Hay una estrecha relación entre oración y conocimiento propio, y es tan importante que no se puede dar la una sin lo otro; si la oración es auténtica siempre conduce a mayor conocimiento de sí.
“Es cosa tan importante este conocernos, que no querría en ello hubiese jamás relajación por subidas que estéis en los cielos; pues, mientras estamos en esta tierra, no hay cosa que más nos importe que la humildad. Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata de esto, que volar a los demás, porque éste es el camino; y si podemos ir por lo seguro y llano ¿para qué queremos alas para volar?, mas que busque como aprovechar más en esto” (1M 2,9).
“Que en principio y fin de la oración, por subida contemplación que sea, siempre acabéis en propio conocimiento. Y si es de Dios, aunque no queráis ni tengáis este aviso, lo haréis aún más veces, porque trae consigo humildad y siempre deja con más luz para que entendamos lo poco que somos” (CV 39,5).
Para conocer a Dios el primer paso es conocerse a un@ mism@. ¿Quién soy? ¿Cómo me defino? ¿Qué me define como persona? ¿Mi cuerpo? ¿Mi alma? ¿Cómo me veo? ¿Soy un alma o espíritu habitando un cuerpo? ¿Soy un cuerpo (sofware) habitado por un espíritu (hardware)?
La antropología bíblica deja ver que el hombre es uno en cuerpo y alma (dejamos a un lado en esta exposición un tercer componente, el espíritu)
“En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador. No debe, por tanto, despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día”. (Vaticano II, G.S 14).
En el medio está la virtud. La persona es una en cuerpo y alma. No “tengo cuerpo” sino que “soy cuerpo”, no “tengo alma” sino que “soy alma", soy "cuerpo animado” o “alma encarnada”; toda la psiqué (alama) es en cierto modo orgánica, todo el organismo es psíquico. La salvación (salus, salud, sanación) humana abarca ambos elementos, la totalidad de lo que es cuerpo y alma unidas. Sin esta unidad indisoluble no hay persona.
En lo que toca al tema de la oración deducimos de aquí que ésta no es sólo cosa del alma que doblega al cuerpo con técnicas para disponerse a salir (éxtasis) al encuentro de Dios. El cuerpo es persona y lenguaje; el cuerpo, por tanto, también ora. La quietud y el silencio del cuerpo es ya oración. También el movimiento es oración: inclinarse en actitud de humildad, alzar los brazos, levantar los ojos o danzar para Dios; todo esto es oración.
Así que el genuino espiritual cristiano no puede prescindir del cuerpo: Ser un orante cristiano requiere entrenarse en apaciguar el cuerpo, sanarlo, equilibrarlo; descanso, alimentación, salud…. La química del cuerpo es importante. Para orar se requieren ciertos hábitos corporales: ayuno, dieta adecuada, sobriedad en la bebida, trabajo o actividades al aire libre, periodos de silencio riguroso,… Es importante aprender a respirar y tomar conciencia del cuerpo; y practicar ejercicios como el yoga el tai chí, o cualquier deporte que ayude a una vida saludable.
DESAFIO
Tomar conciencia de tu cuerpo.
Es importante "sentir" mi cuerpo. Cada ejercicio de meditación debe comenzar por ahí, por sentir mi cuerpo: cabeza (con todos sus elementos: cuero cabelludo, frente ojo, orejas, nariz, boca...), tronco (hombros, pecho, vientre), extremidades (brazos, piernas). Detenerse a sentir el cuerpo es ya oración, porque de por sí es relación con la obra de Dios que soy. Sentir aquí y ahora mi cuerpo me trae al "presente", y sólo en el presente puedo encontrar a Dios, que es "presencia".
Además, el cuerpo me permite la comunicación. Mi alma (mente, recuerdos, aspiraciones) viviría en la oscuridad si no percibiera el mundo por medio de los sentidos corporales. El agrado o el desagrado son percibidos primeramente por la sensualidad, cualidad de los sentidos. Es importante aprender a abrir los sentidos para percibir el entorno en su cruda realidad. Y, como los sentidos a veces son engañosos, es también importante una percepción total de las cosas, trascendiendo lo que recibimos por los sentidos corporales, es decir, contemplando desde la inaterioridad, mirándolo todo con la objetividad del espíritu, en percepción directa, sin los ruidos que nos llegan de los prejuicios.
Un desafío para cultivar el cuerpo es el de pasear, orar, beber, comer, mirarla realidad con plena consciencia, con los sentidos abiertos. Eso es contemplar, mirar la realidad detenidamente, con serenidad, dejando que penetre en el templo de tu ser.
Puedes disfrutar la contemplación con la percepción corporal de los sentidos.
*Tus OJOS son la ventana por la que te asomas al mundo, el objetivo, el observatorio desde el que contemplas la realidad que te rodea. Decía A. Machado que “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve.” ¿Qué gran misterio el de los ojos, ¡cuánta belleza puedes contemplar para alimentar tu espíritu con la mirada!
*Tus OÍDOS son un receptor maravilloso de sonidos. Percibe los sonidos de la naturaleza asomado a la ventana o paseando por el parque o el campo; el río, los pájaros, el viento acariciando los árboles… y el silencio, la “música callada”
*La NARIZ aspira la fragancia del paisaje. Reconocer los olores es signo de intimidad. Oler las flores es abrazarlas, hacerlas mías; y cuando el olor no es agradable me recuerda la necesidad que tengo de aceptar lo que no es de mi gusto. El olfato es un buen ejercicio de contemplación de la realidad esquivando juicios sobre el agrado o desagrado de lo percibido.
*El PALADAR es también una puerta abierta al conocimiento de mundos maravillosos. También ásperos y agrios. Saborear la comida, gustarla, ¡Cuánto recuerdos nos vienen por los sabores! Paladea hoy lo que comas con esa sensación de algo único.
* Y el TACTO. Sentir globalmente la piel que te envuelve es el mejor ejercicio de presencia que puedes hacer. Tomas conciencia así de todo tu cuerpo, del hormigueo que sientes casi imperceptible en la piel, de la temperatura, del peso, del tacto de la ropa que te cubre, del viento que te acaricia.
Hacer todos esos ejercicios es ya oración. Además, en los tiempos de oración formal procura comenzar sintiendo paso paso tu cuerpo, y siendo consciente de que no sólo ora tu alma, también tu postura, tus sensaciones físicas, tus movimientos son lugares de encuentro con Dios. Estate atento a todo ello.
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Casto Acedo
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