Extrañar
¿No es normal sentir celos de tu pareja cuando presta excesiva atención a otra persona y ves en peligro tu relación? ¿Acaso es inapropiado “echar de menos” a una persona querida que ha fallecido? La partida a tierras lejanas de un buen amigo o amiga, ¿no merece un "sentimiento de falta o extrañamiento”?
Extrañar nos parece algo aceptable. Hasta tal punto lo hemos normalizado que ha pasado a formar parte de nuestra cultura; es una enfermedad espiritual tan extendida que ni siquiera nos planteamos que pueda dañar o ser contagiosa. La aceptamos como parte de nuestro día a día, algo natural que asume todo el mundo, como los ácaros, esos bichitos prácticamente invisibles que están en la piel, en los colchones, en las sábanas, ... y no hay ninguna campaña en contra de ellos; es algo que está tan presente que forma parte de la normalidad. Pero si lo consideramos en profundidad no lo es; veamos por qué.
Lo primero que hay que decir es que extrañar es síntoma de dependencia, aunque si consultas a la comunidad científica que se ocupa de estos temas, los psicólogos, te van a decir que el extrañamiento es señal de que realmente hay afecto, que realmente existe un vínculo cercano con la persona que se extraña.
Apoyado en ese afecto que profesas a tu amigo, a tu madre o a tu pareja, puede que tú exijas o ellos te exijan algo: “¡Demuéstrame que me quieres, dime cuanto me echas de menos cuando no estoy!”. En una relación así se dan dos factores que revelan que echar de menos a alguien puede no ser tan excelente como parece. Lo primero es que la afectividad focalizada en una persona suele exigir a ésta que muestre una y otra vez “lo exclusivo que soy para ti”, o la domina dándole a entender “¡cuánto te hago falta!”. Medir el amor por lo exclusivo (amor excluyente) ya es algo contradictorio; medir el amor por “la falta que me haces” es patético.
Date cuenta de que en la medida en que extrañas a una persona, en esa misma medida dejas ver que estás aferrado a ella, y que por tanto tu amor no es tan puro como crees. Me refiero al hecho de “extrañar a personas a las que queremos”, si ampliamos el campo y hablamos de "cosas que tenemos" parece que cuesta menos entender esto del aferramiento.
En muchas ocasiones solemos tratar a las personas como cosas, y por eso las extrañamos, porque las consideramos como tales. ¿No tienen aquí su raíz los ataques de celos? ¿Se sufre por extrañar a la otra persona o se sufre por egoísmo posesivo, por deseo de posesión frustrado? ¿No dices que amas a la otra persona? Dale libertad para buscar la felicidad.
Está claro que extrañar a una persona es signo de que la relación con ella se asienta en una necesidad personal con toques egoísta. No es una relación cuya fuerza esté en atender al interés, las necesidades o la felicidad del otro o la otra, sino en la necesidad de ser atendido por ellos. Es el interés de mi ego el que da lugar a que cuando me falta esa persona, o cuando no me presta atención, o cuando no me mima, me sienta hueco, vacío, carente de algo. Y esto, aunque cueste aceptarlo, es una luz roja, una señal evidente de que no hay amor sino apego y dependencia. Lo que busco en la otra persona es una muleta, un bastón. Si cuando me falta ese bastón mis andares se resienten, si cojeo, camino más lento o me tambaleo, es que tengo una dependencia que sanar.
Las personas no deberían ser bastones o muletas para nadie. Es decir, no deberíamos sentir emocionalmente su ausencia como un daño o falta irreparable; esa partida debería ser más bien una oportunidad de crecimiento espiritual, de reafirmación en una fe que no se apoya en dependencias humanas de ningún tipo, en una esperanza que prescinde de soportes mundanos y en un amor universal que no excluye ni tiene preferencias por nadie.
Duro ¿verdad? La pregunta ahora es: ¿no es bueno sentir la pérdida de grandes líderes sociales o santos, como Madre Teresa de Calcuta, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga, etc., que inspiran grandes valores; o maestros o maestras más o menos cercanos cuya santidad nos ha inspirado personalmente; o personas cercanas muy queridas que ya no están con nosotros? ¿Es malo extrañar su partida? Damos por supuesto que podemos admirar a esas personas siempre que tal admiración no nos debilite y consideremos su pérdida sencillamente como el no poder recurrir directamente a esas personas ricas en valores que hemos perdido o ha perdido la humanidad. Si su partida nos debilita o hunde en la tristeza es que hay aferramiento; falta una relación de pura inspiración.
Recordad lo que decía Jesús a los suyos. "Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré." (Jn 16,7). Les dice a los discípulos: yo me voy, pero vosotros vais a crecer, porque el Espíritu que habitará en vosotros y viviréis no ya desde una influencia exterior sino desde vuestro centro.
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Debemos, por tanto, “soltar”, liberarnos del apego a cualquier cosa o persona que dificulte nuestro avance espiritual en libertad. Es lo que Jesús propone diciendo que “quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna” (Mc 10, 29-30).
La inclusión de “hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos” nos viene a decir que perdamos el miedo a desapegarnos de aquellos cuya falta nos llevaría a extrañarlos de manera enfermiza. Un desapego que no es falta de amor, sino más bien un acto de amor, porque es un reconocimiento de la libertad con que vivimos nuestras relaciones. El miedo a perder a alguien es fruto de una dependencia; y a menudo nos lleva a manipular al ser querido con chantajes emocionales u otros modos para evitar que nos falten; o al revés, el otro o la otra pueden aprovechar nuestros temores para chantajearnos a nosotros.
El citado texto de san Marcos además da a entender que romper los lazos afectivos de dependencia de cosas y personas nos hace pasar de uno a cien en libertad y abundancia espiritual, “recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más”; dejas de vivir encerrado en tu identificación con tu amigo o amiga, con tu familia, tu iglesia, tu club, etc., para vivir tu relación con el mundo con un espíritu abierto a todos los seres. Como vivió Jesús; en Él, dice la Sagrada Escritura, “se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tito 2,11); en Cristo y por extensión en los que están con Él y son de Él no hay exclusividades. “Maestro, sabemos que hablas y enseñas con rectitud y no tienes acepción de personas” (Lc 20,21; cf Rm 2,11). Este es el consejo del Apóstol Santiago: “Hermanos míos, no mezcléis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas” (Sant 2,1).
Ciertamente que en una cultura que se mueve en la exaltación de la afectividad personal esto de vivir con apertura universal en igualdad o equidad para todos no es muy comprendido. Especialmente por los que se ven más afectados cuando dejas de extrañarles y perciben en ello como una especie de rechazo o desprecio hacia ti. No extrañar crea problemas; se recibe “cien veces más, -es cierto, pero- ...con persecuciones”, es decir, con rechazos.
Recordad lo que le pasó a Jesús cuando, dejando atrás a su familia, comenzó a tratar a todos por igual: “Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí”. (Mc 3,21). Liberarse de ataduras afectivas es algo muy mal visto en un mundo como el nuestro excesivamente centrado en la idolatría de los sentimientos como pieza clave de la felicidad. Pero hemos de aceptar que el Reino de Dios está por encima de particularidades.
Lo que hoy proponemos no es una “desafección de todo”, sino todo lo contrario, una apertura de los afectos del corazón a todos los seres. Es lo que la Iglesia valora cuando propone el seguimiento de Jesús en virginidad o en celibato. Consagrar la propia vida en celibato o virginidad por el Reino de los Cielos (cf Mt 19,12) supone por una parte una renuncia (dejar los afectos particulares), pero al mismo tiempo un enriquecimiento (entregar solemnemente el corazón a Dios, y desde Él a todos los seres).
Quien como cristiano hace voto de virginidad por el Reino de los cielos (Mc 12,30) lo que promete es amar a Dios por encima de todas las criaturas, -con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas (Mc 12,30)- para poder así amar a todos los seres con el corazón y la libertad de Dios, sin ligarse ni excluir a nadie, sin proceder con criterios electivos-selectivos, sino, por el contrario, amando en particular a quien es menos amable o, de hecho, no es amado. Esto último es lo que solemos llamar “amor preferencial a los más pobres”, no porque sean pobre sino porque están más necesitados de amor.
Y conste que vivir en virginidad consagrada no es vivir en un estado de perfección espiritual superior a los que no hacen el voto. También el matrimonio o la simple vida célibe pueden vivirse en apertura de amor universal. Los monjes o monjas que se consagran a Dios con un voto específico no hacen su promesa para situarse un escalón superior al resto sino como un modo de evangelización, para ser signos escatológicos, es decir, de la perfección de los últimos tiempos (escatología). "Hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos" (Mt 19,12).
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Estamos meditando y conociéndonos, mirando en nuestro interior para pulir el diamante que somos liberándonos de elementos que lo devalúan o empañan. En estos días procura medir tu progreso espiritual fijándote en qué extrañas, qué echas de menos, cuánto extrañas, a quién extrañas; y observa qué parte de ti se debilita cuando extrañas; date cuenta de cuánto tiempo y energías derrochas por tu apego a personas concretas. Lo negativo no es el amor que les tienes sino el apego, el amor posesivo que impide que tu corazón se abra a lo universal, al “amor de Dios”. ¿Entiendes ahora el mandamiento que dice: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”? Como dicen en Centroamérica: ¡primero Dios!; “busca sobre todo el reino de Dios y su justicia (el bien y bienestar de todos los seres); y todo lo demás se te dará por añadidura” (Mt 6,33). Si tienes a Dios ¿extrañarás algo?
Diciembre 2023
Casto Acedo