martes, 28 de mayo de 2024

Repasando: San Pedro de Alcántara

Hablamos en la última reunión de "no confundir a Dios con las experiencias", y que no debemos bsucaer en la meditación experiencias exóticas sino a Dios. Os invito a leer estga entrada del año 2017. Es un el texto de san Pedro de Alcántara. Os lo transcribo en letra roja con comentarios míos en azul. El camino de la contemplación no es fácil; tiene momentos de sequedad, y hay que contar con ello. . Tras un tiempo de experimentar el silencio meditativo y sentir sus beneficios (si no fuera así no creo que siguierais en el grupo), llega el momento de la rutina, el cansancio, el aburrimiento… ¿Sigo o lo dejo? Es la pregunta-trampa. Supongo que quienes lleváis años ya estís maduros en esto; para los que empiezan o llevan poco tiempo va especialmente esta entradda. Se aprende de la vida que hay “noches oscuras”, aunque no llegamos a entender del todo su sentido; en los momentos de sequedad toca poner en marcha el corazón, o sea, la voluntad; no olvides que en latín “volo” –de donde viene voluntad-. significa “querer”. Ejercitarse en la voluntad supone seguir los pasos que Dios quiere para mí, no lo que yo quiero (normalmente confundo este “quiero” mío con “me apetece” o “me gusta”). San Pedro de Alcántara nos lo explica así:

 
 
 San Pedro de Alcántara
Tratado de oración y meditación
CAPÍTULO V.

DE ALGUNOS AVISOS NECESARIOS PARA LOS
QUE SE DAN A LA ORACIÓN

Aviso primero
 
Comienza el santo reconociendo que no es fácil llegarse a Dios, y sin una conveniente dirección (guía) y consejos para no perderse en el camino. O sea, que sin mapa de la carretera y sin humildad para dejarnos guiar por los caminos adecuados,  es casi un imposible.
 
Una de las cosas más arduas y dificultosas que hay en esta vida es saber ir a Dios y tratar familiarmente con él. Y por esto no se puede este camino andar sin alguna buena guía, ni tampoco sin algunos avisos para no perderse en él, y por esto será necesario apuntar aquí algunos con la nuestra acostumbrada brevedad….

1.- El primer consejo o aviso que da el santo es que sobre el “para qué” de la oración. Y previene de la reducción “filosófica” de la oración: buscarse a sí mismos y amarse a sí mismos. Es este un engaño lógico cuando se practica “meditación sin Dios”, es decir, cuando se reduce la meditación (también alude a la celebración de Sacramentos) a una serie de técnicas orientadas a encontrar un “lugar estufa” donde aislarme de mis preocupaciones y problemas; algo muy propio de la Nueva Era. Menciona aquí san Pedro de Alcántara que estamos ante una versión espiritual de los pecados capitales (avaricia, lujuria y gula espiritual) tan peligrosa como la versión sensual.

Entre los cuales, el primero sea acerca del fin que en estos ejercicios se ha de tener. Para lo cual es de saber que (como esta comunicación con Dios sea una cosa tan dulce y tan deleitable, según dice el Sabio) de aquí nace que muchas personas atraídas con la fuerza de esta maravillosa suavidad (que es sobre todo lo que se puede decir) se llegan a Dios y se dan a todos los espirituales ejercicios, así de lección como de oración y uso de Sacramentos, por el gusto grande que hallan en ellos, de tal manera, que el principal fin que a esto les lleva es el deseo de esta maravillosa suavidad. Éste es un muy grande y muy universal engaño en que caen muchos. Porque como el principal fin de todas nuestras obras haya de ser amar a Dios y buscar a Dios, esto más es amar a sí y buscar a sí, conviene saber, su propio gusto y contentamiento, que es el fin que los filósofos pretendían en su contemplación. Y esto es también -como dice un Doctor- un linaje de avaricia, lujuria y gula espiritual, que no es menos peligrosa que la otra sensual.

2.- Luego dice algo muy importante para nosotros cuando el cansancio de la práctica de meditación diaria puede hacer mella: no sentir gustos ni regalos en la oración no es signo de no estar haciendo lo correcto. No os juzguéis a vosotros como malos orantes si no vivís experiencias dulces y consoladoras; tampoco os juzguéis como más santos, ni juzguéis a nadie como tal, en razón de estas experiencias. Santa Teresa tuvo muchas de estas experiencias (también tuvo sus noches oscuras, aunque se mencionan menos), pero su santidad no se debe a esos dones de Dios sino a la búsqueda de la voluntad de Dios sobre la propia; fue vaciándose de su “volo” (querer, amar, voluntad) para que ese espacio lo fuera ocupando el “volo” de Dios. Así lo dice san Pedro:
 
…Y lo que es más, de este mismo engaño se sigue otro no menor, que es juzgar el hombre a sí y a los otros por estos gustos y sentimientos, creyendo que tanto tiene cada uno más o menos de perfección, cuanto más o menos gusta de Dios, que es un engaño muy grande. Pues contra estos dos engaños sirve este aviso y regla general: que cada uno entienda que el fin de todos estos ejercicios y de toda la vida espiritual es la obediencia de los mandamientos de Dios y el cumplimiento de la divina voluntad, para lo cual es necesario que muera la voluntad propia, para que así viva y reine la divina, pues es tan contraria a ella…. 
 
3. ¿Qué sentido tienen entonces las experiencias  humanamente gratificantes que se pueden dar en la oración? La razón es que se trata de signos que Dios nos da para hacernos saber que está cerca de nosotros en esta lucha por vivir según su voluntad. Y si es para este fin no hay inconveniente en pedirle esos dones a Dios, sobre todo en los momentos en que nos abate la oscuridad. Eso sí, siempre con un “que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Vuelve a insistir reiterativamente el santo en que no son los gustos sino la conformidad con la voluntad de Dios libremente aceptada (lo que supone exiliar los propios gustos y voluntades) lo que determina la calidad de nuestra oración.
 
…Y porque tan gran victoria como ésta no se puede alcanzar sin muy grandes favores y regalos de Dios, por esto principalmente se ha de ejercitar la oración, para que por ella se alcancen estos favores y se sientan estos regalos para salir con esta empresa. Y de esta manera y para tal fin se pueden pedir y procurar los deleites de la oración  (según arriba dijimos), como los pedía David cuando decía: Vuélveme, Señor, la alegría de tu salud, y confírmame con tu espíritu principal (Ps.50,14). Pues conforme a esto, entenderá el hombre cuál ha de ser el fin que ha de tener en estos ejercicios, y por aquí también entenderá por dónde ha de estimar y medir su aprovechamiento y el de los otros, conviene saber, no por los gustos que hubiere recibido de Dios, sino por lo que por él hubiese padecido, así por hacer la voluntad divina, como por negar la propia.

Que éste haya de ser el fin de todas nuestras lecciones y oraciones, no quiero traer para esto más argumentos que aquella divina oración o salmo: Beati immaculati in via (Ps.118,1), que teniendo ciento setenta y siete versos (porque es el mayor del salterio) no se hallará en él uno solo que no haga mención de la ley de Dios y de la guarda de sus mandamientos, lo cual quiso el Espíritu Santo que así fuese, para que por aquí viesen los hombres cómo todas sus oraciones y meditaciones se habían de ordenar en todo y en parte a este fin, que es la obediencia y guarda de la ley de Dios, y todo lo que va fuera de aquí, es uno de los muy sutiles y más colorados engaños del enemigo, con el cual hace creer á los hombres que son algo, no siéndolo.

Por lo cual dicen muy bien los Santos que la verdadera prueba del hombre no es el gusto de la oración, sino la paciencia de la tribulación, la abnegación de sí mismo y el cumplimiento de la divina voluntad, aunque para todo esto aprovecha grandemente así la oración como los gustos y consolaciones que en ellas se dan.
 
4.- Finalmente invita a un examen personal acerca de la propia oración. Lo primero es  que miremos si vamos creciendo en humildad, que se manifiesta interiormente en una consideración equilibrada de nosotros mismos y en la capacidad de “sufrir las injusticias de los otros” (no se afirma que haya que promover esto), exteriormente en la manera de relacionarnos con los demás, ayudándoles cuando nos necesitan, aceptándolos tal como son, con sus defectos y virtudes; también se ve la  humildad en el modo de soportar los momentos duros de la vida,  en la ausencia de críticas innecesarias (¿cómo rige su lengua?), en saber cuidar la vida afectiva (¿cómo guarda su corazón?), en luchar contra la dictadura de la sensualidad (dominar la carne), etc… ,
 
… Pues, conforme a esto, el que quisiere ver cuánto ha aprovechado en este camino de Dios, mire cuánto crece cada día en humildad interior y exterior. ¿Cómo sufre las injusticias de los otros? ¿Cómo sabe dar pasada a las flaquezas ajenas? ¿Cómo acude a las necesidades de sus prójimos? ¿Cómo se compadece y no se indigna contra los defectos ajenos? ¿Cómo sabe esperar en Dios en el tiempo de la tribulación? ¿Cómo rige su lengua? ¿Cómo guarda su corazón? ¿Cómo trae domada su carne con todos sus apetitos y sentidos? ¿ Cómo se sabe valer en las prosperidades y adversidades? ¿Cómo se repara y provee en todas las cosas con gravedad y discreción? …

5.- Y otra cuestión a analizar es la de la propia imagen, el propio “ego” (amor de la honra, del regalo y del mundo). Un elemento importante es que te preguntes si vas aceptándote cada día más como eres, más allá de querer proyectar ante los demás una imagen ideal de ti mismo que, a la larga, te esclaviza haciéndote decir y hacer lo que no quieres. Todo por temor al qué dirán, al rechazo, a sentirte solo.
 
Es verdad que ser tú mismo lleva a veces consigo incomprensiones, soledad, dudas de si no me estaré equivocando,… Es la experiencia de Jesús en Getsemaní: Soledad, abandono (se sentía incluso abandonado del Padre)… Es la “muerte del ego”, la mortificación, ¡habría que recuperar el significado de esta palabra como ejercicio de arrojar fuera de ti todo lo que te mata!. Ahora bien, eso que te anula y te mata,  tu “falso yo”,  no se va a retirar como si nada; luchará por seguir instalado en ti, por dominarte con el engaño de los pensamientos y las emociones; te dirá que te engañas a ti mismo si crees en la verdad de Dios, porque tú eres Dios...; ¡usa tu inteligencia!; también te dirá tu ego que has nacido para disfrutar, ¿No escuchas muy a menudo eso de “tengo derecho a disfrutar” como argumento para evadirse de las responsabilidades?

 Pero Dios te dice que tú no eres tus pensamientos; ya decía B. Pascal que el corazón tiene razones que la razón no comprende. Y tampoco eres tus emociones, ni las gratificantes ni las dolorosas; las emociones y los pensamientos son parte de ti, pero tú eres más que inteligencia y sentimientos, eres tú mismo, “imagen de Dios”; lo más grande, lo más fuerte y duradero de ti está muy dentro de ti mismo; como dice santa Teresa, lo que te da valor es que  tu “alma es como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, … un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites” (1 Moradas 1,1). La puerta para entrar en ese paraíso interior que eres tú, donde -¡pásmate!- Dios mismo tiene sus deleites, es la oración.

 
 …Y, sobre todo esto, mire si está muerto el amor de la honra, y del regalo, y del mundo, y según lo que en esto hubiere aprovechado o desaprovechado, así se juzgue, y no según no que siente o no siente de Dios. Y por esto siempre ha de tener él un ojo, y el más principal en la mortificación, y el otro en la oración, porque esa misma mortificación no se puede perfectamente alcanzar sin el socorro de la oración….
 
 
Creo que merece la pena que tomes conciencia de lo te dice  san Pedro de Alcántara, extremeño, paisano nuestro por tanto, y maestro de santa Teresa de Ávila. Bueno es que medites, que dediques tiempo a silenciar la mente y el corazón para dar paso a Dios. Pero también es bueno que te pares a evaluar tu oración, no tanto valorando los gustos y regalos cuanto los cambios que se van danto en tu vida (conversión a Dios y al prójimo).

En este segundo año, menos propenso a sorprenderte por los avances en tu meditación, toca hacer oración contemplativa siguiendo la voluntad de Dios más allá de tus gustos y caprichosHabrá momentos en que no encuentres un por qué  ni un para qué orar. A pesar de ello  te invito a perseverar. ¿Por qué tienes que hacerlo? Te respondo con las palabras de Jesús a san Pedro, que no entendía por qué Jesús, el maestro, tenía que lavarle los pies:  «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». (Jn 13,6-9). Orar, más que hacer, es “dejar hacer a Jesús”; para ello sólo tienes que descalzarte y poner los pies bajo el agua que Él  te acerca. Entiende así la oración; como un don que Jesucristo, Dios encarnado, se te acerca. Te parecerá impropio de Dios tanta humildad. Es su forma de hacer contigo. No dejes de poner tus pies ante él, tu vida entera, para que la purifique con el agua de su gracia. Eso es orar.

Por tanto, sé constante: no lo entiendes ahora, pero lo entenderás más tarde.


Buena semana de meditación a todos.
Casto Acedo. Octubre 2017.

miércoles, 22 de mayo de 2024

8.1 Amor, meditación, vida.

 El tema 8 de nuestro programa nos invita a ir concretando y resumiento lo tratado sobre el altruismo y amor bondadoso. En esta entrada se ofrece una nueva reflexión sobre el tema acompañada de unos interrogantes que van en letra cursiva. El tema es amplio. Léelo por partes, y sobre todo párate sin prisas en las cursivas; asimila, respóndete y toma notas para compartir en grupo.  

*


Meditación y amor

Hablamos del amor con demasiada superficialidad. Lo solemos confundir fácilmente con la fruición y el egoísmo refinado que produce la emoción de ser amado por otro y la respuesta autocomplaciente a ese amor recibido. El amor a los amigos es de fácil digestión porque suele estar aliñado con especias de amor propio. Me amo a mí mismo en los otros, pero ¿es ese el verdadero amor?

Mirándonos en los grados del amor que establecíamos en la entrada anterior casi todos nos quedaríamos en el segundo: “ama a los demás como quieres ser amado”, que en la práctica solemos entender como “amo a los demás porque (o mientras) me aman, o a condición de que me amen”. Es un amor de intercambio a veces muy sutil, da la sensación de que hay gratuidad absoluta, pero se esconde tras él un cierto interés las más de las veces  inconsciente. Hablamos por ejemplo del amor del esposo o la esposa,  del padre o la madre, o el amor del hijo; con respecto a su gratuidad suelen tener buena prensa estos amores, pero si afinas el diagnóstico  verás que llegados a cierto limite a estos amores les duele no ser correspondidos.

Teniendo como fondo el amor bondadoso, echemos un vistazo a nuestra meditación y oración contemplativa. ¿Qué busco en mis ejercicios de oración? ¿Dónde pongo mi amor? ¿Dónde mi atención?  Cuando me paro y observo objetivamente suelo descubrir que ante todo me busco a mí mismo, mis deseos, mi anhelo de vivir en paz, mi armonía interior, mi gozo, mi serenidad... mi, mi, mi... un posesivo que pone en evidencia mi falta de amor altruista y generoso. Si el camino de mi oración comienza en mí y termina en mi centro, no estoy bien encaminado, porque no es el amor lo que me mueve sino el egoísmo, por muy luminosas y gratificantes que me parezcan mis sentadas.

Reducir la tarea de la meditación a la adquisición de estados anímicos subjetivos es dar razón a quienes creen erróneamente que la palabra meditar proviene de la expresión in médium ire, ir al centro, sumergirse en el núcleo de la propia subjetividad. Una meditación así entendida elimina la relación con el Otro y con los otros. Según esto Dios y el prójimo, y toda la creación, están a mi servicio, o desaparecen para que sea la pura sensibilidad la que ocupe todo el espacio. En esta experiencia no hay relación, y sin relación no hay amor.

En la meditación nos puede ocurrir lo mismo que en la vida real, que no vayamos en busca del otro deseando incondicionalmente su bien y su felicidad, sino que en cierta medida siempre nos acerquemos a él esperando obtener algún beneficio personal.

Párate y mírate; haz de tu vida un objeto de contemplación. Descubrirás mucho si te observas en tus relaciones, incluso en aquellas que consideras más genuinamente amorosas, como pueden ser tu relación de pareja, tu voluntariado en alguna institución, tu compromiso con tal o cual causa, etc. ¿De veras obras por puro amor? ¿No te has descubierto nunca quejándote o lamentándote de la poca respuesta que encuentras en aquellos a quienes ayudas?

El amor puro, al modo del tercer grado, como ama Jesús de Nazaret, no es algo muy común sino excepcional. Él no amó buscándose a sí mismo sino con total apertura al Padre y a la humanidad. "Mi alimento -dice Jesús-  es hacer la voluntad del que me envió" (Jn 4,24); “No he venido a ser servido (ser amado) sino a servir (amar)”, a dar mi vida por todos (Mt 20,28). Para un cristiano este es el modelo a imitar. A quien llega a prácticar un amor así  podríamos llamarlo  “iluminado”, o con un término más bíblico: “converso”. Éste ha experimentado los límites del amor humano, ha salido de sí, se ha despojado de sus pretensiones de grandeza y ha preparado así el terreno para que Jesús llene su vacío. Ha dejado de mirar su ombligo y se ha vuelto a Cristo. Fue valiente y no enterró sus talentos en el hoyo del "sí-mismo", sino que los negoció para recibir la paga de un bien mayor . La parábola de los talentos (cf Mt 25,14-30) invita a apostar por el amor más grande, el de Jesús. Has recibido la capacidad de amar. ¿Dónde inviertes ese talento? ¿O lo tienes escondido por temor a perderlo? ¿Practico el amor servicial consciente como inversión rentable para mi vida espiritual? Recuerda que el amor que no se da se pierde.



Transmitir la experiencia

Aceptamos, pues, que la experiencia del amor cristiano no se ahoga en el solipsismo de estar yo conmigo mismo. Ciertamente la contemplación puede ayudar al propio conocimiento, pero si se queda estancada ahí no es cristiana. Es gnosis (saber, conocimiento) no-cristiana que se desliza hacia la autodivinización. 

El silencio de la contemplación no culmina en la experiencia inefable e incomprensible de mi yo; tampoco en el regusto de un conocimiento autoinducido de mi persona; el ejercicio de la contemplación no se reduce a la pura sensibilidad sino que apunta al encuentro con el Otro y con los otros, a la comunicación. Quién es tocado por el dedo de Dios no guarda esa experiencia para sí; no tiene razón cristiana el Tao Te King cuando dice que “el que sabe no habla; y el que habla no sabe”.  Quien saborea al Dios de Jesucristo no puede evitar compartir con otros el bien recibido; el amor le impulsa a ello. Puede no encontrar las palabras exactas para comunicar, pero lo hará con las que tenga a mano. Deberías preguntarte si la calidad de tus experiencias místicas la evaluas por tus sensaciones placenteras, que podríamos llamar  onanismo espiritual, o por los cambios a mejor que se van produciendo en tu relación con Dios, los otros y el mundo.   

La experiencia mística cristiana tiende por sí sola a difundirse. Dios no da su gracia para uso privado sino para enriquecer al mundo con ella. Sin compartir no habría existido la tradición mística. ¿Qué son los escritos evangélicos, o los tratados de los santos Padres, o las obras de santa Teresa y san Juan de la Cruz sino transmisión de experiencias de encuentro con Dios? La mística cristiana no se da en el cruce con uno mismo sino con el Misterio; un encuentro que no es hermético (cerrado sobre sí) sino hermenéutico, es decir, pide una interpretación y transmisión de lo vivido, con unas palabras  que siempre serán deficientes pero que permiten comunicar a otros con más o menos acierto la experiencia vivida.

Al hilo de todo esto, ¡qué importante es que en los grupos de meditación cada cual intente compartir su experiencia para confrontarla con los otros! Y, por supuesto, qué necesario es confrontarla con la Palabra evangélica y con las enseñanzas de los místicos que han pasado antes de nosotros.


La decisión de amar

El amor cristiano no tiene límites. El corazón amoroso puede crecer hasta donde quiera, y Dios no le va a faltar. Ahora bien, el mismo Dios que realiza en la persona el milagro del amor no prescindirá de la misma persona para llevar adelante su obra. Si algo limita la experiencia del amor místico no es que la persona esté incapacitada para recibirlo, sino los prejuicios y miedos, los conceptos adquiridos, los pactos con ella misma (“sólo llegaré hasta aquí en mis renuncias”), que no dejan libertad al crecimiento imparable e infinito del amor.  

Para avanzar en sabiduría y virtud, para que el amor no se estanque es preciso tomar la decisión amar. El amor, más que un sentimiento es una decisión, una apuesta que tiene mucho de trabajo y menos de intuición. Decía Edison que “el genio consiste en un 90% de sudor (trabajo, aplicación, método) y un 10% de inspiración (intuición, experiencia)”. Si aplicamos estos porcentajes a la vida espiritual parece que caeríamos en la trampa de minimizar la gracia y sobrevalorar las obras; no obstante creo que merece la pena destacar que si bien todo está en manos de Dios no se pueden desdeñar las cualidades y la libertad de la persona. Te puede tocar la lotería, pero lo tienes difícil si no compras el billete. San Ignacio del Loyola dice lo mismo cuando invita a “fatigarnos como si todo dependiera de uno mismo, y al mismo tiempo confiar como si todo dependiera de Dios”.

Por tanto, hay que decidir y actuar para seguir creciendo en esto del amor. Hay que salir afuera y tomar posturas concretas de rechazo a lo que impide el amor y de aceptación y práctica de lo que lo facilite. Esto es importante; el movimiento se demuestra andando, decimos; pues bien, el amor se visibiliza en los actos. ¿Qué ejercicios de vida práctica ves en ti que son signos de amor genuino? ¿Podrías señalar en la última semana algo que has hecho y que te deja ver que amas de verdad?


Romper barreras

La primera decisión de amar se ha de dar en la atención, en abrir los ojos del corazón para ver en mí lo negativo, aquello que bloquea y limita mi desarrollo espiritual. Imaginemos que Dios es el sol, la luz. No solemos darnos cuenta de que esa luz es invisible. Observa la luna de noche, ves el sol reflejado en ella, pero no ves la luz que ciertamente existe en el espacio que dista entre el sol y ella; no ves la luz, aunque existe. La luz fluye en la oscuridad.  Comprueba que lo que ves no es la luz sino el efecto que los rayos del sol producen al chocar con la materia; en nuestro ejemplo con la superficie de la luna. 

Así es el encuentro con Dios. Dios es la luz que ilumina nuestro ser dando sentido a lo que somos. No lo vemos, pero está ahí. Vemos sus efectos sobre nuestra vida. Nos hace vernos a nosorros mismos ayudándoos a sí a concernos como imagen suya que somos y a vivir en consecuencia: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Salmo 118,105). El mismo Jesús, Dios encarnado, dijo: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8,12), "he venido para que los que no ven vean" (Jn 9,39).

Pero ¿qué ocurre si entre la luna y el sol se interpone un objeto opaco? Entonces la luz no llegaría y la luna y toda la creación quedaría a oscuras. Pues, bien, hay muchos objetos o velos opacos que obstaculizan e impiden que la luz de Dios ilumine mi alma; sin la luz de Dios mi alma no puede ver ni comprender por qué existe, por qué el sufrimiento y por qué sus inquietudes. Y sin una respuesta a estas cuestiones, sin la debida luz,  la vida se deteriora como le ocurre a una planta abandonada en un lugar oscuro. Podemos decir que sin la luz del Amor el amor no florece. 

Por eso el primer paso que hemos de dar es el de observar qué está impidiéndote recibir la luz. ¿Cuáles son esos impedimentos? ¿Qué obstáculos se interponen entre mi alma y Dios? Entre ellos está el velo conductual, los patrones de comportamiento arraigados en el inconsciente, los automatismos y las costumbres negativas. También limitan la percepción de la luz los conceptos heredados que se adquieren en la niñez, y otros que nosotros mismos hemos hecho propios a través de los años. ¿Podrías identificar alguno de tus automatismos o conceptos escleriotizados tan asumidos por ti que sin ellos te parece que no serías tu? Toma nota de alguna creencia que consideras inamovibles e intuyes que te paraliza para crecer psíquica y espiritualmente.

Los que nos hemos criado en una cultura cristiana recibimos en la infancia y la juventud una formación religiosa plagada de conceptos y valores que aceptamos sin pasarlos por el tamiz de la experiencia. Conceptos que puede que en su momento nos llenaran del orgullo de saber y conocer; incluso nos sentíamos felices de cumplir las normas que se nos dictaban  “así porque sí”, sin desvelarnos la fuente que pudiera hacerla un valor santo y deseable. Cumplíamos entonces la ley por puro amor a la ley, y esto nos satisfacía, ¿por soberbia? No me atrevo a afirmar tanto, pero veo que todo eso pudo crear  automatismos y patrones de comportamiento que bloquean la vida y no le permiten volar en libertad. 

Con la mayoría de edad la dinámica espiritual no se puede sostener en un “así porque sí”, necesita la experiencia del Epíritu que le mueva a obrar no por la obligación de la ley sino con la libertad de la fe. Deberías preguntarte si tu motor conductual sigue siendo externo (moral heteróma), atado a unos mandamientos o leyes exteriores a los que te sometes por costumbre y que por falta de un discernimiento serio y dejación en un conformismo atávico te impiden recibir la luz del sol de Dios y vivir más plenamente. Ten en cuenta que las leyes y los credos salvadores arraigan con facilidad en el ego porque le permiten sosegarse y verse más fortalecido. No caigas en la trampa.

Obsérvate y toma nota de hasta qué punto no eres tú quien vive tu vida sino que bailas al ritmo de tics aprendidos que satisfacen tu egoísmo. ¿Por qué rezas? ¿Por qué amas solo a quienes te aman? ¿Por qué tu amor no es imparcial e incondicional sino parcial y condicionado por el objeto o sujeto amoroso? ¿Por qué sigue pesando más en ti la costumbre que la libertad? Uno de los objetivos de esta etapa que seguimos es eliminar gradualmente todo lo que fortalece el ego y pone peros al amor sin fronteras que pretendemos vivir. Eliminando automatismos es posible desarrollar unas mormas de conducta que sean producto de una libre valoración y elección (moral autónoma).

Hay que despertar de los sueños inducidos por nuestra cultura, alejarnos de conceptos o realidades que nos han enseñado a considerar claves para la vida,  apostatar de leyes y situaciones cuya aceptación creemos inevitable, como éstas:  
*individualismo (gusto y regusto por llevar una vida tranquila sin que nadie me moleste),
 *capitalismo (tener bienes materiales y posesiones que me aseguren un futuro confortable y cómodo) y 
*consumismo (que no me falte lo necesario para poder satisfacer a placer mi sentido del gusto, olfato, vista, oído y tacto; ¿tendría sentido mi vida sin eso?). 

¿Hasta qué punto aceptas que del círculo individuo-dinero-consumo no se puede salir?


Virtud y sabiduría

El segundo paso es desarrollar cualidades nuevas que podemos resumir como virtud y sabiduría, es decir, acercarnos a las propuestas de vida  cristianas para conocer la verdad desde la práctica del amor bondadoso y a partir de ahí anclar nuestra conducta a una sabiduría que no sea impuesta (ley) sino aprendida y aceptada desde el descubrimiento y la experiencia interior del amor de Dios (libertad). A esta sabiduría podemos llamarla conocimiento (verdadera gnosis), siempre que este conocimiento no sea producto de unas enseñanzas teóricas (conocimiento puramente intelectual) sino fruto de la praxis del amor y la compasión. Es lo que Isaías llama “el conocimiento del Señor”, cuya sabiduría da paso a los tiempos mesiánicos; lo puedes leer en Isaías 11,1-9.

Este conocimiento se adquiere abrazando la realidad. Hay que dar el paso a la práctica. "Estoy contigo y tú quieres leerme cartas; no es esa la naturaleza del amor auténtico", decía el místico sufí Rumi. Estoy aquí y, aunque estoy prersente, me lees las oraciones de tu libro. Podemos caer en la trampa de confundir la oración con las palabras, la contemplación con los métodos; confundir con el mismo Dios lo que sólo son estados afectivos fruto de la práctica del silencio; y también  confundir el amor con el sentimiento romántico de querer hacer el bien. En todos estos casos la presencia del amante no se percibe para nada porque se tiene miedo a la unión mística; unión que no sólo la refiero a Dios sino a toda la creación, incluidos, por supuesto, los hermanos, especialmente los más pobres y marginados. Esta es la naturaleza del amor cristiano: amor universal. ¡No me leas textos, frases ni oraciones pías! Abrázame en la carne. Amor encarnado. Estoy aquí, presente -dice Dios- en mi Espíritu, presente en la naturaleza, presente, también, en los hermanos. ¿Cómo vives esto?

Deberíamos ir ya introduciendo en nuestra vida diaria todo lo que sobre el amor bondadoso hemos aprendido, 
*cultivando las verdades evangélicas que contemplamos (¿Es para ti el evangelio una novela rosa o ha subido ya al nivel de manual contracultural?)
*unificando conducta y sabiduría (¿Qué nivel de coherencia detectas entre la fe evangélica y tus actitudes y acciones?, 
*dando pasos concretos de entrega y altruismo desinteresado (¿Amas con el mismo afán a tus amigos y a tus enemigos?).

Conclusión

Estas son las aspiraciones de la segunda etapa de nuestro caminar: amor y altruismo. Párate a evaluar tus progresos siguiendo las pistas de los interrogantes que se plantean en este escrito y que te he facilitado poniéndolos en cursiva. En próximos encuentros podemos exponer experiencias y dialogar sobre todo esto.

Mayo 2024
Casto Acedo 

miércoles, 8 de mayo de 2024

7.5 Amar, cuatro grados.

Al hilo de los temas que vamos tratando, que versan sobre el amor bondadoso, compasivo e inclusivo, transcribo unas notas inspiradas en unos viejos apuntes de mi época de seminarista que nos pueden ayudar a tener una visión global sobre los grados de compromiso en el amor, que además suelen se idénticos a nuestro nivel de crecimiento personal (infancia, adelescencia, juventud, madurez) y  espiritual (éste tiene en la práctica y vivencia del amor su termómetro).  


Primer grado:
Ama al prójimo.

No hay duda de que lo más básico que nos enseñan y aprendemos desde niños es el deber de amar al prójimo. El mandato “¡amarás!” se nos transmite en la infancia como la base primera de la convivencia familiar (amar a los padres, hermanos, abuelos) y social (amarás a tus vecinos). Es algo común a toda la humanidad. 

Por todas partes se predica este amor, con unos pequeños matices que se refieren a la consideración de prójimo; hay quienes consideran “prójimo” a todo ser humano y hay quien reduce el significado del término a aquellos que te son más cercanos por vínculos familiares o de amistad.

El amor en este nivel es infantil, su motivación suele ser egoísta; depende del colectivo a quien se quiere agradar cumpliendo el mandato del padre o la madre que da la orden para que el niño haga esto o aquello. La práctica de este amor busca ante todo a aceptación en el grupo sometiéndose a sus normas. No hay un gusto por el amor sino obediencia a una obligación, y la satisfacción que produce amar se obtiene de la benevolencia y el aplauso de quienes te dirigen y obervan más que de la virtud misma. Es por esto un amor frágil, que decae o desaparece cuando se tambalea o muere la presión externa.


Segundo grado:
Ama tu prójimo como a ti mismo

Se añade aquí al primer grado un dato más: amar como me gustaría que me amasen. Hacer por los demás lo que quiero que los demás hagan por mí. Si en el primer grado el amor parece venir exigido por el imperativo de una fría ley externa aquí se invita a mirar al otro desde uno mismo, lo cual supone una mirada al propio interior. La medida del amor no la da en este caso la ley sino la consideración que tengo de mí mismo como persona.

Este principio de “haz o no hagas a los demás lo que no quieres que hagan o te hagan a ti” es patrimonio de la sabiduría milenaria de prácticamente todas las culturas. La Biblia recoge este mandamiento en el libro del Levítico: “No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (19,18). Observa que en el mandamiento o deber de amar parece incluirse sólo a “los hijos de tu pueblo”, los que forman parte de la familia judía. Es propio de la adolescencia este intercambio de fidelidades y favores que consituyen el entramado emotivo de la pandilla; por ello identificamos este amor con esa etapa de la vida.

 El Evangelio de san Mateo pone en boca de Jesús el mandato de amar como te aman  ligándolo al amor a Dios: “Un doctor de la ley le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». El le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas” (22,35-39).

Lo que cambia el Nuevo Testamento respecto al Antiguo es que el amor al prójimo se define como semejante e inseparable del amor a Dios; amar a Dios y no amar al prójimo es una mentira (cf 1 Jn 2,4), y todo lo que se hace a favor o en contra del prójimo lo hacemos a Dios (cf Mt 25,40.45). Además, aunque no se aprecia en esta cita, en otros textos evangélicos se determina quien es para Jesús el prójimo, que no es solo el que forma parte de tu patria, pueblo o familia, sino todo aquel que al presente necesita de ti, aunque no sea de tu tribu; es más, has de considerarlo próximo aunque sea tu enemigo declarado. Así lo deja ver la parábola del buen samaritano (cf Lc 10,25,37).

Tenemos, pues, unas enseñanzas sobre el amor que, invitan a amar al prójimo desde la consideración de uno mismo, pero en el evangelio se añade que se considere prójimo a toda persona cercana cercana en el especioi y el tiempo, todo aquel que se cruza contigo. Estamos ante un amor universal, un amor plenamente inclusivo, que no encuentra en el odio o la venganza una barrera. En este mandato se apoya la declaración de los derechos humanos, que considera a todos los seres humanos iguales en dignidad y, por tanto, con derecho a que se les respete y atienda como tales. ¿No es eseo lo que quieres para ti?

Alguno dirá que con este mandamiento bastaría. Sin embargo, tiene su qué negativo. Hay personas que no se aman a sí mismas, porque se minusvaloran, o se odian por sus vicios o esclavitudes, u odian su status social, su mala suerte, o cualquier otra cosa. Decir a estos que amen al projimo como a sí mismos disminuiría su deber de amar. ¿Vas a pedirle a un alcohólico o a alguien atado a otras drogas o que desprecia su vida que ame a su prójimo? Lo tiene difícil. Primero ha de amarse a sí mismo, y sobre eso el cuarto grado nos enseñará algo importante.


Tercer grado:
Ama al prójimo como Jesús le ama.

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros". (Jn 13,34-35). Aquí el punto de referencia para evaluar el amor no es mi subjetividad (“como a mi mismo”) sino que se recurre a una sabiduría amorosa que está más allá de mí, la sabiduría de Jesús.

Este mandato es ya propiamente cristiano. Para poder practicarlo es necesario conocer a Jesús. Si los dos primeros grados se sustentan en una ley o deber que asumo y desarrollo desde la o bjetividad de un frío mandato o desde mí mismo, el “amar como Jesús”, requiere descentrarse (en el sentido de dejar de ser el centro) para poner la mirada en Jesús, entrar en su relación y aprender de Él. Para ello se requiere una formación cristiana seria que profundice en la persona del Amado mediante el estudio y la oración.

El amor cristiano aquí se adentra en el ámbito del amor de Dios en Jesucristo. En Jesucristo, Dios encarnado, “hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (1 Jn 5,16). Preciosa definición de quién es cristiano: lo es quien ha experimentado el amor de Dios y ha creído en él. Cuando este amor fluye por las venas de la persona fructifica en amor universal. “Yo soy la vid -dice Jesús- vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante” (Jn 15,5). ¿Se puede trabajar la permanencia en Cristo? Sí, por medio de la escucha de la palabra, la oración, los sacramento y la práctica de las virtudes.

La existencia de una Iglesia tiene sentido si transmite este amor a todos. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación" (Mc 16,15). La tarea eclesial consiste en predicar, celebrar y hacer presente el amor de Dios, o dicho de otro modo: hacer vera todos al Dios que es amor. Para ello basta dar a conocer a Jesucristo, amor de Dios encarnado. 

El "amar como Jesús ama" es amor de juventud, centrado y motivado en y por el lider que se sitúa como brújula de la propia vida, y que permite adherirse a una sociedad, en nuetro caso la Iglesia, formada por los que persiguen los mismos fines.

El amor en este grado se llama con toda propiedad amor fraterno; no amo porque una ley de conveniencia me lo haga saber sino porque mi propio ser, habitado por el Espíritu de Jesucristo, me impele a ello. No amo a mi hermano porque sea bueno o malo, alto o bajo, feo o guapo, etc., lo amo porque Jesucristo me ha hecho hermano de todos. Amo porque en Cristo toda persona es carne de mi carne. En el cuerpo de Cristo siento a todos como parte mía, miembros de mi familia (cf 1 Cor 12,12-31).

Este grado de amor nos ayuda a comprender el plus que añade la fe y la pertenencia a la Iglesia a la hora de crecer espiritualmente con un amor que supera lo simplemente humano. Estamos ante un amor donde lo humano se completa en lo divino. “Sin mi no podéis hacer nada” (Jn 15,5b) , dice Jesús (Jn 15,5b), y san Pablo dice: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Desde este amor comprendo que Jesús es el punto de referencia último de la moral cristiana. Cuando no sé que decisión tomar en tal o cual encrucijada de la vida, me pregunto como cristiano: ¿Qué haría Jesús? Y decido en consecuencia, no motivado sólo por mis criterios humanos sino con el plus de amor misericordioso que aplica Jesús. Amor extremo dispuesto a dar a vida por todos, amigos y enemigo: “En el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros".(Rm 5,6-8)

Esta demasía en el amor la adquiero, como ya hemos dicho, por el estudio, la oración y los sacramentos de la Iglesia. El amor de obligación del primer grado lo motiva la ley moral; el segundo la necesidad de consensuar una buena convivencia entre todos; el “amar como Jesús”, que incluye a los dos primeros, necesita de la fe y la relación con Él para materializarse.


Cuarto grado:
Ama como se aman las tres peresonas
de la Santísima Trinidad

¿Acaso hay aún un grado de amor superior a amar como Jesús ama? Nos atrevemos a decir que sí: aunque éste no está al alcance de nosotros en esta vida; podemos vislumbrarlo, podemos degustarlo pero no podemos voivir permanentemente en Él, al menos de momento. Este amaor es aquello que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.” (1 Cor 2,9). Hablamos del amor mismo de Jesús, amor del Hijo  compartido en en el centro mismo del ser de Dios.

El amor de Dios, su mismo ser, es el Misterio por excelencia. Un amor de excelsitud infinita que nos permite decir que “Dios es amor”. Lo llamamos Amor Trinitario, y es el amor de las tres personas de la Santísima Trinidad, misterio de amor divino y de amor cristiano por excelencia. Decir que en Dios hay tres personas distintas y un solo Dios verdadero es decir que Dios es Misterio; eso sí, un misterio que no debemos entender como algo oculto, oscuro, escondido y recóndito, sino misterio en el sentido de algo revelado por Dios, algo luminoso, una experiencia que nuestra inteligencia humana no puede procesar, algo que la razón no puede ver, pero no tanto por falta de luz como por exceso de ella.

Por la experiencia del amor humano, que es reflejo del amor divino, podemos intuir o ver con los ojos del alma este Amor Trinitario. La Biblia, por ejemplo, dice: “dejará el hombre a su padre ya su madre y serán los dos una sola carne” (Ef 5,31). ¿No está hablando de dos distintos que en el amor llegan a ser uno? Un solo ser, sin dejar de ser dos distintos. Pues eso mismo es Dios en sí: tres en uno; no tres dioses en un dios, sino tres personas en un solo Dios. La experiencia del amor humano nos acerca a la comrensión del amor divino.

Nuestro Dios no es un Dios solitario. En sí mismo es comunión, comunicación, relación, amor. Si amar es salir de ti y dirigirte hacia otro, si para amar es necesario la existencia de algo o alguien fuera de ti, y si Dios fuera un solitario, la creación del mundo y del hombre sería una necesidad de Dios. Sin embargo Dios para ser amor no necesita de nadie. Si crea es con absoluta gratuidad. Dios no necesita de mi para existir como amor; es amor desbordante en sí mismo. Desde la eternidad el amor del Padre se vuelca en el Hijo, el hijo ama igualmente al Padre y el Espíritu Santo fluye amoroso entre ambos. Tres personas que no se estorban ni se anulan sino que en su relación potencian cada una su identidad sin perder la unidad.

Al grado primero que expusimos se accede por la razón que aplica la moral escrita en la ley que dice “amarás a tu prójimo·”; al grado segundo por la socialización que exige el respeto necesario entre todos para construir una sociedad decente; al tercer grado nos acercamos por la reflexión, incluyendo en ella la meditación de las escrituras y la admiración por Jesús de Nazaret y la particiación sacramental en su gracia; El cuarto grado nos dice: “Dios es amor” (1 Jn 4,8). Podemos intuir la relación de personas en el seno de la Trinidad y hacer oración de contemplación elevando el corazón a esa “nube del no-saber”, ese Misterio incognoscible que es Dios. 

La oración de contemplación tiene en este grado su justificación. Este el amor propio de la madurez, cuando la vida espiritual no viene motivada por leyes ni por señuelos exteriores, ni por la simple admiración por Jesús, sino por el encuentro experiencial con Dios en la intimidad del corazón. Llegada a la unión con Dios el alma alcanza su plenitud.

Contemplar a Dios en su Misterio de amor Trinitario es acercarse a la fuente del amor, beber y hacerse uno con ella (cf Jn 7,37). “Qué bien se yo donde está la fonte que mana y corre, aunque es de noche” (San Juan de la Cruz); Dios es la fuente de donde viene el agua de la Vida por en Jesucristo: “En esto se manifestó e amor que Dios nos tiene: en que envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,9). Dios es fuente y Misterio: “Bien sé que tres en sola una agua viva residen, / y una de otra se deriva / aunque es de noche” (San Juan de la Cruz).


Enseñanzas concretas:
Amor y oración contemplativa

¿Qué importancia tiene la oración contemplativa? Mucha.

* Contemplar a “Dios en sí mismo” como amor pone al descubierto mi ser único y el ser de cada persona como creada a “imagen” de Dios. Si Dios es amor también el amor forma parte de la esencia personal de todo hombre y mujer. cuanto más amo más soy yo mismo; cuanto más me domina el egoísmo (ego) menos persona soy.  

* Abriendo los ojos al Dios Amor que existe desde la eternidad comprendo que Dios no es un Ser solitario. En sí mismo es comunión, comunicación, relación, amor. Si amar es salir de ti y dirigirte hacia otro, si para amar es necesario la existencia de algo o alguien fuera de ti, y Dios fuera un solitario, la creación del mundo y del hombre sería una necesidad de Dios, que crea algo o alguien a quien amar. Sin embargo Dios para ser amor no necesita de nadie. Si crea es con absoluta gratuidad. Dios no necesita de mi para existir como amor; es amor desbordante en sí mismo. Desde la eternidad el amor del Padre se vuelca en el Hijo, el hijo ama igualmente al Padre y el Espíritu Santo fluye amoroso entre ambos. Tres personas que no se estorban ni se anulan sino que en su relación potencian cada una su identidad sin perder la unidad. Si Dios me ama es por pura gratuidad.

* Hay alguien que dijo "soy lo que miro"; y hay cierta verdad en ello. Cada cual es lo que contempla y deja entrar en su vida. La contemplación determina en gran medida mi ser. Si me complazco en contemplar violencia, destrucción o muerte, mi ser se empapa de todo ello; si mi alma se obsesiona por mirar con deseo el dinero, la fama, el lujo o el poder, quedo atrapado en la ambición, la vanidad, la superficialidad y el mando. ... Contemplar a Dios en sí, en el silencio de la oración, es limpiar el espejo del alma para verse a sí mismo con transparencia y claridad. Quien mira a Dios moldea su espíritu según Él.

* Más que una obligación (ley moral, primer grado), una conveniencia social (“respeto para ser respetado”, segundo grado), una sabiduría admirable (“amar como Jesús”), el amor es un Misterio divino que  contemplar y donde sumergirse (ser sumergido). La "atención amorosa a Dios" me hace descubrir la grandeza del amor de Dios y pone en evidencia la pequeñez de mi amor; veo pasar el amor de Diso por mi vida y no tengo palabras para expresarlo; veo la gratuidad de la creación y me admiro de un amor tan puro; veo el rostro de Dios en mi prójimo y cambia mi percpeción de él... Si mi contemplación es verdadera tendré  la sensación de que cuando veo o siento a Dios, espontáneamente, sin forzar mis decisiones, con naturalidad, el amor que contemplo fluye por mi cuerpo y mi alma y se expande hacia toda la humanidad y demás seres creados. Si no es así he de mirar si es auténtica contemplación.

* Por la contemplación del amor de Dios llegamos a valorar y agradecer lo que somos. Somos a su imagen, somos amor. Contemplando el amor Trinitario aprendo a aceptarme como creación amada de Dios (cf Sb 11,24), con los dones que Dios me ha dado y con las peculiaridades físicas y anímicas con que me ha dotado.  Soy como Dios me ha creado; y así me ama. Aprendo de este modo a "amarme a mí mismo" como soy, porque así me ama Dios. Si Dios es amor y me ama, ¿qué voy a temer? Si Dios está conmigo, ¿quién contra mi? (cf Rm 8, 31-38).

* ¿Para qué la oración contemplativa? Para mirar a Dios y configurar mi alma según el modelo o patrón por el que fue creada. Cuando Dios es todo en la vida el amor fluye por ella sin sobresaltos ni miedos, llevando su amor hasta extremos insospechados. Con felicidad y regocijo; y luego -como dice un amigo- la vida eterna.

Mayo 2024
Casto Acedo