Amor y felicidad
Hay una relación muy directa entre amor y felicidad. Ambas palabras expresan “satisfacción plena”, pero hay que entender adecuadamente la satisfacción que se vive.
Comencemos por definir el amor como deseo; pero no como un deseo de que haya personas que amen o me amen. La expresión "no hay amor en el mundo" la suelen pronunicar las personas que no se sienten amadas y que suelen entender el amor como algo que se les debe y no algo que ellos deben.
Más objetivamente podríamos definir el amor como el deseo de que todas las personas sean felices y, a su vez, el deseo de que en todos y para todos se den las causas necesarias para serlo. Un deseo que se espera ver cumplido en ellos no por las expectativas exteriores sino por el desarrollo de sus cualidades interiores.
Es importante diferenciar entre el amor compasivo, el amor de regocijo y el amor bondadoso que ya citamos en un comentario anterior. El amor compasivo y el de regocijo vienen motivados por causas externas, ya sea el sufrimiento ajeno que genera sentimientos de compasión o la alegría por el bien del prójimo que produce gozo y regocijo en quien lo contempla. Sin embargo, lo que llamamos amor bondadoso no viene del exterior sino que nace de la bondad espontánea que brilla en el centrro del ser, una bondad que no se despliega sólo hacia quienes sufren alguna desgracia o gozan de alguna dicha sino a todos; al amor bondadoso ninguna realidad le es indiferente.
Este amor nace del derecho de todos a ser felices, de la convicción y el sentimiento de que hay una afinidad insoslayable, una comunión, con toda la creación, y por tanto un deseo de lo mejor para todas las creaturas, y con ellas, por supuesto, para todas las personas. Todo es amado sin condiciones, sin etriquetas; amo simplemente porque quiero que todos sean felices, quiero “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2,4), y procuro que las causas para ello sean una realidad.
Hay que afinar mucho en esto del amor, porque la tendencia habitual es a amar aquello o a aquellas personas que me convienen o facilitan mi vida, y a despreciar todo lo que considero ajeno u opuesto a mis propios planes; el “amor a los enemigos” (en otro tema matizaremos quien o qué es nuestro enemigo) solemos excluirlo de nuestros objetivos amorosos.
Hay una visión muy subjetiva sobre el amor que podemos entender, por ejemplo, analizando lo que llamamos amor esposnal. ¿Es el amor matrimonial un amor simplemente emocional o es otra cosa? El amor compasivo y de regocijo son emocionales. Así, puede que lo que esté sosteniendo a la pareja sea el regocijo o la compasión, el gozo de estar unidos o la pena por abandonar al otro o la otra. Pero, ¿qué ocurre cuando el afecto emocional desaparece o disminuye? ¿Se acaba el amor? Si es así es porque no era amor un amor completo o genuino. Ya dice san Pablo que “el amor no pasa nunca” ( 1 Cor 12, 8).
Amor eros y amor ágape
Hay matrimonios que se mantienen unidos por una relación de cierto apego (compasión o regocijo). Cuando éstos fallan se ha de recurrir a una “decisión” desde más allá de los afectos, decisión que nace de dentro, de la capacidad de comprensión y aceptación, de la fe en un amor más elevado, el “amor ágape” (amor de Dios, amar en pura gratuidad) que supera con creces al “amor eros”. Distingamos eros y ágape:
El amor eros es el amor con que me amo a mí mismo, el deseo del propio bien, algo que procuro obtener con mi esfuerzo, un amor que suele estar determinado por la cualidad del objeto o la persona amada, como pueden ser su belleza o su consideración personal o social. Amo porque me viene bien amar. Es por tanto un amor de deseo con matices egocéntricos, aunque el deseo sea un deseo de lo divino: deseo de "Dios para mí".
El amor ágape es
*espontáneo, no motivado, lo cual no significa que sea algo caprichoso sino que nace de la propia naturaleza divina impresa en la interioridad del ser;
*es independiente del valor de su objeto, es decir, excluye todo mérito, abraza con la misma gratuidad al considerado amigo como al enemigo;
*no se limita a amar sólo a las personas que valora sino que es creador de valores, porque da valor a lo que ama o a quien ama. Es el amor del padre del hijo pródigo (Lc 15,22-24), del dueño de la viña que contrata obreros a distinta hora (Mt 20,13-15) o del rey que perdona la deuda al siervo despiadado (Mt, 18,26-27); en estas parábolas se expone un amor ágape que trasciende cualquier atisbo de egocentrismo y concede valor a personas que parecen no tenerlo.
*es el amor de Dios que me habita y se expande hacia fuera, un amor creativo y creador de un mundo nuevo.
Hay que evitar la simplicidad mental de decir que el amor erótico (eros) es malo y el amor de caridad (ágape) es bueno. Los dos matices forman parte del amor de Dios. No vendría mal tratar este tema en el grupo; lo mejor que hay sobre ello lo tenemos en la Carta encíclica “Deus caritas est” , de Benedicto XVI, en los nn. 3-10: «Eros» y «agapé», diferencia y unidad. Se menciona también el amor filía (amor de amistad). Puedes leerlo. Baste aquí anotar que no se debe demonizar el amor eros en lo que tiene de humano y bondadoso, que es mucho.
La decisión de amar
Volviendo al ejemplo del amor matrimonial. A veces es un amor eros compasivo o de regocijo que decíamos se mantiene en pie bien sea por el sentimiento de lástima o por el placer mutuamente compartido. ¿Es esto algo totalmente negativo? No. Hemos anotado que el amor erótico no es necesariamente malo. De hecho casi todas las historias de amor que acaban en matrimonio u otra convivencia en pareja suelen tener como punto de partida un grado más o menos intenso de amor-eros. Todo amor suele comenzar por ahí, por amarse uno a sí mismo en el otro, por el deseo más o menos consciente de ser valorado y considerado. Pero el amor más genuino es ágape, en él no hay consideración ni mirada hacia dentro de uno mismo sino hacia fuera.
Hemos dicho que este amor ágape requiere un cierto grado de decisión, un acto de voluntad que deberá partir de una consideración de la bondad del acto mismo de amar, independientemente de mis sentimientos actuales. La decisión es necesaria; y debe ser tomada más desde la rzón que se forma en la sabiduría que desde las emociones; porque ¿cómo abrirme al sufrimiento ajeno si ni siquiera puedo soportar el propio? ¿Cómo amar a quien es objeto de mi ira o mi envidida? En el amor ágape descubro que a pesar de la incomodidad que pueda suponer amar al prójimo, más si éste es considderado mi enemigo, hay un Amor (co0n mayúsculas) más elevado que me llama y me dice que merece la pena amar siempre; hablo del Amor de Dios; éste es el amor que anhelo, que me atrae interiormente y en el que intuyo la posibilidad de plenitud amorosa.
La atracción del Amor de Dios hace surgir un sentimiento de conexión con el Misterio y un compromiso de meditar y obrar desde ese amor superior (ágape) que no desanima y cansa al alma sino que le da agilidad y frescura. En este amor al que se aspira no se suprime el sufrimiento que pueda conllevar sino que éste se supera por la asociación del mismo a un sentido, al gozo de una meta, a la satisfacción de responder a la propia llamada interior que es vocación de amar.
El amor ágape o amor de Dios es un amor atractivo pero no necesariamente indoloro; lo que ocurre es que el mismo sufrimiento (fruto del exceso de mal) es superado por el gozo del amor ágape (exceso de bien). Para los cristianos, la imagen plástica de este amor la tenemos en el Crucificado. “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, (cruz, entrega total de perdón y amor) atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). La cruz atrae y salva no tanto por el dolor que conlleva cuanto por el amor que manifiesta. La cruz se sufre, pero con un sufrimiento asociado a un sentido, a una meta.
Tienes aquí un buen tema de contemplación para la próxima Semana Santa.
Amor y sabiduría
En todo crecimiento espiritual, tal como ya lo expuso san Gregorio de Nisa en el siglo IV, se va dando progresivamente un deslizamiento desde el amor eros hacia el amor ágape. Lo normal es que la persona inicie su camino espiritual buscando respuesta a sus preguntas y satisfacción a sus propios deseos; el amor erótico suele ser el punto de partida. ¿Qué esperabas cuando comenzaste en el grupo?. Satisfacer tu necesidad de amor.
Poco a poco descubro que la felicidad no está recogida en ninguna respuesta teórica ni en la la satisfacción de mis deseos, sino en la apertura a la sabiduría revelada en Jesucristo y en la búsqueda de la voluntad de Dios sobre mi vida; es decir, descubro que no seré plenamente feliz mientras no sea el ágape de Dios el que ocupe el espacio central de mi alma.
Entre las potencias del alma según la filosofía y teología clásicas están la memoria, el entendimiento y la voluntad. La que se ocupa del amor es la tercera. Y el crecimiento espiritual pasa por silenciar las potencias para dar paso a Dios: callar la mente o los pensamientos propios para adquirir la mentalidad de Dios y entrar en fe; callar las propias emociones para vivir en esperanzam liberado de miedos y aflicciones; y callar la voluntad propia para abrazar la voluntad de Dios y vivir en amor. Ahondar en el Misterio es ir soltando los matices egocéntricos del eros para dejarse inundar por el amor ágape, que es de gratuidad total, Amor de Dios.
Amarme a mi mismo o desearme lo mejor (eros) no es nada negativo ni malo siempre que sea coherente o transparente conmigo mismo, es decir, siempre y cuando procure hacer mía la verdad de Dios (ágape) a medida que la vaya descubriendo; es decir, siempre que al descubrir la sabiduría divina anteponga lo que me conviene según Dios a los propios deseos egoístas.
Todos aspiramos a la felicidad, buscamos el gozo, la bienaventuranza. Sin embargo, podemos confundir dicho gozo o bienaventuranza, con la satisfacción de deseos egoístas, con la reducción del amor a simple satisfacción personal; “satisfacción” viene de “satis facere”, hacer lo suficiente o tener lo suficiente; pero no es felicidad genuina la que se contenta con satisfacer las necesidades individuales, la que tiene suficiente con lo suyo ninguneando la necesidad de los demás. Somos un todo; no hay amor auténtico que se limite a una parte.
Es también importante considerar que el amor genuino no debe confundirse con el apego al amor, propio de quienes aman esperando que otros le amen a su vez. El amor verdadero busca el bien propio (amor eros) en el bien de los demás, es misericordioso o bondadoso (amor ágape), sin prejuicios sobre el objeto o sujeto amoroso; desea que los demás se liberen de su sufrimiento, y este deseo está asociado al respeto por ellos y al compromiso porque todos encuentren lo necesario para ser felices, es decir, a la decisión de trabajar por la justicia de unos derechos iguales para todos.
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Tienes en todo lo expuesto un montón de ideas para hacerlas tuyas y contemplarlas. En esto del amor todos y todas solemos barrer para casa. Nos cuesta aceptar el amor incondicional. Para el amor a los amigos y a los que suponemos necesitados estamos muy abiertos; aunque más abiertos estamos para el amor a uno mismo. Pero eso del "amor universal", sin discriminaciòn de ningúnm tipo, superando toda dualidad, es decir, sintiendo que "todo y todos soy yo" en cierta medida, eso no acabamos de asumirlo. No se trata tanto de ayudar al prójimo sea quien sea sino de llegar al convencimiento de que "el prójimo soy yo", al sentimiento de que más que gestos de solidaridad se nos están pidiendo sentimientos de fraternidad. Aquí está la clave: ser hermano más que ser solidario, mirarnos con los mismos ojos con los que Dios nos mira en Jesucristo.
Marzo 2024
C.A.