miércoles, 23 de julio de 2025

Esculpir el alma


Hace unos días terminé la lectura del libro de Nazareth Castellanos El puente donde habitan las mariposas, obra que me ha parecido excelente por su carácter divulgativo de los avances de la neurociencia, una disciplina que aún está en mantillas, pero que parece que debemos considerar importante no sólo para el ámbito de la psicología sino también para el desarrollo espiritual.

Aunque mi ignorancia científica sobre la biología del cerebro me ha hecho difícil la lectura de algunos capítulos, me gustaría compartir con vosotros algunos puntos más cercanos a la psicología y la espiritulidad. No son novedad para le grupo. Más bien son una oportunidad para recordar cosas que ya sabemos y que se nos iluminan desde una perspectiva científica. Me limito a comentar algunas de las afirmaciones de la autora que nos pueden ayudar de cara a la meditación.

Lo hago en cuatro apartados.


1.    Ser escultores de nuestro ser divino

Abre el tema del libro una frase de Santiago Ramón y Cajal: «Todos podemos ser escultores de nuestro cerebro si nos lo proponemos».   ¡Si nos lo proponemos! Es verdad que si esto lo aplicamos no al cerebro como masa biológica sino a la profundidad del alma, deberíamos añadirle “si Dios quiere·”. Parafraseando: «Todos podemos ser escultores de “nuestro ser divino”, si nos lo proponemos».   ¿Y qué hacemos cuando meditamos sino responder a esa propuesta de ser escultores de nuestra vida espiritual? Entiendo “espiritual” como un concepto integral que abarca cuerpo-alma-espíritu.

El cuerpo, la psiché (alma) y la conciencia de la persona son don de Dios, pero, como dijo acertadamente san Agustín “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. La vida no se nos da vivida sino para que la vivamos. Nacemos como incrustados en un bloque de granito que ha de ser esculpido. La calidad del granito está certificada. La materia está dada y es de primera calidad, y cada cual es llamado a esculpir en ella el propio yo.

La meditación es un instrumento para pulirel srer. No sólo esculpe el cerebro sino que, con él, esculpe el espíritu.


2.    Cerebro y corazón sincronizados en el encuentro

Otro párrafo que me ha llamado la atención es la seguridad con la que habla del alcance y las consecuencias del “encuentro” personal. Dice así:

“También nos comunicamos con los demás a través de los hilos invisibles de la biología. Cuando prestamos atención a alguien, se establece una correspondencia entre la actividad de los cerebros y los corazones de esas personas, que tienden a sincronizarse. Y es en ese enlace visceral donde se produce un intercambio de información que solo ahora empezamos a conocer científicamente, pero que ya sabemos que modula la capacidad de aprendizaje del cerebro. Los mecanismos de ese cableado sutil que une nuestro cuerpo al del otro cuando le prestamos atención también construyen nuestra personalidad. Cuando le prestamos la atención a alguien no nos la devuelve intacta. ¡Cuidado!”.

La invitación al cuidado la entiendo en un doble sentido. "Cuidado" en el sentido de prevención, porque de nuestras relaciones depende nuestro crecimiento o deterioro espiritual; hay que mirar con quién y de qué forma nos relacionamos;  y "cuidado" en el sentido de cultivar, esmerarse en pulir nuestro cerebro y corazón para una vida feliz.

Cualquier encuentro marca la personalidad según el nivel de comunicación que se da entre quienes se encuentran. En un simple cruce de miradas se produce un intercambio mutuo para los que la comparten. Si compartir ideas o gestos nos afecta siempre, ¿no merece la pena cultivar la calidad de los encuentros?  

Y aquí, a partir de la primera lectura del domingo pasado (Aparición de Dios a Abrahám en el encinar de Mambré, Gn 18,1-10) y del evangelio (pasaje de Marta y María, Lc 10,38-42) me viene a la mente la idea de la “hospitalidad”. ¡Qué importante es la acogida amorosa, el cuidado, de uno mismo y del otro! Abrahán se “encuentra” con Dios, abre para Él su tienda, le sirve la mesa, y el paso de Dios por su vida no es indiferente, es fecundo: Sara, su esposa, concebirá un hijo. 

Lo mismo ocurre con María, hermana de Lázaro, atenta a la presencia de Jesús, a quien recibe como huésped; tan atenta  a sus palabras y gestos que merece la alabanza del Maestro: “ha escogido la mejor parte y no le será quitada”, porque su corazón está en lo esencial, en lo que permanece para siempre, y así su vida se verá premiada con una merecida  fecundidad espiritual. Marta, sin embargo, cerrada en un monólogo interior que le lleva al juicio y la  queja contra su hermana, sólo recibirá decepciones. Sin dejar de ser una buena persona, cumplidora de su tarea, Marta se está perdiendo la experiencia de un cambio integral en profundidad. Se ganará el cielo por su actividad servicial, pero su queja deja ver que se está perdiendo el goce de Dios en esta vida.

El contacto con otros no regresa intacto a nosotros, los lazos que tendemos o los muros que ponemos por medio siempre nos rebotan de un modo positivo o negativo. Aunque nuestra actitud sea de indiferencia nuestra alma quedará marcada por la calidad del encuentro. ¡Qué importante es esto! Nos sugiere la urgencia de trabajar nuestras relaciones humanas, y por supuesto nuestra relación con Dios, la vida de  oración.

La asiduidad a la Eucaristía dominical, con la escucha de la Palabra en ella y la participación en el sacramento (comunión), esculpe nuestro ser, en mayor o menor grado según sea nuestro grado de atención. Siempre he creído que dejar la práctica básica de la Misa Dominical, poco a poco, pruduce un deterioro de los lazos que facilitan la vida espiritual cristiana. Y, al contrario, la fidelidad a la celebración eucarística semana tras semana garantiza la conversión contínua fortaleciendo a la persona. El secreto de la abundancia de gracias está en la atención que se presta al rito, porque en esa atención se da la apertura al amor. Bastar con que despertemos nuestra atención cada domingo en la Misa para que nuestra vida de un gran cambio. En la celebración del Misterio la atención nos conecta con el corazón de Dios.


3. La decisión o el compromiso

Citanto a F. W. Goethe, se dice en el libro de Nazareth que

en el momento en que uno se compromete, también interviene la providencia. Ocurren entonces todo tipo de cosas positivas que de otro modo nunca se habrían producido. Una serie de acontecimientos derivan de esa decisión, poniendo a favor de uno incidentes fortuitos, encuentros y apoyo material que ningún hombre podría haber soñado con lograr». ¡En el momento en que uno se compromete! Una vez más: ¡si uno se lo propone!”

Esto me recuerda al chiste de quien rezaba al santo patrón para que le tocara la lotería; y el santo le responde: “por lo menos compra el billete”. Ciertamente que todos deseamos progresar en la vida espiritual. Pero si no ponemos los medios  (estudio, meditación, práctica,...), nuestro cambio será pobre. La voluntad de Dios pide respuesta por parte de la voluntad humana.

Podemos confiar en la providencia de encontrarnos con alguien, y en nuestro caso también Dios, pero si no tomamos la decisión de programar el contacto, o de practicar asiduamente oración y caridad tendremos pocos avances en la relación. Es importante tomar decisiones que apunten a la meta a la que aspiramos. La providencia divina no es una invitación a la pasividad sino a abrir las ventanas con la atención para que nos inunde la Luz que viene de lo alto.

Modelo de decisión y compromiso: María de Nazaret. "Aquí estoy" ... "Hágase según tu palabra".

4. Respirar

Partiendo de una conferencia de M. Heidegger, Construir, habitar, pensar, Nazaret Castellanos,  dice que la parte central de la ponencia la centra el filósofo en habitar, y comenta textualmente:

Dice el filósofo que (habitar) es dejar libre nuestra esencia y que solo así se puede construir. Pero ¿cómo se aprende a habitar la vida, señor Heidegger? Solo encontré una respuesta: en la experiencia consciente de la respiración. Al menos es lo que encontré en mis experimentos y en los artículos científicos, pero mucho antes lo había encontrado sentada en el cojín. Ahí encontré la calma, «aquella que asegura el auténtico crecimiento»”.

Desde aquí la autora del libro desplegará unas notas  sobre la respiración recurriendo, en una ficción literaria, al intercambio epistolar que  M. Heidegger y Hanna Arendt, fiósofa y periodista, mantuvieron como amantes. En estas cartas resume la autora lo esencial de la respiración para la meditación. Transcribo estas perlas:


* La respiración es un proceso mayoritariamente automático, controlado de forma inconsciente por núcleos neuronales situados en el puente del tronco del encéfalo. Es el proceso mediante el cual nuestro cuerpo intercambia gases con el medio exterior, permitiendo la entrada de oxígeno y emitiendo dióxido de carbono. ... Sobra mencionar la importancia vital de la respiración para mantenernos vivos, sin embargo, solo ahora se comienza a estudiar científicamente su importancia para mantenernos humanos.

* Yo nunca lo había observado en mí, pero solemos inhalar de repente cuando vamos a realizar cualquier tarea. ... La inhalación activa la corteza frontal y el hipocampo, preparando así la cognición. Cuando esta excitabilidad neuronal provocada por la inspiración está ausente o es pobre, nuestros recursos cognitivos estarían mermados. Por el contrario, la exhalación se ha asociado con procesos emocionales y somatosensoriales, como la capacidad de sobresalto, el procesamiento del dolor o de la ansiedad ... Cada segundo cuenta, la relación entre el cerebro y la respiración es continua y detallada. Esta última es llamada para coordinar la dinámica neuronal. Un gran recurso al alcance de nuestra voluntad.

* Una respiración irregular puede afectar a los sistemas de predicción cerebral y por tanto atenuar nuestras capacidades cognitivas y emocionales, siendo un indicador de alteraciones o potenciales alarmas psiquiátricas. Nuestros resultados e hipótesis proponen la regularidad de las fases respiratorias, especialmente de la apnea, como herramienta terapéutica y preventiva. De ahí que gran parte del éxito de las técnicas de respiración se base, como punto de partida, en establecer un orden en el patrón respiratorio. La repetición de una secuencia de respiraciones induce regularidad en el ciclo respiratorio. Una respiración a la deriva es una mente a deriva.

* La actividad neuronal, cuando contemplamos nuestra respiración, es superior a cuando dirigimos la atención a cualquier estímulo del exterior. Al hacerlo se fortalece un área cerebral llamada corteza cingulada, exactamente su parte anterior, que está más cerca de la frente, y esta región está involucrada en la gestión del estado de ánimo.

* Observe que, pese a todo, su cuerpo siempre está respirando. Ánclese a la respiración como el barco amarrado ante la tormenta. Siempre estará ahí para usted. Siempre permite ese cobijo en el que contemplar sin esperar nada. Deje atrás toda pretensión de comprensión y control, le aseguro que no la ayudarán. Mantenga la mirada en su respiración, una mirada siempre amorosa.


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La meditación no consiste tanto en sujetar la atención como en familiarizarse con ella... La atención conlleva en el cerebro procesos de distracción que son naturales y que tienen su explicación evolutiva. ... saber que las dictracciones son naturales y necesarias en la meditación disminuye mi furia contra ellas. Un cerebro no ejercitado en la atención entra con facilidad en pensamientos involuntarios, que brotan de forma recurrente y la acaparan. Es una tendencia del propio órgano, y se considera su estado por defecto. Mantener la atención es lo difícil. Sin embargo, la práctica de la meditación de la respiración se apoya en aprender a dar cuenta de estas distracciones.

* Lo bueno de meditar no es sujetar la atención en la respiración, sino que, en el intento de hacerlo, se aprende a conocer la cara oculta de la mente. Ahora doy las gracias a las distracciones como mis maestras y me siento con la intención de observar las sensaciones que deja en mí la respiración. Igual que antes. Pero la llegada de una distracción, o el momento en el que me doy cuenta de que está ahí, se convierte en una observación de la misma, donde la frustración previa ha dado paso a la aceptación, y con amabilidad redirijo la atención a mi objetivo inicial: la respiración. Meditar no es dejar la mente en blanco, sino colocar la atención en el asiento de las sensaciones de la respiración y volver a intentar sentarla una y otra vez cuando se levante.

* Al respirar lento se favorecen procesos como la cognición, la gestión de las emociones y las sensaciones corporal ... No dejes de observar la respiración, sigue siendo un encuentro con el templo que es tu ser....

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Ciertamente, la meditación que nosotros practicamos no es un simple ejercicio para desbloquear y organizar de modo saludable  las neuronas. Pero sí que es importantes en los prolegómenos de la meditación fijar la atención en la respiración para adquirir la “serenidad” suficiente que permita estar abiertos y atentos a la Presencia divina. Mejorar la mente y el cuerpo es bueno para mejorar el espíritu. Es gratificante saber que la neurociencia va descubriendo las bases biológicas que explican los beneficios que la práctica de la meditación ha proporcionado a la humanidad a lo largo de los siglos. 

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Julio 2025
Casto Acedo

viernes, 11 de julio de 2025

Meditar la muerte

Un tema peliagudo. No es fácil hablar de la muerte cuando nuestra cultura tiende a ocultarla. ... Si se acepta que vamos a morir, ¿quién se embarcaría en un crédito a 30 años?, ¿quién se mataría a hacer horas extras para acumular bienes?, ¿quién desaprovecharía en vanalidades el tiempo que vivirá?... ¿Qué harías si te dicen que en una semana pasas a la otra vida?... No tengamos miedo a meditar la realidad de la muerte; ganaremos en paz, compasión y sabiduría. Podéis ir leyendo y, cuando volvamos del verano, comentamos;  aunque también podéis opinar y comentar en el blog. ¡Buen verano! 

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El misterio (tabú) de la muerte 

La vida humana está limitada por dos momentos que suelen inscribirse en los monumentos funerarios: fecha de nacimiento y fecha de defunción. Entre ambas discurrió el tiempo cronológico en que vivió el finado.

Nacimiento y muerte,  dos misterios. Y al hablar de misterio no nos referimos al hecho físico de nacer o morir sino a las preguntas que plantean y a las rspuestas que se esperan: ¿qué sentido tiene mi nacimiento? ¿Por qué nací yo y no otra persona? ¿Para qué vivo? Y la muerte, ¿tiene sentido? ¿Por qué la temo? ¿Hay vida después de la vida?

En cuanto misterios estas dos realidades suelen ser un tema tabú, tabúes más o menos significativos según qué cultura y qué época. Hasta prácticamente el último tercio del siglo XX, hablar del nacimiento físico, con lo que supone de explicaciones acerca de la relación genital-sexual, no era fácil. El recurso a la cigüeña como respuesta a la pregunta infantil  acerca de cómo vienen al mundo los niños es todo un ejemplo.

Pero, dejando a un lado el complejo tema de la sexualidad, que en otro momento podemos estudiar y considerar en el grupo como faceta problemática o enriquecedora para la vida espiritual, centrémonos en el hecho de la muerte, el otro polo de la existencia.

La muerte es misterio. A la pregunta  “¿de dónde vengo?” (misterio del origen) se le suma el “¿adónde voy?” (mistero del final) como cuestión esencial a la que hemos de dar una respuesta. De las razones  que demos al problema de la muerte dependerá el enfoque del día a día de la vida. Tal vez por eso rehuimos la pregunta, para no incomodarnos ni incomodar a nadie con la respuesta. Es obvio que nacimiento y muerte igualan a todos y desenmascaran la hipocresía y falsedad con que nos desenvolvemos en el entretanto. 

Tal vez en alguna época de la historia de occidente la enfermedad y la muerte han sido realidades omnipresentes en la vida social; pudo ocurrir en la Edad Media; pero no cabe duda de que la muerte es un tema olvidado en nuestro siglo. Intenta sacar una conversación sobre ello y verás como al poco sale alguien que dice “¡vamos a hablar de otras cosas!”. No queremos poner ante nosotros realidades que consideramos desagradables. Como el sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37), tendemos a pasar de largo ante realidades que sabemos nos obligan a tomar decisiones comprometidas. 

Preferimos alejarnos de los problemas. Tal vez por eso a los enfermos los llevamos al hospital, a los dementes a la clínica psiquiátrica, a los ancianos al geriátrico o cualquier otro lugar que los aleje del ámbito donde se idolatra la juventud; a los muertos los velamos en el tanatorio, lugar normalmente alejado de lo urbano; la sola presencia del anciano, el enfermo o del cadáver incomoda. Sin embargo, todos, algún día, formaremos parte de esos grupos de descartados; nos guste o no.


"Ser para la muerte"

El filosofo alemán M. Heidegger, definiendo al hombre en su esencia más allá de su entidad física (biología) dice que es un ser que no solo nace y muere sino que además, se pregunta por el nacimiento y la muerte; un ser que pregunta y pide una respuesta; y que es consciente de su finitud porque sabe que algún día morirá. Y esta constatación, tan simple de por sí, exige un encaje en la vida, y dicho encaje va a pedir una toma de decisiones trascendentales sobre el modo de vivir y actuar.

El filósofo habla de "ser para la muerte"; la muerte determina la vida, una muerte que se intuye en un futuro indefinido, pero que ya está en el presente marcando el ritmo de los días. Quien toma conciencia de esto se está abriendo a una vida más auténtica, más ajustada a la realidad. 

Nadie puede vivir ni morir por nosotros, y esto nos obliga a ser responsables, a responder personalmente a los retos que vida y muerte plantean. No podemos quedarnos encerrados en nuestro vivir día a día dando la espalda a la muerte; aunque muchos lo intenten llega un momento en que enrocarse en la finitud, por muy divertida -dispersa- que la imaginemos, acaba por conducirnos al tedio y el sinsentido.  ¿Para qué trabajar sin descanso acumulando bienes, engordando el propio ego con títulos y consideraciones, mendigando alabanzas, si el mañana es tan cierto como la propia muerte? ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? (Mt 17,26) ¿Merece la pena agobiarse por el mañana? (Mt 6,34). ¿Vivir, para qué?¿Habrá algo entre lo perecedero que sea capaz de satisfacer plenamente la vida?, etc. Son algunas de las muchas preguntas que provoca la muerte y cuyas respuestas han ido buscando y elaborando filósofos y sabios a lo largo de los siglos. 

Presencia de la muerte

Distinguen los filósofos entre tiempo cronológico, tiempo lineal, externo, cuantificable, homogéneo, mensurable y dividido en instantes (Aristóteles) y duración, tiempo vivido desde dentro, continuo, cualitativo, instantáneo (H. Bergson). Todos sabemos que un día de veinticuatro horas puede vivirse como eternidad por unos y como momento fugaz por otros. Cuando alguien dice “se me ha hecho una eternidad”, o confiesa “¡qué corto se me hace el tiempo que estoy contigo!”, habla de un tiempo distinto al del reloj.

Como ya hemos comentado en temas anteriores, todo está en el presente, porque sólo el presente existe; el pasado fue y el futuro se escapa siempre porque no llega nunca; el pasado y el futuro solo existen en el presente. Cuando vivo el presente estoy viviendo, cuando pienso en el pasado o en el futuro la nostalgia o las expectativas ilusas me están sacando del aquí y ahora de la vida.

Sólo en el presente de mi existir me vivo; sólo  vivo el instante. Y aquí es interesante tener en cuenta que la muerte, como futuro que vivo en el presente, me ayuda a disfrutar cada minuto, a saborear cada momento en su instante único. La muerte, que como realidad futura es inexistente, es determinante para leer el presente. En el siglo IV dijo Epicuro que “la muerte no es nada para nosotros, porque cuando nosotros existimos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, entonces nosotros no existimos”. Sin embargo, ¿no será que la misma vida es muerte? 

Vivir como si la muerte no existiera es un desatino. Hay que aceptar que la vida tiene un fin: morir; y entiendo ese "fin" no sólo como dato cronológico sino también existencial; la finalidad, el fin, de la vida es morir; vivir para morir. Esto si que es un misterio, el misterio cristiano por excelencia, si le añadimos que "morir es vivir"; como si la muerte fuera la semilla donde se encierra la vida para poder ser fructífera (Jn 12,24).  

Merece la pena pensar en esto, y meditar sobre ello. Es un misterio el hecho de que por la muerte de Cristo nos venga la vida y que Él hubiera dicho que el que quiera vivir que  primero muera (Mt 1,39). Tampoco se pueden desdeñar las palabras de san Pablo cuando dice que para él morir con Cristo es ganancia (Flp 1,21), idea que santa Teresa expresa poéticamente en su célebre "Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero". Las maneras de fundir vida y muerte en estos textos revelan la mística, el misterio, de que quien huye de la muerte acaba perdiendo la vida; y quien la abraza la encuentra (Mt 16,25).


Beneficios de meditar-contemplar  la muerte

Sufrimos una enfermedad mortal que se llama vida. No hay que ser muy inteligente para entender que no hay nada más cierto que la muerte. La ciencia misma advierte que el proceso de la vida biológica se realiza al ritmo de la muerte; las células que hoy componen nuestro cuerpo no son las que existían al principio ni serán las que lo conformen en unos años. El cuerpo, además, envejece y se deteriora por más que le apliquemos potingues que mantengan terso y brillante el cutis. Aunque cuidemos la apariencia de la carrocería, e incluso aunque seamos exquisitos en la alimentación y el ejercicio físico, los órganos internos, el motor del cuerpo, las vísceras, la parte más vital del ser humano, acaban por colapsar y sobreviene la muerte. El cuerpo envejecido dejará de funcionar.

Deberíamos meditar sobre la muerte, quizá no a diario ni de modo obsesivo, pero es bueno  considerarla a menudo para poder dar un sentido sólido a la vida.  

Es verdad que la inevitabilidad de la muerte puede ser ignorada siguiendo la táctica del avestruz, que esconde la cabeza para no afrontar el peligro; pero en ese caso nos estaríamos perdiendo una parte de la vida -la muerte-; quien tiene miedo a la muerte acaba siendo engullido por ella; quien se hace su amigo puede aspirar a superarla haciendo de ella un aliado. Vivirse desde la muerte es entenderla y abrazarla como fuente de sabiduría. 

¿Qué sabiduría y beneficios concretos aporta la muerte a la vida espiritual? 

*El primer beneficio de meditar sobre la muerte es que muchos problemas se evaporan sólo con esta práctica. Porque aceptando la muerte consigo de principio soltar la obsesión por el cuerpo y los apegos a bienes materiales que tengo sobrevalorados y que algún día habré de dejar.

*Un segundo beneficio es que aprendo a considerar que todos participamos del mismo destino; y con ello se fortalece en mi el espíritu compasivo al constatar que la muerte nos es sólo cosa mía, es común a todos; la muerte tiene un aspecto comunitario que me ayuda a sentirme más unido al sufrimiento y el destino de todas y cada una de las personas.

*Y el tercer beneficio es que contemplando la muerte, y más en concreto mi muerte, aprendo a entenderla y sentirla como parte de mi ser, lo cual me ayudará a no temerla sino a amarla; y desde ahí a alcanzar la paz interior, y desde esta paz inclinarme a llevar una vida más ética y bondadosa, con desapego de este mundo y amor a las virtudes eternas. Lo realmente nefasto es la muerte interior, que se da cuando la vida se envenena con las posesiones y los placeres mundanos. Todo lo que vemos y disfrutamos ahora, algún día dejará de existir  (Lc 21,6).

Conversión desde la cercanía de la muerte

Son numerosos los casos conocidos de personas que tras pasar por una experiencia cercana a la muerte han dado un giro total a sus vidas. Ese suceso supuso para ellas un auténtico despertar a la vida espiritual. A partir de ahí se plantearon: “¡tengo que cambiar mi vida”!.

En el crecimiento espiritual se puede llegar incluso a dar gracias a Dios por la “hermana muerte”, como canta san Francisco de Asís: “Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar".  Es consolador que san Francisco llame "hermana" a la muerte; y que alabe a Dios por ella.

Un ejemplo admirable y actual de lo mucho que se puede aprender al tocar de cerca, meditar y contemplar el acontecimiento de la muerte, nos lo da Franz Jalics (1927-2021), místico de nuestro siglo. Él cuenta dos momentos en los que la cercanía de la muerte le abrió el alma para vivir en una dimensión espiritual  más profunda.

Ell primer momento  ocurrió en el bombardeo de Núremberg (1945).  Cuando tenía diecisiete años fue movilizado como cadete durante la Segunda Guerra Mundial y vivió un bombardeo en Núremberg. En medio del ataque, sintió un terror intenso ante la posibilidad inminente de morir. Sin embargo, en ese mismo instante, experimentó una paz profunda y una revelación espiritual poderosa: “Vi la vida eterna… Yo soy Dios, soy uno con Él.”

Percibió que Dios era uno con su ser, una experiencia de unidad que cambió radicalmente su comprensión de la vida. Este suceso quedó grabado como la vivencia que definirá luego  el sentido de su misión espiritual: mostrar que Dios está presente en todas las dimensiones de la existencia. Así lo narra en primera persona:
"Si bien yo sabía ya a los seis años que sería sacerdote, la experiencia fundamental de mi vida fue a los diecisiete, en el bombardeo de Nüremberg. Fue ahí donde tuve la principal revelación de mi vida y donde se me hizo claro que mi misión en el mundo era mostrar el camino contemplativo, es decir, que Dios estaba en todo. Es evidente que entonces no podía saber todavía el cómo apostólico, pero sí el qué. La experiencia del miedo y de la rabia por no querer morir se me quedó grabadísima, pues fue en ese instante cuando vi, aunque apenas fueran un par de segundos, cómo es Dios uno conmigo. "Yo vi la vida eterna", podría decir. O, más aún: "Yo soy Dios, soy uno con Él".
Tras esta experiencia tuve que acabar el bachillerato y, dos años después, entré en el noviciado jesuita, donde ya a los diez días me atreví a decir a uno de mis compañeros que todos aquellos incontables actos de piedad que estructuraban la jornada estaban muy bien, pero que todo eso era innecesariamente complicado. Quiero decir que desde muy joven era consciente de que había que simplificar; y ello porque lo que yo había visto de Dios durante el bombardeo de Nüremberg era totalmente simple. Más tarde, en Argentina, en diversos grupos y en diálogo con otras religiones, empecé a desarrollar esta intuición de la simplicidad de la contemplación".
Un segundo momento experiencial donde vió Franz Jalics la cercanía de la muerte tuvo lugar al sufrir un  secuestro y detención en Argentina (1976). Durante cinco meses, detenido por la dictadura, permaneció en prisión, esposado y encapuchado. Esta experiencia de vivir sin saber cada día si sería el último supuso para él una noche oscura que solidificó su vivencia espiritual.  La idea de morir en cualquier momento estuvo siempre presente.

Durante ese confinamiento, recurrió constantemente a la oración del nombre de Jesús como mantra y soporte espiritual. “No fue el sufrimiento físico lo más duro, sino el proceso espiritual que me llevó a una profunda limpieza interna". Esa purificación le permitió luego construir su método de oración contemplativa y asistencia espiritual.


Conclusión 

Como en el caso de Franz Jalics, a muchas personas la experiencia - meditación -contemplación de la muerte, les ha conducido a un cambio radical de valores y de vida que se pueden resumir así:

* Dejar atrás el miedo, la ansiedad y el egoismo. Y como consecuencia nacerá una reacción valiente que lanza a vivir de un modo nuevo, siguiendo con entusiásmo la vocación a la que cada persona se siente llamada por Dios. 

*Unificación con el Todo y con todos, adoptando una espiritualidad basada en la reconciliación interna, el perdón y el silencio contemplativo. 

*Aprender a vivir la muerte desde el presente, descubriendo a Dios como Presencia amorosa y auténtica. Vivir con Dios cada día como si éste fuera el último.

*Vivir en la simplicidad. Sin menospreciar lo que de positivo tienen las estructuras civiles (políticas, económicas, laborales, lúdicas, etc.) y religiosas (iglesias, reglas monásticas, organizaciones pías, lugares santos, devociones, etc.), contemplar la muerte ayuda a prescindir de todo lo que, siendo en su momento útil, luego es innecesario; las  estructuras de poder y las prácticas religiosas no son eternas; una vez cruzado el río no conviene cargar con la barca; lo mejor es ir desprendiéndose de conglomerados que sólo sirven en su momento para desembocar en la simplicidad de la vida espiritual. La muerte lo simplifica todo, en ella "todo se ha consumado", con ella "todo está cumplido" (Jn 19,30). A fin de cuentas morir es soltar todo y dejarse en el Todo.

Meditar y contemplar la muerte es una oportunidad para crecer en el espíritu.

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Julio 2025
Casto Acedo