, que propendemos a considerar monótono y vulgar. Lo importante es no ser uno más del montón, no parecerme a nadie, no ser un mal imitador, una copia. Nos disgusta el anonimato, la invisibilidad entre la masa, como si temiéramos que nuestro ser se difuminara en un todo indefinido.

Paradójicamente, sin embargo, arraiga en nosotros la tendencia a no desentonar con el ambiente. Ser original lleva consigo el peligro del rechazo, el riesgo de la marginación y la soledad, y esto genera inseguridad y miedo, por eso procuramos estar a la moda, al modo y manera que marca la sociedad, ya sea en el vestir, el comer, el viajar, el pensar o el modo de entender la vida.

Bien conocen los publicistas esta tensión interna entre la aspiración a ser original y el miedo a ser únicos, y sirviéndose de ella consiguen lo imposible: hacer creer que se es único consumiendo tal o cual producto; y así todo el mundo viste lo mismo, come lo mismo, viaja a los mismos lugares, lee los mismos libros, absorbe dócilmente las mismas noticias y con el mismo enfoque,... pero convencido cada cual de ser distinto y original. 

En una sociedad que presume de universalista, de aldea global, resultan sorprendentes las aspiraciones “exclusivistas” de las naciones, los grupos, las razas, las religiones, etc. ¿No es una paradoja evidente, aunque invisible para la ceguera intelectual y espiritual de muchos, el hecho de que mientras se ensalza y se predica la supresión de fronteras, la inclusión social, la paz universal, etc., se justifiquen las fronteras norte-sur, se vete el paso a los inmigrantes y se defienda con fuerza la individualidad y los nacionalismos independentistas?

Deberíamos concluir que nuestra cultura es teóricamente inclusiva, amante de mantener el corazón abierto a todos y a todo, pero a la vez, por miedo a perder la propia identidad (diría más bien por los propios intereses) es cada vez más realmente exclusiva (o excluyente) aficionada a marginar a todo el que no piense ni quiera vivir según los niveles y cánones establecidos por cada  cual.

Los nuestros son días de “puertas adentro”, de aislamiento confortable, de urbanizaciones privadas de acceso limitado, de viajes por el ancho mundo no como peregrinos que hacen suyos los gozos y las fatigas de la humanidad sino como turistas que recorren exóticos paisajes humanos insensibles a su posible situación de miseria e injusticia; vivimos en el miedo a lo universal, a la apertura de fronteras (¿son las fronteras obra de Dios?), miedo, en fin, a la inclusión de todos en un mismo proyecto de vida y de amor. Como si admitir la diversidad frustrara y dañara la propia identidad personal y social que consideramos, en nuestro más recónidto centro, como la única que tiene valor. 

Y ¡ojo a los grupos y movimientos de contemplación y espiritualidad de hoy! No somos ajenos al ambiente y el pensamiento común en que vivimos; y entre nosotros no faltará la tentación de hacer de nuestras comunidades particulares un gueto de iluminados y salvados, teóricamente amantes de todos pero realmente anestesiados para no ver la realidad de nuestra egolatría personal y grupal.

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Un corazón inclusivo

Tanto individualismo debería ponernos en estado de alerta. El amor bondadoso no tiene límites de ningún tipo. Jesús rompe cualquier tipo de prejuicio que se oponga a amar sin límites.  La espiritualidad cristiana es naturalmente inclusiva. Nos dice la Escritura que Dios envió a su Hijo al mundo para que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2,3). El  amor de Dios en Cristo es igual para todas las criaturas. “Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado” (Sb 11,24). Esto es el amor inclusivo, el amor de Dios, el que practica Jesús, amor sin límites de tiempo y espacio (cf 1 Cor 13,4-8). A este amor estás llamado, a un amor sin restricciones, abierto a todos los seres, lo cual supone romper cualquier barrera que impida acercarse al hermano e incluir a todos en la casa que es su alma.

El discípulo de Jesús cultiva un “corazón inclusivo”; así es el corazón del Maestro.  La devoción al "corazón de Jesús" no es otra que la afirmación de que Jesús no excluye a nada ni a nadie en su amor y compasión. El amor de Dios "no tiene acepción de personas" (Gal 2,6), ni es un don para algunos privilegiados, ni es patrimonio de ningún grupo especial; ni siquiera es patrimonio de Iglesia o religión alguna; Jesús ama a todos sin distinción, incluye a todos, acepta a todos por igual. 
 
La oración de dedicación que solemos hacer al iniciar nuestros encuentros es recomendable para el inicio del trabajo, descanso, juego, sueño, etc., y pretende despertarnos a la universalidad del amor: “¡todo sea para gloria tuya, de mis hermanos y de todas las criaturas!”; “¡ todos se beneficien de la oración o de la acción concreta que me dispongo a realizar!”.

Es importante dedicar u ofrecer lo que se hace porque la tendencia habitual según los patrones sociales que heredamos por educación es la de hacer las cosas con un propósito  egoísta: trabajar, descansar, rezar, .. para beneficio personal o de los míos. Suele faltarnos la apertura de mente y de corazón que tuvo Jesús, que no miró nunca para sí ni para los afectivamente más cercanos a Él, ni para los más buenos, o los más inteligentes. Su amor fue unversal, divino. "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos" (Mt 5,44-45). No mira Dios el valor subjetivo de las cosas o de las personas; su amor no responde a una atracción externa e interesada sino que forma parte de la esencia de su ser. Dios no necesita ser seducido ni correspondido para amar, ama porque es amor "y no puede negarse a sí mismo" (2 Tm 2,13).

Cualquier oración o acción que hacemos con tintes individualistas, localistas o partidistas no es esencialmente cristiana. Y es importante saberlo y corregirlo en su caso si queremos alcanzar la perfección espiritual. Es lógico, y no es malo,  orar y ofrecer méritos intercediendo a Dios por la solución de problemas personales o la mejora de personas que nos preocupan; pero eso también lo hacen los paganos (cf Mt 5,43-48). Hay que vigilar esto.  Cuando rezo sólo por los míos y pienso sólo en ellos puede que no haga sino engordar mi propio ego. Y si conscientemente excluyo algo o a alguien en los beneficios de mi oración me perjudica directamente, porque “yo soy todo y todos”, no soy un ser aislado sino que formo parte de la totalidad. Amar a mi hermano es amarme a mí mismo; odiarle es odiarme. 

Mi ser es interdependiente de los otros seres. Y esto no es panteísmo (Dios es todo y está en todos) sino fraternidad o hermandad en Cristo. La misma que predicó Jesús al decir que lo que hicisteis (o no) con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40.44). "Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna" (Mt 25,40.44.46), que es lo mismo que decir, que éstos verán cómo su amor inclusivo les beneficia y da vida y los otros verán el daño que se producen a sí mismos por no haber reconocido al Señor y a ellos mismos en el hermano.

El amor inclusivo, que hemos definido como parte de la esencia de Dios, es parte también de la esencia de la persona humana, de tu esencia. Por eso más que un mandamiento es una exigencia del corazón. El amor no es una obligación sino una necesidad del alma. Crecer en el espíritu no es sino crecer en un amor cada vez más universal. Por eso, "ensancha el espacio de tu tienda, despliega los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, afianza tus estacas" (Is 54,2). La invitación a ampliar tu radio de amor que  hace Dios por boca de  Isaías es una llamada a ser tú mismo o tú misma, a dejar el espacio de tu alma al amor de Dios, y descubrir así el amor que eres. Es hermosa la imagen de tu interiad como tienda vacía de egoísmos  y  llena de Dios abriendo así su espacio al universo, amándolo con el mismo amor de Dios a todas las creaturas. Es este un buen motivo, una buena imagen para dedicarle horas de silencio y contemplación. 


Beneficios de la oración y las acciones  inclusivas

¿Qué beneficios produce el amor inclusivo? ¿Qué saco de mi oración y de mis acciones cuando las ofrezco o las dedico para el bien de todo y de todos? Lo primero es que me ayuda a tomar conciencia de la catolicidad (universalidad) como realidad insoslayable; con lo cual se corrige el tinte egoísta que pudieran tener mis prácticas. Unidos al Espíritu de Jesús no oramos y actuamos siguiendo un plan individual sino sabiéndonos parte del gran proyecto divino que quire que todos los seres alcancen la plenitud.

Además, al purificar nuestra oración de deseos interesados o egoístas nos inmunizamos ante la sensación de decepción y fracaso que pudiera sobrevenir al evaluar la efectividad de nuestra oración y nuestras acciones. Cuando te sientas a orar o cuando trabajas a favor de algo o de alguien lo haces para gloria de Dios y el bien de todos y no para gloria propia. Lo tuyo es “hacer oración y hacer el bien”, con sólo eso ya estás glorificando el nombre de Dios; si el Señor te da consolación bien, si te da desolación bien también; porque tú no te buscas a ti mismo sino a Dios, no pretendes tu voluntad sino la suya. Y además debes saber  que la oración que va acompañada de sequedad tiene incluso más garantías de haber cumplido su fin que la que te regala gustos y consolaciones. ¿Acaso la oración de Getsemaní y la de la Cruz no fue buena? Fue la mejor, aunque quien la realizó no gustó sensiblemente de sus beneficios.

Digamos finalmente que, no aspirando a otra cosa sino a que se haga la voluntad de Dios y se logre la felicidad de todas las criaturas, estás poniendo en tu vida los cimientos de la virtud de la humildad. Quien es humilde se prepara para el amor universal desde el único sitio posible: desde abajo. "Quien quiera ser el primero que sea el último" (Mc 9,35). Hay quién ha sugerido que Dios, siendo todopoderoso, eligió nacer pobre y pequeño en Belén y morir humillado en la Cruz para mostrar así que el lenguaje de la humildad lo entiende todo elmundo y que sólo desde ahí, desde la base de la pirámide se puede tener y desarrollar un “corazón inclusivo”. Quien se sitúa en escalones más altos establece muros, barreras que no generan sino aflicción y sufrimiento. Lo más deseable es que nadie tenga que elevarse o subir escalones para ponerse a tu altura. Cuando estás abajo estás con todos.

* * *

Quédate hoy con la expresión “un corazón inclusivo”. No la contemples sólo como una idea hermosa. Hazla tuya llevándola al silencio. Siente en tu oración que no eres ni estás solo; en ti y contigo orando está Dios y toda la creación. Cuando trabajas, o descansas, o duermes, vive todo eso como una ofrenda de amor a Dios y la humanidad. Vacía tu corazón de prejuicios y desconfianzas, deja que Dios sea Dios y que tu hermano se él mismo; ámalos como son, no los excluyas de las preferencias de tu amor. Ensancha con amor la tienda de tu alma para que con Dios quepa todo el mundo en tu casa.

Abril 2024
Casto Acedo

miércoles, 10 de abril de 2024

6. 4 Reflexiones y consejos

Tienes en este tema unas ideas que complementan de forma realista la práctica del amor bondadoso, ya sea cultivando una conducta correcta o aprendiendo a ver la dificultad más desde la oportunidad que desde la queja. 


1. No cargues a otro con lo tuyo

El amor bondadoso tiene su propia ética, que es altruista, y si traicionamos sus principios traicionamos el propio crecimiento espiritual, que irremediablemente se va a deteriorar. Con el estudio y el ejercicio de la meditación puede que estemos cavando un hoyo con una cuchara; pero si nuestra conducta no acompaña es como si echáramos tierra con una pala al mismo hoyo. Importa mucho por tanto que lo que la meditación o el silencio que  practicamos diariamente en el cojín, el banquito o la silla no sea neutralizado por una conducta contradictoria. Es importante revisar la vida cotidiana para armonizarla con lo que oramos.

A este respecto podríamos comenzar preguntándonos si somos personas responsables o si huimos de nuestros deberes cargando sobre los hombros de otros los trabajos que nos corresponden simplemente para aliviarnos de la carga.

Me explico: Es muy tentador, cuando adquirimos cierto prestigio, o cuando ocupamos un cargo de mando, como puede ser el de padre o madre, profesor, párroco o maestro espiritual, dejar de hacer las tareas más humildes y pasarlas a las personas que están bajo nuestra autoridad o mando.

A los varones nos suele ocurrir con las tareas domésticas; cargamos las tareas menos agradables -limpieza del hogar, cambiar pañales, poner la mesa, hacer camas, fregar la loza, lavar y tender la ropa- a quienes consciente o inconscientemente consideramos que les corresponde hacerlo. A veces incluso convencidos de que es lo que les agrada. ¿Por qué han de ser las tareas domésticas sólo para mujeres y niñas? Las cosas están cambiando, pero despacio, por más que creamos que se han dado grandes avances en esto. Un aviso para varones: mira cómo andas en esto.

Los párrocos tienden a cargar sobre la espalda de catequistas u otros colaboradores las labores parroquiales de menos prestigio, las que resultan menos relevantes y por ello menos deseables o son aburridas y monótonas. 

Esa tendencia a quitarte de en medio en las tareas que te igualan al montón o que te parecen un poco humillantes, no es muy correcta, y quien busca la perfección espiritual debería tomar nota de ello. Todos somos responsable de todas las tareas que nos afectan. Escurrir el bulto cuando el trabajo que tengo por delante no es de mi agrado es faltar al amor bondadoso. 

No digamos cuando ese trabajo es peligroso;  por ejemplo, durante la pasada pandemia pudimos comprobaar que, sin detrimento del trabajo encomiable de gran parte del personal sanitario, también hubo quienes aprovecharon para quitarse de en medio buscando excusas o dándose fraudulentamente de baja laboral para no asumir su responsabilidad en situaciones de riesgo.

El testimonio de servicio de la persona espiritual en el trabajo y la vida social ha de ser en esto de total disponibilidad para asumir los deberes que parecen menos apetecibles o más pesados, especialmente cuando se tienen capacidades físicas y técnicas suficientes para ello.

Y también se ha de abrir este criterio a la hora de repartir tareas a las personas más preferidas por cada cual (hijos, esposo o esposa, amigos). ¿Es justo favorecer a los familiares y amigos y, contra todo criterio de justicia, permitir que otros hagan las tareas que no deseo para los míos?. Quien, por ejemplo, teniendo un negocio familiar carga conscientemente sobre el asalariado las tareas menos gratas que pudieran realizar también los miembros de la familia no se mueve precisamente por amor, más bien se muestra contrario al amor bondadoso y a la ecuanimidad que debe definir la conducta del buen espiritual.


2. Pase lo que pase, procura ganar siempre

Ocurra lo que ocurra tienes que ganar. No hablamos del éxito en una competición; no se trata de ganar ningún trofeo o título sino de crecer interiormente. Suceda lo que suceda en tu vida, ya sea bueno o malo, justo o injusto, gozoso o doloroso, saca de ello una ventaja, un plus de desarrollo espiritual. Si ocurre algo que favorece tus expectativas y alegra tu corazón, has de salir ganando con ello; si pasa algo desagradable, ruinoso, adverso,  también deberías ganar. Pase lo que pase, todo tiene un valor que está ahí, en el hecho mismo, y aprovecharlo va a depender de la percepción que tengas de las cosas. Para ganar siempre lo único que se requiere es la creatividad de una mente abierta y capaz de extraer algo positivo de lo aparentemente negativo. 

Es fácil sacar valor de lo que me favorece. Aunque no siempre. Pero, ¿cómo sacar valor de lo adverso? En primer lugar no mires en la adversidad las intenciones de los demás. Cuando aparecen los problemas no te obsesiones por las posibles intenciones de los demás (también de las intenciones divinas) y procura extraer de las experiencias de la vida, sean positivas o negativas, algo válido para ti. 

Para ello fíjate sólo en lo que ocurre, dejando a un lado cualquier supuesta intención ajena que te puede llevar a quedarte sólo en la crítica y en la queja. 

Solemos interpretar la adversidad como algo que se da cuando otra persona voluntariamente nos está creando problemas, o cuando el ambiente exterior no acompaña, cuando hay guerra o el clima es malo, o  cuando suceden desastres naturales, etc. Esa costumbre de echar las culpas de todos nuestros males a causas externas frena mucho el desarrollo espiritual. Al atribuir a otros la causa de nuestros problemas nos desactivamos para solucionarlos. 

Despreocúpate, pues, de lo que hace o no hace el otro, deja a un lado la intención que tenga, el cariño u odio con que actúa: enfócate en aquello que te está pasando y trata de sacar valor de ahí. Y por valor entendemos dos cosas: sabiduría y virtud.

Con la sabiduría aprendes cuál es la causa del daño,y por qué a ti te afecta aquello cuando a otros que viven lo mismo no les afecta.  Una cosa es saber qué te está causando daño y otra es conocer las causas o condiciones que producen este daño. Mucho de esto último está en ti. Has de aprender aquello de que "dos  no pelean si uno no quiere" y del mismo modo la adversidad no te daña si optas por considerarla amiga. Puedes aprender de tu propia historia para no repetirla.

Por otra parte, la adversidad ayuda a desarrollar la sabiduría de la humildad, la aceptación de las propias limitaciones. Cuando las cosas van bien tendemos a permanecer sedados, ricamente sobrevalorados en nuestras posibilidades, adormecidos en nuestra comodidad. La adversidad tiene la capacidad de despertarnos a la realidad. Y también de ayudarnos a comprender la interdependencia de las cosas, a darnos cuenta de que en la adversidad hay muchos factores en juego y nuestra participación es una de las claves determinantes de la misma.

Sobre la virtud decier que tenemos en la adversidad muchas oportunidades para el desarrollo de una personalidad virtuosa. Las situaciones difíciles o catastróficas nos ayudan a ser más generosos, más proactivos, más empáticos y solidarios. Son muchos los sociólogos que corroboran esto. Ver a personas cercanas en dificultad desarrolla en nosotros cualidades como la compasión y el amor. Nos ayudan también a ser más éticos, porque reconocemos en el dolor y el sufrimiento que causan, las consecuencias de las acciones negativas que realizamos.

La adversidad nos ayuda, como ya vimos ampliamente en otro tema, a cultivar la paciencia, a crecer en aceptación y así poder estar en paz por dentro independientemente del caos que existe afuera.


3. Adversidad,  entusiásmo, atención y compasión

También es importante saber que la adversidad ayuda a desarrollar entusiasmo. Eso sí, no es lo mismo el entusiasmo que surge de un día claro y soleado que el que tiene su origen cuando el barro llega hasta las rodillas. 

El entusiasmo o fortaleza que crece a la sombra de situaciones dolorosas o penosas, de fracasos o tragedias, no sólo sirve para superar un momento puntual sino que fortalece para siempre. Cambia nuestro sistema inmunológico espiritual. A partir de ahí podemos tener la certeza de que superaremos con éxito dificultades futuras. Es este un entusiasmo que surge del corazón, de la voluntad que ha sido probada y ha respondido ya antes con fuerza; nada tiene que ver con el entusiasmo ambiental que se deja llevar por la euforia del momento; es mucho más genuino el entusiasmo forjado en la adversidad ("¡yo puedo con esto!"), es más válido, más hondo.

Además de entusiasmo la adversidad desarrolla la atención. Cuando vienen dificultades estamos muy presentes.muy atentos a lo que acontece en el momento; el hambre, por ejemplo, nos hace vivos; el peligro nos mantiene despiertos.

Digamos finalmente que los momentos difíciles nos ayudan a crecer en amor y compasión;  incluso en capacidad de renuncia, porque cada vez vemos con mayor claridad las limitaciones de los proyectos mundanos y desarrollamos una visión más prosaica acerca del devenir de los días, y una sabiduría más realista que nos empodera para adueñarnos más certeramente de nuestra propia felicidad a pesar de los problemas.

Hay muchas oportunidades para crecer en situaciones difíciles. Y aunque no debemos buscar la adversidad es importante aprovecharla y no padecerla con resentimiento, porque todo lo que hagamos con hostilidad hacia ella la hará más dañina y perniciosa.

4. Sé consicente de que la adversidad es necesaria

“De la misma manera que un mendigo no es un obstáculo para la generosidad, tampoco una persona irritante es un obstáculo para la paciencia” (Dalai Lama); quien nos irrita nos está fortaleciendo, nos está permitiendo desarrollar paciencia. Sin esa persona no aprenderíamos esa virtud. Rodeados de personas dulces, sonrientes, no podríamos ser pacientes, que es una cualidad indispensable para ser feliz. Así que debes pensar que Dios pone en tu camino las circunsaatncias y las personas que necesitas par crecer.

Si no desarrollas la capacidad de tolerar a las personas irritantes y agresivas, no vas a tener paciencia para superar las incomodidades de tu propio desarrollo interior; y tampoco vas a desarrollar la gran paciencia que pide tolerar la verdad última que es Dios. Esa gran paciencia no es sino la capacidad de aceptar con paz la voluntad divina en cada momento de la vida. La adversidad genera paciencia, la paciencia virtud probada, y la virtud probada esperanza. (cf Rm 5,3-5).

Abril 2024
Casto Acedo 

miércoles, 3 de abril de 2024

6.3 Plantar semillas de bondad


"Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será la palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo" (Is 55,10-11).
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Hemos repetido ya en temas o discursos anteriores que todos queremos ser felices, que la búsqueda de la felicidad es un rasgo común a todo ser humano. Compartimos con todos el anhelo de felicidad, e intuimos que ese anhelo está íntimamente ligado al amor bondadoso y a la práctica del mismo.

"Obras son amores y no buenas razones”, dice un conocido refrán que viene a sentenciar que una vida feliz se ha sustentar sobre los pilares de una buena práctica amorosa. Y si admitimos que “quien siembra viento cosecha tempestades” y si aceptamos que “donde no hay amor pon amor y sacarás amor” (San Juan de la Cruz), está claro que el crecimiento del amor y la bondad dependen de la siembra. Las acciones virtuosas producen bienestar, las que se inspiran en motivaciones egoístas o en estados aflictivos como la ira, el orgullo o la envidia conducen al malestar y al sufrimiento.

Si todo lo que hacemos influye para bien o para mal en nosotros y en el mundo la conclusión para el tema del amor que nos ocupa es clara: todas nuestras acciones deberían ser positivas, estar motivadas por un deseo de felicidad y de bienestar para todos. Todo aquello que hagamos va a marcar el futuro de nuestra vida y, por supuesto,  el futuro mismo de nuestra sociedad.

Un crecimiento lento pero imparable

Una obra buena es algo maravilloso, pero es sólo una semilla, algo pequeño, es el comienzo de la vida, un inicio pequeñito del que se espera que llegue a crecer, a florecer y a fructificar. Lo sembrado  no va a hacerse un árbol grande de un día para otro. Todo tiene su ritmo, y cuando quieres forzar el ritmo de la realidad no aceptándo su dinámica natural  no consigues nada bueno, sólo impaciencia. Acepta esto. «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega» (Mc 4,26-29). Esta parábola ilustra lo que pretendo decir.

Aunque todas las acciones buenas tienen efectos buenos no siempre se produce ese efecto tan pronto como uno quiere, espera o imagina. En la “cultura de la rapidación” queremos resultados ¡ya!, y eso genera impaciencia y en la mayoría de los casos abandono de la tarea de sembrar el bien porque no se ven los frutos inmediatos.

La vida no va a  cambiar radicalmente de un día para otro porque dediques un tiempo al silencio y a la meditación. Los tiempos de Dios no son nuestros tiempos; sus planes no son los nuestros (cf Is 55,8).  Cuando pretendemos marcar las horas y los tiempos para alcanzar unos objetivos imaginarios, y normalmente egoístas, caemos en la mentalidad mundana fiada a su pretendido poder y a sus cálculos interesados.  

“Se parece el Reino de los cielos a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas” (Mt 13,31-32). La semilla del Reino, semilla de amor y bondad, es normalmente lenta, y además  humilde, pequeña como un grano de mostaza. Discreto, constante y paciente es el devenir del Reino de Dios.


Renunciar al crecimiento espectacular

Todos hemos conocido personas, grupos, instituciones, que han disfrutado un tiempo de crecimiento espectacular. Son muchos los que se admiran de ellos, cantan sus grandezas, quedan deslumbrados por su éxito. ¡Cuántas cosas en tan poco tiempo! En poco tiempo han crecido en expansión, en grandes y vistosas obras, y sobre todo en fortuna, prestigio y poder. Todos alaban su suerte y la suerte de ver tanto en tan poco tiempo.

No obstante, sabemos que lo que crece tan rápido suele carecer de la madurez que se aprende y adquiere en el caminar día a día. Porque el primer paso que ha de dar la semilla del Reino que se planta ha de ser muy distinto al de la explosión espectacular: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo” (Jn 12,23); el primer paso es morir, desaparecer, sin este anonadamiento lento y oscuro, sin esta noche, no es posible una cosecha digna de Dios. Cuando el ego se niega a pudrirse en el surco de la humildad lo que genera  no son preciosos granos sino cizaña mentirosa; parece trigo, pero no lo es.

Para crecer lo primero es menguar, soltar, desaparecer: “Quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros” (Mc 10,29-31). No es que debamos renunciar a hacer grandes cosas sino que conviene comenzar a construir desde lo oculto y aparentemente insignificante, desde la humildad, para que se vea que la cosa es de Dios y no de los hombres.

Cultivar el propio huerto

Se ha de comenzar cultivando en terreno pequeño. ¿Qué te parece empezar por cultivarte tú mismo? En vez de conquistar el mundo ¿por qué no te dedicas a conquistarte a ti procurando cambios internos, plantando semillas de bondad dentro de ti, identificando y arrancando cizañas que han arraigado en tu alma y permitiendo que el Reino florezca en tu interior?. Es muy importante esto, porque si esperas de golpe grandes éxitos, si tienes expectativas poco realistas acerca del cambio que debería producirse en tu persona y a tu alrededor con, por eujemplo, tus treinta minutos de silencio y meditación, caes en las redes del mundo, es decir, te vas a dar por vencido en tu propósito al ver que tus expectativas no se cumplen. ¿Por qué te decepcionas? Porque en esos objetivos que esperas alcanzar se esconde el deseo mundano de sobresalir y de lograr satisfacción por tus meritos. 

Primero quita la viga de tu ojo; luego podrás ayudar a otros a quitar las motas que  pudieran tener en los suyos (cf Mt 7,3-5). El amor bien entendido comienza por uno mismo, decimos. Algo de esto pretendo decir. No dejarte llevar ni por la mundanidad espiritual que busca imponer al mundo sus criterios espiritualistas con deseo de dominio, poder y gloria propios, ni por la espiritualidad mundana que se mueve en los parámetros de la moda espiritual aspirando a extrañas experiencias místicas que satisfagan la ambición espiritual. No busques premios por tu virtud, la virtud genuina es ella misma el premio.


Sembrar discretas semillas de bondad

¡Qué hermosa es la parábola del sembrador! Puedes contemplar en ella a Cristo sembrando la Palabra que arraiga en la tierra de la humanidad (cf Mt 13,3-23).Es una parábola que invita a la escucha y también a la acción, a ser sembradores de las semillas del Reino, sembradores de pequeños granos de paz, de justicia, de compasión, ternura, bondad...

Y la siembra se ha de hacer con discreción y concreción, es decir, sin artificios espectaculares y con gestos concretos. Aprovecharé para hablar bien de las bondades del prójimo, para estar más atento a mi cónyuge o mis hijos, para sonreír a quien me parece antipático, para defender siempre lo justo en debates y situaciones de desigualdad;  estaré pendiente de quien necesite de mí un gesto o una palabra de aliento, ... pequeñas semillas que con el tiempo arraigan con fuerza y se hacen árboles grandes.

Deja de esperar una cosecha o un cambio grandioso o milagroso y ponte a trabajar en tu pequeño huerto. Los milagros, más que esperarse, se hacen. Es nefasta la actitud que tiende a estar pasivamente a la espera de que algo o alguien cambie el mundo exterior. La esperanza cristiana no es un futurible sino el motor presente que no defrauda cuando se pone en marcha haciendo frente a las dificultades (cf Rom 5,2-5).

Te lo repito: procura sembrar el bien a tu alrededor. Realiza obras buenas en calidad y en cantidad; sé más amable, más cuidadoso, más atento con quienes pasan a tu lado. Y no lo hagas por interés, para conseguir algo concreto, no ames para alcanzar objetivos que satisfagan tu ego, sino por el convencimiento interno de que la siembra de semillas de bondad es esencial a tu “ser humano”. Ser virtuoso es la mejor opción de vida. ¿Qué otro sentido tiene vivir sino darte y regalarte en gratuidad? El amor y la bondad son la mejor opción, “porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí (por el Reino de la compasión, la bondad y de la paz, por Jesús) , la encontrará”. (Mt 16,25).

Al hacer lo que debes sin vanagloriarte por ello te libras de caer en las cadenas de la mundanidad. No consideres que realizas algo grandioso viviendo en la virtud; cuando practicas la bondad y el amor no haces nada extraordinario. ¿Has oído hablar de algún santo que presuma de sus obras? No. Se ven a sí mismos en la palabra evangélica: "Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer"  (Lc 17,10). Así las “semillas de bondad” que sembramos han de ser puras, libres de intereses, de gratuidad total. Es la semilla del Reino; ¿acaso se buscó Jesús a sí mismo en sus obras? No. buscó sólo la gloria del Padre.

Concluyendo 

Pregúntate:  ¿por qué y para qué haces las cosas?; ¿qué recompensa esperas al procurar una vida virtuosa?; ¿hasta qué punto “hacer el bien” es para ti una opción y no un imperativo? ¿aún no has comprendido que la virtud lleva implícito el premio?.  Poner amor en el mundo no debería ser para ti un mandamiento sino una necesidad. 

Confía en que ninguna obra buena cae en saco roto. Como reza el texto que encabeza este post, la "palabra" (Cristo, el amor) que se planta en la historia, las "semillas blancas", siempre fructifican. La semilla, dice Dios, "no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo". El deseo y el encargo de Dios, no el tuyo. Tarde o temprano las obras de bondad y amor acaban  dando semillas nuevas que alegran al sembrador y dan pan a quienes lo necesitan. 

Dedica tiempo, pues, a plantar éstas semillas en tu vida cotidiana. Es una decisión importante y una gran obra. A veces nos preguntamos qué podemos hacer para mejorar el mundo, y la respuesta es bien simple: siembra "paz y bien" en tu entorno ; es lo más eficaz que puedes  hacer en favor de la paz, la justicia y el desarrollo del mundo. El bien y la paz, más que un deseo es una realidad al alcance de tu mano; sólo tienes que creer en el poder de las "semillas blancas".

Así continúa en el libro de Isaías  el texto que abría este post: 
"Saldréis con alegría, os llevarán seguros; montes y colinas romperán a cantar ante vosotros, aplaudirán los árboles del campo. En vez de espinos, crecerá el ciprés; en vez de ortigas, el arrayán; serán el renombre del Señor y monumento perpetuo imperecedero" (Is 55,12-13).

Alegría, cantos, aplausos, flores y frutos, primavera... son la cosecha de las semillas de amor y bondad que siembras. 

Abril 2024

Casto Acedo