jueves, 27 de marzo de 2025

Saber perder para ganar

Saber perder para ganar 

"¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita" (San Pablo, 1 Cor 9, 24-25)

No siempre se gana en la vida, no siempre las cosas salen como se espera y hay que saber perder. Tal vez en lo referente a la derrota externa que supone una pérdida no puedas hacer nada, pero sí que puedes manejar a favor tuyo lo que de derrota interna hay en las pérdidas externas.

La pregunta clave en este tema es: ¿Hasta qué punto me hunde una derrota? Si propongo a un amigo un plan para realizar juntos, ¿cómo me quedo al comprobar que eso mismo que yo le he propuesto y ha desistido sí lo ha aceptado hacer con otra persona?; o en relación a la vida de pareja ¿cómo me quedo cuando mis pretensiones amorosas hacia alguien no son correspondidas?, o ¿cómo encajo que ese puesto de trabajo al que aspiraba y para el que me he preparado con ahínco lo consiga alguien que considero peor preparado?, etc. 

Lo ocurrido fuera, la derrota externa, es inevitable, pero ¿qué hay de la derrota interna? Es importante entrenarse espiritualmente para que el fracaso exterior no se transforme en fracaso interior, para que el acontecimiento inesperado no afecte en negativo a la manera en que te valoras o te estimas.

Primeramente evalúa la capacidad de respuesta que tienes para poder levantarte después de un fracaso. ¿Cómo sales de él? ¿Te levantas peor, igual o mejor de lo que estabas? Cuando has vivido una competición con otra u otras personas, ¿cómo te sienta el perder? Todos sabemos que hay personas que no saben perder incluso en situaciones tan fútiles como puede ser un juego de entretenimiento. ¿Quién no ha conocido peleas desproporcionadas a causa de una decisión arbitral o del resultado de un partido de fútbol o de cualquier otro juego de competición?

Es bueno observarte en derrotas menores porque aprender a asumirlas te entrena para encajar derrotas o pérdidas más graves; y lo que es más importante, te ilumina y fortalece para que llegues a comprender que para obtener ganancias de bondad espiritual a veces conviene que haya pérdidas económicas, de poder o de consideración social; así lo da a entender Jesús cuando dice que “el que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,39).

* 

¿Cómo encajar las derrotas? Ya sabes que perder es parte de la vida y del crecimiento personal. Ya vimos en un tema anterior que la adversidad no va a faltar nunca, y los fracasos como obstáculos para seguir con ánimos son parte de esa adversidad.

Para lograr la victoria cuando te enfrentas a la derrota, unos consejos prácticos:

*Acepta la realidad; no siempre se gana. Hay "tiempo de buscar, y tiempo de perder” (Ecle 3,6)". La vida tiene ciclos, y perder forma parte de ellos. No todo ha de salir necesariamente como esperas, “el hombre proyecta su camino, el Señor dirige sus pasos” (Prov 16,9), dicho de otro modo “el hombre propone y Dios dispone”; no olvides este aforismo tan elemental.

*Aprende de la experiencia; las cosas no ocurren por casualidad, y cuando perdemos en algo podemos aprender mucho de ello. Cada derrota trae una lección, y tal vez la más importante es que enseña a ser humildes. Tanto en la derrota como en la victoria la humildad es clave. Perder con la gracia y elegancia de quien se sabe falible es signo de que se está enfocando la vida con realismo y prudencia.

*Aprende a sacar motivación de las derrotas. La investigación científica sigue el método de “prueba, error y corrección”, y así es tambien en la vida interior. Una derrota puede ser un impulso para evitar errores futuros y fuente de un mayor esfuerzo para mejorar y afrontar los retos con más fortaleza. Para esto es bueno también celebrar los pequeños logros. No siempre se gana, pero siempre se puede aprender de las derrotas.

*Controla tus emociones. Es normal que te sientas frustrado con el fracaso, pero no dejes que las emociones negativas te venzan. Párate, respira, reflexiona, y recuerda que el fracaso no te define, tú no eres un fracaso; vales más de lo que te consideras en esos momentos. No te dejes llevar por ensoñaciones que te descontrolan emocionalmente; este consejo sirve para los éxitos y las derrotas.

*Evita echar balones fuera con críticas destructivas acusando a otros de tu caída, no busques excusas, asume tu responsabilidad; eso te hará crecer en conocimiento propio y humildad. Valórate en lo que eres y no en lo que  haces; concéntrate en que tu naturaleza no es omnipotente y tienes limitaciones. Echando la culpa a otros solo consigues ocultar y aumentar tu decepción.

*No te compares. Ya hemos dicho en otros lugares que en la evaluación del crecimiento espiritual no valen comparaciones con nadie. La persona que sigue un camino espiritual vive la soledad del corredor de fondo, que consiste en valorar la resistencia y perseverancia personal, controlar los pensamientos y las emociones en soledad, no ver en la carrera de la vida un desafío contra nadie, aceptar  que es una lucha con un mismo y  no esperar de fuera ningún reconocimiento inmediato

*Mira al vencedor con ojos de misericordia. Cuando pierdes, ¿cómo juzgas al ganador? ¿qué dices de los que salen victoriosos? En tu aceptación y capacidad de gozo con el que gana tienes  un buen criterio para evaluar tu progreso espiritual.

*

Desde el prisma cristiano la victoria tiene mucho de pérdida en lo humano para obtener ganancia en lo divino. Es más, cuando se corre con fe la aceptación de la debilidad lleva implícito el socorro de Dios para salir victorioso."Muy a gusto me glorío de mis debilidades -dice san Pablo-, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Cor 12,9-10).  

En la carrera de la vida espiritual es conveniente soltar valores mundanos, vencer los miedos a perder fama, poderes o dineros, y esforzarse por ganar como sea la vida en Cristo. San Pablo lo dice así: “Lo que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. Más aún: “todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Filip 3,7-8)

Saber perder es saber vivir, porque en la vida no todo es ganancia. Quizá la mayor de estas ganancias sea la pérdida de todo. Contempla a Jesús en la derrota de la cruz, que es, empero, su victoria.  “La cruz es necedad (tontería, derrota, fracaso) para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios” (1 Cor, 1,18). Párate a meditar este koan tan evangélico: perder es ganar; dichosos los pobres, los que sufren, los perseguidos; dichosos (cf Mt 5,3-12).

Aprende en Cuaresma a vivir tus derrotas externas desde la victoria de la Pascua: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». (Mc 9,35). Humildad, esta es la receta para salir vencedor en todas las derrotas.

Marzo 2025

Casto Acedo

lunes, 17 de marzo de 2025

¡Alegraos con los que están alegres!

“Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran” .
(Rm 12,15).
En una entrada muy anterior comentábamos que las personas y los acontecimientos que se cruzan en nuestra vida suelen generar en nosotros tres tipos de reacciones: *simpatía (nos caen bien, aceptación), *antipatía (nos caen mal, rechazo) o *indiferencia. Y anotábamos que la peor de estas tres reacciones es la indiferencia, porque al que nos es simpático le sentimos cercano, le acogemos y le ayudamos; al que nos es antipático le miramos, aunque sea con cierto grado de odio y con la conciencia de que deberíamos amarle más; pero el indiferente no produce en nosotros ningún sentimiento, lo cual nos conduce a la pasividad y el descarte. Si observamos bien los parámetros del mundo vemos que su gran pecado es la indiferencia. ¿No has pensado nunca en el hecho de que lo que más ofende a alguien es el saberse ignorado? Eses es el gran pecado: la ignorancia de la compasión  (fraternidad) universal que lleva a la indiferencia.

Hecha la introducción, y dejando claro que el crecimiento espiritual auténtico pasa por el despertar a la presencia de quienes sufren y, sobre todo, de la gran masa de aquellos en los que ni pensamos (compasión universal que elimina la indiferencia), nos ocupamos en este tema de la “compasión en el regocijo o alegría”.

Compasión en regocijo 

Como dice el libro del Eclesiastés: "Todo tiene su momento: tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar” (3,1.4). Compasión en sentido amplio es “reír con los que ríen y llorar con los que lloran” (Rm 12,5). En nuestra cultura el sentimiento de compasión e asocia a cierta lástima o pena ante la desgracia que produce el dolor o marginación del otro. Pero también es compasiòn la solidaridad con el que es feliz,  gozarse en  las risas y el baile del prójimo, como alude el Eclesiastés, o saltar de gozo al contemplar la alegría del otro (cf Lc 1,41-44). Existe una compasión en la alegría o  regocijo empático del que aquí nos ocupamos, que  consiste en la capacidad de sentir alegría genuina por el bienestar o el éxito de los demás; la virtud de alegrarse sinceramente por el otro haciendo mía su dicha.

El regocijo empático que señalamos es una forma privilegiada de expresar el amor altruista que consiste en desear que la otra  persona permanezca en la mayor felicidad posible y que reúna todo lo necesario para que su felicidad sea sostenible, es decir, sólida y perdurablea.  Cuesta alegrarse con los que se alegran porque el egocentrismo inclina a que la felicidad de otros se mire con recelo, dando lugar a celotipias que conducen a críticas infundadas o al rechazo crudo y directo.

Es muy beneficioso practicar la compasión en esta vertiente de gozo del bien ajeno porque neutraliza el sabor amargo que puede producir el vivir siemrpe sumergidos por solidaridad en el dolor de otros;  ser empáticos con el sufrimiento ajeno puede quemarnos y arrastrarnos a a la tristeza; podemos meternos tanto en el dolor, en sus contrariedades, que la situación nos lleve a hundirnos o a ser aplastados bajo el peso de la tristeza. De ahí la importancia de contrarrestar la compasión en el sufrimiento equilibrando con la compasión en el regocijo.

Alegrarse en el otro

Regocijarse con otro es gozarse de que sea una persona sana, virtuosa, positiva, feliz. Es una práctica muy recomendable porque reduce en mí el egocentrismo que coloca el deseo de mi  propia alegría en el centro, como si el objetivo primero de la vida fuera “ser feliz yo”. 

Para que el regocijo en el bien del otro sea más efectivo es mejor enfocarse en las causas internas de la alegría del otro. Hay cosas exteriores que generan un momento puntual de alegría, como pueden ser un premio de la lotería o un problema al fin solucionado; pero existen también causas internas más sólidas que hacen feliz la persona, como pueden ser la bondad, la calma o la coherencia de vida que luego se reflejan en un rostro feliz; gozarse en ese tesoro de gozo profundo que se admira beneficia más que hacerlo en alegrías puntuales. La clave está en sentir de corazón la buenaventura del prójimo y cimentar mi alegría interior en el gozo que su contemplación me produce. Cuando hago esto estoy implementando en mi la virtud de la alegría: la esperanza, que no consiste en las expectativas puestas en el futuro, la ilusión de que a mí me ocurra lo mismo que a quien amo en su felicidad, sino en la certeza de que soy feliz en el presente participando de la felicidad del otro, con la conciencia de que esa felicidad me brota de dentro; la felicidad del otro es mi felicidad. 

Es importante no asociar el propio optimismo con el futuro, con algo que esperas que pase: que te inviten, que te llamen, que consigas esto o lo otro. No tienes garantía de nada de eso. La felicidad que se asienta en la verdadera esperanza está dentro, y no es otra que Dios interior intimo meo,  "más interior a mi que yo mismo" (San Agustín), que me lleva a gozarme en Él y con Él a gozarme en el gozo de mis hermanos.

La envidia

La antítesis del regocijo en el bien ajeno es la envidia; en vez de alegrarnos tendemos a despreciar u odiar la alegría del otro. La envidia descoloca el propio ser, que no quiere ser él mismo sino aquel al que envidia, lo cual le saca de sí y le produce una constante insatisfacción; sólo siendo tú, ahondando y amando tu especial identidad, puedes se feliz. San Pablo nos recuerda que “el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se envanece”(1 Cor 13,4), lo cual implica que el amor auténtico se alegra del bien del prójimo, pero no lo ambiciona desordenadamente; hay una actitud de gratitud y reconocimiento de que toda bendición, todo gozo y alegría, proviene de Dios y es motivo de celebración, incluso cuando no me toca directamente.

La envidia es peligrosa. La Sagrada Escrituea advierte: “No sintamos envidia unos de otros” (Gal 5,26), ese sentimiento frustrante de percibir las bendiciones de los demás como una amenaza para mí en lugar de un don de la bondad de Dios hacia otros que a la larga me beneficia a mí. Dice san Juan dde la Cruz:

“Acerca de la envidia muchos suelen tener movimientos de pesarles del bien espiritual de los otros, dándoles alguna pena sensible que les lleven ventaja en este camino, y no querrían verlos alabar; porque se entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden, y les crece, como dicen, el ojo no hacerse con ellos otro tanto, porque querrían ellos ser preferidos en todo. Todo lo cual es muy contrario a la caridad, la cual, como dice san Pablo (1 Cor. 13, 6), se goza de la verdad; y, si alguna envidia tiene, es envidia santa, pesándole de no tener las virtudes del otro, con gozo de que el otro las tenga, y holgándose de que todos le lleven la ventaja porque sirvan a Dios, ya que él está tan falto en ello” (1 Noche 7,1).
Observa cómo el santo carmelitano considera importante gozarse de las virtudes de los otros, de su fidelidad en el seguimiento de Jesús, cuando vemos que supera con creces nuestra virtud. Y, por supuesto, es importante no envidiar de otros riquezas que son más para pérdida que ganancia: 
 “No temas cuando se enriqueciere el hombre, esto es, no le hayas envidia, pensando que te lleva ventaja, porque, cuando acabare, no llevará nada, ni su gloria y gozo bajarán con él (Sal 48,17-18). Procura ser siempre más amigo de dar a otros contento que a sí mismo, y así no tendrás envidia ni propiedad acerca del prójimo” porque no buscarás beneficiarte de lo que tiene sino darle lo mejor de ti. (Ibid, 3 Subida 19,1).


Vive la diferencia

Para no caer en el vicio de la envidia hemos de considerar una vez más algo muy repetido en nuestros encuentros: “no te compares con nadie”, porque las comparaciones son nefastas y odiosas. Cada cual tiene su camino. 
“ Nadie fue ayer, 
ni va hoy, 
ni irá mañana  
hacia Dios 
por este camino que yo voy. 
Para cada hombre guarda 
un rayo nuevo de luz el sol 
y un camino virgen Dios 
(León Felipe).
Jean Cadilhac (1931-1999), obispo francés, dijo muy acertadamente que “cada uno debe buscar su camino. ¿Pero cómo se va a reconocer el buen camino para no perderse? Una de las señales de que estamos sobre la Senda (mi camino es el Camino) es cuando aceptamos vivir la diferencia. Esto se manifiesta en el rechazo de la envidia, el fin de la mirada oblicua que juega, sin mostrarlo, a reglamentar en los demás su marcha y su paso… Si nosotros encontramos nuestro camino, no sufriremos ya viendo a los demás seguir el suyo. Les reconocemos su derecho a seguir un camino diferente”. Y prosigue: “En el evangelio, Jesús pone en marcha, pero no señala la ruta a seguir. Dice: ‘Ven, sígueme’, pero no nos dice a dónde nos lleva. Y el camino del uno no es el camino del otro. Cada vez más, nosotros debemos buscar vivir una Iglesia polifónica en la que cada uno es amado y apreciado por su voz”.

La envidia desaparece cuando acepto desde el fondo de mi ser que tú seas tú y al mismo tiempo me doy permiso para ser yo. Quien se afianza en su particularidad con humildad no comparándose con nadie, considerando dichosos a quienes le superan (compasión en el regocijo) y sintiendo como propia la situación de quien parece estar más abajo que él (compasión en el dolor), encuentra el equilibrio que le libera de la envidia y la soberbia.

Deléitate en el bien

Aprende, por tanto, a mirar cuánto bien y bondad hay en el mundo y deléitate en ello, sin envidias, con alegría empática. Si importante es sentir compasión con los que penan y ayudarles a salir del sufrimiento no menos importante es reconocer, saborear y celebrar la felicidad del otro a fin de corregir el desequilibrio que suele generar la envidia como fruto del egocentrismo.

Hay muchas cosas maravillosas ocurriendo en el mundo: hay personas maravillosas al servicio de los demás, muchas personas bondadosas que protegen y cuidan a los hermanos y a la naturaleza. No todas salen en las noticias, más dadas éstas al catastrofismo, pero si abres los ojos y te alegras por lo positivo que circula por el mundo, tienes razones más que sobradas para una visión optimista de la realidad y unos motivos más que suficientes para sentirte feliz como parte de un mundo así. Aunque los profetas de calamidades anuncien que se acerca la oscuridad, no te dejes llevar por ellos; el amor es más fuerte que la muerte, la felicidad más potente que la tristeza. Imprégnate de la luz del regocijo en tu meditación, alégrate del bien de tus hermanos, y cura tus tendencias a amargarte la vida con la negatividad.

¡Alégrate con los que se alegran! Mantén viva en ti la verdadera esperanza, la que se apoya en la alegría interior y con la serenidad que da esta alegría afronta la esperable  desesperanza de las expectativas no cumplidas y las ilusiones desvanecidas.

Marzo 2025
Casto Acedo