Un texto budista
Me escandalizó en su momento un texto de un maestro budista, Lama Rinchen Gyhaltsen, que ningunea y niega la esperanza como virtud y que transcribo aquí:
“No entres en el juego de la esperanza si no quieres que te persiga la sombra del miedo. Es tentador, es muy tentador tratar de buscar energíá con la esperanza. Cuando todo, de repente, parece tan gris queremos soñar que el futuro será mejor; y queremos pintar ese futuro, queremos cristalizarlo, queremos proyectarnos ahí,́ salir de este horrible y pésimo presente y transportarnos a ese futuro maravilloso. Es muy tentador ese juego de la esperanza, pero tiene un coste muy caro que es el miedo; lo acompaña de la mano el miedo. Con la energíá que apuestas en la esperanza, con esa energíá estás comprando el miedo. Si compras un kilo de esperanza, viene un kilo de miedo; van a la par. Es decir, todo lo que esperamos que nos salve en el futuro, también tememos que no ocurra o que alguien lo logre antes”.
Sigue el discurso invitando a vivir con un optimismo centrado en el presente; porque el futuro no existe, y por tanto la esperanza aleja de la realidad y no tiene mucho sentido, por eso apostilla:
“No hay ninguna garantía en el mundo más segura que tu lealtad a ti mismo –eso es lo que quiere decir compromiso– . Y después, que venga lo que venga, que digan lo que digan; no hay nada que no puedas afrontar y superar”. (EMI 3, lección 7)
Ciertamente que el discurso tiene su lógica, esa lógica un tanto engañosa que engancha a quien anda en momentos bajos, a quien lleva tiempo esperando salir de una situación desesperada. Entones se agarra uno a lo primero que encuentra.
Sin embargo, dejando a un lado su lógica teórica y de tinte new age, y desde la perspectiva cristiana vemos que el texto tiene dos errores importantes. El primero es que confunde la “esperanza” con las “expectativas”. Y un segundo error, el error pelagiano, que cree que el hombre puede salvarse o compleatrse, es decir, vivir en plenitud, contando sólo con sus propias fuerzas. "No hay ninguna garantía en el mundo más segura que tu lealtad a ti mismo". Sólo ante el peligro.
¿Qué enseña la Tradición Cristiana sobre la esperanza?
Ante el pelagianismo budista. Igual que Pelagio, el budismo parte del principio de que la persona es libre para elegir el mal o el bien. Y le basta con seguir las enseñanzas del dharma -doctrina del Buda- bajo la guía de un maestro (en el caso del pelagianismo cristiano tendríamos la ley y el ejemplo de Cristo) para alcanzar la verdad de la iluminación (la salvación).
Sin embargo los cristianos creemos que nadie puede hacer el bien y realizarse sin la ayuda de Dios que con su gracia obra en el corazón y la voluntad para para poder vivir según el Espíritu del Evangelio.
Y si alguien arguye que la intervención de la gracia de Dios quita la libertad a la persona, decirle que la gracia no destruye la libertad sino que libera para elegir el bien (cf Concilio de Cartago de 418, y Éfeso de 431). La gracia no destruye la naturaleza original de las persona sino que la perfecciona devolviéndole las capacidades de libertad original antes de la caída. Esto el budismo no pude entenderlo, porque supondría tener fe en un Dios creador y salvador que no tiene.
Sobre la esperanza entendida como virtud reducida a expectativas acerca de un mundo futuro maravilloso e irreal, por la que el budismo invita a renunciar a toda esperanza futura en aras al presente, hay que matizar que en las Escrituras no se da una visión de la esperanza centrada en acontecimientos futuros sino en el acontecimiento-Cristo, en quien confluyen pasado, presente y futuro: “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir” (Apc 1,8).
Para nosotros la esperanza no es una idea, ni una utopía inalcanzable, es Cristo, encarnado y que nos alcanza a nosotros. Cuando las dificultades del mundo, o la inestabilidad interior, el desánimo o la desesperación nos asaltan,
“cobramos ánimos y fuerza refugiándonos en Él, aferrándonos a la esperanza que tenemos delante, la cual es para nosotros como ancla del alma, segura y firme”(Hb 6,17-18).
La esperanza es como ancla en el presente (presencia) de “Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria” (Col 1,27); un ancla en nosotros, una presencia de Dios en nuestro espíritu en el que vivimos la seguridad de que nuestra esperanza no está en sueños, ilusiones o expectativas futuras.
Nuestra esperanza está aquí y ahora, con nosotros; venga lo que venga tenemos la seguridad-esperanza puesta en que nuestra alma está anclada a buen puerto; vengan tormentas y vientos, permanecemos firmes en Cristo.
“Si Dios está con nosotros,-dice san Pablo- ... ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; .... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá apararnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 31.35.37-38)
Si Cristo es nuestra eperanza, ¿a qué vamos a tener miedo? El precio de la eperanza no es el miedo, como afirma el Lama Rinchen, sino la valentía de afrontar la vida virtuosa sabiéndose acompañado por Cristo. Quien pone en Cristo su esperanza queda revestido de fortaleza para la brega de cada día; venga lo que venga.
Cristo es nuestra esperanza (Col 1,27). Y lo poseemos ya “como prenda”, por tanto es una esperanza ya cumplida pero paradójicamente aún no plenamente. Esto también hay que reseñarlo. San Juan de la Cruz, dice que el alma
"cuanto más de esperanza tiene, tanto más tiene de unión con Dios; porque acerca de Dios, cuanto más espera el alma, tanto más alcanza”(S 3,7).
Sin embargo también advierte de la necesidad de purificar la memoria de falsas esperanzas que podríamos llamar pasiones; y, en esto san Juan es admirable cuando aconseja desapegarse incluso de la posesión del orgullo de ser amado de Dios (seguridad de la esperanza),
“ya que cuando se hubiere desposeído perfectamente, perfectamente quedará con la posesión en unión divina” (Ibid).
Un consejo este último que nos libera de creernos ya salvados del todo; lo cual no traería sino desesperanza, porque "una esperanza que se ve, no es esperanza" (Rm 8,24). Tener la perfecta seguridad no es posible en esta vida.
De nuevo san Juan de la Cruz en nuestro socorro, en un poema donde menciona la esperanza como camino a la unión con Dios:
Tras de un amoroso lance,
y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
1.
Para que yo alcance diese
a aqueste lance divino,
tanto volar me convino
que de vista me perdiese;
y, con todo, en este trance
en el vuelo quedé falto;
mas el amor fue tan alto,
que le di a la caza alcance.
2.
Cuanto más alto subía
deslumbróseme la vista,
y la más fuerte conquista
en oscuro se hacía;
mas, por ser de amor el lance
di un ciego y oscuro salto,
y fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
3.
Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido,
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba;
dije: ¡No habrá quien alcance!
y abatíme tanto, tanto,
que fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
4.
Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo,
porque esperanza del cielo
tanto alcanza cuanto espera;
esperé solo este lance,
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
"Cuanto más alto llegaba, más bajo y rendido y abatido me hallaba, dije: ¡no habrá quien alcance!, y abatime tanto, tanto, que fui tan alto tan alto, que le di a la caza alcance". Cuanto más cerca de Dios, más consciente de mi pequeñez y miseria. La esperanza verdadera, la que está en Cristo, crece cuando la la pequeñez e impotencia tocan fondo y, humillada, el alma deja paso a Aquel que quiere alcanzar, lo cual le permite ser alcanzada por Él. Esa es nuestra esperanza, esperanza de gracia y compasión de Dios, esperanza de los pobres.
No olvidemos que nuestra meta no es vivir eternamente en esperanza, sino la unión con Dios. Y, paradójicamente, al idolatrar o enorgullecermos egoístamente de poseerle en la plena esperanza en esta vida le perdemos. Si ya lo tenemos todo no hay nada que esperar, porque entonces está todo cumplido, y nmo hay nada más que hacer. Tener la esperanza no puede ser motivo para cruzarnos de brazos en la dulce complacencia del presente sino motivo (motor) para empujar hacia adelante la realidad de la Vida que hemos recibido. Viviendo el presente saboreamos los bienes esperados en el pasado y buscamos incansablemente los futuros.
"Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús" (Flp 43,13-14).
* * *
Espero, con estas letras, no confundir más acerca de lo que es la esperanza. Queden como resumen:
*La esperanza cristiana no debe confundirse con las expectativas, iluisiones o sueños de futuro.
*La Esperanza es virtud el presente, pero un presente no pasivo y complaciente sino activo y operante.
*Y frente al pelagianismo budista reseñado al principio, decir que para Jesucristo “nada es utopía”, porque con Él ya ha llegado el futuro; quien vive el Amor de Dios en el presente está colaborando a hacer presente el futuro que es promesa de Dios.
Octubre 2025
Casto Acedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario