martes, 7 de febrero de 2023

Meditar es entrenar

“¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado”. (San Pablo, 1 Cor 9,25-27).

1. Cuerpo-alma, carne-espíritu. 

“No hago el bien que quiero, sino el mal que que no quiero” (San Pablo). La vida espiritual es “combate o lucha ”, y si no gusta este lenguaje bélico, también la podemos definir como “iluminación", un  abrirse paso la luz en medio de la oscuridad.

Conviene aclarar conceptos de san Pablo que suelen dar lugar a equívocos; la persona es cuerpo y alma, expresión que puede dar lugar a considerarnos desde el platonismo, como si fuéramos duales (dos seres en uno) y tuviéramos cuerpo y alma con existencias separadas; algo así como si el cuerpo fuera un  envase compuesto por el conjunto de componentes físicos  (hardware en clave informática), y el alma fuera el elemento invisible y energético (software). Esta separación y oposición cuerpo-alma es propio de la filosofía de Platón.  Para la Biblia, y con ella para san Pablo,  no hay oposición sino unidad entre cuerpo y alma.


Si existe oposición y competencia no es entre cuerpo y alma, sino entre lo que san Pablo llama carne (concupiscencia, apetencias) y espíritu. De la prevalencia de una u otro surgen dos estilos de vida distintos: la de quienes siguen los “apetitos de la carne” y la de quienes se rigen por el "espíritu” (cf Rm 7 y 8).  “Los que viven según la carne desean las cosas de la carne; en cambio, los que viven según el Espíritu, desean las cosas del Espíritu. El deseo de la carne es muerte; en cambio el deseo del Espíritu, vida y paz. Por ello, el deseo de la carne es hostil a Dios, pues no se somete a la ley de Dios; ni puede someterse. Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros” (Rm 8,5-9). Hay dualidad entre la carne y el espíritu,  una contradicción que pide ser resuelta en la meditación y en la vida. 

En la visión de san Pablo la vida espiritual se juega en el cuerpo (necesidad de vida sana, salud, equilibrio físico), pero sobre todo en el alma (pensamientos, sentimientos, mociones de la voluntad). El alma es la que media entre la carne (concupiscencia, ego, sensualidad, hedonismo extremo, vivir volcado hacia la exterioridad, "meapetece",..) y el espíritu (yo auténtico, espiritualidad, compasión, vida desde la interioridad, amor de donación,...). El espíritu según la sabiduría cristiana, es el verdadero señor de cuerpo y alma. El alma se mueve entre la carne y el espíritu; cuando consiente a la carne cae en la esclavitud de las pasiones (avaricia, ira, pereza, gula, envidia, lujuria, gula); cuando consiente al espíritu sana a la persona, que logra una existencia en libertad. 

Quienes viven en la carne viven en la frustración de no ser ellos mismos. Quienes conocen la psicología humana saben que tras las enfermedades del alma se esconde siempre un desorden vital producto del apego a las pasiones. Este apego genera frustración y malestar fruto de un afán desmedido de poseer o aparentar, de una sexualidad cerrada a sí misma, de una envidia corrosiva, de una desgana inexplicable para la actividad, de unos arranques de ira descontrolados, de unos vehementes deseos de posesión de bienes y personas, de una ansiedad que pretende erróneamente satisfacerse con la comida o la bebida. ¿No son estas las dolencias que trata el psicólogo en su consulta? 

Las pasiones, por su atractivo, crean automatismos que atan a la persona y frustran su realización; esos automatismos o hábitos, ese modo tóxico de relación con las realidades que nos rodean, no sólo impiden una vida en libertad, también hacen invisibles las cadenas que nos atan; la trampa está en que se crea una "sensación de libertad", un sentimiento de que tú eres quien elige en cada momento lo que haces, cuando en realidad estás siendo controlado por tics conductuales, por patrones de pensamientos, sentimientos y comportamientos impuestos por la educación, la moda o el puro egocentrismo.

Con la meditación se entrena la mente para huir de estos automatismos que manipulan a la persona y que pasan desapercibidos a la mente crítica y sabia. En la meditación se trata de observarme y dejar de actuar "modo carne" (comamos y bebamos que mañana moriremos, vida abducida por la exterioridad) y comenzar a adquirir automatismos que me hagan vivir "modo espíritu" (vida actuada desde el centro).


2. ¿Qué es meditar?

Meditar viene etimológicamente del verbo griego "meletao", que significa cuidarsepreocuparse de algo; procurar algo; ocuparse en algo, ejercitar, practicar; hacer ejercicio. El término "melete" (meditación), quiere decir cuidado, preocupación, atención, solicitud; práctica, ejercicio; uso, costumbre; especialmente ejercicio militar; estudio, ocupación. Todos estos significados son instructivos para entender la práctica de la meditación. Como actividad la meditación es práctica, hábito o costumbre, reflexión, entrenamiento, repetir unos ejercicios hasta que los movimientos sean asimilados y pasen a ser realizados automáticamente.

Ejemplo de estos "ejercicios" los tenemos en el entrenamiento militar y en la preparación deportiva. ¿Recuerdas los ejercicios de aquel joven de la película Karate kid?:  "¡dar cera, pulir cera!", ejercicio que había de repetir una y otra vez, con constancia; y si bien no se entiende al principio el por qué y para qué, finalmente descubres que tiene la finalidad de generar un movimiento automático que funcione adecuadamente cuando aparece una amenaza. También es ilustrativo el entrenamiento del pianista, que entrena sus dedos con paciencia para adquirir las dotes necesarias para interpretar complejas melodías, imposibles si no se han adquirido los automatismos adecuados. Disfrutar la interpretación de una obra compleja requiere del pianista haber ensayado una y otra vez hasta fusionarse con el piano y la melodía. Así es la vida plena en el espíritu, un estilo de vida en el que el alma, inspirada por el espíritu,  toma las riendas del piano que es el cuerpo e interpreta la más hermosa melodía. Todo después de un largo periodo de entrenamiento.

Por tanto, meditar es “hacer ejercicios espirituales”, mirar con los ojos del espíritu;  generar automatismos favorables al desarrollo espiritual de  la persona; permitir que el espíritu se adueñe de la mente, las emociones y la actividad; para ello recurre a la repetición de ejercicios que dan lugar a automatismos mentales, emotivos y conductuales que respondan adecuadamente a los  estímulos exteriores que puedan someterte a una voluntad que no es la tuya. La adquisición de esos automatismos o patrones no te hace un autómata, porque previamente has realizado un discernimiento a conciencia (sabiduría). Por la meditación accedes al centro de tu ser, a tu identidad más profunda, y te vives desde ahí.

Como la gimnasia rítmica o la música, la meditación es un trabajo que te prepara para dar lo mejor de ti mismo. Con la meditación aprendes a observarte, a mirar tus pensamientos, emociones y hechos desde fuera, con la luz que da el espíritu de sabiduría, y te educas, te conduces, por los caminos correctos para hallar la felicidad verdadera.

3. Meditar ¿para qué?

Meditar, pues, es entrenar, ejercitarse. Pero ¿para qué? Siempre que nos embarcamos en alguna actividad lo hacemos para conseguir algo que nos interesa. Y no hay nada más  interesante que "la felicidad". Meditamos, lo sepamos o no conscientemente, para ser felices. Para lograr vivir en el éxito y en la adversidad sin perder la paz y serenidad del espíritu.

Conviene hacerte aquí esta pregunta:  ¿Qué buscas en la meditación (al venir a este grupo)?. Y te adelanto que no es bueno meditar por miedo a cualquier cosa, sea una enfermedad o  algún padecimiento; tampoco es bueno meditar por obligación, para complacer a alguien,  o por esnobismo. Estas no son  buenas razones para meditar. Si es así, pronto te cansarás.

Medito para conseguir algo que me interesa. Y prescindiendo ahora de motivaciones religiosas diría que medito porque sé que  todo lo que me interesa  (elegir vida, formar una familia, realizar un trabajo, comprometerme en alguna tarea, tener hijos, …) requiere una mente lúcida y equilibrada (sabiduría). Sé que el  triunfo económico  y social no lo es todo; hay algo más importante, e intuyo que en la meditación puedo alcanzarlo. Medito también porque sé que meditando aprendo a encajar las situaciones difíciles (quiebra económica, fracaso, tragedia, etc.) de modo que aunque atraviese una fuerte tormenta personal o social puedo vivirla con calma, lucidez y paz. 

En el fondo, y ya lo hemos dicho, busco lo que buscan todas las personas: la felicidad. Todos nos movemos por el "principio del placer", por satisfacernos material y anímicamente; el mundo de la manipulación mediática lo sabe, y por eso te bombardean, para crear en ti respuestas inconscientes (automáticas) favorables a sus intereses. Crees que eres libre, pero estás teledirigido, porque te han hecho creer que la felicidad está en el consumo de ideas, enseres o  productos que, para tu desgracia,  acaban  generándote  un mayor sufrimiento, porque no pueden saciar tu anhelo de plenitud. 

Hay quien ha definido nuestra cultura como la "sociedad del cansancio" (Byung Chull Han). Y es así. El interés suscitado por lo espiritual tiene mucho que ver con el cansancio de nuestra cultura consumista. Cada vez nos cuesta más creer que para ser felices basta cubrir necesidades  físicas y afectivas. Lo intentamos y fracasamos. ¿Por qué? Tal vez porque a la felicidad sólo se llega yendo más allá de lo corporal y anímico, unificando todo lo que somos en el espíritu.  La tradición cristiana nos dice que sólo se completa la vida cuando se vive "en espíritu y en verdad" (cf Jn 4,23), que no hemos recibido un "espíritu de siervos", cuyo miedo a morir nos someta al imperio de las pasiones, sino un "espíritu de libertad"  (cf. Rm 8,15) que nos hace divinos. Esa "vida divina" intuyo que es  la clave en la que me lo juego todo. 

¿Para qué meditamos? No es un buen motivo meditar para desarrollar algún poder extraordinario sino para poder realizarme en lo que soy; para  vivir el sueño de mi vida, la mejor versión de mí mismo, una vida espiritual que abarque y unifique todo mi ser y que me permita navegar en las tormentas sin amedrentarme ni hundirme.  Por todo ello, lanzarse a la tarea de un entrenamiento espiritual merece la pena.


4. Depende de ti.

La magnífica aventura que es la meditación ha de partir de la propia persona. Tú eres el arquitecto de tu futuro, el constructor de tu vida; si bien el porvenir es don de Dios, el futuro puedes decir que está en tus manos, depende de ti. Es importante avisar que el éxito de la práctica meditativa y los cambios que esperas lograr dependen en gran medida de tu iniciativa. Suena un poco amenazante, pero repito: ¡depende de ti!, es así. Soy yo quien tengo que mover ficha. Dios no maneja los hilos de tu vida, no te considera una marioneta. Te ha dado brazos, piernas, cerebro, corazón, para que seas tú quien funcione. 

Acostumbrados a que nos den las cosas hechas de fuera, a esperar que la felicidad nos venga dada, hay que pasar al convencimiento de que sólo se dará el cambio si yo comienzo a actuarlo. Tú tienes que ponerte en marcha, echar a andar, despegarte de lo que hasta ahora te ha frenado en esta tarea de cambiar tu vida, luego Dios dirá (cf Mt 6,31-34).

Si tu espíritu da el primer paso, el Espíritu responde (Rm 8,16). Pero tiene que salir de ti. Dios te ha dado la vida y las herramientas, el trabajo es tuyo. Depende en gran parte de ti forjar las condiciones y situaciones apropiadas que sí o sí te darán la felicidad que buscas. El trabajo que realizamos en los encuentros comunitarios de oración nos da herramientas para llevar a cabo cambios positivos en la vida, pistas para eliminar todo lo que estorba e introducir calidad, virtud, sabiduría. Pero tú tienes que moverte, porque no hay atajos mágicos.

Pongo fin a este tema con una historia didáctica que pone sobre el tapete la idea central de la responsabilidad personal ineludible para el desarrollo espiritual:
    En una ciudad de Grecia vivía un sabio famoso por tener respuesta para todas las preguntas.
Un día un adolescente, conversando con un amigo, dijo:
    – Creo que sé cómo engañar al sabio. Voy a llevarle un pájaro que sujetaré en la mano, y le preguntaré si está vivo o muerto. Si dice que está vivo, lo apretaré y una vez muerto lo dejaré caer al suelo; si dice que está muerto abriré la mano y lo dejaré volar.
El joven llegó hasta el sabio y le hizo la pregunta:
    – Sabio, el pájaro que tengo en la mano, ¿Está vivo o muerto?
El sabio miró fijo al joven y le dijo:
    – Muchacho, la respuesta está en tu mano.
Pues eso. No te engañes. La respuesta está en tu mano. Puedes aplastar tu espíritu y darle muerte, o puedes echarlo a volar. Es verdad que en última instancia depende de Dios, pero sin ti Dios no hará nada. No somos marionetas manejadas por hilos extraños; si quieres cambiar puedes.  Decía santa Teresa que la puerta para entrar en la morada interior es la oración; es muy simple, aunque el ego te la hace ver como compleja porque no le interesa que te empeñes en ella. Iniciar  el cambio, el paso del ego al yo es así de sencillo: practica meditación.

Febrero 2023
Casto Acedo.