viernes, 11 de julio de 2025

Meditar la muerte

Un tema peliagudo. No es fácil hablar de la muerte cuando nuestra cultura tiende a ocultarla. ... Si se acepta que vamos a morir, ¿quién se embarcaría en un crédito a 30 años?, ¿quién se mataría a hacer horas extras para acumular bienes?, ¿quién desaprovecharía en vanalidades el tiempo que vivirá?... ¿Qué harías si te dicen que en una semana pasas a la otra vida?... No tengamos miedo a meditar la realidad de la muerte; ganaremos en paz, compasión y sabiduría. Podéis ir leyendo y, cuando volvamos del verano, comentamos;  aunque también podéis opinar y comentar en el blog. ¡Buen verano! 

* * *

El misterio (tabú) de la muerte 

La vida humana está limitada por dos momentos que suelen inscribirse en los monumentos funerarios: fecha de nacimiento y fecha de defunción. Entre ambas discurrió el tiempo cronológico en que vivió el finado.

Nacimiento y muerte,  dos misterios. Y al hablar de misterio no nos referimos al hecho físico de nacer o morir sino a las preguntas que plantean y a las rspuestas que se esperan: ¿qué sentido tiene mi nacimiento? ¿Por qué nací yo y no otra persona? ¿Para qué vivo? Y la muerte, ¿tiene sentido? ¿Por qué la temo? ¿Hay vida después de la vida?

En cuanto misterios estas dos realidades suelen ser un tema tabú, tabúes más o menos significativos según qué cultura y qué época. Hasta prácticamente el último tercio del siglo XX, hablar del nacimiento físico, con lo que supone de explicaciones acerca de la relación genital-sexual, no era fácil. El recurso a la cigüeña como respuesta a la pregunta infantil  acerca de cómo vienen al mundo los niños es todo un ejemplo.

Pero, dejando a un lado el complejo tema de la sexualidad, que en otro momento podemos estudiar y considerar en el grupo como faceta problemática o enriquecedora para la vida espiritual, centrémonos en el hecho de la muerte, el otro polo de la existencia.

La muerte es misterio. A la pregunta  “¿de dónde vengo?” (misterio del origen) se le suma el “¿adónde voy?” (mistero del final) como cuestión esencial a la que hemos de dar una respuesta. De las razones  que demos al problema de la muerte dependerá el enfoque del día a día de la vida. Tal vez por eso rehuimos la pregunta, para no incomodarnos ni incomodar a nadie con la respuesta. Es obvio que nacimiento y muerte igualan a todos y desenmascaran la hipocresía y falsedad con que nos desenvolvemos en el entretanto. 

Tal vez en alguna época de la historia de occidente la enfermedad y la muerte han sido realidades omnipresentes en la vida social; pudo ocurrir en la Edad Media; pero no cabe duda de que la muerte es un tema olvido en nuestro siglo. Intenta sacar una conversación sobre ello y verás como al poco sale alguien que dice “¡vamos a hablar de otras cosas!”. No queremos poner ante nosotros realidades que consideramos desagradables. Como el sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37), tendemos a pasar de largo ante realidades que sabemos nos obligan a tomar decisiones comprometidas. 

Preferimos alejarnos de los problemas. Tal vez por eso a los enfermos los llevamos al hospital, a los dementes a la clínica psiquiátrica, a los ancianos al geriátrico o cualquier otro lugar que los aleje del ámbito donde se idolatra la juventud; a los muertos los velamos en el tanatorio, lugar normalmente alejado de lo urbano; la sola presencia del anciano, el enfermo o del cadáver incomoda. Sin embargo, todos, algún día, formaremos parte de esos grupos de descartados; nos guste o no.


"Ser para la muerte"

El filosofo alemán M. Heidegger, definiendo al hombre en su esencia más allá de su entidad física (biología) dice que es un ser que no solo nace y muere sino que además, se pregunta por el nacimiento y la muerte; un ser que pregunta y pide una respuesta; y que es consciente de su finitud porque sabe que algún día morirá. Y esta constatación, tan simple de por sí, exige un encaje en la vida, y dicho encaje va a pedir una toma de decisiones trascendentales sobre el modo de vivir y actuar.

El filósofo habla de "ser para la muerte"; la muerte determina la vida, una muerte que se intuye en un futuro indefinido, pero que ya está en el presente marcando el ritmo de los días. Quien toma conciencia de esto se está abriendo a una vida más auténtica, más ajustada a la realidad. 

Nadie puede vivir ni morir por nosotros, y esto nos obliga a ser responsables, a responder personalmente a los retos que vida y muerte plantean. No podemos quedarnos encerrados en nuestro vivir día a día dando la espalda a la muerte; aunque muchos lo intenten llega un momento en que enrocarse en la finitud, por muy divertida -dispersa- que la imaginemos, acaba por conducirnos al tedio y el sinsentido.  ¿Para qué trabajar sin descanso acumulando bienes, engordando el propio ego con títulos y consideraciones, mendigando alabanzas, si el mañana es tan cierto como la propia muerte? ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? (Mt 17,26) ¿Merece la pena agobiarse por el mañana? (Mt 6,34). ¿Vivir, para qué?¿Habrá algo entre lo perecedero que sea capaz de satisfacer plenamente la vida?, etc. Son algunas de las muchas preguntas que provoca la muerte y cuyas respuestas han ido buscando y elaborando filósofos y sabios a lo largo de los siglos. 

Presencia de la muerte

Distinguen los filósofos entre tiempo cronológico, tiempo lineal, externo, cuantificable, homogéneo, mensurable y dividido en instantes (Aristóteles) y duración, tiempo vivido desde dentro, continuo, cualitativo, instantáneo (H. Bergson). Todos sabemos que un día de veinticuatro horas puede vivirse como eternidad por unos y como momento fugaz por otros. Cuando alguien dice “se me ha hecho una eternidad”, o confiesa “¡qué corto se me hace el tiempo que estoy contigo!”, habla de un tiempo distinto al del reloj.

Como ya hemos comentado en temas anteriores, todo está en el presente, porque sólo el presente existe; el pasado fue y el futuro se escapa siempre porque no llega nunca; el pasado y el futuro solo existen en el presente. Cuando vivo el presente estoy viviendo, cuando pienso en el pasado o en el futuro la nostalgia o las expectativas ilusas me están sacando del aquí y ahora de la vida.

Sólo en el presente de mi existir me vivo; sólo  vivo el instante. Y aquí es interesante tener en cuenta que la muerte, como futuro que vivo en el presente, me ayuda a disfrutar cada minuto, a saborear cada momento en su instante único. La muerte, que como realidad futura es inexistente, es determinante para leer el presente. En el siglo IV dijo Epicuro que “la muerte no es nada para nosotros, porque cuando nosotros existimos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, entonces nosotros no existimos”. Sin embargo, ¿no será que la misma vida es muerte? 

Vivir como si la muerte no existiera es un desatino. Hay que aceptar que la vida tiene un fin: morir; y entiendo ese "fin" no sólo como dato cronológico sino también existencial; la finalidad, el fin, de la vida es morir; vivir para morir. Esto si que es un misterio, el misterio cristiano por excelencia, si le añadimos que "morir es vivir"; como si la muerte fuera la semilla donde se encierra la vida para poder ser fructífera (Jn 12,24).  

Merece la pena pensar en esto, y meditar sobre ello. Es un misterio el hecho de que por la muerte de Cristo nos venga la vida y que Él hubiera dicho que el que quiera vivir que  primero muera (Mt 1,39). Tampoco se pueden desdeñar las palabras de san Pablo cuando dice que para él morir con Cristo es ganancia (Flp 1,21), idea que santa Teresa expresa poéticamente en su célebre "Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero". Las maneras de fundir vida y muerte en estos textos revelan la mística, el misterio, de que quien huye de la muerte acaba perdiendo la vida; y quien la abraza la encuentra (Mt 16,25).


Beneficios de meditar-contemplar  la muerte

Sufrimos una enfermedad mortal que se llama vida. No hay que ser muy inteligente para entender que no hay nada más cierto que la muerte. La ciencia misma advierte que el proceso de la vida biológica se realiza al ritmo de la muerte; las células que hoy componen nuestro cuerpo no son las que existían al principio ni serán las que lo conformen en unos años. El cuerpo, además, envejece y se deteriora por más que le apliquemos potingues que mantengan terso y brillante el cutis. Aunque cuidemos la apariencia de la carrocería, e incluso aunque seamos exquisitos en la alimentación y el ejercicio físico, los órganos internos, el motor del cuerpo, las vísceras, la parte más vital del ser humano, acaban por colapsar y sobreviene la muerte. El cuerpo envejecido dejará de funcionar.

Deberíamos meditar sobre la muerte, quizá no a diario ni de modo obsesivo, pero es bueno  considerarla a menudo para poder dar un sentido sólido a la vida.  

Es verdad que la inevitabilidad de la muerte puede ser ignorada siguiendo la táctica del avestruz, que esconde la cabeza para no afrontar el peligro; pero en ese caso nos estaríamos perdiendo una parte de la vida -la muerte-; quien tiene miedo a la muerte acaba siendo engullido por ella; quien se hace su amigo puede aspirar a superarla haciendo de ella un aliado. Vivirse desde la muerte es entenderla y abrazarla como fuente de sabiduría. 

¿Qué sabiduría y beneficios concretos aporta la muerte a la vida espiritual? 

*El primer beneficio de meditar sobre la muerte es que muchos problemas se evaporan sólo con esta práctica. Porque aceptando la muerte consigo de principio soltar la obsesión por el cuerpo y los apegos a bienes materiales que tengo sobrevalorados y que algún día habré de dejar.

*Un segundo beneficio es que aprendo a considerar que todos participamos del mismo destino; y con ello se fortalece en mi el espíritu compasivo al constatar que la muerte nos es sólo cosa mía, es común a todos; la muerte tiene un aspecto comunitario que me ayuda a sentirme más unido al sufrimiento y el destino de todas y cada una de las personas.

*Y el tercer beneficio es que contemplando la muerte, y más en concreto mi muerte, aprendo a entenderla y sentirla como parte de mi ser, lo cual me ayudará a no temerla sino a amarla; y desde ahí a alcanzar la paz interior, y desde esta paz inclinarme a llevar una vida más ética y bondadosa, con desapego de este mundo y amor a las virtudes eternas. Lo realmente nefasto es la muerte interior, que se da cuando la vida se envenena con las posesiones y los placeres mundanos. Todo lo que vemos y disfrutamos ahora, algún día dejará de existir  (Lc 21,6).

Conversión desde la cercanía de la muerte

Son numerosos los casos conocidos de personas que tras pasar por una experiencia cercana a la muerte han dado un giro total a sus vidas. Ese suceso supuso para ellas un auténtico despertar a la vida espiritual. A partir de ahí se plantearon: “¡tengo que cambiar mi vida”!.

En el crecimiento espiritual se puede llegar incluso a dar gracias a Dios por la “hermana muerte”, como canta san Francisco de Asís: “Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar".  Es consolador que san Francisco llame "hermana" a la muerte; y que alabe a Dios por ella.

Un ejemplo admirable y actual de lo mucho que se puede aprender al tocar de cerca, meditar y contemplar el acontecimiento de la muerte, nos lo da Franz Jalics (1927-2021), místico de nuestro siglo. Él cuenta dos momentos en los que la cercanía de la muerte le abrió el alma para vivir en una dimensión espiritual  más profunda.

Ell primer momento  ocurrió en el bombardeo de Núremberg (1945).  Cuando tenía diecisiete años fue movilizado como cadete durante la Segunda Guerra Mundial y vivió un bombardeo en Núremberg. En medio del ataque, sintió un terror intenso ante la posibilidad inminente de morir. Sin embargo, en ese mismo instante, experimentó una paz profunda y una revelación espiritual poderosa: “Vi la vida eterna… Yo soy Dios, soy uno con Él.”

Percibió que Dios era uno con su ser, una experiencia de unidad que cambió radicalmente su comprensión de la vida. Este suceso quedó grabado como la vivencia que definirá luego  el sentido de su misión espiritual: mostrar que Dios está presente en todas las dimensiones de la existencia. Así lo narra en primera persona:
"Si bien yo sabía ya a los seis años que sería sacerdote, la experiencia fundamental de mi vida fue a los diecisiete, en el bombardeo de Nüremberg. Fue ahí donde tuve la principal revelación de mi vida y donde se me hizo claro que mi misión en el mundo era mostrar el camino contemplativo, es decir, que Dios estaba en todo. Es evidente que entonces no podía saber todavía el cómo apostólico, pero sí el qué. La experiencia del miedo y de la rabia por no querer morir se me quedó grabadísima, pues fue en ese instante cuando vi, aunque apenas fueran un par de segundos, cómo es Dios uno conmigo. "Yo vi la vida eterna", podría decir. O, más aún: "Yo soy Dios, soy uno con Él".
Tras esta experiencia tuve que acabar el bachillerato y, dos años después, entré en el noviciado jesuita, donde ya a los diez días me atreví a decir a uno de mis compañeros que todos aquellos incontables actos de piedad que estructuraban la jornada estaban muy bien, pero que todo eso era innecesariamente complicado. Quiero decir que desde muy joven era consciente de que había que simplificar; y ello porque lo que yo había visto de Dios durante el bombardeo de Nüremberg era totalmente simple. Más tarde, en Argentina, en diversos grupos y en diálogo con otras religiones, empecé a desarrollar esta intuición de la simplicidad de la contemplación".
Un segundo momento experiencial donde vió Franz Jalics la cercanía de la muerte tuvo lugar al sufrir un  secuestro y detención en Argentina (1976). Durante cinco meses, detenido por la dictadura, permaneció en prisión, esposado y encapuchado. Esta experiencia de vivir sin saber cada día si sería el último supuso para él una noche oscura que solidificó su vivencia espiritual.  La idea de morir en cualquier momento estuvo siempre presente.

Durante ese confinamiento, recurrió constantemente a la oración del nombre de Jesús como mantra y soporte espiritual. “No fue el sufrimiento físico lo más duro, sino el proceso espiritual que me llevó a una profunda limpieza interna". Esa purificación le permitió luego construir su método de oración contemplativa y asistencia espiritual.


Conclusión 

Como en el caso de Franz Jalics, a muchas personas la experiencia - meditación -contemplación de la muerte, les ha conducido a un cambio radical de valores y de vida que se pueden resumir así:

* Dejar atrás el miedo, la ansiedad y el egoismo. Y como consecuencia nacerá una reacción valiente que lanza a vivir de un modo nuevo, siguiendo con entusiásmo la vocación a la que cada persona se siente llamada por Dios. 

*Unificación con el Todo y con todos, adoptando una espiritualidad basada en la reconciliación interna, el perdón y el silencio contemplativo. 

*Aprender a vivir la muerte desde el presente, descubriendo a Dios como Presencia amorosa y auténtica. Vivir con Dios cada día como si éste fuera el último.

*Vivir en la simplicidad. Sin menospreciar lo que de positivo tienen las estructuras civiles (políticas, económicas, laborales, lúdicas, etc.) y religiosas (iglesias, reglas monásticas, organizaciones pías, lugares santos, devociones, etc.), contemplar la muerte ayuda a prescindir de todo lo que, siendo en su momento útil, luego es innecesario; las  estructuras de poder y las prácticas religiosas no son eternas; una vez cruzado el río no conviene cargar con la barca; lo mejor es ir desprendiéndose de conglomerados que sólo sirven en su momento para desembocar en la simplicidad de la vida espiritual. La muerte lo simplifica todo, en ella "todo se ha consumado", con ella "todo está cumplido" (Jn 19,30). A fin de cuentas morir es soltar todo y dejarse en el Todo.

Meditar y contemplar la muerte es una oportunidad para crecer en el espíritu.

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Julio 2025
Casto Acedo