lunes, 18 de marzo de 2024

6.2 Amor y felicidad

 

Amor y felicidad

Hay una relación muy directa entre amor y felicidad. Ambas palabras expresan “satisfacción plena”, pero hay que entender adecuadamente la satisfacción que se vive.

Comencemos por definir el amor como deseo; pero no como un deseo de que haya personas que amen o me amen. La expresión "no hay amor en el mundo" la suelen pronunicar las personas que no se sienten amadas y que suelen entender el amor como algo que se les debe y no algo que ellos deben.

Más objetivamente podríamos definir el amor como el deseo de que todas las personas sean felices y, a su vez, el deseo de que en todos y para todos se den las causas necesarias para serlo. Un deseo que se espera ver cumplido en ellos no  por las expectativas exteriores sino por el desarrollo de sus cualidades interiores.

Es importante diferenciar entre el amor compasivo, el amor de regocijo y el amor bondadoso que ya citamos en un comentario anterior. El amor compasivo y el de regocijo vienen motivados por causas externas, ya sea el sufrimiento ajeno que genera sentimientos de compasión o la alegría por el bien del prójimo que produce gozo y regocijo en quien lo contempla. Sin embargo, lo que llamamos amor bondadoso no viene del exterior sino que nace de la bondad espontánea que brilla en el centrro del ser, una bondad que no se despliega sólo hacia quienes sufren alguna desgracia o gozan de alguna dicha sino a todos; al amor bondadoso ninguna realidad le es indiferente.

Este amor nace del derecho de todos a ser felices, de la convicción y el sentimiento de que hay una afinidad insoslayable, una comunión, con toda la creación, y por tanto un deseo de lo mejor para todas las creaturas, y con ellas, por supuesto, para todas las personas. Todo es amado sin condiciones, sin etriquetas; amo simplemente porque quiero que todos sean felices, quiero “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2,4), y procuro que las causas para ello sean una realidad.

Hay que afinar mucho en esto del amor, porque la tendencia habitual es a amar aquello o a aquellas personas que me convienen o facilitan mi vida, y a despreciar todo lo que considero ajeno u opuesto a mis propios planes; el “amor a los enemigos” (en otro tema matizaremos quien o qué es nuestro enemigo) solemos excluirlo de nuestros objetivos amorosos.

Hay una visión muy subjetiva sobre el amor que podemos entender, por ejemplo, analizando lo que llamamos amor esposnal. ¿Es el amor matrimonial un amor simplemente emocional o es otra cosa? El amor compasivo y de regocijo son emocionales. Así, puede que lo que esté sosteniendo a la pareja sea el regocijo o la compasión, el gozo de estar unidos o la pena por abandonar al otro o la otra. Pero, ¿qué ocurre cuando el afecto emocional desaparece o disminuye? ¿Se acaba el amor? Si es así es porque no era amor un amor completo o genuino. Ya dice san Pablo que “el amor no pasa nunca” ( 1 Cor 12, 8).



Amor eros y amor ágape

Hay matrimonios que se mantienen unidos por una relación de cierto apego (compasión o regocijo). Cuando éstos fallan se ha de recurrir a una “decisión” desde más allá de los afectos, decisión que nace de dentro, de la capacidad de comprensión y aceptación, de la fe en un amor más elevado, el “amor ágape” (amor de Dios, amar en pura gratuidad) que supera con creces al “amor eros”. Distingamos eros y ágape:

El amor eros es el amor con que me amo a mí mismo, el deseo del propio bien, algo que procuro obtener con mi esfuerzo, un amor que suele estar determinado por la cualidad del objeto o la persona amada, como pueden ser su belleza o su consideración personal o social. Amo porque me viene bien amar. Es por tanto un amor de deseo con matices egocéntricos, aunque el deseo sea  un deseo de lo divino: deseo de "Dios para mí".

El amor ágape es 
*espontáneo, no motivado, lo cual no significa que sea algo caprichoso sino que nace de la propia naturaleza divina impresa en la interioridad del ser; 
*es independiente del valor de su objeto, es decir, excluye todo mérito, abraza con la misma gratuidad al considerado amigo como al enemigo; 
*no se limita a amar sólo a las personas que valora sino que es creador de valores, porque da valor a lo que ama o a quien ama. Es el amor del padre del hijo pródigo (Lc 15,22-24), del dueño de la viña que contrata obreros a distinta hora (Mt 20,13-15) o del rey que perdona la deuda al siervo despiadado (Mt, 18,26-27); en estas parábolas se expone un amor ágape que trasciende cualquier atisbo de egocentrismo y concede valor a personas que parecen no tenerlo. 
*es el amor de Dios que me habita y se expande hacia fuera, un amor creativo y creador de un mundo nuevo.

Hay que evitar la simplicidad mental de decir que el amor erótico (eros) es malo y el amor de caridad (ágape) es bueno. Los dos matices forman parte del amor de Dios. No vendría mal tratar este tema en el grupo; lo mejor que hay sobre ello lo tenemos en la Carta encíclica “Deus caritas est” , de Benedicto XVI, en los nn. 3-10: «Eros» y «agapé», diferencia y unidad. Se menciona también el amor filía (amor de amistad). Puedes leerlo. Baste aquí anotar que no se debe demonizar el amor eros en lo que tiene de humano y bondadoso, que es mucho.


La decisión de amar 

Volviendo al ejemplo del amor matrimonial. A veces es un amor eros compasivo o de regocijo que decíamos se mantiene en pie bien sea por el sentimiento de lástima o por el placer mutuamente compartido. ¿Es esto algo totalmente negativo? No. Hemos anotado que el  amor erótico no es necesariamente malo. De hecho casi todas las historias de amor que acaban en matrimonio u otra convivencia en pareja suelen tener como punto de partida un grado más o menos intenso de amor-eros. Todo amor suele comenzar por ahí, por amarse uno a sí mismo en el otro, por el deseo más o menos consciente de ser valorado y considerado. Pero el amor más genuino es ágape, en él no hay consideración ni mirada hacia dentro de uno mismo sino hacia fuera.

Hemos dicho que este amor ágape requiere un cierto grado de decisión, un acto de voluntad que deberá partir de una consideración de la bondad del acto mismo de amar, independientemente de mis sentimientos actuales. La decisión es necesaria; y debe ser tomada más desde la rzón que se forma en la sabiduría que desde las emociones; porque ¿cómo abrirme al sufrimiento ajeno si ni siquiera puedo soportar el propio? ¿Cómo amar a quien es objeto de mi ira o mi envidida? En el amor ágape descubro que a pesar de la incomodidad que pueda suponer amar al prójimo, más si éste es considderado mi enemigo, hay un Amor (co0n mayúsculas) más elevado que me llama y me dice que merece la pena amar siempre; hablo del  Amor de Dios; éste es el amor que anhelo, que me atrae interiormente y en el que intuyo la posibilidad de plenitud amorosa.

La atracción del Amor de Dios hace surgir un sentimiento de conexión con el Misterio y un compromiso de meditar y obrar desde ese amor superior (ágape) que no desanima y cansa al alma sino que le da agilidad y frescura. En este amor al que se aspira  no se suprime el sufrimiento que pueda conllevar sino que éste se supera por la asociación del mismo a un sentido, al gozo de una meta, a la satisfacción de responder a la propia llamada interior que es vocación de amar. 

El amor ágape o amor de Dios es un amor atractivo pero no necesariamente indoloro; lo que ocurre es que el mismo sufrimiento (fruto del exceso de mal) es superado por el gozo del amor ágape (exceso de bien). Para los cristianos, la imagen plástica de este amor la tenemos en el Crucificado. “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, (cruz, entrega total de perdón y amor) atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). La cruz atrae y salva no tanto por el dolor que conlleva cuanto por el amor que manifiesta. La cruz se sufre, pero con un sufrimiento asociado a un sentido, a una meta. 

Tienes aquí un buen tema de contemplación para la próxima Semana Santa. 



Amor y sabiduría

En todo crecimiento espiritual, tal como ya lo expuso san Gregorio de Nisa en el siglo IV, se va dando progresivamente un deslizamiento desde el amor eros hacia el amor ágape. Lo normal es que la persona inicie su camino espiritual buscando respuesta a sus preguntas y satisfacción a sus propios deseos; el amor erótico suele ser el punto de partida. ¿Qué esperabas cuando comenzaste en el grupo?. Satisfacer tu necesidad de amor.

Poco a poco descubro que la felicidad no está recogida en ninguna respuesta teórica ni en la la satisfacción de mis deseos, sino en la apertura a la sabiduría revelada en Jesucristo y en la búsqueda de la voluntad de Dios sobre mi vida; es decir, descubro que no seré plenamente feliz mientras no sea el ágape de Dios el que ocupe el espacio central de mi alma. 

Entre las potencias del alma según la filosofía y teología clásicas están la memoria, el entendimiento y la voluntad. La que se ocupa del amor es la tercera. Y el crecimiento espiritual pasa por silenciar las potencias para dar paso a Dios: callar la mente o los pensamientos propios para adquirir la mentalidad de Dios y entrar en fe; callar las propias emociones para vivir en esperanzam liberado de miedos y aflicciones; y callar la  voluntad propia para abrazar la voluntad de Dios y vivir en amor. Ahondar en el Misterio es ir soltando los matices egocéntricos del eros para dejarse inundar por el amor ágape, que es de gratuidad total, Amor de Dios. 

Amarme a mi mismo o desearme lo mejor (eros) no es nada negativo ni malo siempre que sea coherente o transparente conmigo mismo, es decir, siempre y cuando procure hacer mía la verdad de Dios (ágape) a medida que la vaya descubriendo; es decir, siempre que al descubrir la sabiduría divina anteponga lo que me conviene según Dios a los propios deseos egoístas. 

Todos aspiramos a la felicidad, buscamos el gozo, la bienaventuranza. Sin embargo, podemos confundir dicho gozo o bienaventuranza, con la satisfacción de deseos egoístas, con la reducción del amor a simple satisfacción personal; “satisfacción” viene de “satis facere”, hacer lo suficiente o tener lo suficiente; pero no es felicidad genuina la que se contenta con satisfacer las necesidades individuales, la que tiene suficiente con lo suyo ninguneando la necesidad de los demás. Somos un todo; no hay amor auténtico que se limite a una parte.

Es también importante considerar que el amor genuino no debe confundirse con el apego al amor, propio de quienes aman esperando que otros le amen a su vez. El amor verdadero busca el bien propio (amor eros) en el bien de los demás, es misericordioso o bondadoso (amor ágape), sin prejuicios sobre el objeto o sujeto amoroso; desea que los demás se liberen de su sufrimiento, y este deseo está asociado al respeto por ellos y al compromiso porque todos encuentren lo necesario para ser felices, es decir, a la decisión de trabajar por la justicia de unos derechos iguales para todos.
*

Tienes en todo lo expuesto un montón de ideas para hacerlas tuyas y contemplarlas. En esto del amor todos y todas solemos barrer para casa. Nos cuesta aceptar el amor incondicional. Para el amor a los amigos y a los que suponemos necesitados estamos muy  abiertos; aunque más abiertos estamos para el amor a uno mismo. Pero eso del "amor universal", sin discriminaciòn de ningúnm tipo, superando toda dualidad, es decir, sintiendo que "todo y todos soy yo" en cierta medida, eso no acabamos de asumirlo. No se trata tanto de ayudar al prójimo sea quien sea sino de llegar al convencimiento de que "el prójimo soy yo", al sentimiento de que más que gestos de solidaridad se nos están pidiendo sentimientos de fraternidad. Aquí está la clave: ser hermano más que ser solidario, mirarnos con los mismos ojos con los que Dios nos mira en Jesucristo.

Marzo 2024
C.A.

lunes, 11 de marzo de 2024

6.1 Verdadera y falsa felicidad

 

"Observa los mandatos y preceptos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y se prolonguen tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre" (Dt 4, 40)
Un principio universal que mueve a la humanidad es la aspiración a la felicidad, que es sinónimo de alegría, salud, equilibrio emocional, paz, satisfacción exterior e interior...  No cabe duda de que todo esto forma parte de los anhelos humanos.  

El problema está en cómo lograr la felicidad anhelada. Para eso cada cual busca sus caminos, por eso conviene preguntarse cada uno si está haciéndolo bien para conseguir la felicidad que persigue.

Digamos de principio que no deberíamos confundir dos cosas: placer gozo, entendiendo por el primero la satisfacción que encuentro fuera de mí y por el segundo la que brota de mi interioridad. Nuestro tiempo consumista tiende a equiparar la felicidad con el placer sensual. Si bien es cierto que ser feliz conlleva una sensación placentera, también lo es que no está en el placer sensual la clave para una felicidad sostenible. La falsa felicidad es pasajera y se identifica con el placer sensual, sea éste físico o psicológico, algo así como el gusto de un buen masaje o el regocijo puntual por el éxito obtenido en una competición.

El placer, en el sentido que le damos aquí, viene de fuera, y fuera se busca. Pero la felicidad genuina y con vocación de permanencia se sitúa más bien dentro de la persona, y la satisfacción que produce podemos describirla mejor como gozo que como placer. Se atribuye a Thomas Merton una frase que puede ayudar a comprender la diferencia: “No busques descanso en ningún placer, porque no fuiste creado para el placer sino para el gozo. Y si no conoces la diferencia entre el placer y el gozo aún no has comenzado a vivir”; es decir, el placer, como satisfacción externa, da cierta felicidad, pero esa felicidad se escapa apenas se ha disfrutado, porque de inmediato pide más, en un proceso interminable y en muchos casos desesperante. Y es que el placer es como el agua salada, refresca la boca y da la sensación de saciar, pero no hace sino aumentar la sed.

* * *


Para entender la verdadera felicidad, la que nace del ser y no del hacer, la que se gesta dentro y no está sometida a las circunstancias externas, nos puede servir la imagen de la llaga o la picadura. La tomo de Nagarjuna, un sabio tibetano, y dice literalmente: 

“Hay placer cuando una llaga es rascada,
pero el placer es mayor aún cuando no hay úlceras.
Similarmente hay placeres en los deseos mundanos,
pero permanecer libre de deseos es aún más placentero ”.

Todos sabemos por experiencia el gusto que experimentamos al rascar una postilla casi seca o el ronchón de una picadura; pero ¿no será más completo el gozo de no tener ni herida ni picadura? La cita apunta a poner en evidencia la trampa de las necesidades creadas, que generan un sufrimiento que obliga a estar en constante tensión para ser satisfechas. Es verdad que hay placer al satisfacer la avaricia, la gula, la lujuria o cualquier otro deseo mundano, pero verse liberado de la necesidad de dinero, alimento, sexo o demás cosas superfluas es mucho más placentero, o, mejor dicho, más gozoso.

Satisfacer un deseo concreto proporciona cierto alivio, pero no da la satisfacción total, no facilita la felicidad que se anhela en lo profundo. Las satisfacciones que vienen de fuera son siempre relativas y limitadas, por no decir engañosas. Llamar felicidad al hecho de saciar una necesidad superflua (no esencial) es como llamar rico a quien acaba de saldar la deuda que tenía, o a quien se las ha arreglado para rebajar una hipoteca recurriendo a otra mayor,  o como llamar felicidad al estado que experimenta quien ha soltado de sus hombros la carga que traía. Es un alivio haber pagado la deuda, tener más holgura para ir pagando el crédito o haber descargado el saco que se llevaba en la espalda,  pero no se gana nada con ello, no se ha progresado en nada, no se ha erradicado la raíz de la infelicidad mientras se siga apegado al dinero, al trabajo o a los placeres mundanos,  

Si el objetivo principal de la vida es acumular bienes, vivir el placer del momento, sumergirse en el “comamos y bebamos que mañana moriremos”, es indudable que la picadura o la herida irán de mal en peor, y con ella la insatisfacción y necesidad de más y más rascar. Se cae así en la esclavitud, en la dependencia de personas o sustancias tóxicas que abocan a la desesperación y el sinsentido. Quien ha vivido un poco sabe que es así.

* * *

¿Cómo romper el engaño de la falsa felicidad? No es fácil, porque los patrones conductuales que desde la infancia se reciben en nuestra cultura y nuestro entorno familiar suelen apostar por educar para obtener bienes exteriores a la persona. Hay un déficit importante de educación para la vida espiritual. Se educa para alimentar el ego para  tener, poseer, disfrutar de los placeres sensuales o triunfar socialmente, y se insiste poco en la importancia de vivir desde el centro (yo verdadero, conciencia) y así qué es lo más bueno y conveniente..

Además, se ha adueñado de nuestra cultura la idea y el principio de que es libre quien puede hacer lo que más le apetece en cada momento. ¿Tiene sentido una vida donde no puedas disfrutar de la sensualidad? El capitalismo-liberalismo-hedonismo endiosa los caprichos personales hasta hacer de ellos un derecho. Es bueno que haya derechos humanos que salvaguarden la posibilidad de tener lo necesario para vivir dignamente, pero ir más allá reclamando como derechos lo que solo son caprichos no hace ningún bien. 

¿Pensamos que somos adultos y libres y que por ello podemos hacer lo que nos apetezca sin que eso dañe nuestro ser? “Yo hago siempre lo que me apetece”, se oye decir con orgullo; muchos son los que consideran un triunfo poder dar gusto a los apetitos más exóticos e inconfesables. Y, además, hay quien vive en la convicción de que todo eso es expresión de  libertad. Pero si se mira con detenimiento, ¿podemos decir que todo  lo que  ambicionamos o deseamos sale de nuestra conciencia, de lo que elegimos conscientemente?, ¿no somos manipulados por los patrones de comportamiento sociales, por los medios de comunicación, el miedo al qué dirán, etc.? Considerado con honestidad sabemos que mucho de lo que parece una decisión libre no lo es realmente, porque lo que mueve a actuar no suele ser la elección consciente sino la trampa, el engaño. Más que por ideas razonables y sabias nos  movemos por sensaciones y emociones  que hechizan y nublan la mente responsable.

Es preciso estar alerta, porque  hoy se pretende llevar  hasta límites insospechados  la sumisión al "me apetece". Se sostiene que ya no existe la verdad, ni la bondad, ni la belleza objetivas; todo depende del impacto emocional, del agrado o desgrado, de si algo o alguien me gusta o no; y la tendencia común es la de bendecir y considerar óptimo lo que  apetece y pésimo o desechable lo que molesta. Se están traspasando demasiadas líneas rojas en este sentido; lo que  "deseo" tiene unos límites, porque no soy dios, no lo soy todo, soy parte de un todo;  criatura, no Creador.  

* * *

Recuerda el relato bíblico de la caída en desgracia de la humanidad: "La serpiente dijo a la mujer: si coméis del árbol prohibido no moriréis; Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal».  Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió" (Gn 3, 4-6). Comer del fruto prohibido, saltarse la línea roja, se presenta siempre como algo "atrayente a los ojos y deseable"

Cuando se absolutizan los placeres se cae en la esclavitud de los mismos. Es la tragedia de la humanidad, la sumisión al placer que le lleva a situaciones indeseables. Grabado en las entrañas del hambre, las injusticias y las guerras, está el deseo inconfesable de quienes no están dispuestos a renunciar a dar satisfacción a sus deseos de dinero, poder y notoriedad. El remedio no está en poner parches (rascar la herida con golpes de pecho y ayudas puntuales a las víctimas de la  injusticia) sino en ir a la raíz, que nos es sino detectar y aniquilar la enfermedad que pudre el alma: los deseos egoístas. Para llegar a esta solución se ha de asumir como verdadera la segunda parte del aforismo que ya citamos: "hay placeres en los deseos mundanos, pero permanecer libre de deseos es aún más placentero" .

Rascando y rascando la úlcera lo único que logra uno es desangrarse por la herida. ¿Por qué cuesta tanto aceptar y practicar la solución que es renunciar a lo no necesario y así no tener la necesidad de rascarse? ¿Por qué no se sigue el consejo de los sabios? Por tres razones: por ignorancia, por debilidad y por miedo.

Para liberarse de las dependencias que conducen a la falsa felicidad lo primero es tomar conciencia de que el placer que proporcionan las apetencias caprichosas es falsa felicidad; y para entenderlo bien se debe estudiar y asumir el proceso por el que se llega a la dependencia de cosas o personas. La dependencia o apego a lo apetecible se da en el inconsciente, soterradamente y a gran velocidad; tanto la percepción del objeto deseado, como la emoción y la respuesta automática son tan rápidas que quedan fuera  el radar de la conciencia; los mensajes subliminares que recibimos por acumulación y sucesión de imágenes en los medios, o por el exceso de información, no se perciben si no nos entrenamos en la lentitud y el silencio. 

Y aquí entra la meditación y la formación espiritual. La meditación ayuda a desacelerar los procesos mentales para poder detectar y desenmascarar las sensaciones engañosas a fin de decidirse por aquello que es verdaderamente bueno para la persona. Podrá entonces elegir preguntándose con criterio: esto es bueno, pero ¿me conviene? Esto no es agradable, pero ¿no será lo mejor?. Si se hace una evaluación consciente se produce el discernimiento en sabiduría. Hasta ahora me fiaba de la sensación según la cual esta persona o cosa me convenía porque me resultaba agradable o me estorbaba porque me desagradaba. Normalmente operamos desde las sensaciones y la libertad de elección queda atrapada en ellas.  Recurrir a los consejos de los sabios, ¿quién más sabio que Jesús de Nazaret?,  meditar sus enseñanzas es un recurso valiosísimo para elegir lo mejor y vivir en felicidad plena.

La auténtica felicidad no se consigue rascándose la úlcera sino poniendo remedio al veneno que contamina el alma con necesidades artificiales que luego hay que satisfacer. Rascarse la picadura causa satisfacción (placer), pero es mucho más satisfactorio la ausencia de úlcera, la carencia de apetitos superfluos; ésto sí que es propio de la felicidad. 

* * *

Para que llegues a ser verdaderamente feliz te recomieneto un ejercicio final, unas preguntas:  ¿Cuáles son las picaduras (necesidades) que te ves obligado a rascar (cubrir) para aliviarte? ¿Cuáles son tus "me apetece", tus caprichos? ¿Qué medicina estás dispuesto a tomar, es decir,  qué ejercicios te comprometes a realizar, para curarte? 

Acallarte, serenarte, apaciguar tu ansiedad ante el picor permitiendo que cure la herida. Esta es la medicina para sanar.  Puedes trabajarla en la reflexión y la meditación; ahí entrenas tu conciencia para verte con claridad y aprendes que no todo lo que apetece conviene, ni todo lo que desagrada es dañino. El fármaco que cura la enfermedad del "me apetece" es la sabiduría, que no consiste en una visión subjetiva de los problemas sino en una verdad objetiva; puedes sanar si se confía en una verdad sanadora independiente de los caprichos y hay abandono a ella. 

Esa verdad para un cristiano es Jesucristo.  Déjale entrar en tu corazón. La felicidad genuina nace del gozo interior; y con Jesús ahí tienes mucho ganado. No es la implosión del ambiente consumista y  hedonista, que  acabará ahogando tu vida con su presión, el que  te proporcionará la verdadera felicidad, sino la explosión del núcleo divino de tu ser, que impulsado por la gracia de Jesucristo expande  hacia afuera el gozo de ser tú mismo, tu misma,  en Él. 

Sopesa la sabiduría que predica Jesús, porque da las claves para hallar el gozo interior dejando a un lado los placeres del mundo: 

* Felices los pobres en el espíritu,

*Felices los no-violentos,

*Felices los que tienen hambre y sed de la justicia, 

*Felices los misericordiosos, 

*Felices los limpios de corazón,

*Felices los que trabajan por la paz, 

*Felices los perseguidos por causa de la justicia,

*Felices los que escuchan la Palabra y la cumplen,

*No te agobies por el mañana, cada día tiene su afán,

*Observa los lirios del campo y las aves del cielo,

*De qué  sirve ganar el mundo si se pierde la felicidad de la vida, 

*Etc.

Ser felíz es vivir desde dentro, renunciar a los apetitos para dar respuesta a la necesidad de amor y felicidad que tiene el mundo; no es feliz quien se rasca con placer sus úlceras sino quien sana su piel y vive sinceramente preocupado por sanar la piel del mundo. Ánimo.

Marzo 2025

Casto Acedo

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