Tienes en este tema unas ideas que complementan de forma realista la práctica del amor bondadoso, ya sea cultivando una conducta correcta o aprendiendo a ver la dificultad más desde la oportunidad que desde la queja.
1. No cargues a otro con lo tuyo
El amor bondadoso tiene su propia ética, que es altruista, y si traicionamos sus principios traicionamos el propio crecimiento espiritual, que irremediablemente se va a deteriorar. Con el estudio y el ejercicio de la meditación puede que estemos cavando un hoyo con una cuchara; pero si nuestra conducta no acompaña es como si echáramos tierra con una pala al mismo hoyo. Importa mucho por tanto que lo que la meditación o el silencio que practicamos diariamente en el cojín, el banquito o la silla no sea neutralizado por una conducta contradictoria. Es importante revisar la vida cotidiana para armonizarla con lo que oramos.
A este respecto podríamos comenzar preguntándonos si somos personas responsables o si huimos de nuestros deberes cargando sobre los hombros de otros los trabajos que nos corresponden simplemente para aliviarnos de la carga.
Me explico: Es muy tentador, cuando adquirimos cierto prestigio, o cuando ocupamos un cargo de mando, como puede ser el de padre o madre, profesor, párroco o maestro espiritual, dejar de hacer las tareas más humildes y pasarlas a las personas que están bajo nuestra autoridad o mando.
A los varones nos suele ocurrir con las tareas domésticas; cargamos las tareas menos agradables -limpieza del hogar, cambiar pañales, poner la mesa, hacer camas, fregar la loza, lavar y tender la ropa- a quienes consciente o inconscientemente consideramos que les corresponde hacerlo. A veces incluso convencidos de que es lo que les agrada. ¿Por qué han de ser las tareas domésticas sólo para mujeres y niñas? Las cosas están cambiando, pero despacio, por más que creamos que se han dado grandes avances en esto. Un aviso para varones: mira cómo andas en esto.
Los párrocos tienden a cargar sobre la espalda de catequistas u otros colaboradores las labores parroquiales de menos prestigio, las que resultan menos relevantes y por ello menos deseables o son aburridas y monótonas.
Esa tendencia a quitarte de en medio en las tareas que te igualan al montón o que te parecen un poco humillantes, no es muy correcta, y quien busca la perfección espiritual debería tomar nota de ello. Todos somos responsable de todas las tareas que nos afectan. Escurrir el bulto cuando el trabajo que tengo por delante no es de mi agrado es faltar al amor bondadoso.
No digamos cuando ese trabajo es peligroso; por ejemplo, durante la pasada pandemia pudimos comprobaar que, sin detrimento del trabajo encomiable de gran parte del personal sanitario, también hubo quienes aprovecharon para quitarse de en medio buscando excusas o dándose fraudulentamente de baja laboral para no asumir su responsabilidad en situaciones de riesgo.
El testimonio de servicio de la persona espiritual en el trabajo y la vida social ha de ser en esto de total disponibilidad para asumir los deberes que parecen menos apetecibles o más pesados, especialmente cuando se tienen capacidades físicas y técnicas suficientes para ello.
Y también se ha de abrir este criterio a la hora de repartir tareas a las personas más preferidas por cada cual (hijos, esposo o esposa, amigos). ¿Es justo favorecer a los familiares y amigos y, contra todo criterio de justicia, permitir que otros hagan las tareas que no deseo para los míos?. Quien, por ejemplo, teniendo un negocio familiar carga conscientemente sobre el asalariado las tareas menos gratas que pudieran realizar también los miembros de la familia no se mueve precisamente por amor, más bien se muestra contrario al amor bondadoso y a la ecuanimidad que debe definir la conducta del buen espiritual.
2. Pase lo que pase, procura ganar siempre
Ocurra lo que ocurra tienes que ganar. No hablamos del éxito en una competición; no se trata de ganar ningún trofeo o título sino de crecer interiormente. Suceda lo que suceda en tu vida, ya sea bueno o malo, justo o injusto, gozoso o doloroso, saca de ello una ventaja, un plus de desarrollo espiritual. Si ocurre algo que favorece tus expectativas y alegra tu corazón, has de salir ganando con ello; si pasa algo desagradable, ruinoso, adverso, también deberías ganar. Pase lo que pase, todo tiene un valor que está ahí, en el hecho mismo, y aprovecharlo va a depender de la percepción que tengas de las cosas. Para ganar siempre lo único que se requiere es la creatividad de una mente abierta y capaz de extraer algo positivo de lo aparentemente negativo.
Es fácil sacar valor de lo que me favorece. Aunque no siempre. Pero, ¿cómo sacar valor de lo adverso? En primer lugar no mires en la adversidad las intenciones de los demás. Cuando aparecen los problemas no te obsesiones por las posibles intenciones de los demás (también de las intenciones divinas) y procura extraer de las experiencias de la vida, sean positivas o negativas, algo válido para ti.
Para ello fíjate sólo en lo que ocurre, dejando a un lado cualquier supuesta intención ajena que te puede llevar a quedarte sólo en la crítica y en la queja.
Solemos interpretar la adversidad como algo que se da cuando otra persona voluntariamente nos está creando problemas, o cuando el ambiente exterior no acompaña, cuando hay guerra o el clima es malo, o cuando suceden desastres naturales, etc. Esa costumbre de echar las culpas de todos nuestros males a causas externas frena mucho el desarrollo espiritual. Al atribuir a otros la causa de nuestros problemas nos desactivamos para solucionarlos.
Despreocúpate, pues, de lo que hace o no hace el otro, deja a un lado la intención que tenga, el cariño u odio con que actúa: enfócate en aquello que te está pasando y trata de sacar valor de ahí. Y por valor entendemos dos cosas: sabiduría y virtud.
Con la sabiduría aprendes cuál es la causa del daño,y por qué a ti te afecta aquello cuando a otros que viven lo mismo no les afecta. Una cosa es saber qué te está causando daño y otra es conocer las causas o condiciones que producen este daño. Mucho de esto último está en ti. Has de aprender aquello de que "dos no pelean si uno no quiere" y del mismo modo la adversidad no te daña si optas por considerarla amiga. Puedes aprender de tu propia historia para no repetirla.
Por otra parte, la adversidad ayuda a desarrollar la sabiduría de la humildad, la aceptación de las propias limitaciones. Cuando las cosas van bien tendemos a permanecer sedados, ricamente sobrevalorados en nuestras posibilidades, adormecidos en nuestra comodidad. La adversidad tiene la capacidad de despertarnos a la realidad. Y también de ayudarnos a comprender la interdependencia de las cosas, a darnos cuenta de que en la adversidad hay muchos factores en juego y nuestra participación es una de las claves determinantes de la misma.
Sobre la virtud decier que tenemos en la adversidad muchas oportunidades para el desarrollo de una personalidad virtuosa. Las situaciones difíciles o catastróficas nos ayudan a ser más generosos, más proactivos, más empáticos y solidarios. Son muchos los sociólogos que corroboran esto. Ver a personas cercanas en dificultad desarrolla en nosotros cualidades como la compasión y el amor. Nos ayudan también a ser más éticos, porque reconocemos en el dolor y el sufrimiento que causan, las consecuencias de las acciones negativas que realizamos.
La adversidad nos ayuda, como ya vimos ampliamente en otro tema, a cultivar la paciencia, a crecer en aceptación y así poder estar en paz por dentro independientemente del caos que existe afuera.
3. Adversidad, entusiásmo, atención y compasión
También es importante saber que la adversidad ayuda a desarrollar entusiasmo. Eso sí, no es lo mismo el entusiasmo que surge de un día claro y soleado que el que tiene su origen cuando el barro llega hasta las rodillas.
El entusiasmo o fortaleza que crece a la sombra de situaciones dolorosas o penosas, de fracasos o tragedias, no sólo sirve para superar un momento puntual sino que fortalece para siempre. Cambia nuestro sistema inmunológico espiritual. A partir de ahí podemos tener la certeza de que superaremos con éxito dificultades futuras. Es este un entusiasmo que surge del corazón, de la voluntad que ha sido probada y ha respondido ya antes con fuerza; nada tiene que ver con el entusiasmo ambiental que se deja llevar por la euforia del momento; es mucho más genuino el entusiasmo forjado en la adversidad ("¡yo puedo con esto!"), es más válido, más hondo.
Además de entusiasmo la adversidad desarrolla la atención. Cuando vienen dificultades estamos muy presentes.muy atentos a lo que acontece en el momento; el hambre, por ejemplo, nos hace vivos; el peligro nos mantiene despiertos.
Digamos finalmente que los momentos difíciles nos ayudan a crecer en amor y compasión; incluso en capacidad de renuncia, porque cada vez vemos con mayor claridad las limitaciones de los proyectos mundanos y desarrollamos una visión más prosaica acerca del devenir de los días, y una sabiduría más realista que nos empodera para adueñarnos más certeramente de nuestra propia felicidad a pesar de los problemas.
Hay muchas oportunidades para crecer en situaciones difíciles. Y aunque no debemos buscar la adversidad es importante aprovecharla y no padecerla con resentimiento, porque todo lo que hagamos con hostilidad hacia ella la hará más dañina y perniciosa.
4. Sé consicente de que la adversidad es necesaria
“De la misma manera que un mendigo no es un obstáculo para la generosidad, tampoco una persona irritante es un obstáculo para la paciencia” (Dalai Lama); quien nos irrita nos está fortaleciendo, nos está permitiendo desarrollar paciencia. Sin esa persona no aprenderíamos esa virtud. Rodeados de personas dulces, sonrientes, no podríamos ser pacientes, que es una cualidad indispensable para ser feliz. Así que debes pensar que Dios pone en tu camino las circunsaatncias y las personas que necesitas par crecer.
Si no desarrollas la capacidad de tolerar a las personas irritantes y agresivas, no vas a tener paciencia para superar las incomodidades de tu propio desarrollo interior; y tampoco vas a desarrollar la gran paciencia que pide tolerar la verdad última que es Dios. Esa gran paciencia no es sino la capacidad de aceptar con paz la voluntad divina en cada momento de la vida. La adversidad genera paciencia, la paciencia virtud probada, y la virtud probada esperanza. (cf Rm 5,3-5).
Abril 2024
Casto Acedo
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