domingo, 21 de enero de 2024

5.1 Purificar el corazón de egocentrismos


Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. (Mt 5,44)
Con este tema entramos en la médula de lo que hemos dado en llamar amor bondadoso. No encuenro otro adjetivo para distinguirlo del amor compasivo y del amor de regocijo; éstos cuentan con una motivación exterior que nos da quien sufre y nos invitra a compasión o quien disfruta y nos alegra compartir su gozo. Por amor bondadoso entiendo ese amor que hemos de cultivar como actitud interior permanente; un amor cuyo motor es el impulso de un corazón puro. Se dice de Jesús "pasó haciendo e bien" (Hch 10,38), algo connatural a quien tiene  un corazón puro desligado de todo egoísmo. 

Tratamos pues del ideal cristiano del amor, un amor que busca igualarse al amor mismo de Dios que ama incondicionalmente a todos, sin acepción de personas (Lc 20,21; Hch 10,34; Rm 2,11; Gal 2,6; Sant 2,1), es decir, que ama sin tener en cuenta razón ni mérito alguno. La exhortación evangélica a amar a los enemigos encuentra su fundamento en el amor de Dios. Toda persona, por el hecho de serlo, es digna del amor de Dios; incluso aquellos que se muestran hostiles a Él. Dios es esencialmente amor y no puede negarse a sí mismo (2 Tm 2,13).

El primera paso a dar para ejercer un amor misericordioso que alcance incluso a los que consideramos o se consideran enemigos es el de purificar el corazón de todo egoísmo. Comenzamos, pues, aquí abordando este primer punto. En un segundo paso hablaremos de las características y cualidades del amor a los enemigos. En un tema posterior se darán consejos acerca de cómo desarrollar este amor de perdón y reconciliación.
 
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Purificar el corazón

Hay que ser muy puros para amar a quien te hace daño. Por eso el primer paso para ejercer el amor que estamos viendo hemos de considerar en primer lugar qué es lo que daña o contamina nuestro corazón, qué hace daño a nuestra vida espiritual y la incapacita para su principal objetivo: amar sin límites; y el número uno en la lista de lo que impide o contamina al corazón que aspira a ser amoroso lo ocupa el egocentrismo.

Hemos hablado sobradamente sobre el ego en otras ocasiones. Lo hemos identificado como una meta-identidad del sujeto, una personalidad ficticia que ha ideado nuestra mente y a la que nos aferramos pretendiendo hallar la felicidad en ella. Hemos creado el ego y ahora él tiene que encontrar la manera de existir.

El ego necesita constante atención, y como consecuencia de esta necesidad surge el “egocentrismo” o nerviosismo del ego, que es una especie de preocupación constante por uno mismo que obliga a considerar que todo lo que ocurre alrededor de mí tiene que ver conmigo. De alguna manera el egocentrismo coloca mi ego en el centro y lo hace el referente de todo; mis juicios de valor se emiten a partir de si lo que tengo delante es bueno o malo para mi, si me interesa o no. Y esto lleva consigo un paranoia que alimenta todos los estados aflictivos, las emociones negativas. Por ejemplo: si alguien tiene o conquista algo que e mundo valora mi egocentrismo reacciona con envidia o celos, porque de alguna manera compite con sus intereses. Y si alguien frustra nuestras ambiciones o metas nace en nosotros el resentimiento, la frustración, e incluso la ira. Los estados aflictivos que distorsionan nuestra percepción de la realidad son fruto del nerviosismo del ego que teme perder su centralidad.

Aclaremos que al hablar de egocentrismo nos estamos refiriendo a una preocupación exagerada por nuestro bienestar. Es obvio que debemos cuidarnos, preocuparnos por nuestra salud y nuestro bienestar, de nuestra economía y de nuestras relaciones, etc. Esto es aconsejable y positivo. El problema viene cuando en la búsqueda de todo eso entramos en un espíritu competitivo pensando que otras personas nos van a sacar ventaja o se van a aprovechar de nosotros. Hay que diferenciar entre la preocupación sana por nuestro bienestar y cuando se eleva esa preocupación al nivel de egocentrismo; y esto ocurre cuando el bien personal buscado se convierte en una obsesión irracional que va más allá de las necesidades reales que tenemos. Hay que ser cautos y diferenciar lo que es el egocentrismo de lo que es un interés sano por el propio bienestar.


Egocentrismo y sufrimiento

El egocentrismo es la causa principal del sufrimiento. Se da una secuencia causal: ego > egocentrismo > estados aflictivos > acciones dañinas > malestar físico y mental. La ignorancia sobre lo que somos nos lleva a crear el mito del ego, el ser absoluto; el ego produce el egocentrismo o nerviosismo del ego que ve amenazado su bienestar. Este nerviosismo nos convierte en personas reactivas; la reacción produce emociones negativas (adicción, orgullo, enfado, envidia, ira, etc.) y cuando estos estados tóxicos se apoderan de nosotros perdemos el sentido y actuamos haciendo daño a los demás y, por supuesto, a nosotros mismos.

Deberíamos tener clara esa cadena causal: cómo la ignorancia produce el miedo existencial del ego; como ese miedo produce estados aflictivos o emociones negativas; cómo estas emociones negativas producen acciones negativas o dañinas; y como esto causa problemas en los demás y en mí mismo.

El egocentrismo ya es sufrimiento en sí mismo. El miedo existencial a perder o no alcanzar el bienestar deseado ya es sufrimiento, porque nunca vamos a estar satisfechos. La insatisfacción es uno de los síntomas de que se está en egocentrismo. Nunca estaremos en paz con nosotros mismos, porque el egocentrismo crea una escasez crónica; aunque se esté rodeado de riqueza y abundancia siempre hay necesidad, falta, pobreza, escasez, ... falta de atención, de placer, de prestigio, de poder, etc.

La sensación de no tener lo suficiente o de no ser suficientemente importante o suficientemente querido nos lleva a estar siempre en movimiento: siempre haciendo, siempre diciendo o siempre pensando algo. ¿Por qué? Porque si estamos haciendo, hablando o diciendo algo nos da cierta seguridad de que existe un agente, un actor, un ego que, de no ser así, no existiría. Si el ego piensa, dice y hace es que debe de existir realmente. El egocentrismo es el movimiento continuo del ego para justificar su existencia.

Digamos, no obstante, que hay algo que teme hacer el ego: meditación, entrenamiento espiritual; porque desenmascara su falsedad y sus prisas absurdas. Y yendo más allá, el egocentrismo corrompe la práctica espiritual al hacer de ella una actividad más, un movimiento de presunción del yo, algo que se encripta en el alma y le impide avanzar en los valores del espíritu.



¿Cómo reducir el egocentrismo?

El modo más eficaz para reducir y eliminar el egocentrismo es el amor bondadoso y toda la gama de prácticas altruistas que se nos ocurran: meditación, compasión, etc. Yde la meditación podemos señalar las bondades que tiene a la hora despertar la atención del corazón para detectar cómo el nerviosismo del ego intenta hacerse con el control de toda nuestra persona. Para descubrir su engaño puedes hacerte cada día estas preguntas: ¿Juegas algunas veces el papel de víctima para llamar la atención?, ¿eres autoritario y tratas de mandar y poner orden o exigir la atención e toros de esa manera?, ¿tratas de ser muy entretenido, muy chistoso, amable, cariñoso o simpático para que otros te quieran, te adoren, te admiren o te escuchen?, ¿o haces al revés, te haces el desinteresado, el aburrido, el triste, para que otros estén pendiente de ti y llenar tu ego?

Presta atención a esos detalles. Es importante descubrir el egocentrismo que se esconde tras nuestros patrones de comportamiento. Si se hace a tiempo se puede poner un remedio, un antídoto a la enfermedad que en caso contrario termina por gangrenar todo el organismo. Si consigues detectar cuál es la válvula de escape, el patrón de comportamiento más recurrente por el que respira tu ego, puedes ponerle remedio a los males que trae consigo. Y, curioso, el mejor antídoto o remedio para curar el egocentrismo es el de reírte de ti mismo, de tus salidas de tono, del espantoso ridículo que al que a veces te obliga tu ego sin que te percates de ello. ¿Hay algo más deprimente que una verdulera disfrazada de reina o un ignorante presumiendo de cultura? Deberíamos aprender que nada hay más gratificante que ser tú mismo doblegando las aspiraciones desmedidas de tu egocentrismo.

Unos consejos prácticos

Un primer consejo: reconoce el egocentrismo lo antes posible; no des lugar a que te arrastre hacia emociones o estados aflictivos, porque llegado aquí se apodera de ti, te saca de quicio y pierdes la razón y el discernimiento necesarios para desarrollar en ti lo único que te puede satisfacer plenamente: el amor bondadoso, amor que incluye a quienes consideras enemigos o te consideran a ti como tal.

Está pues, atento, y cuando se empiece a activar en ti el nerviosismo del ego, cuando empieces a sentir necesidad de atención, necesidad de mimos, necesidad de placer, necesidad de halagos, etc., cuando te des cuenta de que estás hablando demasiado de ti mismo o cuando estés demasiado preocupado por como te sientes, reacciona poniendo tu atención en otras personas, en las necesidades de los demás. Esto corta de raíz la obsesión por el propio bienestar y sienta las bases para un amor bondadoso incondicional. Hablaremos de esto en otros temas.

Un segundo consejo: No seas rencoroso; cuida de no mantener rencor en tu corazón cuando alguien hace algo que no te gusta o que interpretas como un ataque directo a tu persona; procura no mantener esa chispa de resentimiento que puede cristalizar en rencor permanente que te recomerá el alma. Si sientes rencor en ti por algo que te haya hecho alguien has de prestarle atención, procesarlo y eliminarlo de tu sistema, porque es una toxina que está produciendo un cáncer espiritual.

Abundando en todo lo dicho, es importante no estar nunca al a echo de que alguien que nos la ha jugado se equivoque para vengarnos devolviéndole la jugada. No te quedes al acecho, esperando y esperando hasta pillar al otro para saldar la cuenta pendiente; esto supone un gasto tremendo de energía que deteriora grandemente al corazón. No seas de los que piensan, sienten o dicen “arrieritos somos y en el camino nos encontraremos”, es una manera muy sutil de matar tus talentos espirituales, tu capacidad de amar. Como hemos dicho, presta atención a tus reacciones, observa y nota cuándo hay resentimiento en ti y asegúrate que no te lleve a ninguna forma de venganza. Sigue el consejo de la carta de san Pedro:  Sigue el consejo de san Pedro: “No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición” (1 Pe 3,9).

Enero 2024
Casto Acedo

martes, 16 de enero de 2024

4.3 Consejos prácticos: Pragmatismo, interioridad, crecimiento.


Sé pragmático

A veces nos liamos queriendo resolver problemas. Lo queremos todo para ya. Sin embargo la sabiduría nos dice: “paciencia”. Es esta una virtud de verdadero sabio. Lo importante no es llegar cuanto antes, sobre todo cuando se corre el peligro de perder el entusiasmo o la vida en el camino; lo importante es llegar. Así que de principio cuando haya un obstáculo que superar, es decir, un problema que resolver, pon a un lado o tira a la basura lo que tú pensabas que iba a pasar o lo que querías o te gustaría que pasase, y reconoce la realidad de lo que está ocurriendo. En una palabra: deja que Dios haga su trabajo (“hágase tu voluntad”) y permite que las cosas ocurran como van a ocurrir aunque tú te hayas preocupado o intentado de hecho que ocurrieran de otro modo.

Hay un silogismo lógico muy conocido que nos enseña que cuando tenemos delante una situación difícil lo primero que debemos preguntarnos es si esa situación puede mejorar. Si el problema tiene solución no hace falta que te preocupes, relájate. Y si el problema no tiene solución, ¿para qué preocuparte? Lo único que conseguirás es dañarte a ti mismo con el sufrimiento. Deja por tanto a un lado el estrés y la ansiedad que te produce y que en modo alguno te beneficia.

Una segunda pregunta que nos hacemos es sobre nuestra intervención o no en una situación problemática dada. La posible solución ¿tiene algo que ver conmigo? ¿puedo y debo intervenir? Si no puedo intervenir, si no hay nada que pueda hacer, no me debo preocupar. Y si puedo intervenir tampoco me debo preocupar, lo que debo es contribuir para mejorar la situación o el problema que se presenta.

El razonamiento es de una lógica muy simple, sin embargo, por no hacernos estas preguntas, por no pensar en término lógicos y buscar respuestas alternativas que no concuerdan con la realidad de los hechos, terminamos siendo víctimas del estrés,  la aversión, la ira, el enfado, etc. Si aceptamos la realidad tal cual es bajará la intensidad de nuestra ansiedad ante los problemas.

La respuesta lógica que hemos expuesto se entrena con la práctica. Cuando tengas un pequeño problema somételo al análisis de si puedes o no puedes hacer algo por cambiar las cosas y relájate; si hay solución y está en tu mano la puedes poner, si no la hay relájate igualmente; acepta la realidad tal como es; “deja que Dios sea dios” te diría desde la fe. ¿Por qué no lo intentas conscientemente analizando pequeños problemas que te agobian? Es una forma de entrenarte para situaciones mayores.

Ya sabes, recuerda y memoriza esta pequeña frase: “Tengo que ser pragmático”, que quiere decir que tengo que aceptar la realidad (cuando se ha dado un hecho hay que asumir que ya no hay marcha atrás), preguntarme si tiene solución o no (si la tiene o no la tiene, ¿por qué sufrir a causa de ello?), y plantearme si debo intervenir en caso de poder hacer algo y ser consecuente. Todas las demás disquisiciones sólo consiguen embarullar la mente y generar preocupaciones o sufrimientos inútiles.


Trabaja la interioridad

Al inicio de nuestro programa hablábamos de cambiar de lugar, de retirarnos a la celda o cueva, en huir de los problemas para fortalecernos y poder volver con ánimo y modos de vivir renovados. Ahora insistimos en que los problemas se han de solucionar no huyendo de ellos, cambiando de sitio, sino cambiando dentro.

Hay cosas que tenemos que cambiar ya, sin esperar a que se den esas condiciones que solemos poner como excusas para no hacerlo. ”Ya lo haré cuando llegue el verano y las vacaciones”, “en cuanto no tenga que cuidar de mis hijos haré paseos meditativos”, y los hijos se van y vienen los nietos, “cuando pueda me retiraré a vivir todo esto”, y pasan los días, los meses, los años y al final llegas al camposanto con todo previsto y nada realizado.
Empieza ahora. Medita, retírate, cambia hábitos. ¡Es que ahora no puedo!, te dices, tengo muchos compromisos familiares, sociales, laborales, ... Empieza ahora con lo que tengas y a medida que vayas caminando mejorarás las condiciones para seguir adelante. No hay un mañana, sólo existe el hoy. Ahora o nunca.

Por ejemplo: cuando hay pequeños en casa es casi imposible hacer que se callen. Por tanto, si tienes que levantarte antes que ellos para meditar deberías hacerlo. Para practicar, para tener tiempo de oración y reflexión, tienes que acomodarte al mundo, al clima, al tiempo, a los ladridos del perro de tu vecino, acomodarte a todo. Acomodarte incluso a ser considerado un bicho raro. En medio de esa vorágine de circunstancias has de encontrar tu oportunidad y tu momento para practicar.

Estamos en la segunda etapa, tiempo de salir a la calle, de movernos en medio del mundo. Nos estamos enfocando en el altruismo y el amor bondadoso, y esta semilla sólo crece en medio del ruido; no necesita de un entorno idóneo ni de silencio. En la dificultad está el mejor terreno para que crezca el amor. Cuanta más resistencia encuentra nuestra práctica en el exterior, cuanto más ruido, cuanto más ladre el perro del vecino, mayor es el reto y mayor será el crecimiento si lo afrontas con amor. No hay excusas en este sentido.


¿Estoy avanzando?

Ya comentábamos en otra entrada que no debemos evaluar nuestro avance en la aventura espiritual comparándonos con otros, y en todo caso deberíamos compararnos con nosotros mismos ayer, o hace un mes o un año. Aquí apuntamos otro criterio de evaluación: nuestro nivel de interés; en dos sentidos: nuestro interés por el bienestar de los demás y el interés que tenemos en realizar actividades monótonas, neutrales, en nuestro día a día.

Primeramente pregúntate si aumenta o disminuye tu interés por la felicidad de los demás. ¿Cuántas veces piensas en la felicidad de personas a las que no ves? ¿En qué medida eres cada día más consciente de los grupos de personas que son especialmente marginadas u olvidadas? ¿Qué nivel de identificación tienes con quienes padecen las injusticias sociales? ¿Qué atención prestas a las personas que cada día interactúan contigo o simplemente pasan a tu lado? Nuestro camino nos debe estar concienciando acerca de todo sufrimiento; por eso es importante medir el nivel de interés que tenemos por el bienestar de los seres que vemos. Y no solo las personas, también los seres vivos como los animales y las plantas que vemos y pasan a nuestro lado. La felicidad de las personas pende también de la preocupación por la ecología medioambiental.

En segundo lugar, debes mirar también el interés que pones en tus actividades cotidianas: trabajo, atención a mi pareja, cuidado de los hijos, lecturas, descanso, etc. ¿Qué interés pones en esas actividades en las que te desenvuelves cada día? ¿Con qué ganas y entusiasmo vives todo eso? El colorido y el encanto con que vives estas realidades son también un buen termómetro de la temperatura espiritual de tu corazón.

Yendo más allá podemos mirar también el interés que ponemos en maximizar el potencial que tiene cada instante, el interés por aprovechar cada día, cada hora, cada encuentro con otra u otras personas. ¿Con qué animo te despiertas cada día? Este es un buen medidor del estado espiritual. ¿Ves el día como oportunidad o como algo que aceptas vivir resignado? El tiempo es oro, se dice; aunque quienes lo definen así lo hacen por intereses económicos; pero es verdad que “el tiempo es oro” si se aprovecha para aportar más, apoyar mas, ayudar más a la tarea de construir un mundo más feliz cada día. 

La persona virtuosa se queja de no tener más tiempo para hacer el bien. "Qué lástima no haber podido atender tal o cual asunto"; el caprichoso se queja de no tener mejores oportunidades: "si tuviera más tiempo haría esto o aquello". Excusas que ponemos, y además nos las creemos. “Ahora es tiempo de la gracia, ahora es el tiempo de la salvación” (2 Cor 6,2). Sólo hay un ahora que vivir y disfrutar dando todo lo que somos al ritmo de los acontecimientos y las personas que pasan ante nosotros.

Así que no pongas excusas. Procura discernir tu interés, es un buen medidor de tu avance espiritual.

Enero 2024
Casto Acedo