viernes, 11 de julio de 2025

Meditar la muerte

Un tema peliagudo. No es fácil hablar de la muerte cuando nuestra cultura tiende a ocultarla. ... Si se acepta que vamos a morir, ¿quién se embarcaría en un crédito a 30 años?, ¿quién se mataría a hacer horas extras para acumular bienes?, ¿quién desaprovecharía en vanalidades el tiempo que vivirá?... ¿Qué harías si te dicen que en una semana pasas a la otra vida?... No tengamos miedo a meditar la realidad de la muerte; ganaremos en paz, compasión y sabiduría. Podéis ir leyendo y, cuando volvamos del verano, comentamos;  aunque también podéis opinar y comentar en el blog. ¡Buen verano! 

* * *

El misterio (tabú) de la muerte 

La vida humana está limitada por dos momentos que suelen inscribirse en los monumentos funerarios: fecha de nacimiento y fecha de defunción. Entre ambas discurrió el tiempo cronológico en que vivió el finado.

Nacimiento y muerte,  dos misterios. Y al hablar de misterio no nos referimos al hecho físico de nacer o morir sino a las preguntas que plantean y a las rspuestas que se esperan: ¿qué sentido tiene mi nacimiento? ¿Por qué nací yo y no otra persona? ¿Para qué vivo? Y la muerte, ¿tiene sentido? ¿Por qué la temo? ¿Hay vida después de la vida?

En cuanto misterios estas dos realidades suelen ser un tema tabú, tabúes más o menos significativos según qué cultura y qué época. Hasta prácticamente el último tercio del siglo XX, hablar del nacimiento físico, con lo que supone de explicaciones acerca de la relación genital-sexual, no era fácil. El recurso a la cigüeña como respuesta a la pregunta infantil  acerca de cómo vienen al mundo los niños es todo un ejemplo.

Pero, dejando a un lado el complejo tema de la sexualidad, que en otro momento podemos estudiar y considerar en el grupo como faceta problemática o enriquecedora para la vida espiritual, centrémonos en el hecho de la muerte, el otro polo de la existencia.

La muerte es misterio. A la pregunta  “¿de dónde vengo?” (misterio del origen) se le suma el “¿adónde voy?” (mistero del final) como cuestión esencial a la que hemos de dar una respuesta. De las razones  que demos al problema de la muerte dependerá el enfoque del día a día de la vida. Tal vez por eso rehuimos la pregunta, para no incomodarnos ni incomodar a nadie con la respuesta. Es obvio que nacimiento y muerte igualan a todos y desenmascaran la hipocresía y falsedad con que nos desenvolvemos en el entretanto. 

Tal vez en alguna época de la historia de occidente la enfermedad y la muerte han sido realidades omnipresentes en la vida social; pudo ocurrir en la Edad Media; pero no cabe duda de que la muerte es un tema olvido en nuestro siglo. Intenta sacar una conversación sobre ello y verás como al poco sale alguien que dice “¡vamos a hablar de otras cosas!”. No queremos poner ante nosotros realidades que consideramos desagradables. Como el sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37), tendemos a pasar de largo ante realidades que sabemos nos obligan a tomar decisiones comprometidas. 

Preferimos alejarnos de los problemas. Tal vez por eso a los enfermos los llevamos al hospital, a los dementes a la clínica psiquiátrica, a los ancianos al geriátrico o cualquier otro lugar que los aleje del ámbito donde se idolatra la juventud; a los muertos los velamos en el tanatorio, lugar normalmente alejado de lo urbano; la sola presencia del anciano, el enfermo o del cadáver incomoda. Sin embargo, todos, algún día, formaremos parte de esos grupos de descartados; nos guste o no.


"Ser para la muerte"

El filosofo alemán M. Heidegger, definiendo al hombre en su esencia más allá de su entidad física (biología) dice que es un ser que no solo nace y muere sino que además, se pregunta por el nacimiento y la muerte; un ser que pregunta y pide una respuesta; y que es consciente de su finitud porque sabe que algún día morirá. Y esta constatación, tan simple de por sí, exige un encaje en la vida, y dicho encaje va a pedir una toma de decisiones trascendentales sobre el modo de vivir y actuar.

El filósofo habla de "ser para la muerte"; la muerte determina la vida, una muerte que se intuye en un futuro indefinido, pero que ya está en el presente marcando el ritmo de los días. Quien toma conciencia de esto se está abriendo a una vida más auténtica, más ajustada a la realidad. 

Nadie puede vivir ni morir por nosotros, y esto nos obliga a ser responsables, a responder personalmente a los retos que vida y muerte plantean. No podemos quedarnos encerrados en nuestro vivir día a día dando la espalda a la muerte; aunque muchos lo intenten llega un momento en que enrocarse en la finitud, por muy divertida -dispersa- que la imaginemos, acaba por conducirnos al tedio y el sinsentido.  ¿Para qué trabajar sin descanso acumulando bienes, engordando el propio ego con títulos y consideraciones, mendigando alabanzas, si el mañana es tan cierto como la propia muerte? ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? (Mt 17,26) ¿Merece la pena agobiarse por el mañana? (Mt 6,34). ¿Vivir, para qué?¿Habrá algo entre lo perecedero que sea capaz de satisfacer plenamente la vida?, etc. Son algunas de las muchas preguntas que provoca la muerte y cuyas respuestas han ido buscando y elaborando filósofos y sabios a lo largo de los siglos. 

Presencia de la muerte

Distinguen los filósofos entre tiempo cronológico, tiempo lineal, externo, cuantificable, homogéneo, mensurable y dividido en instantes (Aristóteles) y duración, tiempo vivido desde dentro, continuo, cualitativo, instantáneo (H. Bergson). Todos sabemos que un día de veinticuatro horas puede vivirse como eternidad por unos y como momento fugaz por otros. Cuando alguien dice “se me ha hecho una eternidad”, o confiesa “¡qué corto se me hace el tiempo que estoy contigo!”, habla de un tiempo distinto al del reloj.

Como ya hemos comentado en temas anteriores, todo está en el presente, porque sólo el presente existe; el pasado fue y el futuro se escapa siempre porque no llega nunca; el pasado y el futuro solo existen en el presente. Cuando vivo el presente estoy viviendo, cuando pienso en el pasado o en el futuro la nostalgia o las expectativas ilusas me están sacando del aquí y ahora de la vida.

Sólo en el presente de mi existir me vivo; sólo  vivo el instante. Y aquí es interesante tener en cuenta que la muerte, como futuro que vivo en el presente, me ayuda a disfrutar cada minuto, a saborear cada momento en su instante único. La muerte, que como realidad futura es inexistente, es determinante para leer el presente. En el siglo IV dijo Epicuro que “la muerte no es nada para nosotros, porque cuando nosotros existimos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, entonces nosotros no existimos”. Sin embargo, ¿no será que la misma vida es muerte? 

Vivir como si la muerte no existiera es un desatino. Hay que aceptar que la vida tiene un fin: morir; y entiendo ese "fin" no sólo como dato cronológico sino también existencial; la finalidad, el fin, de la vida es morir; vivir para morir. Esto si que es un misterio, el misterio cristiano por excelencia, si le añadimos que "morir es vivir"; como si la muerte fuera la semilla donde se encierra la vida para poder ser fructífera (Jn 12,24).  

Merece la pena pensar en esto, y meditar sobre ello. Es un misterio el hecho de que por la muerte de Cristo nos venga la vida y que Él hubiera dicho que el que quiera vivir que  primero muera (Mt 1,39). Tampoco se pueden desdeñar las palabras de san Pablo cuando dice que para él morir con Cristo es ganancia (Flp 1,21), idea que santa Teresa expresa poéticamente en su célebre "Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero". Las maneras de fundir vida y muerte en estos textos revelan la mística, el misterio, de que quien huye de la muerte acaba perdiendo la vida; y quien la abraza la encuentra (Mt 16,25).


Beneficios de meditar-contemplar  la muerte

Sufrimos una enfermedad mortal que se llama vida. No hay que ser muy inteligente para entender que no hay nada más cierto que la muerte. La ciencia misma advierte que el proceso de la vida biológica se realiza al ritmo de la muerte; las células que hoy componen nuestro cuerpo no son las que existían al principio ni serán las que lo conformen en unos años. El cuerpo, además, envejece y se deteriora por más que le apliquemos potingues que mantengan terso y brillante el cutis. Aunque cuidemos la apariencia de la carrocería, e incluso aunque seamos exquisitos en la alimentación y el ejercicio físico, los órganos internos, el motor del cuerpo, las vísceras, la parte más vital del ser humano, acaban por colapsar y sobreviene la muerte. El cuerpo envejecido dejará de funcionar.

Deberíamos meditar sobre la muerte, quizá no a diario ni de modo obsesivo, pero es bueno  considerarla a menudo para poder dar un sentido sólido a la vida.  

Es verdad que la inevitabilidad de la muerte puede ser ignorada siguiendo la táctica del avestruz, que esconde la cabeza para no afrontar el peligro; pero en ese caso nos estaríamos perdiendo una parte de la vida -la muerte-; quien tiene miedo a la muerte acaba siendo engullido por ella; quien se hace su amigo puede aspirar a superarla haciendo de ella un aliado. Vivirse desde la muerte es entenderla y abrazarla como fuente de sabiduría. 

¿Qué sabiduría y beneficios concretos aporta la muerte a la vida espiritual? 

*El primer beneficio de meditar sobre la muerte es que muchos problemas se evaporan sólo con esta práctica. Porque aceptando la muerte consigo de principio soltar la obsesión por el cuerpo y los apegos a bienes materiales que tengo sobrevalorados y que algún día habré de dejar.

*Un segundo beneficio es que aprendo a considerar que todos participamos del mismo destino; y con ello se fortalece en mi el espíritu compasivo al constatar que la muerte nos es sólo cosa mía, es común a todos; la muerte tiene un aspecto comunitario que me ayuda a sentirme más unido al sufrimiento y el destino de todas y cada una de las personas.

*Y el tercer beneficio es que contemplando la muerte, y más en concreto mi muerte, aprendo a entenderla y sentirla como parte de mi ser, lo cual me ayudará a no temerla sino a amarla; y desde ahí a alcanzar la paz interior, y desde esta paz inclinarme a llevar una vida más ética y bondadosa, con desapego de este mundo y amor a las virtudes eternas. Lo realmente nefasto es la muerte interior, que se da cuando la vida se envenena con las posesiones y los placeres mundanos. Todo lo que vemos y disfrutamos ahora, algún día dejará de existir  (Lc 21,6).

Conversión desde la cercanía de la muerte

Son numerosos los casos conocidos de personas que tras pasar por una experiencia cercana a la muerte han dado un giro total a sus vidas. Ese suceso supuso para ellas un auténtico despertar a la vida espiritual. A partir de ahí se plantearon: “¡tengo que cambiar mi vida”!.

En el crecimiento espiritual se puede llegar incluso a dar gracias a Dios por la “hermana muerte”, como canta san Francisco de Asís: “Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar".  Es consolador que san Francisco llame "hermana" a la muerte; y que alabe a Dios por ella.

Un ejemplo admirable y actual de lo mucho que se puede aprender al tocar de cerca, meditar y contemplar el acontecimiento de la muerte, nos lo da Franz Jalics (1927-2021), místico de nuestro siglo. Él cuenta dos momentos en los que la cercanía de la muerte le abrió el alma para vivir en una dimensión espiritual  más profunda.

Ell primer momento  ocurrió en el bombardeo de Núremberg (1945).  Cuando tenía diecisiete años fue movilizado como cadete durante la Segunda Guerra Mundial y vivió un bombardeo en Núremberg. En medio del ataque, sintió un terror intenso ante la posibilidad inminente de morir. Sin embargo, en ese mismo instante, experimentó una paz profunda y una revelación espiritual poderosa: “Vi la vida eterna… Yo soy Dios, soy uno con Él.”

Percibió que Dios era uno con su ser, una experiencia de unidad que cambió radicalmente su comprensión de la vida. Este suceso quedó grabado como la vivencia que definirá luego  el sentido de su misión espiritual: mostrar que Dios está presente en todas las dimensiones de la existencia. Así lo narra en primera persona:
"Si bien yo sabía ya a los seis años que sería sacerdote, la experiencia fundamental de mi vida fue a los diecisiete, en el bombardeo de Nüremberg. Fue ahí donde tuve la principal revelación de mi vida y donde se me hizo claro que mi misión en el mundo era mostrar el camino contemplativo, es decir, que Dios estaba en todo. Es evidente que entonces no podía saber todavía el cómo apostólico, pero sí el qué. La experiencia del miedo y de la rabia por no querer morir se me quedó grabadísima, pues fue en ese instante cuando vi, aunque apenas fueran un par de segundos, cómo es Dios uno conmigo. "Yo vi la vida eterna", podría decir. O, más aún: "Yo soy Dios, soy uno con Él".
Tras esta experiencia tuve que acabar el bachillerato y, dos años después, entré en el noviciado jesuita, donde ya a los diez días me atreví a decir a uno de mis compañeros que todos aquellos incontables actos de piedad que estructuraban la jornada estaban muy bien, pero que todo eso era innecesariamente complicado. Quiero decir que desde muy joven era consciente de que había que simplificar; y ello porque lo que yo había visto de Dios durante el bombardeo de Nüremberg era totalmente simple. Más tarde, en Argentina, en diversos grupos y en diálogo con otras religiones, empecé a desarrollar esta intuición de la simplicidad de la contemplación".
Un segundo momento experiencial donde vió Franz Jalics la cercanía de la muerte tuvo lugar al sufrir un  secuestro y detención en Argentina (1976). Durante cinco meses, detenido por la dictadura, permaneció en prisión, esposado y encapuchado. Esta experiencia de vivir sin saber cada día si sería el último supuso para él una noche oscura que solidificó su vivencia espiritual.  La idea de morir en cualquier momento estuvo siempre presente.

Durante ese confinamiento, recurrió constantemente a la oración del nombre de Jesús como mantra y soporte espiritual. “No fue el sufrimiento físico lo más duro, sino el proceso espiritual que me llevó a una profunda limpieza interna". Esa purificación le permitió luego construir su método de oración contemplativa y asistencia espiritual.


Conclusión 

Como en el caso de Franz Jalics, a muchas personas la experiencia - meditación -contemplación de la muerte, les ha conducido a un cambio radical de valores y de vida que se pueden resumir así:

* Dejar atrás el miedo, la ansiedad y el egoismo. Y como consecuencia nacerá una reacción valiente que lanza a vivir de un modo nuevo, siguiendo con entusiásmo la vocación a la que cada persona se siente llamada por Dios. 

*Unificación con el Todo y con todos, adoptando una espiritualidad basada en la reconciliación interna, el perdón y el silencio contemplativo. 

*Aprender a vivir la muerte desde el presente, descubriendo a Dios como Presencia amorosa y auténtica. Vivir con Dios cada día como si éste fuera el último.

*Vivir en la simplicidad. Sin menospreciar lo que de positivo tienen las estructuras civiles (políticas, económicas, laborales, lúdicas, etc.) y religiosas (iglesias, reglas monásticas, organizaciones pías, lugares santos, devociones, etc.), contemplar la muerte ayuda a prescindir de todo lo que, siendo en su momento útil, luego es innecesario; las  estructuras de poder y las prácticas religiosas no son eternas; una vez cruzado el río no conviene cargar con la barca; lo mejor es ir desprendiéndose de conglomerados que sólo sirven en su momento para desembocar en la simplicidad de la vida espiritual. La muerte lo simplifica todo, en ella "todo se ha consumado", con ella "todo está cumplido" (Jn 19,30). A fin de cuentas morir es soltar todo y dejarse en el Todo.

Meditar y contemplar la muerte es una oportunidad para crecer en el espíritu.

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Julio 2025
Casto Acedo

jueves, 26 de junio de 2025

Dar y recibir (meditación Tonglen)

Os dije el miércoles que no escribiría en verano, pero me he decidido hoy a escribiros lo que reflexionamos y dialogamos el miércoles. Espero que os sea de provecho. Paramos en verano. 


Recibir - dar

Acoger y meditar el sufrimiento no es algo que uno busque espontáneamente. Lo más lógico es que en el interés por la meditación se esconda precisamente lo contrario: escapar del sufrimiento, lograr la paz interior y la consiguiente felicidad personal derivada de ella. Bajo el manto de las nuevas espiritualidades (new age) suele esconderse un egoísmo sutil, un deseo más o menos inconsciente y fruitivo de placer que es poco compatible con la realidad del mal y el sufrimiento.

Existe en el budismo un modo de meditación que llaman “recibir y dar” (tonglen) y que invierte el modo en que habitualmente meditamos teniendo como apoyo la respiración.  Quien va avanzando en el ejercicio de meditar acerca del “amor bondadoso” es invitado ahora a que se fije en el sufrimiento propio y ajeno, y lo arroje al fuego del amor, la paz y la luz del corazón. El meditador  comienza inspirando al tiempo que con la inhalación imagina recibir amor, paz, gozo, satisfacción, etc., y con la exhalación suelta inquietudes, apegos, molestias, etc. una vez pasadas por el filtro de la compasión.

La meditación del “recibir-dar” aúna, pues, el “amor bondadoso” (contemplar que recibimos el amor y que somos amor) y “la compasión”, la aceptación del padecer (passio = pasión, padecimiento), ésta última no sólo en su vertiente gozosa (alegrías) sino sobre todo en la dolorosa (sufrimiento).



La práctica meditativa del “recibir-dar” ayuda a vivir a tope la compasión; capacita para ser compasivo, que es algo distinto a sentir lástima. La lástima tiene sus raíces en el miedo, y da la sensación de cierta arrogancia y condescendencia ante quién sufre; detrás de la lástima se esconde a veces el “me alegro de no ser yo” o “Dios mío, que yo no pase por ahí”. La lástima lleva impresa el olor a miedo. 

Cuando el miedo toca el dolor de otro se convierte en lástima; cuando el amor toca el dolor de otro se convierte en compasión” (Stephen Levine). ¿Qué sentían las mujeres que lloraban al paso de Jesús hacia el Calvario? ¿Compasión o lástima? “Se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos(Lc 23,27-28),

No basta lamentarse y llorar atados al miedo a que no nos ocurra lo mismo que ocurre a quien vemos sufriendo. El miedo paraliza la acción redentora, anula el movimiento dirigido a paliar el sufrimiento. La compasión verdadera es, principalmente activa, se inclina a paliar el dolor, y cuando no le es posible respeta el sufrimiento del otro, sin golpes de pecho, aguardando en silencio la sanación-salvación del mismo mientras dedica oraciones. 

Cuando alguien sufre por una pérdida irreparable, o por una enfermedad o parálisis, o por cualquier otra losa pesada que cae encima de alguien,  sobran las palabras de consuelo lastimeras. Lo mejor, cuando nada material se puede hacer, es el silencio activo capaz de hacer saber a quien sufre que no está solo o sola. Un abrazo, la caricia de una mirada, el calor de la cercanía, son ejercicios de compasión. Se sufre (padece) acercándose al otro o la otra con amor, pero se debe evitar la huida hacia la lástima a la que puede llevar el miedo de quien se niega a abrazar el dolor ajeno.

De abrazar y sanar el sufrimiento va la meditación tonglen (“recibir-dar”), una práctica que equilibra bien la balanza espiritual cuando ésta está cargada de egocentrismos en uno de sus extremos. En la medicasción principiante solemos hacer meditación “echando fuera sufrimientos” y “recibiendo amor, generosidad y alegría” ... Ahora invertimos el sentido: recibimos el sufrimiento (propio o ajeno) y damos amor, felicidad, paz. Y sin ser rácanos, porque no buscamos mantener el fiel de la balanza en el medio, sino dejar la caer del lado de la luz y la misericordia.

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Sus heridas nos han curado

Desde la perspectiva cristiana, a mi modo de ver, la meditación “recibir-dar” converge en el misterio de la cruz tal y como lo vivió Jesucristo. Si leemos la pasión de Jesús tal como lo hicieron los primeros cristianos, a la luz de los Cantos del siervo del profeta Isaías, entenderemos claramente lo que quiero decir:

“Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron”. (Is 53, 2-5)

El último versículo es misterioso: “castigo saludable”, dice. ¿No es una contradicción? ¿Puede haber un sufrimiento sanador? Pues parece ser que sí; la aceptación de la cruz produce salvación; no sólo para aquellos a los que ayuda el mártir sino también para el mismo mártir: “sus cicatrices nos curaron”; me gusta la traducción “cicatrices”, porque indican que también el que cargó con el sufrimiento de otros cura (cicatriza) sus heridas con su acto de compasión.

Podemos contemplar a Jesús en la Cruz recibiendo el sufrimiento de toda la creación, humanidad incluida. Con su pasión vivió y llevó a término la “compasión total”, elevó a su máxima expresión una vida tonglen, de “recibir-dar”; Él, que no conoció pecado, y por tanto no generó el sufrimiento que es la causa del pecado, cargó con los sufrimientos del mundo. Dios -dice la Escritura- “lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor 4,20-21), para que nosotros fuéramos justificados (santificados), es decir, sanados y reintegrados a la vida divina. 

La carta de san Pedro reitera esto:

“Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados” (1 Pe, 2,24)

Ahora podemos entender lo que dice el mismo Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6,36). ¿Y cómo es compasivo el Padre Dios? Recibiendo en el Hijo todo el dolor que produce la picadura de la serpiente (los efectos de todo pecado) e inyectándo al cuerpo de pecado el antídoto del amor. El alma de Jesús, herida de amor por la humanidad, absorbe y hace suyos todos los pecados quemándolos en la hoguera de su corazón. Es como echar los muebles viejos al fuego en la fiesta de la Candelaria, a más trastos viejos más pureza, más luz y más fiesta.

Algo así dice san Pablo cuando afirma también algo en sí contradictorio: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Hacer tuyos tus propios errores y los malos efectos consecuentes, o los errores y sufrimientos de los demás, aspirarlos y dejarlos entrar en tu corazón lleno de amor, tiene el poder de sanarlos. Eso hizo Jesús en la Cruz, culmen y resumen de su vida de misericordia; atrajo hacia sí toda la basura de la humanidad y la quemó en el horno de su corazón. Nos da así una enseñanza: cuánto más basura quemas, más alumbra tu amor. Es lo que se llama el maravilloso intercambio de la cruz. Dios se ha hecho hombre para que el hombre sea Dios (San Agustín)

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Consumido en amor

Me viene a la mente la imagen de la llama que quema el tronco, tan pedagógicamente usada por san Juan de la cruz. Él sabía de esos troncos de olivo que, en los inviernos de podas, eran arrojados verdes a la hoguera; y veía como el fuego comenzaba a purificarlos haciendo que exudaran la resina que quemada produce un humo espeso y maloliente, hasta que finalmente alcanza la belleza luminosa de la unión en la que fuego y tronco se hacen uno.

 Ciertamente que san Juan no se refiere a que el alma se ejercite en la meditación recibiendo los sufrimientos para purificarlos con su propio amor, sino a la oración del alma que se arroja en brazos del Espíritu de Dios, “cuyo fuego de amor, que después se une con el alma glorificándola, es el que antes la embiste purgándola”. Es el fuego del Espíritu el que recibe y acoge al madero “hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto que pueda entrar en el él y transformarle en sí” (Ll 1, 18). Hay gran distancia y diferencia entre esta contemplación sanjuanista y la meditación tonglen. Aquí quien recibe es Dios que da la gracia de la unión a quien quema  sus apetitos y se arroja al fuego purificador de su amor.

El sufrimiento de la cruz condensa en sí este encuentro del alma con su Amado. Aquellos que necesitan salir del sufrimiento y gritan (meditan) estando en ellos son escuchados. En su pasión Cristo se compadece y “desciende a los infiernos”, con su muerte hace suyas sus penas, y desde ahí eleva al Padre con ellos y por ellos el grito del perdón; y lo obtiene,  cancelando con su enrega la deuda de Adán. Él lo puede hacer, porque la llama del Espíritu que arde en su Corazón  tiene el poder de purificar y reconciliar a todo y a todos con Dios.

Es el colmo del amor de Dios en su encarnación. Inhalando la negrura y suciedad del pecado del mundo Jesús espira amor.  En su compasión, por amor al hombre, Jesús, sin ser pecador, abraza y hace suyo el pecado y sus secuelas. Por amor se hace “semejante a nosotros excepto en el pecado”. Su compasión le lleva incluso a pasar por lo más impropio de un dios: la muerte. 

"En el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rm 5,6-8)

Nadie puede sanar si no asume su enfermedad; nadie puede curar sus heridas si no las reconoce propias y como tales; en lenguaje técnico: “sólo se puede salvar lo que se asume”, y Jesús, asumiendo con amor, no su pecado, que no lo tenía, sino los pecados y las sombras de la humanidad, e incluso la misma muerte, se hace fuente y término de sanación total. Es nuestro maestro en “recibir-dar”. Recibe de nosotros desprecios, da misericordia

Jesús en su inhalación recibe con el Espíritu Santo los sufrimimentos de todos. No es casual que en el bautismo por Juan sea presentado como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", y acgto seguido descienda sobre él el Espíritu Santo (JN 1,29), el mismo Espiritu que hace nuevas todas las cosas (Sal 104,30).

Sin negar la bondad de la meditación budista del recibir-dar (tonglen), no dejo de pensar y creer que la compasión absoluta solo es posible en Dios y como don de Dios; Dios Espíritu Santo es la hoguera cuyas llamas liberan de todo pecado y purifican todo sufrimiento. Sólo hay un Nombre bajo el cual podemos sanarnos (Hc 4,20). Su nombre es Jesús. Nuestros esfuerzos son vanos si no nos plegamos a su voluntad amorosa. ¿Hay alguien  capaz de amar como ama Jesús?. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 126,1).



Meditación  Tonglen (Dar-recibir)

Propuesta budista: Puedes silenciarte y contemplar en ti como dos partes: tu parte luminosa, feliz, armónica; e imaginarla como una luz que ocupa tu centro. Y por otro lado tu parte oscura, triste,  sufriente. ... Recibe y deja entrar en tu parte luminosa, con la inhalación, todo el humo gris y negro del sufrimiento y la oscuridad , ...  y permite que, en la exhalación, la luz que te habita disipe y expulse de ti las tinieblas del sinsentido  Y puedes hacer el mismo ejercicio con el sufrimiento o nubes oscuras que percibes en las personas a las que amas, en las que te son indiferentes o en las que no te consideran bien. Inhalas sus sufrimientos, exhalas compasión.  

Propuesta cristiana: Comienza silenciándote y observando tus sufrimientos y las causas del mismo (apetitos, egoísmos, frustraciones, fracasos, ) ... A pesar del tiempo caluroso de estos días de junio, imagina que estás ante una hoguera ... Esa hoguera es tu hogar, la Llama de Amor viva, el Espíritu Santo, el amor ardiente de Jesús, ... Inspiras y te dejas seducir por su calidez, luminosidad y belleza ... Espiras y vas soltando y arrojando a las llamas todas tus etiquetas-apetitos-apegos: tu género, tu imagen pública, tus títulos, tu profesión, tu situación social, tu ideología, tus éxitos, todo lo que a la larga es la fuente de tu sufrimiento... Y cuando sólo quedes tú, entregate todo/toda al Amado abriéndote a la unión de amor con Él. ... Deléitate en su ser y contempla como su Gracia no destruye tu naturaleza sino que la perfecciona ...  Sueltas apegos, tomas miercordia divina ... Termina recitando el poema de san Juan de la Cruz:

¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda!
¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando. muerte en vida la has trocado.

¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!

* * *

Espero que hayas captado la bondad de la meditación Tonglen propia de la tradición budista tibetana. Pero no te conformes con lograr una perfecta paz y tranquilidad interior, sino que, por la atracción del Amor de Jesús, no dejes de meditar y vivir su amor y su compasión aspirando a recibir la gracia de la unión. Da todo lo que tienes a Dios, lo santo para que lo acoja, lo profanado para que lo purifique; y recibe su amor incondicional. Haz tu meditación ante la hoguera, Llama de amor viva..

Junio 2025
Casto Acedo

viernes, 30 de mayo de 2025

Ser compasivo

Seguimos profundizando el tema de la compasión. No es un camino que podamos escoger entreo otros. Sin un corazón compasivo toda la vida espiritual se echa a perder. Quien se muestra compasivo consigo mismo y con el prójimo camina por la senda de la felicidad. 


¿Ojo por ojo?

¿Quién no ha experimentado nunca el arrebato o sentimiento de represalia o de venganza cuando ha sido agredido? El manual de mundo reza: “ojo por ojo y diente por diente”, consigna que forma parte de la cultura. De hecho, este principio de justicia retributiva ya está recogido en el código de Hammurabi (h. 1750 a.c.), y prescribe que el castigo debe ser proporcional al daño causado. El sentido común parece estar de acuerdo con este principio: “el que la hace la paga”. Y la Biblia, en el Antiguo Testamento, se hace eco de esto:
“Si hay lesiones, pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal (Ex 21,23-25)

“Si alguien causa una lesión a su prójimo, se le hará lo mismo que hizo él: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; se le causará a él la misma lesión que él haya causado al otr”. (Lv 24,19-20)

“Si un testigo ha acusado falsamente a su hermano, haréis con él lo que él pretendía hacer con su hermano. ... no tengas piedad de él: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” (Dt 19,16-21)
¿Qué se pretende con esto? Mantener la paz y la justicia recurriendo al castigo y al miedo. Así lo dice la misma Biblia: “Así extirparás el mal de en medio de ti, 20 y los demás lo oirán, temerán y no volverán a cometer semejante maldad” (Dt 19,19-20)

Los razonamientos parecen lógicos y justos. Pero ¿no existe en el principio del “ojo por ojo” una fuerte y soterrada carga emocional que nos lleva a justificarlo? Ya hemos dicho en otros lugares que los instintos primarios y las emociones son malas consejeras; primero porque dan respuestas rápidas, inconscienes, sin pausa de meditación y análisis; y segundo porque las consecuencias que se derivan de los actos que provocan suelen ser muchas y acaban volviéndose contra quienes los ejecutan.

Con razón hubo quien dijo que “ojo por ojo y diente por diente deja el mundo ciego y desdentado”. La verdad es que el juego de la venganza sólo conduce al aumento de los problemas y los conflictos. El "¡y tú más"! lleva a la destrucción de todo. Lo verdaderamente humano no es la represalia sino la compasión, virtud que requiere una reflexión e interiorización muy seria.

La Biblia, que justifica la represalia en los textos que hemos citado, no presenta la compasión como algo espontáneo sino como fruto de un proceso de formación. No es raro encontrar la imagen de un Dios vengativo (justicia vindicativa) conjugada con un Dios  compasivo (Dios es amor y no puede negarse a sí mismo); en los textos el concepto de “justicia de Dios” se va deslizando hasta significar “compasión (justificación) de Dios”.

El mismo Jesús, al comentar la permisividad sobre el divorcio, parece admitir una evolución desde lo que parece lo más justo a lo óptimo: “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero, al principio, no era así” (Mt 19,8). Tal vez desde esta misma premisa Jesús se permite corregir la ley del talión en un texto que merece la pena transcribir en su totalidad:
“Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publícanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto". (Mt 5,38-39).
Merece la pena llevar estas palabras al silencio y la contemplación.

Para ensalzar la compasión como virtud no apela Jesús a la lógica humana, tendente a dejarse llevar por los sentimientos o emociones, sino a la sabiduría del ser de Dios, que ya en la Antigua Alianza se revela como “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad” (cf Ex 34,6; Sal 103,8; 145,8-9; Neh 9,17). A la perfección de Dios pertenece la compasión, y por eso Jesús aconseja: “Sed, pues, compasivos, como también vuestro Padre es compasivo.” (Lc 6,36)


Razones y motivos para la compasión

Hay, pues razones teológicas para la compasión; y también razones muy humanas. No es la justicia retributiva, asentada en el miedo a recibir el premio o el castigo por las obras, la que dará paso a  un mundo nuevo según los principios de paz, libertad e igualdad del Reino de Dios. No crecerán estas virtudes entre nosotros apelando al sutil egoísmo de ser no-violento para que no me violenten, respetar la libertad ajena para que respeten la mía o favorecer la igualdad de todos para que no me marginen. Esas virtudes sólo son satisfactoriamente eficaces cuando salen del corazón, cuando permitimos que lo divino que hay en nosotros aflore y se manifieste.

De ahí la necesidad de trabajar la vida espiritual para que la cosecha de compasión sea regeneradora para quien la practica. Para ello has de comprender y asimilar que responder con el odio o el rencor a un mal recibido es un engaño; si lo haces has caido en la trampa que te ha tendido quien te quiere llevar a su mismo estado de malestar con la provocación. O quizá ni siquiera eso; tal vez quien te ha criticado o zancadilleado ya se ha olvidado de ti, ya no existes para él, ya no recuerda tu nombre; y tú sigues dando vueltas en tu corazón a lo que te dijo o te hizo. ¿No será más beneficioso para ti el perdón?

Aprende a mirar con los ojos de Dios a quien te ofende. Que no te valga pensar o decir: “ya hará Dios justicia castigando a quien me daña”, porque de este modo sólo estás imaginando un Dios a tu medida. Tu compasión ha de ser a la medida de Dios, que en Jesús dice: “Perdónales por su ignorancia” (cf Lc 23,34). Es un don de Dios amar a los que te odian,  es decir, responder con bien a aquellos que te hacen daño; es un don configurar la propia vida con la de Jesús, que en la cruz no consideró enemigos a los que le  llevaron al patíbulo sino a amigos dignos de compasión, personas ignorantes carcomidas por el odio, que de haber conocido la sabiduría de Dios no le hubieran crucificado (cf 1 Cor,2,8).

Medita, pues, los beneficios del amor compasivo.  El rencor no daña a nadie más que a ti; porque oscurece tu interioridad y rompe tu armonía con Dios, con la humanidad y con la naturaleza toda. Mira a todos como hermanos. Contempla, más allá de las diferencias culturales, el hecho de ser humanidad, persona entre personas; y perdona de corazón cualquier acto dañino que pueda venirte de otros; porque si no pones en práctica la virtud de la compasión que lleva a la paz y el entendimiento entre todos, tampoco tú podrás vivir en paz y armonía (cf Mt 6,14-15).


Sé compasivo

Un axiona clásico dice que “primero se ignora la verdad, después se ridiculiza; luego se le combate violentamente y finalmente se acepta como modelo”. Quién busca imponer la verdad del amor y la compasión no se verá libre de estos pasos. ¿No le ocurrió eso mismo a personajes como Jesús, Francisco de Asís, Gandhi o Madre Teresa de Calcuta?

No te debe preocupar que te ignoren, ni que cuenten chismes sobre tu ingenuidad y se rían de ti cuando muestras una compasión radical hacia quienes te desprecian o te persiguen. Cuando alguien te muestra su hostilidad porque no soporta tu bondad no caigas en la trampa de seguir su dinámica de odio; sé paciente, la flor que se siembra entre la basura suele arraigar con más fuerza que la que crece con la protección del invernadero.

Sé feliz haciendo el bien sin mirar a quien; hazlo  sin prestar atención a quienes no soportan tu libertad de ser así. “Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa -dice Jesús-. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mt 6,11-12). 

No interpretes lo de “la recompensa será grande en el cielo” como una exaltación del futuro y negación de beneficios en la tierra presente.  “Quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, -quien compasivamente lo dé todo por los hermanos- recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna” (10,29-30). Toma nota de que dice: “con persecuciones”. Las dificultades no van a faltar, pero merece la pena.

Sé compasivo como Jesús es compasivo.

Mayo 2025
Casto Acedo.

jueves, 22 de mayo de 2025

Curar al niño interior

 CUIDAR MI NIÑO INTERIOR

(Para mis grupos de meditación de Mérida y Trujillanos)


Un texto de Tich Nath Han me ha ayudado hoy a meditar desde las alturas del desierto de Las Batuecas. Allí, en el pico de La Cruz, como que descendí a la luz de la lectura del texto que transcribo:

Curando al niño herido que hay en tu interior

Muchos de nosotros tenemos aún un niño herido viviendo en nuestro interior. Quizá las heridas nos las hayan producido nuestro padre o nuestra madre. O tal vez a nuestro padre le hirieran de niño. A nuestra madre también pueden haberla herido cuando era niña. Como no supieron curar las heridas de su infancia, nos las han transmitido. Si nosotros no sabemos transformar y curar las heridas que hay en nosotros, las vamos a transmitir a nuestros hijos y nietos. Por eso hemos de volver al niño herido que hay en nosotros y ayudarle a curarse.

A veces el niño herido que hay en nosotros necesita nuestra atención. Ese niño pequeño puede aflorar de las profundidades de nuestra conciencia y pedir nuestra atención. Si eres consciente, oirás su voz pidiendo ayuda. En ese momento, en lugar de contemplar un bello amanecer, vuelve a ti mismo y abraza tiernamente al niño herido que hay en ti. «Inspirando, vuelvo con el niño herido que hay en mí; espirando, cuidaré muy bien de mi niño herido».

Para cuidar de nosotros mismos, debemos volver y cuidar del niño herido que hay en nuestro interior. Has de practicar cada día el volver a tu niño herido. Debes abrazarlo tiernamente, como si fueras un hermano o una hermana mayor. Has de hablarle. Y también puedes escribir una carta al niño pequeño que hay en ti, de dos o tres páginas, para decir que reconoces su presencia y que harás todo lo posible para curar sus heridas.

Cuando hablamos de escuchar con compasión, normalmente creemos que se refiere a escuchar a otra persona. Pero también debemos escuchar al niño herido que hay en nuestro interior. Está en nosotros aquí, en el momento presente. Y podemos curarlo ahora mismo. «Mi querido niño herido, estoy aquí por ti, listo para escucharte. Por favor, cuéntame tu sufrimiento, muéstrame todo tu dolor. Estoy aquí, escuchándote de veras». Y si sabes volver a él, escucharle cada día durante cinco o diez minutos, la curación tendrá lugar. Cuando subas una bella montaña invita al niño que hay dentro de ti a subir contigo. Cuando contemples una hermosa puesta de sol, invítale a disfrutarla contigo. Si lo haces durante algunas semanas o meses, el niño herido que hay en ti se curará. La plena consciencia es la energía que puede ayudarnos a hacerlo.

* * *

Me fijaba en mis descontentos y mi malhumor. ¿Cuántas veces he respondido a la vida con desprecios y violencias? ¿En cuántas ocasiones no he mostrado atención a las personas que me rodeáis, o las que he ofendido de un modo más o menos consciente:  malediencia, agresiones verbales, juicios inmisericordes, etc.? El niño herido que hay en mi interior, obsesionado por sus caprichos ególatras, no soporta sus heridas, patalea  y ha salido muchas veces por peteneras haciéndoos daño. 

 Hoy me sale del corazón pedir perdón a todas las personas a las que  intencionadamente o sin intención directa, he causado daño. ¡Sois tantos! Perdonadme, perdonad mi ser interior herido y caprichoso. Un niño herido necesita mucho cariño, y por eso se comporta así; quiere llamar la atención. ¡Me siento ridículo cuando pienso en las veces en que me he comportado con violencia o arrogancia, exigiendo sin derecho a ello!

Habré de escucharme, comprenderme y amarme más a mí mismo para que sane mi herida.  Necesito estar más atento a mis impulsos y aptitudes. ¿Cómo? Un buen comienzo dice el texto transcrito es prestar atención a mi respiración: «Inspirando, vuelvo con el niño herido que hay en mí; espirando, cuidaré muy bien de mi niño herido». Aunque soy poco dado a hacer propósitos -se hacen para no cumplirse, dice un buen amigo mío-, procuraré escuchar y amar con más ternura al niño herido que soy para poder sanarlo y así  hacer más agradable mi vida y la de los que me rodeáis.

*

Batuecas

22 de Mayo de 2022

 

sábado, 17 de mayo de 2025

Estar siempre alegres

Ya tratamos en el mes de marzo el tema de la compasión ligada a la alegría. https://meditacionyoracionpersonal.blogspot.com/2025/03/el-poder-del-regocijo.html. Se nos invitaba allí a estar alegres huyendo de la envidia y a cultivar el regocijo alegrándonos con los que se alegran. Aquí volvemos a insistir el necesidad de vivir en alegría, porque sino todo va perdido. Quien vive en la tristeza no puede avanzar espiritualmente. Pero ¿cómo vivir en alegría o felicidad? Conviene no agobiarse por ello. Ser feliz es un don de Dios. No obstante, sí que podemos poner los medios para alcanzar una vida feliz: detectar el origen de nuestras tristezas, creer en la felicidad y decidirse a poner los medios para llegar a ella, o mejor "para que ella se llegue a mí".  

*
Dos amigos, Juan y Luis, caminaban por el campo después de muchos años sin verse. Juan, con ropa sencilla y una sonrisa en el rostro, caminaba tranquilo. Luis, en cambio, llevaba un reloj caro, ropa de marca y hablaba sin parar de sus logros.

—Mira mi nuevo coche —dijo Luis—, acabo de comprarlo. Y la casa… ¡tienes que verla! Cinco habitaciones, piscina, jardín…
—¡Vaya! —respondió Juan con una sonrisa—. Me alegra que te vaya bien.
—¿Y tú? ¿Qué tienes? —preguntó Luis, mirando su ropa con cierto desdén.

Mateo miró al cielo, respiró profundo y dijo:

—Yo tengo más.
—¿Más? —repitió Luis, sorprendido.
—Sí —respondió Juan—. Tengo suficiente.

Luis se quedó callado. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que le faltaba algo… algo que ni el dinero ni las cosas podían comprar.

* * *

Para lidiar la vida es conveniente mantener siempre una actitud de sólo alegría.(estar siempre alegres).  La alegría es un síntoma que nos ayuda a evaluar el progreso en la vida espiritual, y también una palanca muy útil para superar obstáculos y solventar problemas que puedan surgir.

Hoy más que antes el ser humano suele entender la vida como una sucesión de proyectos que atan a una actividad cada vez más exigente en requisitos para cumplir y ser felices. El consumismo en el que estamos sumergidos nos esclaviza obligándonos a seguir un ritmo frenético y difícil de frenar: tengo un deseo, este deseo se concreta en ciertas metas; desarrollo estrategias y proyectos que me acercan a esas metas, y a medida que voy avanzando en la dirección que he elegido aparecen nuevas exigencias y nuevas condiciones. Pienso que cuando tenga mi hogar seré feliz; lo tengo, y ahora quiero uno más amplio y mejor, con jardín y garaje; luego quiero un apartamento en la playa para los fines de semana, y luego un yate para salir al mar,... y así podría hacer una lista que nunca se acaba.


Una felicidad que siempre se nos escapa

Esto ocurre porque vivimos en nuestra mente y no en la realidad de la vida. Los monólogos internos que mantiene mi ego despiertan en mí la expectativa de que la felicidad se encuentra fuera de mi, en el futuro, un futuro que es prometedor y que se revela insuficiente justamente  después de cada conquista. La felicidad está siempre a la vuelta de la esquina, y cuando llegue a ella seré feliz, pienso; y después de lograr eso -el puesto de trabajo deseado, la ansiada posición social, la relación con tal o cual persona, o lo que sea- parece como si la felicidad hubiera huido situándose un paso más adelante. Siempre hay algo más que hacer. Aunque milagrosamente logremos el objetivo que hacía poco nuestras fantasías habían soñado, la satisfacción que produce acaba disipándose pronto, se disuelve como el humo en un día ventoso. Yo creía que esto me haría feliz, y ahora que lo he conseguido me doy cuenta de que me estaba engañando a mí mismo.

Un ejemplo de la fugacidad de toda felicidad atada a metas y premios temporales lo tenemos en los deportistas olímpicos, que tienen como misión en su vida alcanzar la medalla de oro; ¿y luego qué? Cuando alcanzan el nivel último soñado, el peligro de depresión les acecha; han invertido toda su vida en lograr algo que al final resulta ser un fraude; solos en la cima tienden a caer en el abandono, la depresión y el sinsentido.

¿Qué se desprende de lo dicho de cara a una espiritualidad madura? Lo primero es que hay que aprender a dominar y apaciguar la mente a fin de lograr más claridad y tranquilidad poniendo el centro de la vida en el presente. Hay que reducir el monólogo interno, el rumiar que va tejiendo las fantasías y crea exigencias constantemente. Dejar de desear algo produce alivio, y se puede lograr acostumbrándose a vivir el hoy y el aquí; a esto ayuda la práctica del silencio meditativo y los ejercicios de atención plena (mindfullnes).

El silencio es un excelente campo de batalla para no dejarse llevar por el monólogo de los pensamientos, que trasladando la mente a un futuro exterior inexistente, espera pasivamente la llegada de una felicidad que de hecho sólo es posible desde la interioridad. Los deseos de un mundo feliz y el miedo a no alcanzarlo o de perderlo una vez en él, son el abono de la tristeza. Quien no desea nada y no teme perder nada ha puesto los cimientos para una felicidad y paz verdadera y sostenible. Verdadera porque no es una preocupación del pasado, ni un anhelo del futuro; y sostenible porque no me aboca a unos deseos y expectativas cada vez más incapaces de llenar la vida.


El camino del medio

¿Cómo salir del bucle de la infelicidad? La clave está en entrenarnos para reconocer como bueno todo lo que ya tenemos ya, cultivando desde ahí el néctar de la satisfacción; en otras palabras: vivir la gratitud y el gozo de lo que aquí y ahora tengo, vivir el presente desconectándome de un futuro que no existe.

Hay muchas cosas que nos satisfacen al día de hoy y deberíamos reconocerlas, ponerles nombre y desarrollar el sentimiento de que nos bastan para ser felices: salud, comida, amigos, familia, vivienda, educación, trabajo, tiempo libre, etc., y esto es suficiente para ser feliz. Generar sentimientos de gratitud y conformidad con todo lo bueno de la vida presente es algo muy importante; y esa conformidad, repetimos, no supone renunciar a mejorar nuestra situación.

En esto hay que evitar dos extremos: uno es conformarme, aburguesarme y estancarme con lo que tengo (conformismo); y el otro es vivir centrado en ambiciones futuras sin apreciar lo que tengo aquí y ahora. Ambos extremos son nefastos para vivir con calma y lucidez. Entre ambos polos hay que buscar el camino del medio, que incluye el aspecto positivo de conformarse y ser feliz con lo que hay, y también incluye la exigencia de querer mejorar de cultivar cada vez más nuestra persona y contribuir cada vez más a la mejora de la comunidad. Se trata de respirar la vida, soltar y recibir con serenidad el aliento de lo que se va y lo que viene en nuestra vida. Permanecer en quietud mientras el tiempo fluye a nuestro alrededor e impregna nuestro ser.

El camino del medio pasa por "tener siempre suficiente", sin dejarse atrapar por el pasado (conformismo) ni por el futuro (ambiciones desmedidas), poniendo el reposo del alma en el  el presente; ajustarse a él facilita vivir cómodamente alegres con lo bueno que ya tenemos; y al mismo tiempo no cejar en el compromiso de mejorar en todos los niveles (espíritu crítico, inconformismo).


Hacer del presente un reto

Deberíamos hacer del presente la piedra angular de nuestra felicidad trabajando el optimismo. Tal vez suene un poco raro eso de “trabajar la felicidad o el optimismo”; ¿acaso no es algo que todos queremos? todos deseamos ser felices, y queremos hacer lo que convenga para ello. De hecho, ya lo estamos haciendo, solo que unos por un camino y otros por otro. Con el tiempo nos damos cuenta de que no es tan fácil lograr la felicidad deseada. Requiere una formación y unas decisiones que no siempre gustan.

Si la felicidad es provocada por una estimulación sensorial, hedonista, entonces tiene una dependencia que está indicándonos su deficiencia; la felicidad entendida como placer que satisface nuestra ansiedad a través del cuerpo, o incluso el estimulo placentero que produce una fantasía mental o una idea genial, son felicidades muy pobres que acaban cuando acaba el estímulo. La felicidad genuina es más atrevida, más rompedora, requiere más creatividad.

Para superar los estados de falsa felicidad (hedonismo), lo primero que debo hacer es aceptar que el gozo duradero no me vendrá de fuera; todo lo que esperamos de afuera (salud, dinero, poder, gloria mundana, etc.) sabemos que hoy es y mañana no. Depender de factores externos para ser feliz es un error. Sólo desde dentro se puede acceder a un regocijo más permanente.

Jesús expresa lo dicho con estas palabras: “El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: "Está aquí" o "Está allí", porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros", en el presente de vuestro centro (Lc 17,20-21). Esperamos la felicidad aquí y allí, y sin embargo no está en espacios exteriores sino en la interioridad. ¿Quién no ha tenido en algún momento ese sentimiento interior que le ha hecho sentir, pensar e incluso decir: “esto es”, “esto es lo que anhelaba”, “ahora lo veo todo con claridad”; y un gozo intenso ha invadido su ser?  Pues bien, es ese estado “presente” que se ha manifestado como una  chispa lo que hay que cultivar para que prenda en mi alma y me encienda en felicidad;  esa experiencia de "presencia" es divina y disipa mis expectativas haciéndome comprender que sólo hay esperanza en el presente; la conciencia de estar aquí y a hora con Dios es la que  hace vivir en gozo, sin preocupaciones: “No os agobiéis por el mañana -dice el Señor- porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus afanes” (Mt 6, 34).


Mantenerse en constante alegría

Cuando se gusta el “estado de alegría plena” ya no se vive para otra cosa que no sea reencontrarlo, alimentarlo y llevarlo a mayor crecimiento. Para ello se requiere una primera decisión: “¡No dejar que nada de lo que pase altere la alegría de mi ser!”. Puedo sentir la alegría fugaz de las cosas, y el cansancio y decepción posterior; a pesar de esto mi mente vuelve a atarse a ellas; ¿qué puedo hacer? Decidir. El amor y la felicidad tienen mucho de sentimiento, pero son mucho más cuestión de decisión, de toma de postura firme tras un discernimiento serio sobre lo que me conviene. Ser feliz es como ser libre, supone elegir lo mejor y decidirse por ello; sin elección no hay libertad ni felicidad; quien se deja llevar por los atractivos del mundo exterior lo tiene difícil para asentarse en la felicidad verdadera, que, como dijimos, se asienta en la interioridad de la persona; y más en concreto en su decisión libre de alcanzar lo que descubre como lo mejor.

¡Voy a ser feliz! Es una decisión, algo fácil de decir, y es bueno afianzarse en que esto, por la cuenta que me trae, he de lograrlo sí o sí, con decisión. Pero la decisión se queda hueca si no nace desde una buena elección. Elegir ser feliz es elegir renunciar a todo lo que pueda entorpecer mi progreso espiritual: «Quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna”. (Mc 10,29-30) La renuncia cuesta porque trae consigo persecuciones, es decir, situaciones de desajuste social y personal; pero quien elige los valores interiores frente a los exteriores y se empeña en ello recibe cien veces más felicidad interior que satisfacción por los placeres exteriores que le proporcionaría el mundo exterior.

Mantén una constante actitud de alegría; cuida que tus pensamientos no te arrastren a la tristeza, que tus actos no te hundan en la desazón, que tus palabras no te avergüencen, que tu vida, en fin, se asiente en un sano optimismo sólo posible en un ambiente de integridad moral y espiritual. Decide que vas a ser feliz, y haz el juramento de esforzarte en buscar los medios para ello. Tde juegas mucho en esto. ¿Por qué? Porque si no soy feliz no sirvo para nada; si estoy triste me estoy anulando y estoy asegurandome el fracaso en todos los niveles. Siendo infeliz no conseguiré ninguno de mis proyectos o deseos. Sin embargo, siendo feliz mi apertura mental y espiritual me llevarán muy alto.

Cuida, pues, tu estado de ánimo, cultiva la alegría. Somos muy vulnerables, muy delicados, muy propensos a la tristeza; el soplo de alguien, una crítica, cualquier cosa, nos puede desanimar y llevarnos a un bajón. De ahí la necesidad de estar despiertos, atentos al engaño y fugacidad de las alegrías exteriores y a la más mínima chispa de gozo interior o alegría interna; sólo desde esta podemos llevar adelante lo bueno que queremos desarrollar en la vida.


¡Estad alegres! (Flp 4,4)

Lógicamente, no es todo tan simple como parece. ¿Cómo se hace esto?, preguntarás. ¿Cómo mantenerme en actitud de constante alegría? No hay recetas mágicas, pero sí consejos que te pueden orientar. El primero es el ya sugerido: si la tristeza e infelicidad no te van a proporcionar nada bueno, comienza por no identificarte con ella; porque hay quienes se instalan en la melancolía y gustan de estar en ella. ¡Nunca mendigues lástima! Te hundirás en la tristeza.

Y da un paso más: cuando sientas que nadie te escucha, que la vida no es lo que esperaba, que tu situación no tiene salida, que no hay nadie más desgraciado o desgraciada que tú, etc. intenta comprender que esos sentimientos suelen tener su raíz en unas expectativas previas; lo que esperabas de los días, de los demás o de ti mismo no se ha cumplido; pero has de saber que lo negativo que ves en tu mente son sólo nubarrones y tormentas que oscurecen el cielo; detrás de ellos el sol sigue radiante. Estados tóxicos tales como la desesperación, el malhumor, el egoísmo o el desánimo, son nubes pasajeras y temporales que ocasionalmente obstruyen la visión del sol natural del alma, que en esencia es luminosa y radiante. 

Haciendo silencio puedes despejar la mente y el corazón y esquivando las sombras de la tristeza abrirte a la luz que habita tu interior. ¿Acaso no sabes que eres templo del Espíritu Santo, que habita en ti y has recibido de Dios? (cf 1 Cor 6,19). Por esto, “estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”.(Flp 4,4)


*
Todo es comenzar. Si en un momento concreto has tenido la intuición de que todo se juega en la interioridad, atrápala, no dejes escapar esa corazonada. Estás viviendo el privilegio de ver la rendija por donde entra el sol en la caverna; ya sabes que al otro lado de la pared hay luz y que puedes acceder a ella. Como el personaje afortunado del cuento que narrábamos al principio, puede que un día descubras que teniendo riquezas espirituales (interiores) puedes alcanzar una felicidad que ni los dineros ni las cosas exteriores te pueden dar. 

Es el momento de trabajarte, de abrirte paso hasta el otro lado, de aprender como funciona la mente, cómo puedes controlar tu estado interno, cómo puedes ser dueño y señor de tus pensamientos, sentimientos y deseos. No puedes decidir entrar en felicidad por la fuerza; la felicidad es una gracia de Dios; a ti te queda decidirte a poner los medios para que la gracia de Dios no se frustre en ti: silencio, discernimiento, decisión y plegaria.  Con la ayuda del Espíritu Santo esperamos lograrlo; es lo que pretendemos en nuestro grupo de silencio-meditación-oración. Ánimo; no estás solo en tu camino; el Señor y la comunidad te acompañan.

Mayo 2025
Casto Acedo