Hablamos del sufrimiento como lo opuesto a la felicidad. Y si queremos trabajar en nosotros la compasión no podemos evadir una reflexión sobre el tema, ya que no es propio de un corazón compasivo desatender el sufrimiento. Así pues, detengámonos a reflexionar sobre el tema. Vayamos por partes, señalando primeramente cuatro raíces del miedo y luego una conclusión breve sobre el amor compasivo que se concreta en "cargar con el sufrimiento" para liberar a quien lo padece.
1. El sufrimiento del vacío existencial
Señalamos de principio que el sufrimiento tiene en su base el miedo al vacío existencial, un miedo a perder los apoyos y a caer en el abismo. Esto da lugar al sufrimiento más sutil de todos, un sufrimiento que impregna todo el arco vital.
Mientras no logremos conectar con nuestra “naturaleza original” en comunión y armonía siempre tendremos un fondo de inquietud, incomodidad y desajuste. La confusión o ignorancia de no saber quienes somos genera incertidumbre; y en nuestros tiempos posmodernos, donde hemos abandonado la idea del “ser” que espiritualmente lo engloba y determina todo (el Ser metafísico, o Dios en sentido religioso) estamos más expuestos que nunca al sufrimiento de no saber quienes somos.
Cuando Nietzsce proclama "la muerte de Dios" (o la caida del Ser) en sus escritos, da ésta noticia no como una buena nueva liberadora sino como una tragedia. Intuye y profetiza la larga serie y sucesión de rupturas, destrucciones, decadencias y caídas que amenazan a un mundo sin Dios. Por eso el discurso de "el loco", que a pleno día enciende una lámpara y grita en la plaza: «Busco a Dios»,... «¿Dónde está Dios?» ... yo os lo voy a decir. Nosotros lo hemos matado ... vosotros y yo», tiene una segunda parte:
"Qué hemos hecho al liberar esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve? ¿Hacia dónde nos movemos, lejos de todos los soles? ¿No nos estamos cayendo? ¿No vamos dando tumbos hacia atrás, de lado, hacia adelante, hacia todos los lados? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿No vagamos a través de una nada infinita? ¿No sentimos el espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No anochece cada vez más?" (1)
Esta es la realidad del último siglo: hemos quitado a Dios (el Ser que lo engloba todo) de nuestra vida y nos ha quedado el "vacío", la "nada". Lo profetizó F. Nietzsche y en gran medida se ha cumplido. Este filósofo no es ingenuo y optimista al respecto; por eso señala la larga serie y sucesión de rupturas, destrucciones, decadencias y caídas que amenazan a un mundo sin Dios. Ahora no nos queda nada (nihilismo), y desde la nada es difícil responder a las grandes preguntas (¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué puedo esperar en el futuro?) cuya respuesta estuvieron siempre colgadas en Dios.
La falta de identidad, la caída en el vacío, da lugar a un sufrimiento que no por indefinido deja de ser real. El primer paso para recuperar un suelo donde pisar con firmeza pasa por el "conocimiento propio", por el socrático "¡conócete a ti mismo!". La ignorancia del propio ser es el origen de muchos males.
El desconcocimiento de nosotros mismos nos empuja a resolver la inquietud que genera la no-identidad creando un yo-falso (ego) que imaginamos como eterno, independiente, con existencia inherente. Es decir, respondemos al desajuste cristalizando el aspecto subjetivo de la vida, inventando un ego (personaje) al que le damos una existencia, que creemos eterna y no cambia con el tiempo, y con la cual nos idententificamos.
El cuerpo envejece, sin embargo hay algo en nosotros que no cambia. Poseemos una naturaleza
original e inmortal (Alma de Adán) llamada a vivir en comunión con Cristo (nuevo Adán) en la eternidad; el
problema está en aprender a reconocer nuestro ser en el ser de Cristo.
Es importante llevar a la meditación (o al análisis posterior al tiempo de silencio) la cuetión acerca de cuál es el proceso que me lleva a sentirme inquieto, incómodo o inseguro. ¿Qué pensamientos o acciones absurdas e innecesarias descubro en mí como fachadas sin congtenido? ¿A qué drogas recurro para paliar el sufrimiento que me produce el vacío que se esconde tras la máscara de mi ego? ¿Drogas? ¿Consumo? ¿Ruidos? ¿Violencia?
2. El sufrimiento
del cambio
Hay un segundo modo de sufrimiento, el asociado al cambio. Es un hecho que todo a nuestro alrededor fluye, nada permanece, como dijo Heráclito. Nos cuesta aceptar esta realidad de no-permanencia, el hecho de que todo está en movimiento; y sufrimos por ello. ¿Por qué? Porque nos aferramos a una versión de las cosas, congelamos la realidad: nuestra edad, nuestras posesiones, nuestras relaciones, ... y así queremos huir del sufrimiento que anuncia el sunami del tiempo, la ola del cambio que desenmascara nuestras ficciones.
Se dice que este es un sufrimiento particular
de los seres pensantes. No es un sufrimiento que perciben la mayoría de los
animales, porque no tienen una mente sofisticada capaz de crear una proyección
mental que les lleve a la noción de lo que está pasando, de “quién soy yo” y “cuáles
son mis pertenencias”. No tienen expectativas que necesariamente no van a
coincidir con los acontecimientos. Y tener expectativas, si las hubiera de hecho, no es nnada negativo, lo
malo es cuando nos aferramos a ellas, cuando exigimos cómo ha de ser el futuro. Una expectativa rígida,
tarde o temprano, no va a coincidir con la realidad.
Hay unos principios que deberíamos
asumir para aliviar el sufrimiento del cambio: *todo lo que se acumula, ya sea agua,
dinero, comida, recursos, etc., tiende finalmente
a dispersarse; *todo lo que sube bajará, ya sea una montaña que acabará
cediendo a la erosión o una persona cuyo alto estatus descenderá con el tiempo; quien se aferra al estatus sentirá la caída; *todo lo que se agrupa se tiene que separar;
además, *las cosas y las personas que quieres tarde o temprano se van, y ¡qué
mala suerte! las cosas y las personas que te disgustan se acercan. Somos animales
sociales y es importante convivir con personas afines, pero si nos aferramos a
esos grupos, a esas familias, clubs, iglesias o amistades, vamos a sufrir la
separación. Seamos realistas, estamos de paso por este mundo.
Todo esto no es una invitación a la
soledad egoísta, ni a la misantropía insensible y fría, sino un toque de
atención acerca de que todo es transitorio en la vida, y, por tanto, apegarse a
ello puede ser fuente de sufrimientos.
3. El sufrimiento
físico
Es el aspecto más crudo, más simple y más directo, del sufrimiento. Tenemos y somos cuerpo, y nadie se priva de la
experiencia del dolor físico en mayor o menor grado. Aunque el origen del sufrimiento
físico sea fácilmente explicable (agresión, enfermedad, accidente, etc.), aquí nos
adentramos en el tema del sufrimiento en toda su crudeza; podríamos hablar,
incluso, del “misterio del mal”,
Si seguimos la secuencia de la
parábola de El buen samaritano (Lc 10,30-37), ante el mal y el sufrimiento que sufre el “hombre
que bajaba de Jerusalén a Jericó”, vemos tres personajes que actúan en ese
hecho: Primero está aquel por el que ocurre el mal, ¿quién lo realiza?, ¿un pecador?,
¿lo irracional?, ¿un culpable?, ¿un demonio?... cualquiera de ellos según los
casos. De hecho, la parábola deja a los autores en el anonimato. No obstante, hay que decir que señalar
un culpable no está mal, siempre que la cuestión de la culpabilidad no ocupe
todo el campo de acción y dudas que se abren ante el mal.
Un segundo actor es la víctima inocente
de la desgracia, ¿víctima inocente?, ¿alguien que recibe un castigo justo? Tal vez la víctima fue a su vez verdugo sobre el que recae la venganza de los que le apalean. Inocentye o culpable el sufriente, se concentra en él la desgracia del mal
y en él se libra el combate y se decide la resolución.
Finalmente hay un tercer actor en la parábola, ¿un espectador?, ¿un
acusador?, ¿un abogado?,. ¿un salvador?, ¿un prójimo?. ¿un mediador?, ¿Dios? Puede
ser cualquiera de ellos. Pero el evangelio deja ver que lo que se espera de ellos
es que se conviertan en un adversario del mal, un salvador de la víctima, un “responsable”
que asume su carga en la escena.
La pregunta sobre el sufrimiento
físico y el mal no tiene en este evangelio una respuesta milagrosa. Lo único que se
apunta es a la “responsabilidad” que hace del mal ajeno un mal y un sufrimiento
propios y que se intenta erradicar. Ante el mal la respuesta es ser compasivos,
sentir el dolor ajeno como propio y tratar de erradicarlo. Es la respuesta de
Jesús Crucificado, que no explica el mal sino que actúa compadeciendo; algo que sólo entenderás más tarde (cf Jn 13,7).
Aquí habría de preguntarme hasta qué punto siento el dolor de las víctimas como propio, hasta qué punto, superando dualismos, puedo sentir que mi hermano soy yo; también es bueno analizar mi colaboración directa (acción) o indirecta (omisión) al dolor propio o ajeno; y sentirme “responsable” no sólo del hecho que produce el dolor sino también de la obligación de paliarlo o eliminarlo. La compasión debería ser para mí un modo de ver el mundo y de responder a sus males.
4. El sufrimiento
mental
* * *
Amor compasivo
Apuntábamos al principio que el
vacío existencial al que nos conduce el sufrimiento puede ser el primer paso
para la búsqueda de la sabiduría y la felicidad.
Como cristianos creemos que el
sufrimiento y la muerte entran en el mundo a causa del pecado (la invención del
ego, el engaño de la mente, la confusión). También decimos creer que Cristo cargó con nuestros pecados (sufrimientos) haciéndolos suyos, es decir, practicó la “compasión extrema”, el “exceso del amor”, respondiendo así al "exceso del
mal". Vivió libre de ego, sustentado en su persona (Hijo de Dios) y huyendo del
personaje, como cuando no se deja engañar por el ego (demonio) en el pasaje de las
tentaciones del desierto (Mt 4,11) o cuando se aleja de la multitud porque querían
hacerlo rey (cf Jn 6,15).
“Despreciado y
evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultaban los rostros,
despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros
dolores; nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus
cicatrices nos curaron (Is 53,3-5). Estas palabras proféticas, aplicadas a
Jesús, sólo pueden entenderse desde la existencia de un Ser que lo abarque todo
y sea capaz de sanar las contradicciones que nos separan y generan sufrimiento
en la humanidad. La fe y el acercamiento a Dios, el Ser de todo ser, que
trabajamos en el silencio y la meditación, es el único capaz de llenar de luz nuestras
vidas evitando el oscuro vacío nihilista.
Deberíamos trabajar nuestro espíritu buscando en él la verdadera naturaleza de nuestro ser personal, que tiene mucho de divino (participamos de la naturaleza divina de Cristo; Jesucristo se encarnó para hacernos "partícipes de su naturelza divina" (2 Pe 1,4). ¿Quién soy? ¿Por qué vivo? ¿Para qué? El sufrimiento nos lleva a preguntarnos todo ésto. Nosotros, hemos dicho, hallamos respuesta en Jesucristo, que no explicó el sufrimiento, pero que asumió el propio y procuró paliar el ajeno. La compasión es la única respuesta que nos dejó para el problema: aproximárse al sufrimiento y compadecer. "¡Vete y haz tú lo mismo! (cf Lc 10,37)
*
NOTA (1): NIEZSCHE, F. La Gaya ciencia, "El loco", 125.
Noviembre 2024
C.A.
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