sábado, 24 de febrero de 2024

5.3 Amar con el cuerpo, la palabra y la mente.

 Un tema más de la serie sobre el amor. Es sencillo decentender. Invita a tomar en serio el amor desde el nivel físico, mental y espiritual,  todo junto y unido.  Espero que os ilumine en el conocimiento y la práctica de esta virtud esencial.



“Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” (Mc 12,28-30; cf Dt 4,5). 

Todos hemos escuchado alguna vez este mandamiento propio del Antiguo Testamento y que el Nuevo recoge en boca de Jesús. Aunque solemos fijarnos más en lo que sigue al texto transcrito: "El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos". (v 31). La fijación en el segundo mandamiento hace que pasemos de puntillas sobre lo que se dice  acerca de la calidad del mandamiento: que el amor se ejercite “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”, exigencia que parece sólo aplicable al primero (amarás a Dios), pero que también debe decirse del segundo (amarás a tu prójimo),

Detengámonos en la cualidad o cualidades del amor que se citan; amar con todo el corazón (cardia, dice el texto griego, lo más profundo, el espíritu), con toda el alma (psiché, alma sede de los sentimientos), con toda la mente (dianoia, pensamientos), con todo el ser (iskís, fuerza, poder, energía).

El amor ha de ser total, sin divisiones. Se ha de poner al servicio de esta virtud todo lo que forma parte del propio ser. Y para sacar conclusiones prácticas destacamos tres aspectos inseparables del amor: actos, palabras y pensamientos: o desde otra perspectiva:  cuerpo, palabra y mente, elementos inseparables por donde caminar en amor.


Cuerpo

Nuestra cultura, muy sensual y tendente a reducir el amor a su dimensión erótica, sabe que sin encuentro corporal difícilmente se puede expresar el amor, sobre todo en el caso de la pareja.

El cuerpo es el primer medio con el que nos comunicamos. Nuestro cuerpo habla, expresa con gestos no-verbales verdades profundas que captamos al vuelo. De ahí que si queremos amar hemos de prestar mucha atención a nuestro cuerpo; las acciones corporales son verificación del amor; aunque también pueden ser engañosas; para distinguir hay que contar con la intención que mueve a obrar. Pero sea como sea, “obras son amores y no buenas razones”

Amar con el cuerpo supone presencia. La presencia físisa es esencial como testimonio de amor. Me gusta decir que la sola presencia física en las celebraciones eclesiales es una muestra de amor. A veces no hay mejor forma de expresar cariño que haciéndose presente. Cuando participo a la misa del domingo mi estar ya es significativo, ya acompaña, aunque no diga nada.

Lo mismo ocurre cuando simplemente guardamos silencio ante quien vive un sufriiento.  Ante quien está en duelo sobran las palabras; la presencia corporal por sí sola lo dice todo. Y no digamos si a la presencia se le suman gestos como el abrazo, la caricia o la mirada tierna dirigida a quien sufre y necesita ser consolado. La cercanía física es un modo sublime de mostrar amor. De María y las mujeres de la pasión se dice que “estaban de pie” junto a la Cruz. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena” (Jn 19,25). El verbo “estar” (stábat) significa mantenerse en pie, acompañar sin rendirse. Creo que basta este ejemplo para reconocer la importancia de “estar”, de hacerse presente. Deberíamos tener esto en cuenta para corregir la obsesión moderna por la presencia virtual, porque castra un elemento fundamental del lenguaje del amor: el cuerpo visible y palpable.

Amar con el cuerpo es una opción preferencial, cuando no una necesidad. ¿No es un tanto artificial que dos amantes no se acerquen físicamente, no se abracen, no se besen, no unan sus cuerpos expresando el amor mutuo? Sería tan artificial como mantener relaciones online cuando es factible el encuentro directo. 

*Cuida tu cuerpo; sin él no puedes comunicar, no puedes transmitir tu ser a otros. Cuida tu salud con una buena alimentación, ejercicio físico, terapias adecuadas para tus achaques. Valora el potencial de riqueza que tienes al poder expresar físicamente tus emociones, pensamientos y mociones de tu volubtad.  

También es importatne el cuerpo en lo que se refiere a la meditación y contemplación. Una postura adecuada, digna, en quietud física, con las manos elevadas y centradas en el pecho, o bien juntas bajo la barbilla, la cabeza ligeramente inclinada, los ojos suavemente cerrados, la boca esbozando una sonrisa, etc. son una buena plataforma para facilitar la apertura espiritual, para expresar el amor a Dios durante el tiempo de oración. Una postura corporal de atención y escucha dice mucho. Ciertamente el cuerpo tiene mucho que ver y hacer en relación al amor a Dios y al prójimo; pero debe ir unido a otros elementos importantes como son la palabra y la mente.


Palabra

Con la presencia física, e inseparable de ella, ha de ir la palabra. Si a la presencia física y a los gestos le acompañan palabras oportunas, se da un paso más para mostrar y desarrollar la virtud del amor. 

Hay palabras que hieren y palabras que matan, palabras que bendicen y otras que maldicen, palabras oportunas e inoportunas, palabras que enseñan y palabras que confunden... palabras que hieren y palabras que sanan. "Panal de miel las palabras amables, dulces al paladar, remedio para el cuerpo", dice el libro de los Proverbios (16,24)Debes cuidar cuáles son las palabras que debes pronunciar para expresar amor.

Jesús fue un maestro en el uso de la palabra. Hablaba con tanto amor y con tanta verdad que cautivaba a quienes le escuchaban:”Todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca”. (Lc 4,22). Cultivar el lenguaje es una buena forma de amar. Las palabras de amor suelen ser performativas, tienen el poder de crear lo que expresan. Así era de modo admirable en Jesús: "Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma. Los hombres se decían asombrados: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?" (Mt 8, 26-27). La palabra de Jesús es proactiva, obra lo que pronuncia a favor del interlocutor. así es también la palabra que sale de mi boca: "Mi Palabra no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mi encargo" (Is 55,11)

La palabra facilita la relación con Dios. En este sentido es importante la recitación de jaculatorias (mantras) u oraciones que ayudan a interiorizar, que calman el cuerpo y la mente y permiten que el amor fluya en el corazón. No menos que la escucha de la Palabra evangélica; ¿quién no se ha sentido alguna vez tocado por la proclamación de algún texto bíblico? La Palabra se hizo carne y habita entre nosotros (Jn 1,14), y sigue haciéndose carne en quien la escucha, se realiza en él lo que pronuncia (cf Is 55,11). “Una palabra tuya bastará para sanarme” (cf Lc 7.1-10) decimos antes de comulgar.

No cabe duda de que el amor se expande en la palabra. De ahí la importancia de cuidar lo que decimos. En contraste con las palabras de amor que dan vida están las palabras de odio que matan. Por eso unos consejos:

*Cuida de no hablar con dureza de nadie ni a nadie; que tus palabras no sean hirientes; evita la crítica destructiva que no sirve sino para sembrar división y violencia.

*No seas mentiroso. Mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar. Las mentiras pueden causar mucho daño: divisiones, desconfianza entre parejas, familiares, vecinos, ... y causan un tremendo estrés al mentiroso, que se ve obligado a recordar la propia mentira para no poner a la vista su falsedad.  Lo bueno de no mentir es que no tienes que acordarte de nada; la honestidad de vivir en la verdad es el camino del amor.

*No difames con palabras que dividen; no hables de personas que no estén presentes; esto causa deño no sólamente a quien es criticado o sometido al juicio ajeno, también daña a quien juzga, que siempre se queda con un sentimiento de vacío o de falta de honestidad personal.

Medita en el valor de la palabra como plataforma y puente hacia el amor o hacia el odio. Procura amar el silencio; y si has de hablar escucha el consejo del apóstol Pablo. “Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen” (Ef 5,29). Esto es parte de la virtud del amor.


Mente

Entiendo aquí por mente el alma con sus potencias que son pensar, sentir y desear, y también el espíritu, lo más profundo del ser humano, su más preciado tesoro. Podemos también referirnos al corazón, el centro personal, la conciencia de la persona como lugar donde cultivar el amor. “De lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno saca del caudal bueno cosas buenas, pero el hombre malo saca del caudal malo cosas malas” (Mt 12,34-35). La mente, o el corazón, es el tercer elemento que entra en el juego del amor y, no nos engañemos, es el más determinante.

Es conveniente tener una mente aristocrática, que no quiere decir selectiva, sino dedicada a lo mejor; aristócrata significa “el mejor”; la “aristocracia” el gobierno de los mejores. Pues que tu corazón, tu mente, tu conciencia, descubra lo que hoy se suele denominar como “la mejor versión de ti mismo”. Educa (conduce) tu mente para que aprenda a contemplar la virtud del amor como la más sublime de todas. Trabaja  siempre con el deseo de ser el mejor en el arte de amar; ser un aristócrata del amor. 

La mente se disciplina. “No codiciarás”, no desearás con la mente y el corazón los bienes del prójimo; así reza el décimo mandamiento (Ex 20,17). La seducción del mundo puede arrastrar a la mente hacia el abismo y la esclavitud; por eso es buena la meditación como ejercicio que ayuda a controlar la mente, los sentimientos y los deseos a fin de que estén al servicio del amor y no caigan en la esclavitud del egoísmo. Todo lo que se hace o se dice ha sido pensado antes. De ahí la importancia de ir a la raíz, la necesidad de sanar el corazón a fin de que partiendo de la chispa primera de la mente el amor sea completo.

*Cultiva pensamientos positivos. Disciplina tu imaginación y tu mente; no permitas que pensamientos negativos se apoderen de ti y te arrastren al desánimo y la depresión. No dejes hablar al enemigo; haz como Jesús hace con los demonios que se atreven a hablar con Él para embaucarle: "Cállate" (Mc 1,25; Lc 4,35). Con el mal no se dialoga; la mejor forma de vencerlo es no prestarle atención.

¿Cómo trabajar el amor en el corazón o el centro personal? No cabe duda de que aquí entran en juego la escucha en profundidad de la Palabra y la práctica de la meditación que prerpara el terreno para que la Palabra germine y  fructifique en la persona.  Quien llega al centro vive desde el espíritu (nucleo personal), y en el Espíritu (sabiduría de Dios encarnada). Dios es el único capaz de hacernos capaces de amar como Él ama. Contemplar y hacer propio el amor mismo de Dios es el objetivo de la disciplina espirtual. A nosotros sólo nos queda aprehender (ejercitar en la meditación, hacer nuestra) la mirada de Dios sobre lel mundo. 

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Conclusión

Concluyendo. En lo dicho en este tema hemos aprendido que el amor se despliega desde la persona como en tres niveles. Tanto el cuerpo, como la palabra, como la mente, han de estar en armonía con el amor para que éste sea verdadero e íntegro.

Amar sólo con el cuerpo es un imposible; los actos no son los que nos santifican sino la intención con la que actuamos. No nos santifican las obras, y tampoco las posturas oracionales; obrar por ambición no es amar y quedarse en  la palabrería o el postureo de la oración es engañarse. “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos, haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. ... Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame rabbí" (Mt 23,3.5-7). Postureo.

Amar sólo con la lengua es también una falsedad. Como hemos leído de los escribas y los fariseos “ellos dicen y no hacen”. Las bellas palabras suelen ser pretenciosas y engañosas. Los sabios enseñan que sólo debemos hablar “cuando nuestras palabras sean más valiosas que nuestro silencio”. Otra versión más irónica nos dice que “es mejor permanecer callado y ser considerado un tonto que hablar y eliminar toda duda”. Sólo es aconsejable hablar cuando se aporta valor. ¿Y qué le da valor a nuestras palabras? El amor que va en ellas y el bien que lleva a quienes las escuchan.

Pero el mayor mal para el amor viene cuando se vive internamente en confusión. No ama en absoluto quien hace del amor sólo un deseo, una buena intención, un sentimentalismo barato o un juego de palabras encantadoras. Todos creemos y decimos que amamos, pero me temo que pocos saben de veras lo que es amar. Quien se sigue escandalizando del dios crucificado aún no ha entendidon nada, no ha captado que el verdadero amor nace del centro y se expande en palabras y entrega corporal. "Tomad y comed, esto es mi cuerpo" (Mt 26,26).

Tendemos a considerar el amor solamente en uno de los elementos que hemos explicado;  hacemos cosas que creemos que son amor, decimos cosas que enamoran, pensamos cosas buenas sobre el amor. Pero nos falta la armonía del pensar, decir y obrar: pensar lo que digo y hago; decir lo que pienso y obro; obrar lo que pienso y digo. Desde aquí lanzo una invitación a unificar: “un cuerpo, una palabra, una mente” para vivir desde el amor total. 

Un consejo. Unifica tu vida en el amor. Si no lo haces no podrás disfrutar del misterio de la vida, ni del misterio de Dios, que es amor.

Febrero 2024
Casto Acedo

sábado, 10 de febrero de 2024

5. 2 Beneficios de la adversidad

Este tema podría llamarse también Mis enemigos pueden ser mis mejores amigos. Es importante considerar cómo todo lo que nos parece adverso, incluidos los adversarios, pueden jugar un papel positivo en la vida.


Adversidad y humildad

Tratamos en este tema sobre algo tan importante y necesario como  la necesidad de aprender a mirar la adversidad como oportunidad para crecer antes que como desgracia o  castigo divino.

Cuando Jesús invita a su seguimiento no lo hace desde la condideración de hermosos idealismos  sino poniendo al llamado ante su propia realidad: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23). La cruz es el obstáculo que cada día sale al paso del discípulo. Podemos definirla como realidad molesta y adversa si no se sabe mirare en su dimensión espiritual. Forma parte del misterio del mal, que algunos quieren explicar como consecuencia de un castigo divino por el pecado, pero que se puede ver tambien como puente para retornar a la humildad de la naturaleza humana  original.

Tras la caída Adán recibe esta palabra: “Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás.” (Gn 3,19). Muchos llaman a esto “la maldición de Adán”; sin embargo las palabras de Dios aquí no son necesariamente de condena; simplemente constatan un hecho: Adán es tierra después y antes de su rebelión. Ignorando a Dios Adán prefirió sus criterios a los de su Creador, pecó de presunción al considerarse igual a Él. “Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios” (Gn 3,4); con estas palabras le sedujo la serpiente llevándole a considerarse más divino que terrenal. 

Y sin embargo el nombre mismo de adam viene del hebreo adamah, “nacido de la tierra”. Olvidó Adán que era polvo y que su naturaleza espiritual le fue dada por gracia inmerecida. Tal vez con lo de "al polvo volverás" Dios le está revelando a Adán que su vida no estará acabada hasta que vuelva al humus primero, a la humildad de la tierra, reconociendo que si tiene algún valor es porque Dios ha insuflado su Espíritu en la arcilla que su mano moldeó (cf Gn 2,7). Volver a la tierra es abajarse, identificarse como tierra, humillarse. El camino de la restauración espiritual es camino de humildad; y la cruz no es sino la aceptación de esta realidad: soy tierra, nada, vacío, fragilidad. Si tengo algún valor es porque Dios me lo otorga. Cuando vacío mi interioridad de autosuficiencias vuelvo a mi ser original.

Las dificultades que encontramos en la vida nos recuerdan la fragilidad de nuestro ser, nos despiertan a la realidad de lo que somos: débiles vasijas de barro (cf Is 64,8); sólo aceptando esto recuperamos la armonía de nuestro ser divino y vivimos como en el paraíso antes de la caída. Así pues, “volver a la tierra” no es una maldición, y experimentar en la tribulación lo que somos no es una muerte sino una oportunidad, na lección  para aprender a vivir según el espíritu.


Niveles en el modo de afrontar la adversidad

¿Cómo nos relacionamos con la adversidad? ¿Cómo me relaciono con el hecho de que poseo la fragilidad del barro? ¿Cómo trato o afronto mi cruz de cada día? ¿Cómo respondo a las pruebas (tentaciones) del mal? Enumeramos cuatro reacciones que a la postre van a ser cuatro fases que jalonan el crecimiento en el espíritu.

1. Lógicamente, en los inicios de la vida espiritual, que podríamos llamar infancia,  todos rehuimos aquello que nos puede generar sufrimiento; esta es la primera reacción ante las pruebas de la vida. No deseamos en modo alguno que vengan. ¡Ojalá no  experimente nunca la adversidad! Esta es la aspiración primera de prácticamente toda la humanidad. No queremos afrontar situaciones difíciles. Y esto, según en qué momento nos hallemos, puede ser positivo. A ningún niño se le debe obligar a afrontar responsabilidades para las que no está preparado. 

Recuerda como al iniciar nuestro proceso invitábamos a retirarnos a la celda o la cueva y dejar a un lado las relaciones o situaciones que nos desbordan. Se trata de eliminar la posibilidad de conflictos, de evitar situaciones, objetos o personas que podrían generarnos  emociones aflictivas que nos impiden ver con serenidad la realidad que somos y vivimos. Como principio no está mal la retirada a fin de prevenir choques que eviten males mayores. Evitar al adversario no es necesariamente del todo malo o negativo. A veces lo aconseja la prudencia. Es el tiempo de reservarte, de cultivar tu autoestima, de amarte a ti mismo en el buen sentido.

2. Pero ¿no nos estaremos perdiendo la vida al huir de las relaciones complicadas  retirándonos a vivir en solitario? A veces es conveniente el retiro, pero es nocivo si se queda ahí, en la huida. En un segundo momento o nivel, una vez fortalecido el espíritu en la soledad y el silencio, conviene afrontar la adversidad que sale al paso. El niño, poco a poco, ha de ir saliendo de la seguridad del entorno familiar para afrontar el mundo que le rodea. No es bueno, de principio, buscar problemas pero al menos deberíamos resolver los que se presentan. 

En esta segunda fase o grado, que podríamos llamar de adolescencia espiritual,  ha llegado el momento de afrontar los problemas diarios sin rehuirlos, la  hora de procurar que la contrariedad no cause negatividad en mí, sino que sirva, que me sea útil y me ayude a crecer y madurar en el camino. El adolescente ve en los retos un camino de aprendizaje. Aquí se comienza a dar un paso importante; la cruz o adversidad comienza a mirarse como una manera de vivir la realidad y al tiempo como una realidads necesaria para madurar espiritualmente.

En esta etapa de adolescencia el deseo podría expresarse así: ¡Que la adversidad me proporcione un sano desarrollo espiritual! Es tiempo para aprender a vivir la vida llevando con dignidad el trabajo y las responsabilidades familiares y sociales. Se trata de tomar la propia cruz, sabiendo que “no nos ha venido prueba alguna que no sea de medida humana. Dios es fiel, y él no permitirá que seáis probados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la prueba hará que encontréis también el modo de poder soportarla” (1 Cor 10,13).

En esta etapa se crece en la confianza que nos garantiza que podemos pedir a Dios que nos mande lo que sea siempre que con ello nos dé también la fuerza para realizarlo. Así reza una frase atribuida a san Agustín: “¡Dame lo que me pides, y pídeme lo que quieras!”.



3. En el siguiente nivel decimos: ¡No pasaré de largo ante ninguna adversidad! Nos abrimos a la adversidad que sufre la creación entera. El joven se abre al mundo y descubre que no puede dar la espalda al sufrimiento ajeno; se siente interpelado por quienes están siendo  desfavorecidos. Así, en la vida espiritual, llega un momento en que no sólo se está atento a lo que afecta personalmente sino que se abre la mente y se toma conciencia de que hay personas a mi alrededor que sufren adversidad; y con ímpetu juvenil se solidariza con la    humanidad y la creación que sufren violencia. “Toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto” (Rom 8,22). Enfermedades, guerras, falta de recursos materiales y espirituales para una vida digna, deterioro ecológico del planeta, etc. La dinámica de mi crecimiento espiritual en esta etapa no me permite permanecer impasible ni ante los crucificados del mundo ni ante un mundo crucificado por el daño infligido al medio ambiente.

Siguiendo la llamada de mi instinto espiritual me embarco en la tarea de ser parte activa para hacer realidad lo que el papa Francisco llama ecología integral: ambiental, económica y social (cf Laudato Si, 137-162). Salgo al encuentro de la adversidad para allanar lo escabroso y enderezar lo torcido (cf Is 40,1-5; Lc 3,4-6), descubro la dimensión profética de mi vida. Ahora no sólo afronto la adversidad que me sale al paso, también asumo la adversidad ajena y me encarno (compadezco) para cuidarla y sanarla. Es esta tercera  etapa un tiempo para  salir afuera y  dar una respuesta proactiva haciendo la guerra al mal. Aquí se progresa también en calidad espiritual. Ya sabes: siembras amor, cosechas amor.

4. El cuarto nivel es para espíritus muy avanzados. ¿Qué adversidad? ¡No hay adversidad!, expresión que me recuerda a san Pablo: ¿Muerte? No veo la muerte, ha sido absorbida por la victoria de Cristo (cf 1 Cor 15,54-55). El novicio ha llegado a la madurez espiritual. Quien alcanza este grado ya no se ve afectado emocionalmente por los problemas y asume en su interior la realidad de la vida; ha llegado a la meta o está muy cerca de ella.

La comunión con el Cristo interior que habita a quien ha llegado a este nivel le permite andar sobre las aguas tempestuosas que antes amenazaban su paz interior. Contemplación y acción se aúnan. Lo dice Jesús: "A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos" (Mc 16,18). Nada entorpece la marcha de quien vive unido a Cristo. "Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí"  (Gal 2,19-20) “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,38).

El grado de humildad adquirido en esta etapa hace verdaderas e inteligibles en cierto modo  las enigmáticas palabras que san Juan de la Cruz desgrana en su dibujo del Monte: “Paz, gozo, alegría, deleite, sabiduría, justicia, fortaleza, caridad, piedad.... No me da gloria nada... No me da pena nada ... Sólo mora en este monte honra y gloria de Dios.” Cuando el ego desaparece desaparecen con él sus enemigos. Aspirando a esta cima dice Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante todo se pasa, / Dios no se muda, / la paciencia todo lo alcanza,/ quien a Dios tiene / nada le falta/ sólo Dios basta”.

En el estado de madurez espiritual se  vive la humildad perfecta. Se suponen y supern las etapas anteriores. Hay cuidado personal, aceptación de la realidad circundante y preocupación por los que sufren, y a éso se suma una disponibilidad absoluta para el servicio del Reino.  La voluntad propia se ha sometido a Dios; no hago lo que quiero sino lo que Dios quiere; así enro en armonía conmigo, con los demás y con el mundo creado; ya no hay enemigos, porque todo es objeto de mi amor. 

¿Comprendes ahora por qué hemos comenzado este tema hablando de humildad? Quién acepta su condición de “ser polvo”, "tierra", nada, vacío, debilidad absoluta,  no se hunde ante la perspectiva de que la vida le sitúe en el último escalón. En la profundidad de su ser criatura le ha salido al paso Aquel que "se despojó de su rango pasando por uno de tantos" (cf Flp 2 5-11); ahora lo acepta todo con tal que la voluntad de Dios se cumpla en él, como dice la oración Padre, me me pongo en tus manos de Carlos de Foucaul.

Es importante conocer estas etapas, grados o niveles de reacción frente a la "enemiga adversidad" para adquirir una visión general del camino espiritual que seguimos. Nosotros estamos indagando y procurando vivir de momento el segundo nivel, el de adolescentes inseguros que intentan aceptar y afrontar la adversidad que les viene y extraer de esta experiencia la sabiduría necesaria para seguir creciendo.   


Aprender de la adversidad

Hace ya bastantes décadas era muy popular un libro de espiritualidad titulado  El arte de aprovechar nuestras faltas (Joseph Tissot). Se enseña en él que es un arte aprovechar los propios errores; y podríamos añadirle que también es un arte aprovechar la adversidad  haciéndola  tu amiga. Así lo hizo Jesús, amigo de la cruz;  y así lo hizo san Francisco de Asís, que llegó a bendecir a Dios por algo que aparentemente no es por sí digno de ser bendecido: "Bendito seas, Señor, por la hermana muerte". ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo voy a alabar a Dios por las cruces que me salen al camino?

Vamos a dar algunas pistas de cómo las adversidades nos ayudan o aprovechan, tanto cuando las superamos como cuando no podemos con ellas. Si las miramos como regalos de Dios para nuestra madurez personal tendremos motivos sobrados para alabarle por ello.

a) Lo primero que aprendemos es que un problema o dificultad no es algo necesariamente negativo. No hay paridad obligada entre dificultad y negatividad. Las pruebas de la vida (las tentaciones) no son malas en sí; al contrario, afrontarlas nos fortalece y ya con eso su existencia es positiva. Aleja de tu mente la creencia de que todo lo incómodo, lo que molesta, lo que supone un reto es negativo. Quién ha entrado en la dinámica espiritual ya no se mueve sólo al ritmo de las sensaciones físicas  y las emociones, más bien propensas a una visión negativa de los problemas. El enfoque de la vida del sabio es el de mirar todo lo que ocurre a su alrededor como una aventura fascinante, con sus riesgos y sus hazañas.

b) También es importante saber que cuando estamos demasiado cómodos nos estancamos. Por tanto, sospecha cuando todo vaya sobre ruedas. Seguro que se está incubando el virus burgués que anestesia la vida.  Los problemas nos despiertan, la comodidad nos adormece. Vistas así, por ejemplo, las  dificultades que encuentras para la práctica diaria del silencio y la meditación son un buen antídoto frente al sopor espiritual. Es recomendable y encomiable desarrollar en uno mismo el interés por todo lo que suponga un reto; sin esto no hay superación ni madurez.

c) Hay que poner de nuestra parte para disciplinar nuestro ser respondiendo sin miedo a las situaciones que nos provocan y de las que podemos aprender por vía de experiencia. No renuncies a volar alto. Si quieres corregir en ti tal o cual defecto o carencia, puedes. Dios no te va a faltar; y con la experiencia de superación se adquiere cada vez más seguridad vital.

d) La adversidad te permite evaluar tu progreso en el camino. Las pruebas miden el nivel de paciencia, de fortaleza, de optimismo o de entrega. Cuando todo va bien no tenemos la oportunidad de saber hasta qué punto estamos preparados. ¿Cómo vas a conocer tu nivel de conducta, de autoestima, de control mental, de paciencia, de amor y de sabiduría si las dificultades no te ponen a prueba?

e) También ayuda la adversidad a reducir la arrogancia. Podemos vivir una realidad paralela a la auténtica realidad de lo que somos y lo que valemos si no hay nada ni nadie que nos tiente, nadie que ponga en jaque nuestra valía. Cuando pasamos por una dificultad, como puede ser una enfermedad o cuandos e da el hecho de que se nos critique o se nos margine y descarte, podemos aprender con ello a reducir nuestro orgullo y nuestra arrogancia, lo cual es espiritualmente muy valioso.

f) Los obstáculos en el camino nos ayudan a descubrir nuestras debilidades. Nos damos cuenta de que somos débiles cuando vemos que otras personas sobrellevan con mucha entereza situaciones que a nosotros nos hunden. Visto así podemos entender que la dificultad no está sólo ahí fuera, que parte del problema, sino todo, está en nuestro interior, y podemos identificar la debilidad que padecemos; y una vez localizada podremos dedicar esfuerzos a fortalecer ese punto débil.

g) Digamos finalmente que la adversidad nos permite madurar; por eso, aunque parezca paradójico por lo que tiene de chocante con la idea de un Dios bueno que quiere lo mejor para sus hijos, desde la fe cristiana la prueba o adversidad, que también podemos llamar tentación", se puede ver como un don de Dios. "Sin la tentación -dice Isaac de Nínive- no se siente la solicitud de Dios por nosotros, no se adquiere la confianza en Él, no se aprende la sabiduría del Espíritu y el amor de Dios no se consolida en el alma" 

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La fuerza se realiza en la debilidad

Para concluir pongo un texto de san Pablo. No sabemos a qué debilidad se refiere el santo, ¿Algún defecto físico? ¿Un problema de carácter? Sea cual fuera el caso es que vio en ello una oportunidad para no caer en soberbia, crecer en humildad, y alcanzar el conocimiento de Cristo por la fortaleza que le daba la fe en Él: 

"Por la grandeza de las revelaciones, y para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad». Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (1 Cor 12.7-10).

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Un tema el de la adversidad y sus beneficios que conviene meditar y hacer propio si se quiere llegar a tener una vida plenamente feliz. Cuando se asumen los problemas y se trabaja por suprimir todo lo que impide vivir en fe y felicidad procurando más el bien de los demás que el propio estamos en el buen camino. No olvides que las personas y los acontecimientos que te vienen los pone el Señor para tu maduración espiritual. Ánimo. 

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Febrero 2024
Casto Acedo