lunes, 13 de marzo de 2023

Alma, espíritu y silencio..


Ya quedó dicho: somos cuerpo y alma, personas. La entrada anterior hablamos del cuerpo. Decimos ahora algo sobre el ALMA, y unas notas sobre el ESPIRITU, pero sin perder de vista la unidad con el cuerpo…. Recordemos que, en cierto modo, nuestro cuerpo es nuestra alma y al mismo tiempo nuestra alma es nuestro cuerpo. Así, lo que ocurre en el cuerpo o en el alma ocurre al hombre todo.

Y es interesante no olvidar esto: tanto el componente físico-corporal de la persona: la alimentación, el ejercicio, el descanso físico, etc., como el componente anímico: pensamientos, sentido ético, sensibilidad artística, sentimientos, etc., son esenciales para el desarrollo de la vida espiritual. Si se queda sólo en uno de los aspectos andará coja.

La oración, cuando es verdadera, implica tanto el  aspecto físico como el anímico, (quietud, silencio, respiración, atención plena a Dios, …), orar y vivir son realidades que  deben estar íntimamente imbricadas.

¿Qué es el alma?

Difícil de definir. El alma, más que un ente distinto del cuerpo, es la capacidad de trascenderse que tiene la persona. Decir “tengo alma” es decir que tengo un plus sobre lo meramente animal, que poseo la capacidad de relacionarme de forma dialogal con mi entorno, con las demás personas y con la trascendencia, con Dios.

El diálogo con Dios-hermanos-mundo se realiza por la acción de  lo que la antropología tradicional llamó las potencias del alma, que son tres: memoria (experiencias emocionales), entendimiento (mente, pensamiento) y voluntad. Una buena gestión de estas tres capacidades es determinante para la meditación y la vida cristiana.

ENTENDIMIENTO (Razón, pensamiento). El entendimiento es el buque insignia de la modernidad. “Pienso luego existo”. El hombre moderno se empeña en pasar todo por el filtro de la razón científica o filosófica antes de aceptarlo como verdadero. Encierra las realidades vitales en conceptos creyendo que así las integra en su vida. 

La meditación tiene en el pensamiento un arma de doble filo, porque por una parte ayuda a entender el proceso espiritual y permite el uso de la imaginación como medio para acercarse a la luz, pero por otro lado, el pensamiento suele estar muy ligado al ego (falso yo, construcción mental), que se niega a morir defendiéndose con todo tipo de argumentos engañosos.  La atención plena necesaria en la meditación suele verse entorpecida por multitud de pensamientos que la distraen.

MEMORIA (experiencias emocionales). San Juan de la Cruz la define como “archivo y receptáculo del entendimiento, en que se reciben todas las formas e imágenes inteligibles; y así, como si fuese un espejo, las tiene en sí, habiéndolas recibido por vías de los cinco sentidos” (2 S 16,2). La memoria guarda lo vivido por la persona, todo un cúmulo de experiencias gratificantes o dolorosas, exitosas o frustrantes; momentos felices y tristes, … emociones de todo signo que han dado lugar a una determinada concepción de uno mismo y del mundo, y desde ahí a unos patrones de conducta concretos.

La memoria propia determina mucho nuestra esperanza o desesperanza. Uno de los trabajos de la meditación es “silenciar la memoria”, que no es olvidar los hechos pasados, sino “sanar las heridas de la memoria” a fin  de  que no estorbe al crecimiento espiritual.

VOLUNTAD ("querer", motor conductual). Inclinación a moverse para alcanzar anhelos y satisfacer deseos. La voluntad se exterioriza en el hacerLa voluntad mueve a la persona a actuar,  a realizar lo que quiere y desea.  También esta facultad, despista y distrae, sobre todo porque nos engaña haciéndonos creer que somos lo que hacemos; y  vivimos obsesionados con hacer y hacer cosas que nos identifiquen; como si nuestra existencia no tuviera sentido… ¿Es más importante “ser” o “hacer? 

Una idea muy de siempre es la de pensar que ser libre y vivir a tope es “hacer lo que me apetece”, lo que quiera en el momento. ¿De veras es así? Sabemos que no, que a cada deseo sensual satisfecho le suele seguir una frustración mayor, y esta conduce a una oscuridad más grande que aquella que se quiere vencer, repitiendo así el movimiento circular: consumo-frustración - más consumo - mayor frustración… Es importante ser conscientes de que la meditación lleva consigo trabajarse en los deseos o apetitos, a fin de escapar de sus trampas. Es preciso que nuestra voluntad se rija por la Sabiduría divina antes que por los caprichosos deseos egoístas. 

Es importante tomar conciencia de las potencias del alma. El ego suele esconderse tras ellas para construir su "personaje". Es muy necesario comprender y vivir que “tú no eres tus pensamientos”, “tú no eres tus emociones”, “tú no eres tus obras”.  El propio ser tiene su raíz en algo más profundo y genuino; la identidad propia hay que buscarla en el espíritu. Para acceder a éste y vivir desde el núcleo personal es importante el silencio del cuerpo y del alma.

Sobre el espíritu

Vayamos más allá. El ser humano es cuerpo, alma, y   ESPÍRITU. Un ser tripartitoLa carta a los Tesalonicenses deja ver esta realidad: “Que todo vuestros ser, el espíritu, el alma y el cuerpo se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro señor Jesucristo” (1 Tes 5,23). Soy cuerpo y alma, y soy espíritu (espiritual).

Cuando aplicamos el adjetivo espiritual a las personas no nos referimos a su condición de seres racionales, inteligentes, pensantes. Espiritual es una categoría teológica, no sólo filosófica, que san Pablo utilizó como contrapuesta a carnal psíquico. El cuerpo y el alma son parte de la persona, pero el toque espiritual lo da el espíritu que informa a ambos.

Dice san Ireneo que “Son tres los elementos de que  consta el hombre: carne, alma y Espíritu . El tercero es el que da la forma y nos salva, esto es, el Espíritu; otro es el elemento que recibe la unión y la forma, es decir la carne; y el alma media entre los dos, y es el que, cuando consiente a la carne, cae en las pasiones terrenas”

“El hombre, y no sólo una parte del hombre, se hace semejante a Dios, por medio de las manos de Dios, esto es, por el Hijo y el Espíritu. Pues el alma y el Espíritu pueden ser partes del hombre, pero no todo el hombre; sino que el hombre perfecto es la mezcla y unión del alma que recibe al Espíritu del Padre, y mezclada con ella la carne, que ha sido creada según la imagen de Dios”.

Silencio

Cuando hablamos de "silencio" no nos referimos simplemente a la ausencia de ruidos exteriores. La contaminación acústica que más impide el acceso a una espiritualidad genuina no está fuera, sino dentro. Los ruidos más perniciosos, lo que contamina o intoxica nuestra vida no vienen de fuera sino que salen de dentro de cada uno (cf Mt 15,10-20). Y en este sentido, las potencias del alma son con frecuencia portadoras del ruido que anula nuestra vida.

"La vida brota de la nada del silencio" (J.F. Moratiel). Decir silencio es decir "vacío". Ruido es todo aquello que "okupa" el corazón siendo extraño a él. El corazón es de Dios. Sam Juan de la Cruz da a entender que "somos un espacio para Dios". A veces lleno ese espacio de pensamientos o fantasías utópicas que me distraen e impiden reconocerme a mí mismo en mi ser espiritual; otras veces son experiencias negativas o eufóricas las que se apoderan de mi persona, recuerdos amables u obsesiones odiosas con las que me identifico; también suelo llenar mi vacío con mi trabajo, mis habilidades, con un activismo desbordado que oculta mi falta de serenidad y paz.  Cuando las cosa son así está claro que necesito silencio. 

Igual que el espíritu, también el silencio es una categoría teológica. "Dios es silencio", el silencio del que procede la Palabra que lo crea todo, Jesucristo, Verbo del Padre.

“Hay un solo Dios, el cual se manifestó a sí mismo por medio de Jesucristo, su hijo, que es Palabra suya, que procedió del silencio, y de todo en todo agradó a Aquel que le había enviado” (San Ignacio de Antioquía).

 Desde el silencio del Padre hemos sido creados, y en la Palabra nacida del silencio hallamos la luz que ilumina quienes somos y hacia donde vamos. Hacer silencio es conectar Dios,  esencia de nuestro ser, y encontrarnos con lo que somos.

La oración contemplativa es una puerta de acceso al Silencio. Para ello es preciso silenciar los ruidos que nos ensordecen: silenciar los pensamientos que nos hacen creer que todo lo que logramos entender intelectualmente es lo único real;  silenciar la memoria, las  vivencias positivas o negativas que causan en nosotros emociones aflictivas (apego, aversión, indiferencia)  que contaminan nuestras relaciones y nos impiden llegar al núcleo de nuestro ser; y silenciar nuestras obras, no identificarnos con lo que hacemos o con los títulos o cargos que poseemos. 

Hacer silencio es entrar en "kénosis", en despojo, en vaciamiento. Fue el camino que siguió Jesús. “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma” (San Juan de la Cruz). Aquietando su cuerpo en la cruz (pasividad activa) y silenciando su alma (relativizando los pensamientos, sentimientos y deseos propios) Jesús muestra en su Pascua la transparencia de su Espíritu de amor con el Padre:  «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,44).

Hacer silencio no es sólo un ejercicio físico o mental, es una práctica teológica, un oración, en el sentido de que es el camino adecuado para el conocimiento de Dios, y por ende para el propio conocimiento. 

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Percibe las capacidades de tu alma 

Hoy observa y toma conciencia de tus emociones, tus pensamientos y tus deseos. Y suéltalos, déjalos ir.. Acállalos y céntrate en tu anhelo (aspiración) por “vivir en el Espíritu” (conciencia de Dios, comunión de los santos, plenitud, estar en el “Padre”, tu patria). Para ello: 

     * Silencia tus pensamientos (¡Tú no eres tus pensamientos, déjalos pasar!), … para entrar en fe.

       * Silencia tus emociones (Tú no eres tus emociones aflictivas, tampoco tus consuelo, no te dejes llevar por ellos) … para entrar en esperanza.

        * Silencia tus actividades, tus trabajos y "haceres",  por buenos que parezcan (El “hacer” de Dios, su  voluntad es lo único que te lleva a la vida plena)…. Para entrar en Amor.

Casto Acedo. Octubre 2021. 

Somos cuerpo

Hay una estrecha relación entre oración y conocimiento propio, y es tan importante que no se puede dar la una sin lo otro; si la oración es auténtica siempre conduce a mayor conocimiento de sí.

“Es cosa tan importante este conocernos, que no querría en ello hubiese jamás relajación por subidas que estéis en los cielos; pues, mientras estamos en esta tierra, no hay cosa que más nos importe que la humildad. Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata de esto, que volar a los demás, porque éste es el camino; y si podemos ir por lo seguro y llano ¿para qué queremos alas para volar?, mas que busque como aprovechar más en esto” (1M 2,9).

“Que en principio y fin de la oración, por subida contemplación que sea, siempre acabéis en propio conocimiento. Y si es de Dios, aunque no queráis ni tengáis este aviso, lo haréis aún más veces, porque trae consigo humildad y siempre deja con más luz para que entendamos lo poco que somos” (CV 39,5).

Para conocer a Dios el primer paso es conocerse a un@ mism@. ¿Quién soy? ¿Cómo me defino? ¿Qué me define como persona? ¿Mi cuerpo? ¿Mi alma? ¿Cómo me veo? ¿Soy un alma o espíritu habitando un cuerpo? ¿Soy un cuerpo (sofware) habitado por un espíritu (hardware)?


CUERPO 

La antropología bíblica deja ver que el hombre es uno en cuerpo y alma (dejamos a un lado en esta exposición un tercer componente, el espíritu)

“En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador. No debe, por tanto, despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día”. (Vaticano II, G.S 14).

Nuestra primera experiencia no es la de un yo pensante, sino un yo encarnado. El cuerpo forma parte de mi ser. Soy cuerpo, verdad evidente en el misterio de la encarnación: “La Palabra se hizo carne” en Jesús de Nazaret. No tomó un cuerpo, se hizo cuerpo.

Hoy nos centramos en la contemplación del cuerpo. La idea central se puede resumir en este aforismo: NO TENGO CUERPO, SOY CUERPO. A esta afirmación hay que añadirle otra: “No tengo alma, soy alma”, (del alma nos ocuparemos en otro tema). … “Soy cuerpo animado”, “alma encarnada”. Mi cuerpo es un modo privilegiado de presencia, la versión visible de mi ser.


Un poco de antropología teológica cristiana 

Es común el error de considerar el propio ser como si fuera un alma encerrada en un cuerpo. Es la concepción platónica, que nos ha llegado por influencia de san Agustín. Y otro error es la reducción de la persona a sólo cuerpo, sin alma ni espíritu, pura materia.

Hay dos extremos que debemos evitar. El primero es la tendencia a  considerar el alma como lo esencial: platonismo, idealismo, animismo. El cuerpo sería así algo accidental, e incluso molesto, una especie de cárcel para el alma.  Llevada al límite esta concepción del alma como lo único esencial y eterno nos permitiría decir que el ser humano es "un fantasma" preso en un cuerpo, y que aspira a liberarse. Desde aquí es lógico despreciar el cuerpo y castigarlo con duras penitencias a fin de doblegarlo a los dictámenes del espíritu. Este tipo de visión ha marcada toda una espiritualidad en la que la ascética ha prevalecido sobre la mística, el sufrimiento corporal sobre el gozo, el sacrifico sobre el disfrute. 

El segundo error consiste en considerar el cuerpo como lo esencial: materialismo absoluto. Se considera el cuerpo como lo único real.  Sólo existe lo que se puede palpar, medir, controlar físicamente. Esta parece la tendencia de nuestra cultura actual: una valoración del cuerpo sobre cualquier otro componente del ser. Pero no nos engañemos,  nuestra cultura, en realidad, no valora el cuerpo en sí mismo sino el cuerpo joven, bello, saludable (beautiful people, gente guapa...). Es una  visión idealista y selectiva  que toma del cuerpo lo que le interesa y no lo acepta en sus límites. Llevada al límite la identidad de la persona con el cuerpo podríamos decir que “somos zombies”, cuerpos sin alma. 

En el medio está la virtud. La persona es una en cuerpo y alma. No “tengo cuerpo” sino que “soy cuerpo”, no “tengo alma” sino que “soy alma", soy "cuerpo animado” o “alma encarnada”;  toda la psiqué (alama) es en cierto modo orgánica, todo el organismo es psíquico. La salvación (salus, salud, sanación) humana abarca ambos elementos, la totalidad de lo que es cuerpo y alma unidas. Sin esta unidad indisoluble no hay persona. 

La salus (salud espiritual, salvación eterna) abarca la totalidad de cuerpo y alma. La salvación es algo que alcanza a toda la persona (no solo el alma).  Nuestra vocación no es la de dejar de ser humanos. La naturaleza humana no es absorbida por el alma de la persona. Dios al hacerse hombre en Jesucristo, al tomar cuerpo, “no absorbe la carne" sino que la dignifica y plenifica. 

¿Entiendes ahora por qué el credo habla de "resurrección de la carne" o porque habla de asunción de María "en cuerpo y alma" a los cielos?  Si no resucita mi cuerpo no resucito yo; será otra cosa, porque yo, sin mi cuerpo, o sin mi alma no soy. El cuerpo también aspira a la resurrección. Es un tema difícil de entender sin contemplarla desde la perspectiva del misterio de fe que es la persona de Jesucristo. Contemplando a Jesús está claro que la visión cristiana del hombre no es (no puede ser) dualista, no se explica por dos realidades opuestas y extrañas. Si el cuerpo no pertenece a la realidad del hombre ¿cómo explicar la importancia de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, eventos corpóreos donde los haya?  Sin cuerpo no habría habido encarnación, ni muerte, ni resurrección. 

No intentes comprender esto, ¿cómo entender esta unidad cuerpo-alma? Toca a cada uno experimentarlo y dilucidarlo en la filosofía y en la oración contemplativa. Sabemos por experiencia que la unión es tal que los sufrimientos y gozos del alma se somatizan y los del cuerpo influyen en el ánimo. Sin embargo, su misteriosa unidad y relación es difícil de explicar, así que de momento limítate a tenerla de trasfondo como un dato importante de nuestra tradición cristiana. 

En lo que toca al tema de la oración deducimos de aquí que ésta no es sólo cosa del alma que doblega al cuerpo con técnicas para disponerse a salir (éxtasis) al encuentro de Dios.  El cuerpo es persona y  lenguaje; el cuerpo, por tanto, también ora. La quietud y el silencio del cuerpo es ya oración. También el movimiento es oración: inclinarse en actitud de humildad, alzar los brazos, levantar los ojos o danzar para Dios; todo esto es oración.

Así que el genuino espiritual cristiano no puede prescindir del cuerpo: Ser  un orante cristiano requiere entrenarse en apaciguar el cuerpo, sanarlo, equilibrarlo; descanso, alimentación, salud…La química del cuerpo es importante. Para orar se requieren ciertos hábitos corporales: ayuno, dieta adecuada, sobriedad en la bebida, trabajo o actividades al aire libre, periodos de silencio riguroso,… Es importante aprender a respirar y tomar conciencia del cuerpo; y practicar ejercicios como el yoga  el tai chí, o cualquier deporte que ayude a una vida saludable.


DESAFIO  

Tomar  conciencia de tu cuerpo.

 Es importante "sentir" mi cuerpo. Cada ejercicio de meditación debe comenzar por ahí, por sentir mi cuerpo: cabeza (con todos sus elementos: cuero cabelludo, frente ojo, orejas, nariz, boca...), tronco (hombros, pecho, vientre), extremidades (brazos, piernas). Detenerse a sentir el cuerpo es ya oración, porque de por sí es relación con la obra de Dios que soy. Sentir aquí y ahora mi cuerpo me trae al "presente", y sólo en el presente puedo encontrar a Dios, que es "presencia". 

Además, el cuerpo me permite la comunicación. Mi alma (mente, recuerdos, aspiraciones)  viviría en la oscuridad si no percibiera el mundo por medio de los sentidos corporales. El agrado o el desagrado son percibidos primeramente por la sensualidad, cualidad de los sentidos. Es importante aprender a abrir los sentidos para percibir el entorno en su cruda realidad. Y, como los sentidos a veces son engañosos, es también importante una percepción total de las cosas, trascendiendo lo que recibimos por los sentidos corporales, es decir, contemplando desde la inaterioridad, mirándolo todo con la objetividad del espíritu, en percepción directa, sin los ruidos que nos llegan de los prejuicios. 

Un desafío para cultivar el cuerpo es el de pasear, orar, beber, comer, mirarla realidad con  plena consciencia, con los sentidos abiertos. Eso es contemplar, mirar la realidad detenidamente, con serenidad, dejando que penetre en el templo de tu ser. 

Puedes disfrutar la contemplación con la percepción corporal de los sentidos.

*Tus OJOS son la ventana por la que te asomas al mundo, el objetivo, el observatorio desde el que contemplas la realidad que te rodea.  Decía A. Machado que El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve.” ¿Qué gran misterio el de los ojos, ¡cuánta belleza puedes contemplar para alimentar tu espíritu con la mirada!

*Tus OÍDOS son un receptor maravilloso de sonidos. Percibe los sonidos de la naturaleza asomado a la ventana o paseando por el parque o el campo; el río, los pájaros, el viento acariciando los árboles… y el silencio, la “música callada”

*La NARIZ aspira la fragancia del paisaje. Reconocer los olores es signo de intimidad. Oler las flores es abrazarlas, hacerlas mías; y cuando el olor no es agradable me recuerda la necesidad que tengo de aceptar lo que no es de mi gusto. El olfato es un buen ejercicio de contemplación de la realidad esquivando juicios sobre el agrado o desagrado de lo percibido.

*El PALADAR es también una puerta abierta al conocimiento de mundos maravillosos. También ásperos y agrios. Saborear la comida, gustarla, ¡Cuánto recuerdos nos vienen por los sabores!  Paladea hoy lo que comas con esa sensación de algo único.

* Y el TACTO. Sentir globalmente la piel que te envuelve es el mejor ejercicio de presencia que puedes hacer. Tomas conciencia así de todo tu cuerpo, del hormigueo que sientes casi imperceptible en la piel, de la temperatura, del peso, del tacto de la ropa que te cubre,  del viento que te acaricia.

Hacer todos esos ejercicios es ya oración. Además, en los tiempos de oración formal procura comenzar sintiendo paso paso tu cuerpo, y siendo consciente de que no sólo ora tu alma, también tu postura, tus sensaciones físicas, tus movimientos son lugares de encuentro con Dios. Estate atento a todo ello.

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Casto Acedo