miércoles, 11 de septiembre de 2024

1.1 Amor bondadoso y compasión


“Sed misericordiosos (compasivos) como vuestro Padre es misericordioso (compasivo). (Lc 6,36).

 

Amor bondadoso y compasión

El agua de la compasión fluye por el canal del amor. Un amor sin compasión está vacío, como un rio sin agua. El curso pasado hemos tratado sobre el amor bondadoso, hemos intentado limpiar el canal por el que fluye la compasión. Esa limpieza incluye la referencia egocéntrica. La compasión exige la eliinaciónn del ego que se niega a ver  el sufriiento del prójimo cuando éste nos puede causar molestias.  

Hemos trabajado el amor bondadoso, que podríamos definir como el deseo de que todos disfruten de la felicidad, un  impulso interior que apunta a querer para todos aquello que yo mismo deseo para mí. Meditar el amor bondadoso pide una mirada interior, contemplar el propio ser como imagen de Dios, como bondad; meditar este amor es  alimentar la llama del corazón de Cristo en mí corazón para desplegar desde ahí el calor y la luz del amor de Dios a todo lo que me rodea, para expandir por el mundo la fragancia del olor de Cristo (cf 2 Cor 2,14-15).Este amor-bondad nace de dentro. de la chispa divina  que late en el corazón (cf Sab 2,2). Me  siento amado y quiero que todos sean felices, 

 El amor compasivo da un paso más y me exige salir de mí mi zona de confort  y meditar sobre el sufrimiento, que puede ser el sufrimiento propio, para amarme compasivamente o el sufrimiento ajeno, para hacerlo mio (com-padecer) y trabajar porque quien lo padece se libere de él.

Con el amor bondadoso no estamos arriesgando mucho; estamos dando felicidad, estamos beneficiando al mundo con nuestro granito de arena (semillas de amor). Pero la compasión añade un plus. Con la compasión salimos de nuestra visión unilateral, salimos de nuestra zona de confort y nos vamos al otro lado, al lado oscuro; nos ponemos ante el dolor, ante el sufrimiento y las causas de los problemas internos y externos  presentes en nosotros y en los demás.

En esta tercera etapa hay que tocar donde duele, donde no nos gusta mirar, el lugar de nuestra vida que no nos gusta visitar y que tratamos de ocultar. No nos gusta reconocer sufrimientos en nosotros, parece que es como aceptar el fracaso de nuestra vida,  ni tampoco nos gusta ver el sufrimiento ajeno, porque la ley de la interdependencia y el sentido de fraternidad universal nos reprocha las actitudes pasivas ante quien reclama nuestra atención. El amor bondadoso queda en evidencia cuando no desemboca en  la acción compasiva.

Gracias a la compasión esperamos alcanzar la plenitud del amor, un amor que se encamina a la unión con Dios y  que sólo se alcanza por las acciones virtuosas (obras de misericordia, actos compasivos). La misericordia, cuando obra por la consideración del sufrimiento ajeno como propio (com-pasión), nos adentra en el ámbito de Dios: “"Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme". (Mt 25,24-36).  


Empatía

El primer paso a dar si deseamos tener un corazón compasivo es el de cultivar sentimientos de empatía o proximidad a los demás cuando consideramos la gravedad de su desdicha. Como hace el samaritano de la parábola de Jesús (Lc 10,25-37), la persona compasiva no pasa de largo ante el abatido, sino que se aproxima; sin cercanía no hay compasión; cuanto más cerca está de una persona que sufre, más insoportable resulta al compasivo verla sufrir y con más urgencia brotaen él el amort compasivo. Y no hablamos solo de una cercanía física, y tampoco emocional, sino a un sentimiento de responsabilidad, de una preocupación sagrada por esa persona.

Es natural a la compasión el considerar que no somos seres aislados, pura individualidad, sino que en gran medida los otros soy yo y yo soy los otros. Una sana empatía (padecer con), contraria a la antipatía (ignorar, no padecer)  lleva al reconocimiento del otro como parte de mi vida. Y así lo es en verdad. Basta abrir los ojos para ver que mi bienestar depende en gran medida del duro trabajo de otros. Mirando alrededor veo que los edificios que habitamos, las carreteras que nos acercan, las ropas que nos abrigan, los alimentos que comemos, y otras muchas ventajas que tenemos, nos vienen por la mano de otros. Nada de todo esto que disfrutamos existiría sin la amabilidad de gente que ni siquiera conocemos. Soy paerte de un todo del que me beneficio.

Contemplar el mundo desde esta perspectiva hace que crezca nuestro aprecio y con él nuestra empatía hacia los demás seres humanos y hacia la creación toda. Es bueno reconocer la dependencia material que tenemos unos de otros, y la misma dependecnia que tenemos de los recursos naturales para subsistir,  porque nos ayuda a mirar a los demás con unas lentes libres de egoísmo.  

El simple hecho de reconocer el impacto que los demás causan en mi bienestar debería moverme a amarlos; contemplar cuántos bienes disfruto por el mero hecho de formar partye de un todo es un motivo ya de por sí suficiente para aparcar cualquier visión egoísta del mundo; ver cómo tantas personas me aman y me sirven con su trabajo debería bastar para entender que, siendo sujeto de derechos, lo soy más de deberes, como me dan a entender cuantos me sirvem. Meditar sobre la interdependencia de la humanidad y en qué medida afecta te ayudará a cambiar las actitudes cerradas y egoístas. No esperes que este cambio sea repentino sino progresivo; requiere paciencia y constancia.

Conocer el sufrimiento

La compasión propia emana del conocimiento y reconocimiento del sufrimiento. Primero del sufrimiento propio. En la medida en que pasamos por momentos de soledad, experiencias de sinsentido, abandono o dolor, vamos tomando conciencia del sufrimiento que nos embarga, y eso nos hace más sensibles al dolor de los demás.

Pero ¿cuáles son los sufrimientos más comunes?

1.- Desde luego, el más fácil de reconocer y de empatizar es el que viene asociado a una enfermedad dolorosa o a la pérdida de un ser querido. Hospitales y salas de duelo son lugatres donde fácilmente se palpa el sufrimiento. Desde el prisma de la enfermedad y la mauerte es fácil conocer y ser consciente del propio sufrimiento y por analogía estar abiertos al de los otros.

2.- Sin embargo hay otro tipo de sufrimiento ante el cual  es más difícil sentir compasión. Es el que está oculto en la persona que se sumerge alegremente en situaciones placenteras como es el disfrutar de fama o de riquezas. Ricos y sanos también sufren, aunque aquí estamos ante un tipo diferente de sufrimiento. Me explico: cuando vemos que alguien alcanza éxito mundano la reacción más habitual es la de sentir admiración o incluso envidia por ello, en vez de sentir compasión porque sabemos que esto algún día se acabará y la persona habrá de enfrentarse al disgusto asociado a la pérdida. La fama y la riqueza, como todo aquello hacia lo que sentimos apego, son realidades temporales y portadoras de un placer fugaz que se esfumará para dar paso al sufrimiento.

Jesús se refiere a este tipo de sufrimiento cuando dirige a los ricos lo que se ha dado en llamar  las “malaventuranzas”, aunque yo llamaría a eso “lamentos”:

“¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es le que vuestros padres hacían con los falsos profetas”. (Lc 6,24-26)


Con sus lamentos (ayes) Jesús no está deseando que llegue el momento del dolor para los ricos, los satisfechos y los bien considerados; lo que hace Jesús es lamentarse, compadecerse de ellos, porque su aparente bienestar está vinculado a muchas frustraciones.

Solemos envidiar o admirar, como hemos dicho, a quienes viven subidos a los éxitos mundanos. La razón suele ser porque nosotros mismos somos incapaces de ver el doble filo de los apetitos o apegos a riquezas, posición social o fama. Quien ha alcanzado un cierto nivel espiritual, sin embargo, no siente envidia o admiración por esos éxitos, siente ante todo compasión, porque la sabiduría divina le ha enseñado que la felicidad no está en los deseos mundanos sino en el vacío o desprendimiento de ellos.

No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde estará tu tesoro, allí está tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!”(Mt 6,19-23)

Aquí Jesús no sólo aconseja evitar el sufrimiento huyendo de los bienes perecederos, sino que con un deje de compasión afirma que quienes viven cómodamente apegados o instalados en ellos viven en la ignorancia; tienen enfermo el ojo de la sabiduría divina, lo cual les sumerge en una oscuridad que ellos mismos desconocen. 

 El final de la sentencia es un lamento compasivo: “Si la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!.

3.- Existe también un tercer nivel de sufrimiento aún más profundo y sutil. Éste se origina por el hecho universal de estar predispouestos a emociones, pensamientos y deseos negativos. Se pueden disfrutar grandes ventajas materiales (dinero, poder, consideración social), y sin embargo no ser feliz. El miedo, la envidia, la ambición desmedida, la obsesión por el trabajo y la mala vida (vida no virtuosa) imponen un nivel de sufrimiento tan profundo que conduce a la depresión e invita incluso al suicidio. Es consecuencia del veneno que inyecta en el alma un aferramiento desmedido a este mundo y sus poderes.Puede tenerse todo lo que mundanamente es considerado el no va más, y sin embargo, ser digno de compasión por confundir los cimientos de la vida.

“El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande” (Mt 8,24-26).

La parábola de la casa edificada sobre arena (riquezas, poder, fama y demás apegos) comparada con la edificada sobre roca (Verdad, Bondad, Virtudes), nos puede ayudar a  reconocer en la interioridad propia o ajena un sufrimiento que no tiene su raíz en la enfermedad, tampoco en el duelo por una pérdida; ni siquiera en la inestabilidad de vivir en los apegos materiales; en este caso se trata de un sufrimiento enraizado en la misma naturaleza humana que entroniza al ego y sus deseos y caprichos dando de lado a la vida correcta.

Hay una vida interior que cuidar si queremos ser felices. Esa vida es un espacio para Dios. Podemos llenarla de pensamientos, sentimientos o deseos según criterios, gustos o ambiciones personales. Cuando se hace así se corre el riesgo del sufrimiento y el sinsentido. Nada  que no sea vaciar la conciencia (el corazón) de todo apego para dejar su espacio a Dios puede satisfacer plenamente.

Al reconocimiento de este tercer nivel de sufrimiento le sigue una compasión que ha de trabajarse sobre todo en la meditación y la vida contemplativa. Se trata de esforzarse por conectar con la fuente de la vida (oración centrante), compadeciéndose uno mismo por el dominio que ejercen en la propia persona ideas, emociones e impulsos que no congenian con la naturaleza humana y nunca pueden facilitar la verdadera felicidad. Y esta compasión hacia uno mismo se verá reforzada si se hace extensiva a otros, llevándoles la luz de la Palabra para  que ilumine también su conciencia y pueda liberarles del sufrimiento implícito cuando se vive en desconexión con la propia interioridad (alma).

Septiembre 2024

Casto Acedo

No hay comentarios:

Publicar un comentario