martes, 12 de noviembre de 2024

3.6 Extrañar, síntoma de dependencia. Consejos prácticos (IV)

El tema que exponemos como “extrañar” es un poco conflictivo. ¿Porqué? Porque nos toca y nos desnuda a todos y si somos críticos nos hace ver una realidad muy íntima y normalizada que no es tan positiva como aparenta ser. Aceptar que “extrañar” a alguien puede tener mucho de anomalía espiritual no es fácil de entender. Y, por supuesto, el tema admite matizaciones importantes. No somos robots y tenemos sentimientos.

Extrañar

¿No es normal sentir celos de tu pareja cuando presta excesiva atención a otra persona y ves en peligro tu relación? ¿Acaso es inapropiado “echar de menos” a una persona querida que ha fallecido? La partida a tierras lejanas de un buen amigo o amiga, ¿no merece un "sentimiento de falta o extrañamiento”?

Extrañar nos parece algo aceptable. Hasta tal punto lo hemos normalizado que ha pasado a formar parte de nuestra cultura; es una enfermedad espiritual tan extendida que ni siquiera nos planteamos que pueda dañar o ser contagiosa. La aceptamos como parte de nuestro día a día, algo natural que asume todo el mundo, como los ácaros, esos bichitos prácticamente invisibles que están en la piel, en los colchones, en las sábanas, ... y no hay ninguna campaña en contra de ellos; es algo que está tan presente que forma parte de la normalidad. Pero si lo consideramos en profundidad no lo es; veamos por qué.

Lo primero que hay que decir es que extrañar es síntoma de dependencia, aunque si consultas a la comunidad científica que se ocupa de estos temas, los psicólogos, te van a decir que el extrañamiento es señal de que realmente hay afecto, que realmente existe un vínculo cercano con la persona que se extraña. 

Apoyado en ese afecto que profesas a tu amigo, a tu madre o a tu pareja, puede que tú exijas o ellos te exijan algo: “¡Demuéstrame que me quieres, dime cuanto me echas de menos cuando no estoy!”. En una relación así se dan dos factores que revelan que echar de menos a alguien puede no ser tan excelente como parece. Lo primero es que la afectividad focalizada en una persona  suele exigir a ésta que muestre una y otra vez “lo exclusivo que soy para ti”, o la domina dándole a entender “¡cuánto te hago falta!”. Medir el amor por lo exclusivo (amor excluyente) ya es algo contradictorio; medir el amor por “la falta que me haces” es patético.

Date cuenta de que en la medida en que extrañas a una persona, en esa misma medida dejas ver que estás aferrado a ella, y que por tanto tu amor no es tan puro como crees. Me refiero al hecho de “extrañar a personas a las que queremos”, si ampliamos el campo y hablamos de "cosas que tenemos" parece que cuesta menos entender esto del aferramiento.

En muchas ocasiones solemos tratar a las personas como cosas, y por eso las extrañamos, porque las consideramos como tales. ¿No tienen aquí su raíz los ataques de celos? ¿Se sufre por extrañar a la otra persona o se sufre por egoísmo posesivo, por deseo de posesión frustrado? ¿No dices que amas a la otra persona? Dale libertad para buscar la felicidad.

Está claro que extrañar a una persona es signo de que la relación con ella se asienta en una necesidad personal con toques egoísta. No es una relación cuya fuerza esté en atender al interés, las necesidades o la felicidad del otro o la otra, sino en la necesidad de ser atendido por ellos. Es el interés de mi ego el que da lugar a que cuando me falta esa persona, o cuando no me presta atención, o cuando no me mima, me sienta hueco, vacío, carente de algo. Y esto, aunque cueste aceptarlo, es una luz roja, una señal evidente de que no hay amor sino apego y dependencia. Lo que busco en la otra persona es una muleta, un bastón. Si cuando me falta ese bastón mis andares se resienten, si cojeo, camino más lento o me tambaleo, es que tengo una dependencia que sanar.

Las personas no deberían ser bastones o muletas para nadie. Es decir, no deberíamos sentir emocionalmente su ausencia como un daño o falta irreparable; esa partida debería ser más bien una oportunidad de crecimiento espiritual, de reafirmación en una fe que no se apoya en dependencias humanas de ningún tipo, en una esperanza que prescinde de soportes mundanos y en un amor universal que no excluye ni tiene preferencias por nadie.

Duro ¿verdad? La pregunta ahora es: ¿no es bueno sentir la pérdida de grandes líderes sociales o santos, como Madre Teresa de Calcuta, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga, etc., que inspiran grandes valores; o maestros o maestras más o menos cercanos cuya santidad nos ha inspirado personalmente; o personas cercanas muy queridas que ya no están con nosotros? ¿Es malo extrañar su partida? Damos por supuesto que podemos admirar a esas personas siempre que tal admiración no nos debilite y consideremos su pérdida sencillamente como el no poder recurrir directamente a esas personas ricas en valores que hemos perdido o ha perdido la humanidad. Si su partida nos debilita o hunde en la tristeza es que hay aferramiento; falta una relación de pura inspiración. 

Recordad lo que decía Jesús a los suyos. "Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré." (Jn 16,7). Les dice a los discípulos: yo me voy, pero vosotros vais a crecer, porque el Espíritu que habitará en vosotros y viviréis  no ya desde una influencia exterior sino desde vuestro centro.


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 Dejar algo para tener todo

Debemos, por tanto, “soltar”, liberarnos del apego a cualquier cosa o persona que dificulte nuestro avance espiritual en libertad. Es lo que Jesús propone diciendo que “quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna” (Mc 10, 29-30).

La inclusión de “hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos” nos viene a decir que perdamos el miedo a desapegarnos de aquellos cuya falta nos llevaría a extrañarlos de manera enfermiza. Un desapego que no es falta de amor, sino más bien un acto de amor, porque es un reconocimiento de la libertad con que vivimos nuestras relaciones. El miedo a perder a alguien es fruto de una dependencia;  y a  menudo nos lleva a manipular al ser querido con chantajes emocionales u otros modos para evitar  que nos falten; o al revés, el otro o la otra pueden aprovechar nuestros temores para chantajearnos a nosotros. 

El citado texto de san Marcos además da a entender que romper los lazos afectivos de dependencia de cosas y personas nos hace pasar de uno a cien en libertad y abundancia espiritual, “recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más”; dejas de vivir encerrado en tu identificación con tu amigo o amiga, con tu familia, tu iglesia, tu club, etc., para vivir tu relación con el mundo con un espíritu abierto a todos los seres. Como vivió Jesús; en Él, dice la Sagrada Escritura, se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tito 2,11); en Cristo y por extensión en los que están con Él y son de Él no hay exclusividades. Maestro, sabemos que hablas y enseñas con rectitud y no tienes acepción de personas” (Lc 20,21; cf Rm 2,11). Este es el consejo del Apóstol Santiago: “Hermanos míos, no mezcléis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas” (Sant 2,1).

Ciertamente que en una cultura que se mueve en la exaltación de la afectividad personal esto de vivir con apertura universal en igualdad o equidad para todos no es muy comprendido. Especialmente por los que se ven más afectados cuando dejas de extrañarles y perciben en ello como una especie de rechazo o desprecio hacia ti. No extrañar crea problemas; se recibe “cien veces más, -es cierto, pero- ...con persecuciones”, es decir, con rechazos. 

Recordad lo que le pasó a Jesús cuando, dejando atrás a su familia, comenzó a tratar a todos por igual: “Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí”. (Mc 3,21). Liberarse de ataduras afectivas es algo muy mal visto en un mundo como el nuestro excesivamente centrado en la idolatría de los sentimientos como pieza clave de la felicidad. Pero hemos de aceptar que el Reino de Dios está por encima de particularidades.

Lo que hoy proponemos no es una “desafección de todo”, sino todo lo contrario, una apertura de los afectos del corazón a todos los seres. Es lo que la Iglesia valora cuando propone el seguimiento de Jesús en virginidad o en celibato. Consagrar la propia vida en celibato o virginidad por el Reino de los Cielos (cf Mt 19,12) supone por una parte una renuncia (dejar los afectos particulares), pero al mismo tiempo un enriquecimiento (entregar solemnemente el corazón a Dios, y desde Él a todos los seres).

Quien como cristiano hace voto de virginidad por el Reino de los cielos (Mc 12,30) lo que promete es amar a Dios por encima de todas las criaturas, -con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas (Mc 12,30)- para poder así amar a todos los seres con el corazón y la libertad de Dios, sin ligarse ni excluir a nadie, sin proceder con criterios electivos-selectivos,  sino, por el contrario, amando en particular a quien es menos amable o, de hecho, no es amado. Esto último es lo que solemos llamar “amor preferencial a los más pobres”, no porque sean pobre sino porque están más necesitados de amor.

Y conste que vivir en virginidad consagrada no es vivir en un estado de perfección espiritual superior a los que no hacen el voto. También el matrimonio o la simple vida célibe pueden vivirse en apertura de amor universal. Los monjes o monjas que se consagran a Dios con un voto específico no hacen su promesa para situarse un escalón superior al resto sino como un modo de evangelización, para ser signos escatológicos, es decir, de la perfección de los últimos tiempos (escatología). "Hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos" (Mt 19,12).

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Estamos meditando y conociéndonos, mirando en nuestro interior para pulir el diamante que somos liberándonos de elementos que lo devalúan o empañan. En estos días procura medir tu progreso espiritual fijándote en qué extrañas, qué echas de menos, cuánto extrañas, a quién extrañas; y observa qué parte de ti se debilita cuando extrañas; date cuenta de cuánto tiempo y energías derrochas por tu apego a personas concretas. Lo negativo no es el amor que les tienes sino el apego, el amor posesivo que impide que tu corazón se abra a lo universal, al “amor de Dios”. ¿Entiendes ahora el mandamiento que dice: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”? Como dicen en Centroamérica: ¡primero Dios!; “busca sobre todo el reino de Dios y su justicia (el bien y bienestar de todos los seres); y todo lo demás se te dará por añadidura” (Mt 6,33). Si tienes a Dios ¿extrañarás algo?

Diciembre 2023

Casto Acedo

Radiografía del sufrimiento

Hablamos del sufrimiento como lo opuesto a la felicidad. Y si queremos trabajar en nosotros la compasión no podemos evadir una reflexión sobre el tema, ya que no es propio de un corazón compasivo desatender el sufrimiento. Así pues, detengámonos a reflexionar sobre el tema. Vayamos por partes, señalando primeramente  cuatro raíces del miedo y luego una conclusión breve sobre el amor compasivo que se concreta en "cargar con el sufrimiento" para liberar a quien lo padece.

1. El sufrimiento del  vacío existencial

Señalamos de principio que el sufrimiento tiene en su base el miedo al vacío existencial,  un miedo a perder los apoyos y a caer en el abismo. Esto da lugar al sufrimiento más sutil de todos, un sufrimiento que impregna todo el arco vital. 

Mientras no logremos conectar con nuestra “naturaleza original” en comunión y armonía siempre tendremos un fondo de inquietud, incomodidad y desajuste. La confusión o ignorancia de no saber quienes somos genera incertidumbre; y en nuestros tiempos posmodernos, donde hemos abandonado la idea del “ser” que espiritualmente lo engloba y determina todo (el Ser metafísico, o Dios en sentido religioso) estamos más expuestos que nunca al sufrimiento de no saber quienes somos. 

Cuando Nietzsce proclama "la muerte de Dios" (o la caida del Ser) en sus escritos, da ésta noticia no como una buena nueva liberadora sino como una tragedia. Intuye y profetiza la larga serie y sucesión de rupturas, destrucciones, decadencias y caídas que amenazan a un mundo sin Dios. Por eso el discurso de "el loco", que a pleno día enciende una lámpara y grita en la plaza: «Busco a Dios»,... «¿Dónde está Dios?» ... yo os lo voy a decir. Nosotros lo hemos matado ... vosotros y yo», tiene una segunda parte:

"Qué hemos hecho al liberar esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve? ¿Hacia dónde nos movemos, lejos de todos los soles? ¿No nos estamos cayendo? ¿No vamos dando tumbos hacia atrás, de lado, hacia adelante, hacia todos los lados? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿No vagamos a través de una nada infinita? ¿No sentimos el espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No anochece cada vez más?" (1)

Esta es la realidad del último siglo: hemos quitado a Dios (el Ser que lo engloba todo) de nuestra vida y nos ha quedado el "vacío", la "nada". Lo profetizó F. Nietzsche y en gran medida se ha cumplido. Este filósofo  no es ingenuo y optimista al  respecto; por eso señala la larga serie y sucesión de rupturas, destrucciones, decadencias y caídas que amenazan a un mundo sin Dios. Ahora no nos queda nada (nihilismo), y desde la nada es difícil responder a las grandes preguntas (¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué puedo esperar en el futuro?) cuya respuesta estuvieron siempre colgadas en Dios.

La falta de identidad, la caída en el vacío, da lugar a un sufrimiento que no por indefinido deja de ser real. El primer paso para recuperar un suelo donde pisar con firmeza  pasa por el "conocimiento propio", por el socrático "¡conócete a ti mismo!". La ignorancia del propio ser es el origen de muchos males.

El desconcocimiento de nosotros mismos nos empuja a resolver la inquietud que genera la no-identidad creando un yo-falso (ego) que imaginamos como eterno, independiente, con existencia inherente. Es decir, respondemos al desajuste cristalizando el aspecto subjetivo de la vida, inventando un ego (personaje) al que le damos una existencia, que creemos eterna y no cambia con el tiempo, y con la cual nos idententificamos. 

El cuerpo envejece, sin embargo hay algo en nosotros que no cambia. Poseemos una naturaleza original e inmortal (Alma de Adán) llamada a vivir en comunión con Cristo (nuevo Adán) en la eternidad; el problema está en aprender a reconocer nuestro ser en el ser de Cristo.

Cuando vivimos ajenos a nuestra naturaleza crística (nuestro ser creado a imagen de Dios) tendemos a construirnos un “personaje” en quien ponemos todas nuestras perfecciones y aspiraciones, un falso-yo; eso es el ego que nos hace vivir siempre en la incertidumbre y el miedo a que tal invento o ficción sea eso, algo irreal.  El vacío existencial tiene su origen en la “sombra del ego”, en la sospecha de su no-existencia auténtica. Cuando se vislumbra la falsedad de su ser, cuando sospechamos que no somos el personaje ficticio que nos hemos inventado, cuando descubro que no soy quien creo que soy, cuando vivo situaciones que el ego no puede solucionar o me enfrento a preguntas que no puede responder, se apodera de mí el sufrimiento del vacío existencial.

Caigo en la aflicción, en un abismo tanto más profundo cuanto más alto haya subido con mi castillo de arena. Ni que decir tiene que ésta caída, lejos de ser algo definitivamente dramático y sin remedio, tiene su punto positivo, porque es el primer paso para la búsqueda de nuestra verdadera naturaleza. Son muchos los que testifican que la caída en el abismo fue para ellos es el primer escalón para salir a flote y madurar espiritualmente.

¿Cuáles son los síntomas del vacío existencial? *El aburrimiento, *la soledad que sucede cuando se sueltan los fantasmas a los que se estuvo asido, *el agobio de verse enredado en multitud de sentimientos y pensamientos contradictorios y que no dejan ver claro; *el sentimiento de futilidad, de ser insignificante e irrelevante, *la hiperactividad como intento de compensar con distracciones que alivien el malestar viral,  o *la sombra del ego percibida como vacío amenazante.

Es importante llevar a la meditación (o al análisis posterior al tiempo de silencio) la cuetión acerca de cuál es el proceso que me lleva a sentirme inquieto, incómodo o inseguro. ¿Qué  pensamientos o acciones absurdas e innecesarias descubro en mí como fachadas sin congtenido? ¿A qué drogas recurro para paliar el sufrimiento que me produce el vacío que se esconde tras la máscara de mi ego? ¿Drogas? ¿Consumo? ¿Ruidos? ¿Violencia? 

2. El sufrimiento del cambio

Hay un segundo modo de sufrimiento, el asociado al cambio. Es un hecho que todo a nuestro alrededor fluye, nada permanece, como dijo Heráclito. Nos cuesta aceptar esta realidad de no-permanencia, el hecho de que todo está en movimiento; y sufrimos por ello. ¿Por qué? Porque nos aferramos a una versión de las cosas, congelamos la realidad: nuestra edad, nuestras posesiones, nuestras relaciones, ... y así queremos huir del sufrimiento que anuncia el sunami del tiempo, la ola del cambio que desenmascara nuestras ficciones. 

Se dice que este es un sufrimiento particular de los seres pensantes. No es un sufrimiento que perciben la mayoría de los animales, porque no tienen una mente sofisticada capaz de crear una proyección mental que les lleve a la noción de lo que está pasando, de “quién soy yo” y “cuáles son mis pertenencias”. No tienen expectativas que necesariamente no van a coincidir con los acontecimientos. Y tener expectativas, si las hubiera de hecho, no es nnada negativo, lo malo es cuando nos aferramos a ellas, cuando exigimos cómo ha de ser el futuro. Una  expectativa rígida, tarde o temprano, no va a coincidir con la realidad.

Hay unos principios que deberíamos asumir para aliviar el sufrimiento del cambio: *todo lo que se acumula, ya sea agua, dinero, comida, recursos, etc., tiende finalmente a dispersarse; *todo lo que sube bajará, ya sea una montaña que acabará cediendo a la erosión o una persona cuyo alto estatus descenderá con el tiempo; quien se aferra al estatus sentirá la caída; *todo lo que se agrupa se tiene que separar; además, *las cosas y las personas que quieres tarde o temprano se van, y ¡qué mala suerte! las cosas y las personas que te disgustan se acercan. Somos animales sociales y es importante convivir con personas afines, pero si nos aferramos a esos grupos, a esas familias, clubs, iglesias o amistades, vamos a sufrir la separación. Seamos realistas, estamos de paso por este mundo.

Todo esto no es una invitación a la soledad egoísta, ni a la misantropía insensible y fría, sino un toque de atención acerca de que todo es transitorio en la vida, y, por tanto, apegarse a ello puede ser fuente de sufrimientos.

3. El sufrimiento físico

Es el aspecto más crudo, más simple y más directo, del sufrimiento. Tenemos y somos cuerpo, y nadie se priva de la experiencia del dolor físico en mayor o menor grado. Aunque el origen del sufrimiento físico sea fácilmente explicable (agresión, enfermedad, accidente, etc.), aquí nos adentramos en el tema del sufrimiento en toda su crudeza; podríamos hablar, incluso, del “misterio del mal”,

Si seguimos la secuencia de la parábola de El buen samaritano (Lc 10,30-37),  ante el mal y el sufrimiento que sufre el “hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó”, vemos tres personajes que actúan en ese hecho: Primero está aquel por el que ocurre el mal, ¿quién lo realiza?, ¿un pecador?, ¿lo irracional?, ¿un culpable?, ¿un demonio?... cualquiera de ellos según los casos. De hecho, la parábola deja a los autores en el anonimato. No obstante, hay que decir que señalar un culpable no está mal, siempre que la cuestión de la culpabilidad no ocupe todo el campo de acción y dudas que se abren ante el mal.

Un segundo actor es la víctima inocente de la desgracia, ¿víctima inocente?, ¿alguien que recibe un castigo justo? Tal vez la víctima fue a su vez verdugo sobre el que recae la venganza de  los que le apalean. Inocentye o culpable el sufriente,  se concentra en él la desgracia del mal y en él se libra el combate y se decide la resolución.

Finalmente hay un tercer actor en la parábola, ¿un espectador?, ¿un acusador?, ¿un abogado?,. ¿un salvador?, ¿un prójimo?. ¿un mediador?, ¿Dios? Puede ser cualquiera de ellos. Pero el evangelio deja ver que lo que se espera de ellos es que se conviertan en un adversario del mal, un salvador de la víctima, un “responsable” que asume su carga en la escena.

La pregunta sobre el sufrimiento físico y el mal no tiene en este evangelio una respuesta milagrosa. Lo único que se apunta es a la “responsabilidad” que hace del mal ajeno un mal y un sufrimiento propios y que se intenta erradicar. Ante el mal la respuesta es ser compasivos, sentir el dolor ajeno como propio y tratar de erradicarlo. Es la respuesta de Jesús Crucificado, que no explica el mal sino que actúa compadeciendo; algo que sólo entenderás más tarde (cf Jn 13,7).

Aquí habría de preguntarme hasta qué punto siento el dolor de las víctimas como propio, hasta qué punto, superando dualismos, puedo sentir que mi hermano soy yo; también es bueno analizar mi colaboración directa (acción) o indirecta (omisión) al dolor propio o ajeno; y sentirme “responsable” no sólo del hecho que produce el dolor sino también de la obligación de paliarlo o eliminarlo. La compasión debería ser para mí un modo de ver el mundo y de responder a sus males. 

4. El sufrimiento mental

Señalamos finalmente el sufrimiento fruto de los fantásticos constructos mentales más o menos conscientes. El ego se fabrica un mundo ideal que se ve contestado por la realidad y que acaba dañando su propio ser cuando se percata de su debilidad. Es fácil desde aquí caer en la tristeza y la depresión, estados de ánimo muy relacionados con el “vacío existencial”. La ansiedad y la angustia suelen ser sufrimientos generados por el bloqueo de una mente que se aferra a unos criterios muy solidificados y que no acepta que la realidad es cambiante. Sólo el núcleo del "espíritu" permanece; el cuerpo envejece, los pensamientos, los sentimientos y la voluntad (potencias del alma) evolucionan.

La persona del siglo XXI es muy propensa a idealismos y ensoñaciones, y desde ahí se hace esclavo de la imagen. Pero todo cambia, y aquello que hacemos hoy y es un éxito mañana es un fracaso. Nos pasamos la vida corriendo tras una quimera. Resultado: la permanente insatisfacción. El aumento de bufetes de psicología y de clínicas psiquiátricas nos permiten hacer un balance del sufrimiento mental que lleva sobre los hombros nuestra cultura. 

Sería bueno trabajar por una sana ecología mental que no puede eludir la pregunta acerca de qué palabras o imágenes alimentan nuestra mente. Hay mucha basura contaminante en los medios. Sumergirnos en ella sin criterio es condenarnos al sufrimiento mental. Deberíamos pensar seriamente qué le damos de comer a la mente. El noveno mandamiento del decálogo –“No consentirás pensamientos ni deseos impuros”- quiere ayudarnos a prevenir sufrimientos mentales que suelen acarrear daños psicológicos y físicos.

Importante convencerse de que "yo no soy mis pensamientos"; mi centro vital es de otro orden.

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Amor compasivo

Apuntábamos al principio que el vacío existencial al que nos conduce el sufrimiento puede ser el primer paso para la búsqueda de la sabiduría y la felicidad.

Como cristianos creemos que el sufrimiento y la muerte entran en el mundo a causa del pecado (la invención del ego, el engaño de la mente, la confusión). También decimos creer que Cristo  cargó con nuestros pecados (sufrimientos) haciéndolos suyos, es decir, practicó la “compasión extrema”, el “exceso del amor”, respondiendo así al "exceso del mal". Vivió libre de ego, sustentado en su persona (Hijo de Dios) y huyendo del personaje, como cuando no se deja engañar por el ego (demonio) en el pasaje de las tentaciones del desierto (Mt 4,11) o cuando se aleja de la multitud porque querían hacerlo rey (cf  Jn 6,15).

“Despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos,  ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores;  nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron (Is 53,3-5). Estas palabras proféticas, aplicadas a Jesús, sólo pueden entenderse desde la existencia de un Ser que lo abarque todo y sea capaz de sanar las contradicciones que nos separan y generan sufrimiento en la humanidad. La fe y el acercamiento a Dios, el Ser de todo ser, que trabajamos en el silencio y la meditación, es el único capaz de llenar de luz nuestras vidas evitando el oscuro vacío nihilista.

Deberíamos trabajar nuestro espíritu buscando en él la verdadera naturaleza de nuestro ser personal, que tiene mucho de divino (participamos de la naturaleza divina de Cristo; Jesucristo se encarnó para hacernos "partícipes de su naturelza divina" (2 Pe 1,4).  ¿Quién soy? ¿Por qué vivo? ¿Para qué? El sufrimiento nos lleva a preguntarnos todo ésto. Nosotros,  hemos dicho, hallamos respuesta en Jesucristo, que  no explicó el sufrimiento, pero que asumió el propio y procuró paliar el ajeno. La compasión es la única respuesta que nos dejó para el problema: aproximárse al sufrimiento  y compadecer. "¡Vete y haz tú lo mismo! (cf Lc 10,37)

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NOTA  (1):  NIEZSCHE, F. La Gaya ciencia, "El loco", 125.

Noviembre 2024

C.A.