“El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24).
el que de los dos pueblos ha hecho uno,
“El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24).
Os transcribo en una sola entrada los temas del desapego que vimos en su momento hace dos años, y que han sido motivo de reflexión del retiro de esta semana. Espero que os sirva de recordatorio y de invitaciópn a "soltar".
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SENSACIONES, APEGOS Y MIEDOS (I)
Iniciamos la segunda etapa de nuestro estudio-meditación. Si la primera etapa la podríamos poner bajo el verbo "practicar", a esta la podríamos llamar etapa del "soltar".
Y la iniciamos considerando nuestro mundo interior como un “espacio”. Y, según esta imagen espacial, tenemos la tarea de “abrir ese espacio” que es nuestra vida para crecer espiritualmente, a fin de llegar a ser “lo que soy” (espacio de y para Dios) y vivir lo que estoy llamado a ser (unión). Tu camino apunta a una “invasión divina”, tema importante para ir abriendo una rendija de luz a fin de que la claridad de la sabiduría divina inunde tu espacio interior.
El primer obstáculo para facilitar esa invasión es constatar que estás demasiado lleno de cosas, ideas y personas que te impiden ver y conocer tu verdadera identidad, tu "ser original". Hay que eliminar, pues, todo lo que obstruye, molesta e impide el ser tú mism@. Es necesario iniciar un camino de desapego. No puedes llenarte de Dios si antes no te vacías de otras cosas, como lo da a entender SJC cuando dice que “Dios es como la fuente, de la cual cada uno coge como lleva el vaso” (2 S 21,2). Si Dios no cabe en tu vida es porque está llena de otras cosas; tu espacio no está siendo para Dios, y por ello tampoco para ti. Sólo Dios garantiza tu libertad. Más adelante profundizaremos en esto.
El camino espiritual se puede definir como un “camino de sabiduría”, que te acerca progresivamente a la verdad que es Dios; es como un adentrarte en la estancia que tú mismo eres visitando tus moradas interiores hasta alcanzar la más interior “adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (Teresa de Jesús, 1 M 1,3), o también lo puedes ver como un proceso de liberación de los deseos que ocupan el lugar del único deseo que merece la pena. “Niega tus deseos y hallarás lo que desea tu corazón” (SJC Dichos, 15).
Negar tus deseos es desapegarte de ellos. El mal no está en las ideas, cosas, personas, sino en el deseo de ellas, en el protagonismo que le concedemos. El deseo de algo provoca en nosotros una “atadura”, un “apego” o un “aferramiento”. Visto desde esta perspectiva, el camino espiritual se puede denominar como un proceso o “camino de desapego”, de “soltar”, de “vaciar”, que empieza con lo más obvio: vaciarte, soltar las dependencias químicas (drogas), la de objetos, las obsesiones con personas, … y luego un soltar más sutil, que son las ideas, donde incluimos nuestro dogma personal (nuestra verdad sobre la vida). Este último es el último gran reto; soltar “mi verdad”, esa verdad que he conceptualizado y que al atarla a mis conceptos se aleja de la auténtica verdad (esto lo veremos más adelante). Se trata en este camino de seguir el consejo de Antonio Machado. “¿Tú verdad? No. / La verdad; / y ven conmigo a buscarla. La tuya ¡guárdatela”.
Desapego no es que tú no debas tener nada, sino que nada debe poseerte a ti. Nada te debe atar, ninguna idea, objeto o persona se debe apoderar de ti. Te relacionas con todo, pero no debes ceder tu empoderamiento personal, tu dominio sobre tu vida a cualquiera o a cualquier cosa. Sólo en Dios descansará tu alma (cf Salmo 61,2).
San Juan de la cruz, al hablar del desapego (a los apegos los llama "apetitos") que te adentra en la noche, dice algo que te puede ser muy útil meditar y asimilar:
“No tratamos aquí del carecer de las cosas, porque eso no desnuda al alma si tiene apetito de ellas, sino de la desnudez del gusto y apetito de ellas, que es lo que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga. Porque no ocupan al alma las cosas de este mundo ni la dañan, pues no entra en ellas, sino la voluntad y apetito de ellas que moran en ella” (SJC. 1 S 3,4)
Las adicciones o apegos ocupan el alma y son semillas de inquietud y sinsentido. Ante adicciones como la droga o al juego se necesita una terapia adecuada. También para adicciones más espirituales, para relaciones insanas con personas o con realidades espirituales aparentemente inocuas, se necesita una terapia adecuada.
Y aquí conviene advertir de algo importante. Cuando te adentras en la práctica de meditación el apego inicial puede ser la misma práctica. Nos apegamos a las enseñanzas, las reflexiones, la práctica del silencio meditativo, por ejemplo, y en vez de ser un puro proceso espiritual lo convertimos en una empresa mundana de presunción (comparación con otros meditadores, envidias, celos, soberbia, etc.) o en un escape para nuestros problemas (meditación interesada, egoísta). Estas cosas generan aflicciones que hunden más que sanan. Meditar no tiene ningún fin concreto, conduce a “nada”, simplemente ejercita la “apertura a lo que suceda”, a lo que sea la verdad por venir. Buena aspiración ésta para el tiempo de Adviento.
El estudio, la meditación y las prácticas ascéticas no son un fin en sí mismos, son sólo un “medio hábil”, un instrumento del que echamos manos para crecer; y llegará el momento en que no nos sirva y recurriremos a otra técnica o a otra enseñanza superior. No debes estancarte en ningún método o enseñanza.
¿Cómo discernir lo que te ata? Para saberlo puedes hacer una reflexión detenida sobre este aforismo: Las cosas se adueñan de ti cuando les das el poder de hacerte feliz. Esta frase es toda una pista para saber cuando estamos entablando una relación inadecuada con objetos, personas o aficiones. Si queremos ser felices, con una felicidad auténtica y duradera, es preciso no dejarse atrapar en relaciones o experiencias pasajeras que roban la auténtica felicidad. Dijo Jesús que “donde está tu tesoro está tu corazón (vida)” (Mt 6,21); si tu tesoro está en cosa tan baja como la satisfacción inmediata de tus apetitos, ¿no estarás perdiendo la vida? ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? (Mt 16,26). Si nos convertimos en adictos a experiencias mundanas pasajeras (v.g. alcohol, sexo, gula, dineros, …) dependeremos de las cosas que las producen y ahí podemos quedarnos estancados durante años, incluso décadas. Hay que vigilar y tener cuidado.
Pero también es importante, ahora que quieres iniciarte en un camino espiritual serio, que medites acerca de personas y prácticas sociales o religiosas en las que tienes puesta tu felicidad: tu esposo o esposa, o tu amante, o tus hijos, o tu pertenencia una asociación benéfica, o tu práctica habitual de ritos religiosos. No se trata de demonizar a las personas o las prácticas en sí; se trata de sanar la relación enfermiza que puedes tener con ellas; si esta relación es de dependencia, es tóxica (¡ojo! es tóxica la relación no aquellas personas o cosas con las que te relacionas) hay que sanarla. Si te conviene alejarte de ellas y puedes hacerlo, deberías intentarlo hasta que se sane tu relación. Luego podrás volver a ella con un talante renovado.
Concluyendo
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SENSACINES, APEGOS Y MIEDOS (II)
1. Cuando tomo dulces, chocolate, miel, o cuando vivo cualquier otro instante placentero, siento una sensación agradable que inmediatamente quiero retener. Y ahí se da la solidificación del apego. No me conformo con disfrutar el momento sino que además quiero extenderlo: “¡que nadie me quite este chocolate, esta miel!, ¡que nadie interrumpa el placer que ahora experimento!”.
Ante lo que nos gusta solemos reaccionar de una forma muy exagerada, muy por encima de lo que realmente está en juego, porque tenemos ansias de poseer y miedo de perder esa sensación en la que hemos puesto la vida. El que reacciona así no es mi “yo”, el que reacciona es mi “ego”, que es muy vulnerable y desconfía de su existencia; el "ego" quiere vivir asociado a cosas agradables y distanciado de las desagradables; cuando ve amenazado este estatus caprichoso siente miedo y reacciona exageradamente (rechazo, violencia, desprecio, etc.) contra todo lo que pueda amenazar su existencia.
2. El miedo motiva también la aversión o rechazo del ego a determinadas personas cosas o situaciones que teme le pueden acarrear dolor o sufrimiento. Cuando pruebo un alimento nuevo me puede producir una sensación desagradable al paladar; y el miedo a que se vuelva a repetir crea en mí una reacción de rechazo visceral a ese sabor. Esta respuesta automática puede estar impidiendo que me eduque en el camino de una alimentación sana, donde aprenda a aceptar con sabiduría aquellos alimentos que, si bien no son especialmente sabrosos, son realmente beneficiosos para mi salud.
La aversión o rechazo por miedo a cosas, personas o situaciones que nos parecen desagradables, hace que perdamos la oportunidad de vivir abiertos a experiencias nuevas y valiosas que quedan más allá de nuestros gustos personales. La exclusión de algo o de alguien por la mala sensación que nos produce es siempre un mal camino, porque cierra las puertas al amor universal que reclama nuestra naturaleza. El camino del crecimiento pasa por abrazar con un discernimiento sabio (más allá de la simple sensación) las realidades que se nos presenta en el día a día, unas más agradables y otras menos; todas deben ser miradas como una oportunidad para crecer. ¿No es esto lo que nos quiere decir Jesús cuando invita a cada cual a "tomar su cruz" (cf Lc 15,27), o san Pablo cuando habla de "la sabiduría de la cruz" (cf 1 Cor 1,22-25)?
Vivir el presente supone estar abiertos a las sorpresas de la vida y llevarlas adelante aceptándolas con paz y serenidad; para ello, para no alterarse en exceso por las sensaciones agradables o desagradables, es desaconsejable fiarlo todo a ellas. Si pongo mi felicidad en la búsqueda de placenteras sensaciones exteriores, difícilmente erradicaré el miedo a que éstas decepcionen mis expectativas Si me amedrento ante los retos que suponen las situaciones desagradables viviré paralizado por el miedo y desaprovecharé mi vida. La vida es movimiento, salida, entrega, aventura, valentía y riesgo; y el miedo ahoga esos valores. Si acepto y miro las realidades, ya sea placenteras (regalos de Dios que puedo disfrutar sin engancharme a ellos) o dolorosas (problemas, cruces, contrariedades), como oportunidades para crecer en sabiduría estaré en el camino correcto.
3. Ahora bien, lo reacción más común ante los estímulos exteriores suele ser la que menos notamos: la neutral. La reacción neutral es la indiferencia, la apatía, el "me da igual". Tal vez sea ésta la reacción más dañina, porque supone un aislamiento de nuestro ego en sólo nuestro interés o desinterés. La mayoría de los males del mundo no tienen su origen en el agrado o desagrado que me producen sino en la indiferencia. ¿Acaso no es esta la causa de que millones de personas vivan en el olvido más absoluto?
Este miedo inconsciente tiene mucho que ver con el aferramiento o apego. Es proporcional al mismo. En la medida en que estés apegado tienes miedo. Es algo muy simple: cuando te aferras a algo tienes miedo a perderlo. Nos aferramos ante las posibles pérdidas que podrían generar sufrimiento.
Tener una cosa como esencial para mi vida es un tipo de apego, también apegarse a una persona sin la cual nos parece imposible vivir, o bien a unas ideas, creencias, patrones de conducta o prácticas sin las cuales no parece tener sentido nuestra vida, etc. Todo esto lo provoca el miedo. Es muy importante comprender y conocer nuestros apegos, verbalizarlos, porque la comprensión nos lleva a ser cada vez más competentes en la gestión de la ansiedad, el estrés o la incertidumbre. Sólo con la comprensión intelectual ya avanzamos; pero luego hay que llevar a la práctica acciones de desapego.
Podemos considerar que hay cuatro niveles de apegos o aferramientos que están en la raíz de nuestros miedos, y que conviene erradicar si queremos avanzar en la vida espiritual. Para adquirir sabiduría espiritual es clave liberarse de estos cuatro apegos:
1. Primero, el apego a la existencia. Aclarar que el apego a existir o a la existencia no significa que debamos minusvalorar la "vida real"; ésta es un don de Dios y su valor sólo es superado por el amor. El mismo Señor enseña que "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). La vida aquí se considera importante, aunque su perfección está en vivirla en compasión y amor; sólo así conduce a una vida eterna. La vida, la creación, por tanto, es buena.
La propia existencia se convierte en algo que produce apego y vértigo (miedo) cuando se la valora erróneamente, cuando se le otorgan cualidades que no tiene y esperanzas que no son reales, cuando se deifica. Al decir que hay "apego a la existencia" nos referimos a lo que podríamos llamar apego a “la vida soñada”, o a la vida tal como la vemos cada uno, o como la pretendemos vivir, o la concebimos. La existencia de cuyo aferramiento hay que liberarse es aquella en la que se da una cristalización del ego que la convierte en existencia inventada.
La vida en sí es transitoria, somos peregrinos, no es nuestra realidad última. Es un error hacer de la vida “aquí abajo” (inmanente) la clave de todo, porque no nos va a poder liberar de muchos sufrimientos, como, por ejemplo, el que surge del miedo a la muerte. Cuando hacemos de la vida temporal la clave de todo estamos viviendo en una falacia, alimentando un ego que nos engaña, una realidad falsa que requiere mucho mantenimiento, mucha dedicación, mucho sacrificio, y mucho miedo a no conseguir el imposible de una vida eterna que imaginas como temporal sin límites. Si estás apegado a esta vida no eres muy espiritual, y no te será extraño el “vacío existencial”, porque pones todo en algo inexistente. En esta línea dice Jesús:
2. Un segundo apego es el apego al bienestar. De este apego nace el miedo a no experimentar paz, felicidad, plenitud; un miedo que lleva a la necesidad de alimentar el ego. Este apego o idolatría del bienestar es la clave a la que recurre la sociedad de consumo para atrapar en sus redes. Comienza por hacer ver algo accidental como esencial para vivir, por ejemplo: un coche, una pareja, una gran mansión etc. ; luego fija en la mente la idea de que esas cosas dan la felicidad; y esto genera el miedo a ser nadie sin coche, casa o pareja; o el miedo a perder todo eso si ya lo tengo. Lleva razón quien dice que lo más opuesto al amor es el miedo. Porque el miedo te mueve a aferrarte, a poseer todo, y con ese afán de poseer, de dominar, de controlar es imposible el amor, que es precisamente lo contrario: dar todo.
El miedo se manifiesta como inquietud o insatisfacción, aunque no detectamos el origen porque está oculto a la mirada de nuestra conciencia. Se manifiesta el miedo cuando estamos solos y hay sensación de agobio, aburrimiento, soledad, nerviosismo; entonces salimos inmediatamente a la búsqueda de un entretenimiento, de algo que nos saque de esa inquietud: navegar sin rumbo por internet, ver la televisión, consultar la aplicaciones del móvil, comer algo, etc. Son métodos para compensar un miedo subyacente que no detectamos conscientemente.
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La vida es gozo, paz, felicidad, …y llevamos dentro el anhelo de todo esto; son bienes que no nos vienen de fuera sino que están dentro, en nuestro interior, en Dios-dentro: “interior intimo meo”. Ser espiritual requiere desaferrarse de las satisfacciones exteriores. “Quien quiera salvar su vida (ego, exterioridad), la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (yo, interioridad)” (Mt 16, 26). Sin esa renuncia al bienestar exterior a toda costa es imposible llegar a la fuente de agua viva que está en lo interior, al Cristo interior, imagen perfecta de uno mismo. Por eso Jesús dice: “El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: ´de sus entrañas manarán ríos de agua viva´" .(Jn 7,37-38). Hay una sentencia de Jesús sobre la necedad del apego al bienestar y el consumo que es breve y concisa: “¿De qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? (Mt 16,25)
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SENSACINES, APEGOS Y MIEDOS (III)
(continuación del tema anterior)
3. Apego a “mis” esperanzas. Una vez que tengo asegurado el bienestar viene el aferramiento al futuro; lo que podernos llamar “esperanza”; deseo que lo que tengo mejore y se prolongue en el tiempo, espero en que el futuro me va a hacer feliz, y espero que la felicidad me venga de fuera.
Un apego muy sutil, porque pasamos la vida mirando a un futuro que no acaba de llegar, de donde esperamos que algo pase: paz, gozo y una vida excitante. Pero Sólo el presente es real; ese futuro, esa vida que se espera, no existe, es un fraude. Sólo el presente es real. Y nace aquí el miedo a que no se cumpla mi esperanza, a que no salgan las cosas como yo espero. Cuando se pone el futuro en un milagro -y esperar que todo salga según mis deseos es un milagro- se vive en el miedo crónico a que éste no se produzca. Y el miedo conduce a la desesperación.
Hay que aclarar que lo que nos desespera no son las cosas (esperanzas) que deseamos sino el “aferramiento a falsas esperanzas”. Espero que todo suceda tal como yo quiero; y cuando me aferro a un solo resultado -lo que yo quiero- tengo muchas posibilidades de sufrir un fracaso.
Estadísticamente pedimos que ocurra una posibilidad entre millones. ¿Por qué va a ocurrir precisamente lo que deseamos? ¿Es lógico esperar que te toque la lotería con un índice de probabilidades de una contra cien mil? ¿Es bueno poner nuestra felicidad en nuestros caprichosos deseos? La experiencia nos dice que nuestros caprichos no siempre los conseguimos, no siempre llegan. Y al final nos vemos como niños que patalean; hacemos de nuestra vida un constante pataleo: “¡ay que ver lo mal que está el mundo!”. Como dice Robert Hugues, nos definimos como eternos insatisfechos instalados en la cultura de la queja.
Hay que evitar la trampa de confundir la esperanza con el deseo, sobre todo con los deseos que nacen del ego; en este caso ponemos la esperanza en nuestros deseos egoístas y se genera una esperanza enfermiza. Con razón dice san Basilio que “el deseo es la enfermedad de alma”, un virus que se cultiva en el laboratorio del “me apetece”.
No obstante, hay que considerar que no todos los deseos son iguales. Luchan en el interior del hombre tendencias desiderativas opuestas:
1.- el deseo de Dios y de sus dones (virtudes), que es el deseo lógico (propio del logos, del ser de la persona, un deseo racional) conforme a su naturaleza; y
2.- el deseo ilógico, contrario a la razón, deseo loco, contrario al logos, que es Cristo, y que lleva a obrar de manera irracional, insensata, loca; este deseo insensato hace vivir en un mundo al revés, donde los valores están trastocados, pierden su orden y su verdadera proporción. La locura lleva a absolutizar los deseos y placeres sensibles, como es natural en los animales irracionales. Este deseo ilógico tiende a la cosificación del prójimo, a poner el placer como valor supremo. Aquí el discernimiento espiritual se pervierte: es bueno lo que me apetece, es malo lo que me desagrada.
El deseo loco o ilógico va directo al fracaso, que es la enfermedad de quien pone las esperanzas en los deseos egoístas. Es absurdo poner expectativas de felicidad en “exterioridades futuribles". El fracaso se acentúa cuando no hacemos nada por conseguir lo esperado, simplemente nos sentamos a esperar.
La esperanza genuina no se cimenta tanto en el futuro como en la apertura al presente. ”Nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,3-5).
En esta concatenación de causa efecto vemos que la esperanza no se sostiene cuando se focaliza en el futuro sino en el día a día de la práctica de las virtudes. No confundamos la virtud de la esperanza -que se vive en el presente- con el vicio del deseo de un futuro que espero pasivamente.
La esperanza genuina no hay que confundirla con los deseos, por muy buenos que estos sean. La esperanza es "ancla del alma, segura y firme" (Hbr 6,1). Los deseos ansían un futuro apetecible; la esperanza es el ancla del alma en un presente apacible, en puerto seguro que evita que la nave de la existencia se deje arrastrar por vientos caprichosos o zarandear y hundir por las tormentas. En esencia el alma cristiana no espera cosas futuras que le vengan de fuera, simplemente pone su seguridad en Dios que está aquí y ahora, en el presente eterno. En tiempos de tormenta el ancla de la esperanza mantiene a flote la barca a la espera de tiempos favorables. "Espera en Dios que volverás a alabarle" (Sal 41,12b).
4. Apego o aferramiento a cosas o experiencias concretas que satisfagan mi ego: logros personales, económicos, sociales, deportivos, artísticos, etc. Los miedos debidos a estos aferramientos son muy tangibles, saltan a la vista. En estas experiencias mundanas de apego es donde podemos comprobar de modo más evidente nuestros miedos diarios. Hay otros apegos más ocultos a la conciencia y que producen al ego miedos tales como el de perder el aprecio de los demás, no ser aceptados por parte de los otros, perder una vida placentera, etc. Un buen trabajo en este tema es preguntarte: ¿Cuáles son, en concreto, tus apegos y cuáles sus miedos consecuentes? ¿Cómo prevenir esos miedos?
4.1 El apego a las posesiones materiales y el miedo a no poseerlas o verse separado de ellas. Es el miedo a perder lo que tú "te imaginas" que tienes. Lo que tenemos no es nuestro, es mío de manera funcional pero no de manear existencial. El deseo de poseer, de posesionarse de las cosas y las personas, crea conflictos muy graves, tanto a nivel personal como social. Muchos conflictos son evidentemente causados por el egoísmo posesivo de cada uno, son conflictos de intereses económicos particulares o nacionales.
*¿Cómo prevenir este miedo? La prevención está en la virtud de la generosidad. Ser generoso es una menara de superar el miedo a no poseer o a perder lo que se tiene. La generosidad actúa directamente aquí. Contra el egocentrismo, generosidad, dar, compartir. Si puedo compartir algo debería disponerme a ser útil, servicial, compartiendo mi tiempo, mi experiencia, mi sabiduría. Siendo voluntario, entregando a otros todo lo que tengo. Sería bueno, cada día, hacer dos o tres pequeños gestos de amabilidad o generosidad hacia otros, y si ese otro es desconocido, mejor; y si el gesto es espontáneo más que preparado, tanto mejor.
4.2 El apego a los placeres de los cinco sentidos y el miedo a experiencias desagradables. Miedo a pasarlo mal, al aburrimiento, al trabajo-esfuerzo, a la enfermedad, etc. Nuestra cultura es muy hedonista, y teme mucho al dolor, es poco resistente al dolor.
*¿Cómo prevenir? La mejor estrategia –que vale para superar todos los miedos- es la de cultivar el altruismo, desarrollar amor y compasión hacia otros y hacia todos los seres para salir así de nuestra burbuja; cuando salimos de nuestro encerramiento nos damos cuenta de que nuestros problemas no son tan importantes. Hay personas que lo pasan peor que yo, sin agua potable, sin familia, sin seguridad médica, etc. Si contextualizo ahí mis dolores parecerán ridículos. Cuando siento la amenaza, cuando surge el miedo a experiencias desagradables basta empatizar con quienes viven esas experiencias y decirme que esto que me está pasando, o que temo me pase, lo está pasando mucha gente, y peor; y del mismo modo que yo no quiero estar en esta situación deseo también que los demás se liberen de ella.
4.3 El apego al reconocimiento, la aprobación y la fama y el miedo a la censura o la desaprobación. Miedo a ser despreciado. Temor a hacer el ridículo en público, que te critiquen, o el miedo a envejecer, a ser despedido de tu trabajo, etc. Para compensar la falta de estima exigimos la confirmación de otros, lo cual genera relaciones de sumisión, despersonalización, hipocresía, favoritismos, etc. Busco como sea la aprobación de otros, y sin esa aprobación no me valoro, no sirvo, no puedo nada. La relación conmigo mism@ es conflictiva. Esto supone el gasto de mucha energía y genera muchos conflictos por mis reacciones ante la desaprobación de mi ego.
*¿Cómo prevenir aquí? La respuesta aquí está en trabajar la autoestima. El autodesprecio crea muchos problemas y produce mucho desgaste; es agotador estar pendiente de la confirmación de otros para darle valor a lo que somos y hacemos. Sentir el abrazo de Dios en la meditación resulta aquí una medicina más que eficaz. Si Dios está conmigo, ¿quién estará contra mi? (cf Rm 8,31).
4.4 El apego a una buena reputación y el miedo a tener a una mala imagen. Miedo a ser ignorado, a perder el estatus, la honra, la “negra honra” que dirá santa Teresa.
*¿Qué hacer para no caer en este miedo? En este, y vale también para los otros, lo mejor es darnos un baño de “realidad”. ¿En qué sentido? Aprender a mirar la realidad tal como es, no como nosotros la imaginamos o tematizamos. Y la realidad tiene dos connotaciones en las que no nos paramos en este tema: 1. la impermanencia: estamos de paso, nada es eterno, todo cambia, y 2. la interdependencia: soy parte de un todo del que no me puedo separar; mi vida está unida a la de todos los seres. Mi reputación e imagen no es sino la reputación e imagen de todos; y aquí, si quiero ser transparente –si quiero limpiar mi imagen, sacar mi auténtico ser- basta con que tome conciencia de mi necesidad de altruismo y compasión, no de que me miren y me compadezcan, sino de mirar yo por l@s otr@s y compadecer. Lavar la reputación del otro es lavar mi reputación; haciéndolo así, más que limpiar mi imagen me restablezco en lo que soy. Ser todo en Cristo.
* * *
A cada persona le afectan más unos miedos que otros de entre los que hemos expuesto. Hay quienes tienen más miedo a perder el estatus, otros su dinero, otros tienen miedo a ser ignorados, otros son más sugestionables y temen a la enfermedad, etc. Cada cual debería mirar cuál es el miedo que más le afecta, y hacerse consciente de él, porque ese es el miedo que está minando su vida.
Como tarea podrías pensar dónde crees que está tu felicidad, donde pones tu esperanza (apegos), y desde ahí leer tus miedos. Y una vez conocidos trabajar más las causas del miedo que el miedo en sí, porque solo actuando sobre las causas podrás sanar la herida. Trabajas así de modo preventivo (vigilante), poniendo el remedio antes de que sobrevenga el mal.
Pregúntate, pues: ¿De dónde espero que venga mi felicidad? Algunas veces te haces trampa, te autoengañas. Si quieres descubrir realmente cuál es el apego (sea persona, objeto o circunstancia) en el que pones tu felicidad, cuál apego genera en ti emociones aflictivas, pregúntate en qué gastas tu tiempo, tu energía y tu dinero. Ahí ves lo que valoras realmente, y lo valoras porque crees que tiene algo que ofrecerte, algún tipo de felicidad. Y puede que esa felicidad sea solo una sombra, un señuelo que no hace mas que hundirte en una cada vez mayor frustración y sufrimiento.
Marzo 2022
Casto Acedo.